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Que nadie piense que la victoria es gratuita, en todas las guerras ambas partes pierden, como es lógico más los perdedores, pero todas las confrontaciones bélicas, humanamente hablando se pierden, aunque se ganen; las victorias siempre son celebradas, las derrotas no; luego vienen los análisis, lamentaciones y los honores a los muertos, enterramientos en panteones espectaculares o monumentos, medallas, ascensos y méritos reconocidos y publicados, cubrir sus féretros con las respectivas banderas y demás honores, como música y descargas de fusilería, incluso hasta pensiones y ayudas económicas, y todas esas cosas, pero las vidas perdidas son insustituibles irremediablemente.



En la obra “Los nueve libros de la historia” de Herodoto, (padre de la historia), hay un análisis que, por lo menos a mi me hizo reflexionar, no podía ser de otra manera, durante mucho tiempo, por lo que voy a incluirla, pues pienso que corresponde al caso, aunque no a la época del foro, es la siguiente:




<<Yo fijo en setenta años el Término de la vida humana. Estos años dan veinticuatro mil doscientos días, sin contar ningún mes intercalar. Pero si queremos añadir un mes cada dos años, para que las estaciones vengan a su debido tiempo, resultarán treinta y cinco meses intercalares, y por ellos mil y cincuenta días más. Pues en todos estos días de que constan los setenta años, que son veintiséis mil doscientos y cincuenta, no hay uno sólo que traiga sucesos enteramente idénticos a los otros.




El hombre muy rico no es más feliz que el que vive al día, si la fortuna no le acompaña hasta acabar su vida en toda prosperidad.



Muchos hombres opulentos son desdichados y muchos que tienen hacienda moderada son dichosos. El que es muy rico pero infeliz, en dos cosas aventaja solamente al que es feliz, pero no rico, mientras éste aventaja a aquél en muchas. Es más capaz de satisfacer sus deseos y de hacer frente a una gran calamidad. Pero el otro le aventaja en muchas cosas; si no es tan capaz frente al deseo y a la calamidad, su fortuna se lo aparta; no tiene achaques ni enfermedades, está libre de males, es dichoso en sus hijos, es hermoso. Si además termina bien su vida, he aquí el hombre que buscas, el que merece llamarse feliz; pero antes de que llegue su fin, suspende el juicio y no le llames feliz sino afortunado.



“Es imposible que siendo mortal reúna nadie todos estos bienes; porque así como ningún país produce cuanto necesita, antes abunda en una cosa y carece de otras y se tiene por mejor aquel que en más abunda, del mismo modo no hay hombre alguno que todo lo bueno se halle provisto (que unas cosas tiene y otras le faltan); y cualquiera que constantemente hubiese reunido la mayor parte de aquellos bienes, si después acaba agradablemente la vida, éste, rey, es para mí quien merece con justicia el nombre de dichoso. En toda cosa hay que examinar el fin y acabamiento, pues a muchos a quienes Dios había hecho entrever la felicidad, los destruyo de raíz”>>.


Hasta aquí Herodoto

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Pido de antemano perdón por todo lo anteriormente escrito, (pero sólo a los españoles) los otros que me rebatan sí pueden, rogando que a los pertenecientes al foro (seremos forofos o foromarino) me disculpen, si en algún momento de la lectura no están de acuerdo con lo expuesto, quizás me he salido del tema y de siglos pero, no encuentro otra forma de explicarme y porque consigue sacarme de mis casillas, la candidez de muchos españoles.



Los datos



Y ahora vayamos a lo que realmente interesa, voy a insertar un documento, un poco posterior al hecho, de cómo quedó la escuadra británica después del combate de Trafalgar, para los incrédulos o cándidos haré una aclaración, los franco-españoles también disparaban proyectiles de hierro, con sus cañones de bronce mucho más certeros y potentes, que los de hierro británicos, por su mayor alcance (tiro tenso) y poder de penetración o poder de parada; ni eran salvas, ni tampoco guirnaldas, aunque eso sí, con menos cadencia de fuego y menos puntería, de ahí la diferencia de bajas, pero eso no era culpa de la Armada, ni de sus oficiales o marinos, ni de sus tripulaciones incluidos los artilleros, sino más bien de los gobernantes españoles, que para ellos eso de GASTAR EN POLVORA les suena a (Din Don), ¿será porque el rey Carlos IV, su único gran legado, es la gran colección de relojes de sobremesa, considerada por muchos incluidos los británicos la mejor del mundo?, (según me dijeron son 96 los que la componen), yo me pregunto ¿por qué tanto interés en saber la hora, sino sabía el año en que estaba y mucho menos lo que pasaba, incluso en sus palacios?; lo único que podemos sacar de todo esto, es que hoy podemos admirarlos por embellecer los palacios, Real, Pardo, Aranjuez y La Granja, pero para esto último si que había dinero, para construir barquitos ¡NO!.



De toda la lista, llama poderosamente la atención, que el navío Real Soberano que es su nombre traducido, pero para mí es el Royal Sovereing, figure como incorporado a la escuadra a las cinco de la tarde, ¿entonces en que buque con el mismo nombre, enarbolaba su insignia el almirante Collingwood, cabeza de la línea de sotavento de la escuadra británica?, será un error de traducción o otra treta de los británicos; además hay algunos nombres que no coinciden con las listas españolas, aquí supongo, que sí es error de traducción, pero el hecho incontestable es que se hundió, además figura como hora de la muerte de Nelson, siete horas después de concluido el combate; esto si que es seguro un error de traducción.



Con paciencia, (la madre de todas las ciencias) voy a transcribir integro el parte, para evitar malas interpretaciones o acumular más errores de los ya descritos; ya que para volcarlo en el foro, he tenido que fotocopiarlo reduciéndolo y disminuir los puntos de escaneo al máximo, por lo que no sé si se entenderá correctamente:
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Perdidas británicas.




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NOTA DE LAS AVERIAS Y PÉRDIDAS QUE HA EXPERIMENTADO la escuadra inglesa, de resultas del combate del día 21 de Octubre de 1805, con la combinada Francesa y Española, en aguas de Cádiz.


Navío. . . . . . . . . . . . . .Cañones


Victory. . . . . . . . . . . . . .100. . . . . .Desarbolado de todos sus palos, en el acto de cortar la línea combinada: herido el vicealmirante Nelson, habiendo muerto a las siete horas de concluido el combate.
Prince of Wales(*). . . . . . .98. . . . . .Á pique en el combate.
Britania. . . . . . . . . . . . . .100. . . . . .Se fue á pique en el combate.
Dreadnought. . . . . . . . . . 98. . . . . . .Acribillado á balazos todo el casco.
Temeraire. . . . . . . . . . . . 98. . . . . . .Mocho ó sin ningún palo: los del navío Francés el Águila le cayeron sobre cubierta y le mataron mucha gente.
Neptune. . . . . . . . . . . . . .98. . . . . . . Á pique ambos y los palos del primero
Prince. . . . . . . . . . . . . . . .98. . . . . . . y timón del segundo, se han hallado en la playa de Conil.
Queen(*). . . . . . . . . . . . . .98. . . . . . .Desarbolado del mastelero de velacho y mesana, en Gibraltar, con el casco muy maltratado.
Donegal. . . . . . . . . . . . . . . 80. . . . . . . .Desarbolado en la costa de Berbería.
Canopus. . . . . . . . . . . . . . .80. . . . . . . .Mocho y arrimado a la machina en Gibraltar.
Tigre. . . . . . . . . . . . . . . . . .80. . . . . . . .Á pique en la playa de Santa María.
Tonnant. . . . . . . . . . . . . . . .80. . . . . . . .Quemado por la escuadra a 5 ó 6 leguas al NO. de Cádiz
Spencer. . . . . . . . . . . . . . . .74. . . . . . . .Entró en Gibraltar remolcado por una fragata, pidiendo auxilio.
Le Spartiate. . . . . . . . . . . . .74. . . . . . . . Á pique después de acabado el combate en la costa de Rota.
Defence. . . . . . . . . . . . . . . .74. . . . . . . . .Sin palo mayor, en Gibraltar.
Stwisure. . . . . . . . . . . . . . . .74. . . . . . . . . Desarbolado del mastelero de velacho, en Gibraltar.
Orcon. . . . . . . . . . . . . . . . . .74. . . . . . . . .Desarbolado, en la costa de África.
Leviathán. . . . . . . . . . . . . . . 74. . . . . . . . .A la vela, desarbolado de gavia.
Zealous. . . . . . . . . . . . . . . . .74. . . . . . . . .Con averías en su casco, en Gibraltar.
Congueror. . . . . . . . . . . . . . .74. . . . . . . . .Á la vela.
Revenge. . . . . . . . . . . . . . . . 74. . . . . . . . En Gibraltar.
L’Achile. . . . . . . . . . . . . . . . . 74. . . . . . . . Sin la verga de gavia, en Gibraltar.
Minonataur . . . . . . . . . . . . . . .74. . . . . . . . Varado en la costa de Conil, y San Lucar.
Colossus. . . . . . . . . . . . . . . . 74. . . . . . . . Idem.
Mars. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 74. . . . . . . . Á la vela.
Bellerophon. . . . . . . . . . . . . . 74. . . . . . . . Idem.
Poliphemus. . . . . . . . . . . . . . .64. . . . . . .Á la vela, sin palo de mesana.
Esparciata (*). . . . . . . . . . . . .74. . . . . . .Á pique después del combate, en la costa de Rota.
Cornate. . . . . . . . . . . . . . .74. . . . . .En vandolas, a la vela.



NOTA


Navíos que se reunieron a los anteriores á las cinco de la tarde del día 21.
Duque de York. . . . . . . . 90. . . . .Á la vela.
Real Soberano. . . . . . . .100. . . . .Perdido en la costa, con 400.000 & libras esterlinas, que conducía a Malta.
Ligero. . . . . . . . . . . . . . . . . . 80. . . . Remolcado por una fragata inglesa.
Relámpago. . . . . . . . . . .74. . . . .Á la vela, en conserva de una fragata Sueca
Águila. . . . . . . . . . . . . . 74. . . . Á la vela.
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Otra. El mayor general Bic-Reston, fue herido á principio del combate y murió a las tres de él.


Han salido de Gibraltar un navío de 110 cañones, tres fragatas y una corbeta para el Oeste, á proteger los navíos varados y desmantelados.


Esta relación está sacada por la remitida de Gibraltar, por el almirante Collingwood, y datos de los buques entrados en Gibraltar. Es regular que los ingleses no ponderen sus pérdidas y que éstas sean mucho mayores que lo que resulta de sus relaciones, en que se ve, sin embargo, que su escuadra ha sido destruida y según algunas cartas de Cádiz, que se refieren a lo que dicen los oficiales ingleses, han perdido en ella de 7 á 8.000 hombres: pérdida que con gran dificultad podrá reparar la Inglaterra.


Hasta aquí la trascripción exacta del parte publicado.



Se que se pueden hacer muchas objeciones, como la anterior señalada e incluso la cantidad de bajas que se dan, incluido como decía antes los nombres de los buques, pero tampoco es menos improbable, la continua tergiversación hecha por este país a lo largo de su historia, sin querer ahondar en el tema, pienso que ya he escrito suficiente, pero (siempre hay un PERO), en su última guerra librada directamente, fue la de las Malvinas, en ella (se pudo observar por las tomas visuales de la flota y de sus buques), fueron borrados todos los identificativos de costado de los mismos, para evitar saber a pesar de hacerse la tomas en directo, cual era el buque que realmente se estaba visualizando, lo mismo que el impacto en el Hermes de los famosísimos Exocet, del que nada o muy poco se supo en su momento, por lo que aun viéndolo, dudas de lo que estas viendo, así que, si nos tenemos que fiar de lo escrito hace doscientos años; yo ya e hecho todo lo posible para que los que no tienen esta información, la tengan, ahora que cada cual decida y se quede con su versión de los hechos.



Según declaración de un oficial británico, que era atendido en uno de los hospitales después del combate, dice: “Nelson, con adecuada precisión, también se había dado cuenta de lo que iba a sobrevenir y pocos momentos antes de su muerte, al saber por boca de Hardy que se había logrado una completa victoria, con voz potente había mandado anclar los navíos. Su orden reiteradamente dada, no se acató, se tomó tan sólo como un desvarío de la fiebre que le consumía y los resultados bien pronto se hicieron sentir y lamentar por los suyos. La tempestad sorprendió a los navíos ingleses y les causo más daños que la misma batalla, viniendo a quedar sus pérdidas y las nuestras casi niveladas”.
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ACLARACIÓN



Debo dejar claro que todo lo expuesto, no representa mi sentimiento hacía ese gran pueblo británico, representa lo que nos cuenta la historia, no siento odio hacía ellos ni ninguna otra cosa parecida, lo que realmente siento es ENVIDIA. No me gusta su estilo, para mi no es honesto, pero no soy británico, soy Español y a mucha honra, porque a eso SÍ que no me ganan, ni como persona ni como pueblo, además soy hijo de torero, como todos sabemos en la suerte suprema, se tira el matador sobre el morrillo del toro, perdiéndole la cara por única vez, (de ahí el nombre) pero de cara como debe de ser; no como cazar zorros, mucho más pequeños y montado en un jumento y perseguido por una jauría de perros, con lo que las posibilidades del zorro, son las mismas del toro, no tienen escapatoria ni salida, pero en el ruedo han caído varios en esa suerte como en cualquiera de los tercios, lo del zorro es otro cantar, la ventaja es siempre constante a favor del cazador.
Lo que siento de verdad, es la diferencia de sus gobernantes, ellos siempre han tenido al oportuno en el peor de los casos y al mejor en muchos; los nuestros sólo han sabido luchar entre ellos y hacernos luchar a los pobladores de este país, que por otra parte somos los que trabajamos por el bien de éste y los que nos dejamos la vida, (sólo vasta repasar la historia de nuestro siglo XIX, es un claro ejemplo de cómo NO se debe gobernar), para enriquecerse y mejorar como poco su posición, nunca pensaron en ESPAÑA. Siempre fue por delante el interés personal o de partido. A mi entender sólo se salva Carlos III, llamado el Rey Alcalde.



Como viene al pelo, adjunto una frase muy representativa:


Los científicos se esfuerzan por hacer posible lo imposible, los políticos por hacer lo posible imposible.
Russell (Lord), Bertrand (1872-1970) filosofo y matemático británico.



Ese es mi sentimiento, lo peor; que no hemos cambiado y así nos va; para nada nos sirve la historia, ¿con la de lecciones que contiene?, ¡tantas como seres humanos han pasado por este mundo!.



Fin de la aclaración sobre las pérdidas británicas

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Daremos fin a la narración de esta sangrienta tragedia, con las reflexiones que sobre las causas del desastre hacía el general Escaño el diecisiete de diciembre de 1805:



“Cuando se medita, después de haber visto las malas consecuencias de una maniobra, que antes de ejecutarse se consideró útil, es fácil conocer las faltas de previsión. La escuadra combinada debió esperar al enemigo en una línea bien formada, cerrada y un nadar regular en proporción del viento y previendo el general que no fuese atacado de maniobrar sin retardo, para doblar bien a los enemigos; pero el general en jefe dio importancia a que la línea fuese al natural y no la accidental y en lugar de virar al amanecer la vuelta del N.N.O. para, que se diese el combate más inmediato a la bahía de Cádiz y restablecer el orden en su línea de batalla de babor, no haciendo más alteraciones que, la colocación de jefe en los puntos convenientes, se empleó mucho tiempo en colocar los navíos en unos puestos que aún no conocían, ya después de la salida del puerto, no hubo lugar de notar el andar respectivo de cada buque, ni de hacer las enmiendas de estiva y de aparejo que, conviene para que anden y gobiernen bien, circunstancias que, conocidas, hacen preferible el orden natural; tiempo que se necesitaba para formar bien la línea, para ponerla en andar regular, de modo que, teniendo movimiento de rotación, pudiese usar de sus fuegos y no en facha, como se hallaron casi todos los navíos, para no apelotonarse, lo que fue causa de que aquellos a quienes se dirigieron los enemigos, para cortar la línea no pudieron batirlos hasta que estuvieron por sus costados; tiempo necesario para poder hacer los generales y capitanes, las prevenciones que parecieran oportunas para el buen éxito de la acción, pues ningunas se habían hecho, como parece regular, a la salida a la mar con conocimiento de la proximidad de los enemigos.



Cometido el primer yerro de no tomar la amura a babor y restablecer el orden luego que amaneció, cuando se viró debió restablecerse la línea, arribando todos los navíos, como está prevenido en los restablecimientos; alargándose el viento, las fragatas debieron señalar los pelotones para que los buques inmediatos maniobrasen para alinearlos y en el acto del combate debían haber estado más próximos para facilitar remolques y comunicar órdenes y noticias.



Al fin el enemigo cae sobre la línea mal formada, en facha y casi toda inmóvil y ataca muy de cerca, atravesando por los parajes que se les proporciona, maniobrando unos en sostén de los otros con el mayor acierto y prontitud, manifestando su facilidad de maniobra, en cuya clase de ataque debían tener superioridad, que les proporcionaba su ejercitada y práctica marinería contra unos buques que no la tenían y mareada parte de la tripulación.
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Nada es más marinero y militar, que el que una escuadra que está muy de barlovento de otra para cazar sobre ella, forme columnas que despleguen al tiro de los enemigos, formando una línea que entre en el fuego haciendo tanto o más daño como pueden causarle aquellos; pero el almirante Nelson no desplegó sus columnas al tiro de línea, cayó sobre ella para batir a tiro de pistola y atravesando para reducir la batalla a combates particulares. Esta maniobra creo que no tendrá muchos imitadores. En dos escuadra igualmente marineras, la que ataque en esta forma debe ser derrotada. Para que no haya sucedido así el día veintiuno de octubre, ha sido preciso que la combinada estuviese mal formada y en facha, como queda dicho y que en ella hubiese, además de lo referido, otras faltas esenciales relativas a la maniobra y marinería.



Los oficiales de guerra, tanto de marina como de ejercito, los oficiales mayores, toda la tropa de infantería y la de artillería, se han portado con la mayor bizarría; las baterías han estado bien servidas; los fuegos se han hecho con orden; la cartuchería fue conducida con método. Sólo cabe servirse mejor la artillería cuando su montaje y útiles están en el estado de perfección en que la tienen los enemigos. Pero no podemos decir lo mismo de las maniobras ni de los marineros: la de combate, como brazas y otros cabos de mucha importancia en estos casos, es necesario que sea según los modelos que hay en los arsenales y que aún no son de reglamento en los buques y la marinería que sea más militar y ejercitada.



Esta se debe considerar dividida en tres clases: matriculados, voluntarios y gente de leva o presidio. Los matriculados es gente honrada, pero la mayor parte de ellos son pescadores que no han navegado en buques de cruz. Entre los voluntarios hay buenos marinos, pero en general es gente que no conoce la disciplina, sin hogar conocido, sin amor al servicio y sin el entusiasmo que tienen los cuerpos organizados. La mayor parte de la gente de leva es perjudicial a bordo por falta de sargentos y cabos; es difícil que pueda disciplinarse como la tropa; se exime cuanto puede de todo trabajo y particularmente el de por alto, que no puede hacer sin riesgo de caerse y hace confundir con ella a los matriculados y a los buenos marineros; de modo que no se pude decir que han cumplido bien, pues cuando menos se puede asegurar que han maniobrado con mucho retardo y que han reparado muy pocas averías, como es preciso en combate. La clase de contramaestre y guardianes también se debe considerar endeble; la falta de navegar y la repugnancia, que tienen muchos buenos hombres de mar a entrar en aquel servicio, la han hecho decaer de algunos años a esta parte, cuando es la más necesaria a bordo de los navíos. Sin embargo, la que estaba embarcada en la escuadra, ha cumplido con la obligación de mantener sus puestos, pero sin la energía que dan la inteligencia y la practica, de haberse visto en otros combates y descalabros, por temporales.

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Los navíos no pueden ser mejores; tal vez un sistema de arboladuras mas pequeñas los haría menos expuestos a averías en malos tiempos y en combate y alguna abertura más en portas haría más útil el uso de la artillería; pero en lo que están muy mal es en bombas: los navíos Trinidad, Argonauta, San Agustín y otros franceses se han ido a pique por falta de tenerlas buenas. Yo estoy persuadido de que si los ingleses no hubieran adoptado en su armada las de doble émbolo, inventadas el año de 1793, muchos de sus buques se hubieran ido a pique en el combate con el temporal que se siguió a él. El navío Santa Ana quedó seguramente más destrozado que el Argonauta y por llevar una bomba de las perfeccionadas en este arsenal, juzga el general Álava que no se fue a pique dicho navío y lo mismo opina el jefe de escuadra Don Cayetano Valdés, porque tenía el Neptuno dos bombas de doble émbolo, que para prueba se le pusieron en El Ferrol>>.



Hasta aquí el parte del general Escaño.



Opinión de Ferrer de Couto, (para mi no tan desacertada). <<Pero entonces habremos de conceder que fue un bien la derrota de Trafalgar, pues el posterior dos de mayo de 1808, se contradice con el de nuestro aliado en el combate, de este modo ambos sucesos no tienen muy lógica posible conciliación, habiéndose manifestado prácticamente la imposibilidad de que, los españoles permaneciésemos neutrales en el centro de la guerra, donde se ventilaban todos los intereses europeos>>.

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A los Héroes de Trafalgar.




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Después del Combate de Trafalgar.



En la amanecida del día veintidós, se observo con horroroso aspecto la mar, cubierto de nubes negras y apiñadas, en cuanto permitía ver lo cerrado del horizonte, cayendo con violencia copiosa la lluvia, bramando desatado el viento del S.O. denominado vendaval en Cádiz, levantándose olas montañosas como suele suceder en las grandes borrascas, rompían en la muralla con espantoso ruido, rociando los lugares próximos y hasta amenazaba con no leve peligro a la tierra y a los edificios colindantes.



El horror y la tristeza que causaba tal espectáculo, más el efecto desalentador en los ánimos por la consideración de desventuras recién ocurridas; porque al asomar las gentes a ver la furia del temporal, descubría a la vista cinco navíos de línea españoles, fondeados en lugar inseguro por no haberles permitido tomar a tiempo el bien del puerto, desmantelados en gran parte; en suma mostrando las señales de la dura pelea que el día anterior habían sustentado.



También se atisbaba en el horizonte uno u otro navío francés; a más distancia, cuando las olas rompían y por unos instantes, también se divisaban aquí y allí más navíos desarbolados, pero sin llegar a ver sus banderas, luchaban con las olas y no pudiendo saber quienes eran, ni cual sería su suerte.



Gravina tuvo la inteligencia de dar a tiempo la orden de reunión y de que esta se acatara con prontitud, gracias a ello se salvó lo que se pudo de la flota española.



Nelson, con su adecuada precisión, también se había dado cuenta de lo que iba a sobrevenir y pocos momentos antes de su muerte, después que supo por boca del capitán Hardy, que había logrado una completa victoria, había mandado anclar a sus navíos; su orden reiteradamente dada, no se acató, se tomó como un desvarío de la fiebre que le consumía y los resultados bien pronto se hicieron sentir y lamentar por los suyos; la tempestad cogió a los británicos y les causo más daños que el mismo combate, viniendo a quedar sus pérdidas y las nuestras casi niveladas.
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Con razón pudo escribir el Príncipe de la Paz o quien redactase sus famosas Memorias, en elogio del insigne marino parmesano al servicio de España: “La insignia de Gravina fue la única que quedó tremolando sobre la línea de batalla. Jamás ningún marino dio más pruebas que aquel jefe de presencia de ánimo, de fortaleza en los peligros, de saber mandar y hacer dominar hasta los mismos infortunios”.



Una nueva obligación se planteaba a los buques y a sus tripulaciones; reparar lo antes posible los daños más importantes y salir a recoger y ayudar en todo lo posible a los navíos que no habían tenido su suerte e impedir que cayeran en manos de los británicos. El jefe de escuadra, general Escaño, que más se cuidaba de los peligros ajenos, que de los propios, llamó este día a Consejo a los comandantes de los navíos que le seguían para tomar los acuerdos pertinentes.



El veintitrés se reunieron en Consejo, a bordo del navío Príncipe de Asturias, redactándose un parte que la Diosa Fortuna nos a preservado, por él conocemos lo que se acordó:



<<Excmo. Sr.: Hallándonos fondeados en el Placer de Rota con viento al NE, fresco, los barómetros muy bajos y todos los cariz en apariencia de mal tiempo, dispuse que a presencia mía se reuniesen y juntasen en este navío los brigadieres de la Escuadra don Enrique Macdonell y don Rafael de Hore, don Esprit Maistral y el capitán de navío don Tomás de Ayalde, para que deliberasen sobre el partido que se podía sacar de las fuerzas reunidas en auxilio y protección de nuestros buques desmantelados, que necesariamente debían venir a parar a la costa, y en ella se acordó que, mientras continuase el temporal que estábamos sufriendo, no convenía de ningún modo dar la vela, sino aprovechar el primer momento en que el viento tocase en el tercer cuadrante para entrar en la bahía; pero que luego que se llamase al NO, exigía el interés recíproco que, reparados los buques de sus averías, se pusiesen a la vela para favorecer los que se descubriesen y atacar sus escoltas, como no fuesen superiores. Consecuente con esta resolución he dado en la mañana de hoy las correspondientes órdenes para que todos los navíos que puedan salir lo verifiquen inmediatamente, pues, según los partes de vigía, se hallan próximos a la costa, como yo me pensaba, entre otros buques, el Santa Ana y Neptuno nuestros. Al Bucentaure, que parece haber tocado en la relinga de piedra próximas a la Punta de San Sebastián, se le ha enviado cuantas embarcaciones menores he podido para sacarle su gente, y mandado aprontar cuatro barcas cañoneras para que no permitan el que los enemigos lo incendien. También se socorre al Algeciras (francés) y V. E. puede estar seguro que nada quedará por hacer en su auxilio, y en el de cuantos se presenten a la vista>>.

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Del Diario del navío Príncipe de Asturias, aún nos amplía los pormenores, acaecidos que por curiosidad transcribo:




“Día 23.—Amaneció celajoso, los horizontes aturbonados, viento del NO calmoso y todos los buques fondeados. El Algeciras estaba a nuestra inmediación, pues lo había verificado aquella noche; el Bucentaure perdido sobre el arrecife de San Sebastián, y el Aigle, muy empeñado sobre la costa S pidiendo socorro, que no se le podía dar por la mucha mar. A las seis de la madrugada, se restituyeron a sus navíos los jefes que habían venido a celebrar la Junta, y en seguida se hicieron a la vela para recoger los buques desmantelados que se hallaban a la vista. Nosotros lo verificamos también con remolque, logrando a las diez quedar en seguridad muy cerca de Puntales. A esta hora ya venían remolcados por las fragatas los navíos Santa Ana y Neptuno, los que fondearon a la boca del puerto, porque el viento se había llamado otra vez al S y son muy malas apariencias. Los navíos Rayo, Montañés, Asís, Plutón, Héros, Neptuno e Indomptable, con las fragatas, continuaron persiguiendo a los enemigos, que escoltaban algunos buques nuestros desarbolados, que se descubrían desde la vigía, y en toda la mañana se llegaron a contar desde la torre de Tavira treinta entre españoles, franceses e ingleses. A esta hora (cuatro de la tarde) ya hacían en el puerto los buques que habían salido, y el viento estaba más fresco por el SE. Anocheció de mal aspecto, con viento muy fuerte del SE al S por donde se mantuvo toda la noche con chubascos”.




“Día 24.—Amaneció en los mismos términos, descubriendo el Asís y Neptuno varados en la costa del Puerto de Santa María; el San Justo empeñado y desarbolado de los palos mayor y mesana; el Montañés, en el mismo empeño y sin palo de mesana; el Rayo fondeado fuera, a seis leguas de distancia, teniendo a su costado un navío ingles; y el Indomptable perdido sobre el Diamante. A las diez dio vela el Aigle, y en bandolas vino a embarrancar dentro del puerto. Se dieron auxilios a los navíos naufragados; lo mismo a los empeñados, y aprovechando toda bonanza se desembarcaron los heridos.”

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“Día 25—Al ponerse el sol ayer quedan, a distancia de más de tres leguas, treinta y seis buques mayores, un bergantín y una balandra, de los cuales catorce estaban desarbolados y fondeados algunos en el costa. De este número era el Rayo, que había salido el día anterior para proteger y auxiliar con el Montañés, Asís, Plutón, Neptuno y Héros, franceses, y fragatas de la misma nación: mas habiéndole cargado el tiempo aquel mismo día, volvieron a entrar después de haber obligado a los enemigos con su presencia a abandonar el Santa Ana y el Neptuno nuestros. El Rayo no lo verificó, y al amanecer de ayer, se le vio sin palo mayor y de mesana fondeado a seis leguas de distancia y en su proximidad dos navíos ingleses sin palos también. El San Ildefonso custodiado por otro de la misma. El San Juan y Bahama iban remolcados por un competente numero de buques enemigos, que por la mucha distancia en que estábamos fue imposible el poderlo recuperar.”



Según Ferrer de Couto: <<Se deduce por los textos, que estos socorros fueron de gran utilidad para disminuir el número de víctimas humanas, pero no lograron evitar la pérdida de navíos>>.



“. . . sin duda el socorro hubiera sido más eficaz si incansable la tempestad no hubiera vuelto a agitarse para continuar los destrozos que los cañones habías comenzado. Pero el viento sopló del sur con mayor ímpetu que en las horas anteriores, y el mar levantando hasta las nubes volvió a azotar contra la costa algunos de los buques que de la primera tormenta se habían salvado. Entonces fue cuando el recobro del Santa Ana no pudo resarcir la pérdida del Asís y del Rayo, ni a los ingleses, con sus trabajos más bien organizados, les fue posible evitar la catástrofe de sus mejores bastimentos. Introducido otra vez en las escuadras el más espantoso desorden, y apagados los rencores del arte bélico por las consideraciones del peligro común, ingleses y francoespañoles se prestaron mutuos socorros en tan terribles accidentes.



En particular los habitantes de nuestra costa sobre las playas de Rota y Santa María acometieron muy difíciles peligros en pro de los náufragos de todas las naciones, de cuyo comportamiento noble y generoso nacieron tales comunicaciones entre el capitán general del Departamento de Cádiz y el almirante Collingwood, que más bien parecen de amigos cariñosos que de enemigos encarnizados.”
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Aún estaban a la vista del vigía, la tarde del día 20, los últimos navíos, cuando el comandante general interino del Departamento, don Juan Ruiz de Apodaca, previno al del Arsenal: <<. . . que sin perder un instante enviase al capitán del puerto lanchas con cables, anclas y anclotes; falúas, botes y en ellos cuanto auxilio pudiera necesitar de pronto la escuadra que acababa de salir de resultas del combate que preveía infalible, encargando además que se recolectasen todas las embarcaciones del tráfico de la Isla, Puerto Real, Puerto de Santa María y Rota, para que se me reuniesen en la bahía dispuestas a acudir en socorro de los navíos>>.



Con esta previsora medida contribuyó eficazmente a la acción salvadora, que en los días siguientes tuvo lugar y a la que muchos de nuestros marinos debieron el salvar sus vidas, más la de algunos de nuestros navíos: el Príncipe, el San Leandro, el Montañés y el San Justo. Reunir todos los elementos era cosa lenta y difícil, pero como sus ordenes eran claras y concisas, fueron ejecutadas con tan gran actividad, que el mismo día en que se daba el combate ya estaban en el muelle de Cádiz disponibles y a la orden. Si se hubiera demorado su cumplimiento, ya hubiera sido imposible lograr la eficacia demostrada, pues el mismo día, al atardecer, comenzó la tormenta y siguió el temporal, uno de los más duros que se han conocido en esta zona, tan acostumbrada a ellos.



En un documento curioso: <<Relación o resumen de las faenas de mar dirigidas por oficiales de Marina de la Escuadra y Departamento, en los días 20 a 27 de octubre>>, nos resume con palabras sencillas y patéticas, la eficacia de estos socorros: “Al navío San Justo le faltan los cables y estuvo a cuatro brazas distante del paraje en que naufragó el Neptuno. Su salvamento se debe a dos anclas con sus cables que se remitieron de la Capitanía del Puerto en un barco de tráfico y otro obusero remolcado por falúas, y ya fondeadas las anclas se le dieron los chicotes. En esta faena, que fue tan arriesgada, se emplearon los Oficiales de la Escuadra y Departamento.



Desarbolado y apresado el Rayo por los enemigos, lo abandonaron a causa de no poderlo llevar por el fuerte temporal. Varó en las inmediaciones de la Torre de Salabar (costa de Sanlúcar), y de él se salvaron cuatrocientos hombres de su dotación por las providencias del Comandante Militar de aquella provincia.
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Desarbolado y apresado el navío Monarca por los enemigos, lo abandonaron dejando sólo los heridos.


Varó en el paraje de la Figuera (costa de Sanlúcar), del que con cuatro barcas que despachó aquel Comandante Militar se extrajeron los heridos, y los condujo a Huelva, Félix Odero, Alcalde de la Mar de la Provincia.


El navío Bahama fue apresado y abandonado por los enemigos por su mal estado y por el temporal. Dio fondo en la costa de Sanlúcar con el cañón por ancla, y las cuatro barcas mencionadas, dirigidas por el expresado Odero, le sacaron con mucho trabajo y riesgo cuatrocientos hombres, entre ellos sesenta heridos.



El navío Neptuno, mal fondeado en Rota, desarboló y el temporal le hizo varar en las inmediaciones del Castillo Santa Catalina del Puerto. Abrióse desde luego la mayor parte de su costado de babor, quedando enteramente inutilizados lo víveres, La horrible resaca del mar en las piedras y en las playas hacían imposible pudiesen llegar a su bordo los marineros valencianos del Puerto de Santa María, que con la mayor intrepidez y evidentes riesgos de sus vidas se arrojaron para tomar un cabo y llevarlo a tierra con el fin de alar una jangada y salvar las vidas de sus compañeros; pero siendo insuperable la dificultad, determinó el capitán de fragata don Pedro Cabrera, que con el teniente de fragata don Francisco Michelena se hallaba destinado por el general del Departamento en la costa para socorrer a los náufragos, se trajese por la tierra una lancha en una carreta, la cual se echó al agua y se embarcaron en ella los marinos más prácticos y atrevidos; pero, sin embargo de sus extraordinarios esfuerzos, sólo pudieron llegar a la voz del navío y dijeron a sus oficiales que si tenían algún cerdo a bordo lo echasen al agua con un cabo delgado atado a una pierna, para que nadando lo llevase a tierra y alar por él la que tenían hecha.



Efectivamente, el cerdo, a pesar de la terrible reventación de la mar llegó a tierra, tomosé el cabo que traía y se logró, alando de la jangada, salvar la vida de los náufragos, aunque todos muy mojados y sin aliento por haber estado más de veinticuatro horas sin comer ni beber.
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El navío San Francisco de Asís, desarbolado, varó más allá del Neptuno en menos mal paraje (que éste) para poderse salvar la gente si no hubiera habido tan furiosa mar que impidiese echarse alguno al agua para llevar un cabo a tierra. En este conflicto determinó el comandante arrojar un barril con cabo atado a él y aproximado a la playa lo sacó a tierra un soldado de Carabineros Reales, metiéndose con su caballo en el mar a mucho riesgo de su vida para hacer este servicio al Rey y a la humanidad>>.



En esta “Relación”, que muy de veras hubiéramos deseado más extensa y pormenorizada, sólo se cuentan estos seis episodios de carácter general que demuestran el valor, el arrojo y la inventiva, para hallar solución a casos improvisados y otro particular que también merece la pena recordarse: el traslado a tierra del insigne don Cayetano Valdés, comandante del Neptuno:




<<La gran dificultad que se ofrecía era sacar al comandante y segundo, que como otros de la tripulación se hallaban gravemente heridos, pues aun cuando se había hecho por (el dicho don Pedro) Cabrera los mayores esfuerzos por sacarlo en la jangada, su estado no lo permitió, al fin llegó por fortuna el capitán de navío don Tomás Ayalde, ayudante general de la escuadra, en la falúa del Departamento, que temerariamente arrostrando el riesgo de perecer entre las olas, atracó a bordo del Neptuno, donde viendo en confusión los marineros que habías quedado en el buque resueltos a arrojarse al mar, se mantuvo aquella noche a su bordo entreteniéndolos y alentándolos a la constancia.


En estas apretadas circunstancias llegaron de Cádiz dos barcas de tres que despachó el capitán del puerto con un oficial de Marina cada una y con gran dificultad se atracaron a bordo y se embarcaron a todo riesgo el comandante don Joaquín Somoza y varios oficiales y demás heridos y fueron conducidos a Cádiz sin haberse ahogado de este navío más que un solo hombre que se echó a la mar; y se perdió la tercera barca de auxilio en que fue Ayalde>>.



Don Cayetano Valdés y Flores, nacido en Sevilla, en la calle de la Imagen número 4, el 23 de septiembre de 1767, tuvo una intervención señaladísima en el combate. Su navío el Neptuno, formaba parte de la división mandada por el almirante francés Dumanoir.
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Cuando este jefe francés desertó, Valdés reunió dos navíos franceses y uno español, con los cuales se arrojó a lo más encarnizado de la pelea, salvó dos navíos que estaban a punto de ser apresados y él cayó en la refriega, lleno de heridas, sobre el alcázar de su navío, al derrumbarse el palo de mesana, que le hirió en la cabeza y nuca, dejándole sin sentido.



El Neptuno fue remolcado por el navío ingles Minotaure, que puso a su custodia una guarnición inglesa de cincuenta a sesenta hombres, pero al aproximarse la división salida de Cádiz el día 23, fue rescatado, haciendo derrota hacía aquella ciudad; recibió durante breve tiempo remolque de la fragata francesa Hortense, pero ésta hubo de abandonarle por haberse roto el cable, siendo empujado por las olas a las inmediaciones del Puerto de Santa María, donde recibió los auxilios que se acaban de detallar.



El aprecio que él hizo de los sucesos posteriores al combate se refleja en este párrafo con que termina su parte oficial, rendido el dos de noviembre al almirante Gravina:



<<Desde que perdí el sentido hasta el último momento de abandonar el navío ocurrieron tales sucesos, según ha llegado a mí noticia, durante los cuales hubo tal orden, obediencia y disciplina, que contribuyó en mucha parte el logro del desembarco de mi gente, que les hace más honor que el mismo combate, por lo que considero dignos de las gracias de S.M. y recomendación de V.E.>>.



Alcalá Galiano, en sus Memorias, asevera:



<<Ya se sabía que el combate había sido tremendo y grande, el destrozo de nuestra escuadra y de la francesa, si bien se afirmaba con poca verdad haber sido mayor el de los ingleses.



Aún corría la voz de haber sido nuestra la victoria.



Y en el deseo de que esto fuera cierto, dábase el destrozo de los navíos (que estaban a la vista) por obra del temporal, sobrevenido de pronto>>.
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El capitán de Sevilla, por su parte, recoge la inquietud de aquel día y los posteriores, con estas palabras sencillas e impresionante:


<<El espectáculo que presentaba Cádiz en los cinco o seis días que siguieron al del combate, era en verdad desgarrador. No sólo estaban las playas cubiertas de cadáveres, que la diligencia de las autoridades no bastaba a retirar, pues siempre salían más y más, mezclados con jarcias y otros fragmentos de buques, sino que eran numerosísimos los fallecimientos de heridos de las tres naciones que allí sin distinción se habían recogido>>.



Don Adolfo de Castro, en su Historia de Cádiz y su Provincia, se hace eco de aquellas jornadas con estas sencillas y emotivas palabras:



<<El sentimiento de la caridad más viva despertóse en los gaditanos con la contemplación de un espectáculo tan terrible. Desde el muelle, por las calles Nueva, de Juan de Andas, cobos San Carlos y Sacramento, hasta el Hospital Real, las gentes detenían a los que conducían a los heridos para ofrecer a éstos caldos, vino cigarro y toda clase de obsequios. No distinguían los gaditanos si los eran españoles o franceses, o si eran de enemigos que habían caído prisioneros. Las mujeres en primer término se veían salir de sus casas a ejercer estos actos de filantropía. Solano indicaba lo que la caridad exigía para con los amigos y para con los contrarios; la población entera respondía a sus nobles sentimientos con el afán de emularlos>>.



En la Oración fúnebre a los héroes de Trafalgar, pronunciada por el cura de la parroquia Santa Cruz, don Manuel de Cos, que se celebro a instancias e iniciativa de los generales, don Federico Gravina y mister Rosily y el de la plaza marqués de la Solana, celebrada el 21 de noviembre, se encuentran estos interesantes pormenores:



<<Como muchos venían muy gravemente enfermos, fue preciso llevarlos en sus mismas camas. Aquí fue donde dieron a conocer su generosa compasión los moradores de Cádiz, principalmente los individuos de la ilustre cofradía de la Caridad. Ellos llevaron sobre sus hombros a los más agravados, los auxiliaron con cuentos socorros podían necesitar y no los desampararon hasta ponerlos en manos de otros tan caritativos como ellos, que los han asistido hasta el fin de la curación>>.
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Un último testimonio de lo escrito por don Antonio Alcalá Galiano en sus Recuerdos de un anciano:


<<Fue aquella la primera ocasión en España durante los dilatados años en que se notó lo llamado espíritu público o digamos tomar parte y aun empeño los individuos privados en un suceso público, e interés por personas con quienes no tenían relaciones de clase alguna>>.



El almirante Collingwood se interesó caballerosamente por la situación de los heridos españoles a quienes los medios de que disponían en los navíos y en los hospitales de Gibraltar no permitía atender debidamente, dirigiendo un parte al marqués de la Solana:



<<Con el fin de poder aliviar las dolencias de los heridos que tengo en mi poder, he enviado un parlamento al marqués de la Solana, ofreciéndole la entrega de los heridos. No es posible pintar la gratitud que me ha mostrado por este acto de humanidad: el marqués de la Solana me ha enviado un barril de vino y tenemos libre comunicación con tierra. Juzgue usted cómo estaremos aquí por este hecho: el marqués me ha ofrecido los hospitales para mis heridos, poniendo éstos bajo la salvaguardia y el cuidado del honor español. Nuestros oficiales y marineros que han naufragado con las presas han sido tratados con la mayor bondad; la población les daba vino, pan y cuantas frutas había; los soldados dejaban sus camas para dárselas a nuestra gente. En cuanto he sabido que el capitán Argumosa, del navío Monarca, se hallaba prisionero a bordo del Leviathán, he mandado quedase libre bajo palabra, siendo conocido mío de muchos tiempo>>.



El parlamentario que envió al marqués de la Solana llevaba esta carta del almirante ingles, que no necesita comentario:



<<Fragata Euryalus, frente a Cádiz, 27 de octubre de 1805. Señor marqués: Siendo considerable el número de los súbditos españoles heridos en la última acción del 21 del corriente, entre la escuadra británica y la combinada española y francesa, la humanidad y mis deseos de aliviar sus padecimientos me impelen a ofrecer a V.E. su libertad, con el fin de que puedan ser debidamente atendidos en los hospitales de tierra, con tal que V.E. envíe buques para recogerlos, un oficial autorizado para dar recibo de su entrega y que V.E., en su contestación a mi carta, los reconozca como prisioneros de guerra que han de canjear, sin poder, hasta entonces, volver al servicio. Permítame V.E. asegurarle de mis alta consideración con la cual soy suyo, etc. etc., Collingwood>>.
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La respuesta del marqués fue la siguiente:


<<Excelentísimo señor: La carta que V.E. se ha servido dirigirme con fecha de ayer, me ha sido entregada hoy por un parlamentario. Es para mí una prueba más que a V.E. le distingue tanto sus sentimientos humanitarios como su valor en el combate. Lo que V.E. propone en alivio de los desdichados que se hallan en su poder honra tantos sus sentimientos de generosidad, que he resuelto, de acuerdo con el general Gravina, que cuando mañana, si el tiempo lo permite, se presenten las fragatas de la escuadra combinada a recibir nuestros heridos, lleven a V.E. todos los oficiales y demás individuos de la escuadra inglesa que han caído prisioneros después de la acción y que se hallan en este puerto.



Al enviarlos a V.E. me atrevo a suplicarle que tenga a bien dar asentimiento a un canje de prisioneros que tenía concertado con el almirante Orde y lord Nelson, cuya muerte he sabido con sumo sentimiento, ruego a V.E. otorgue su anuencia, que no sean solamente los heridos los que vuelvan a esta población, mas también los demás prisioneros españoles y franceses, principalmente el jefe de escuadra, Cisneros y otros comandantes, que añadirán el homenaje de su gratitud al que ya pagan al valor de V.E.



Este es el mayor favor que puedo recibir de V.E. y puedo darle la seguridad que todos aquellos ingleses que no pueden volver al momento a la escuadra del digno mando de V.E., que serán los que no pueden ejecutar por la asistencia que necesitan todavía, irán en cuanto lo permitan la convalecencia de sus heridas que han sufrido en el naufragio; y V.E. puede estar bien seguro que mientras estén en tierra española serán asistidos con la lealtad y liberalidad que corresponden a la hidalguía castellana.



Añadiré que si V.E. cree que sus heridos pueden estar mejor asistidos en tierra, tendré el mayor gusto, y me haré un deber de proporcionarles todos los medios para que curen aquí, si V.E. quiere confiármelos. V.E. más que ningún otro, es juez del modo con que saben batirse mis compatriotas, y me hará desde luego S.E. la justicia de creer que el honor español es digno de que se le dispense esa hermosa confianza. Repito a V.E. las seguridades de la alta consideración con que tengo el honor de decirme su más atento Q.B.S.M. El marqués de la Solana>>.
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Esta carta, digna de figurar en cualquier antología de la caballerosidad española, llevaba la siguiente posdata:



<<Doy a V.E. las gracias por las noticias que me ha dado de los señores Villeneuve y Cisneros. Un enemigo tan generoso como V.E. tendrá sin duda gusto en saber que los generales Gravina, Álava y Escaño van mejorando y que las heridas que han recibido no parecen ser de cuidado. Acabo de ver al general Álava, que me ha encargado (mientras que su salud no le permite hacerlo él mismo) manifieste a V.E., en su nombre la sentida gratitud que tributa a la generosidad y a la bondad con que V.E. le ha tratado, por lo cual le conservará eterna memoria, como asimismo por las atenciones y consideraciones que han usado con él los oficiales de la escuadra inglesa>>.



Pero no quedó en esto el rescate de los heridos, sino que prosiguió durante días sucesivos, habiendo sugerido el almirante Collingwood algunos medios para aliviar su traslado, como puede colegirse por la siguiente comunicación del marqués de la Solana:



<<Cádiz, 1 de noviembre. Excelentísimo señor: Mi ayudante me ha enterado que con el fin de facilitar la entrega de los heridos del modo más conveniente y de menos penalidades para ellos, deseaba V.E. que los buques de su escuadra en que vienen embarcados puedan sucesivamente acercarse al puerto y que de nuestra parte salgan buques para recibirlos. Nada demuestra más los sentimientos de humanidad de V.E. que esta proposición y nada más fácil de ejecutarse; mas como no alcanzaban a tanto mis facultades de mando, he tenido una conferencia con los almirantes Rosily y Gravina, y éstos no han puesto ningún reparo; así tengo el honor de decir a V.E. que puede mandar cuando guste que se lleve a efecto lo que tiene propuesto.



Quisiera poder expresar a V.E. mi gratitud por la generosidad y bondad que sigue dispensando a los españoles y ruego a V.E. quede bien persuadido que igual asistencia se presta a los soldados ingleses que se encuentran en territorio nuestro, y se les prestará mientras permanezcan en nuestro cuidad. Marqués de la Solana>>.
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En Elogio de don Antonio Escaño de don José de Vargas Ponce; Editorial Naval 1962, se leen estas anotaciones del Diario del navío Príncipe de Asturias:



“Día 26. Al mediodía avisó el vigía que se acercaban con banderas de parlamentario una fragata inglesa y poco después llegó un bote con pliegos del almirante Collingwood, que se hallaba cruzando delante del puerto, los que dieron motivo a que en iguales términos salieran al día siguiente dos fragatas y un bergantín francés a llevar prisioneros de los navíos perdidos en la costa y a conducir nuestros heridos.



Día 27. Se acercó al puerto una fragata inglesa con bandera parlamentaria y después mandó a tierra un bote. (Esta vez no se anota el motivo del parlamento).



Día 30 y 31. Entró el bergantín francés con heridos y al día siguiente lo verificaron dos fragatas”.



El día 29 don Antonio Escaño, dirigía una comunicación al Príncipe de la Paz, diciendo:



<<Aunque supongo que el comandante general de la provincia, gobernador de esta plaza, dará a V.E. cuenta del parlamento ocurrido ayer con la escuadra enemiga que cruza delante de este puerto y que aún esta abierto, debo no obstante, participar a V.E. de la ocurrencia por mi parte, facilitando a los medios de convenir la recolección de los heridos españoles que avisa el contralmirante Collingwood tener en gran número los siete navíos nuestros que mantiene en esta agua apresados y al efecto se han enviado barcos del país al abrigo de la fragata Themis y oficiales nuestros que fueron comisionados para el mejor orden y firma de las relaciones, según que por menor juzgo dará parte a V.E. el expresado gobernador>>.

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Por una comunicación sin firmar fechada en la Real Isla de León, el mismo día 29, sabemos que:


“Hoy (29 de octubre) se aproximó al castillo de San Sebastián una fragata de guerra inglesa parlamentaria y salieron dos fragatas de guerra francesas para transbordar a ellas los ochocientos heridos de cuatro navíos españoles y franceses que están en poder del enemigo y a los que vinieron ayer de parlamento acompañados de un ayudante del Gobierno por parte de la plaza y de otro de la escuadra española”.



Para complementar la información transcribiremos estas notas del extracto del Diario de la Mayoría General:



“Día 28.—Se vio un bote ingles parlamentario y sus oficiales trajeron pliegos para el gobernador.


Día 29.—Se van a embarcar los ingleses prisioneros para conducirlos a las fragatas francesas que deben salir a recoger los heridos de nuestra escuadra”.



La cronología exacta de lo ocurrido en estos días posteriores al combate, parece ser la siguiente:



Día 27.—El almirante Collingwood escribe, probablemente al atardecer, al marqués de la Solana, proponiendo la entrega de los heridos, con las condiciones ya expresadas en su carta.


Día 28.—El capitán general de Andalucía recibe el pliego del almirante británico y lo contesta. Este mismo día debió llegarle la respuesta a Collingwood.


Día 29.—Se aproxima al castillo de San Sebastián una fragata británica de guerra portadora de los ochocientos heridos (ya descrito). Salen en busca de los heridos dos fragatas francesas, que a su vez llevan a los prisioneros británicos.
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Por parte de la plaza les acompaña don Guillermo Valverde, el cual entrega el siguiente documento de garantía, conforme a lo convenido:



“Yo don Guillermo Valverde, autorizado por el excelentísimo señor marqués de la Solana, capitán general de Andalucía y de Cádiz, para recibir de la escuadra los prisioneros heridos y las personas que puedan ser necesarias para su asistencia y cuidado, declaro que la libertad de los heridos está consentida por parte del comandante en jefe de la escuadra británica, bajo la absoluta condición de que ninguno de los prisioneros pueda ser empleado al servicio de la Corona de España, tanto por mar como por tierra contra Inglaterra, hasta que haya sido canjeado. Firmado a bordo del buque de S.M.B. Euryalus, en la mar a 30 de octubre de 1805. Guillermo Valverde, ayudante de S.E.”.



En la carta de Solano a Collingwood se formula el deseo de que se lleve a efecto el canje de prisioneros que tenía concertado antes de la acción con el almirante Ore y lord Nelson.



Día 30.—Regresó el bergantín francés que , según el Diario del navío Príncipe de Asturias, había acompañado a las fragatas. La salida y regreso de este buque no consta, hasta el presente, por ningún otro documento.



Día 31.—Según la misma fuente informativa, regresan las dos fragatas, pienso que de un segundo viaje, por no ser presumible que invirtieran dos días en ir y volver a Cádiz”.



Entre los buques recobrados por los navíos que obedeciendo las órdenes del general Escaño, salieron a la mar en medio de una terrible tempestad, figuró el Santa Ana, salvado por el capitán de navío francés Julio María de Cosmao Kerjulien. A bordo del buque estaba gravemente herido el pundonoroso general don Ignacio María de Álava. Este hecho dio lugar a una reclamación del almirante Collingwood, la cual estaba redactada en los siguientes honrosísimos términos, tanto para el que la recibía como para el que la formulaba:
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