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Combate naval de Stromboli, 1676 / I / 08


Este combate tubo lugar en las proximidades de la isla que le da el nombre, perteneciente al grupo de las Lípari, en el que se enfrentaron por una parte una escuadra holandesa y española, contra una francesa, al mando del vicealmirante Duquesne, estando la aliada al mando del gran almirante holandés De Ruyte.


La visión de expansión del Rey Sol, le había llevado a hacerse el dueño de las aguas de la isla de Sicilia.


Por otra parte, la monarquía española esta en una de sus horas más bajas, por lo que prácticamente no habían buques que pudieran oponerse al naciente poder de la Francia de Luis XIV, además de perseguir los dominios españoles, para sí hacerse con la corona de España, ante la grave situación de nuestro monarca, que era patente y manifiesta.


Para hacer frente a esta situación, se puso en contacto la monarquía española con la holandesa, para que se alquilaran unos navíos, para poder hacer frente al poder de los franceses. Ya dos años antes viendo que no nos era posible otra opción, se había concertado un tratado de alianza entre los dos países y con la garantía de que se pagaría hasta el último real, de la ayuda prestada por los holandeses a España.


Por ello el Gobierno holandés convino el enviar una escuadra a requerimiento de España, por ello con fecha del mes de julio del año de 1765, se realizaron los preparativos convenientes y se designó como jefe de la escuadra, al no menos famoso almirante holandés y uno de los mejores marinos del mundo en el siglo XVII, que no era otro que Michiel Adriaan de Ruyte, que ya se había distinguido en las combates de la guerra de 1672 y 1673.


Como está petición venía en un momento crítico para los holandeses, ya que se encontraban exhaustos de la guerra pasada y ya no podían mantener sus grandes escuadras, solo se pudo concentrar una pequeña compuesta por dieciocho navíos y cuatro brulotes, que una vez reunida se hacía a la mar el día veintinueve de julio del año de 1676.


Sobre mediados del mes de agosto, los franceses atacaron y conquistaron la ciudad de Agosta, que se halla en la costa oriental de la isla de Sicilia, que por falta de buques, los españoles no pudieron socorrerla y de ahí su fácil victoria; mientras esto sucedía De Ruyte, se hallaba de viaje a la bahía de Cádiz, donde llegó el día veintiséis de septiembre.
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Es esta plaza estuvo De Ruyte esperando a que se le uniera una prometida escuadra española, pero cansado de esperar, zarpó de Cádiz, con rumbo a Barcelona, allí se encontró con un sólo navío del porte de 50 cañones. (Toda una escuadra)


Mientras tanto, en aguas de Sicilia, la escuadra española que se encontraba allí guardando lo que se podía, al mando del conde de Montesarchino y compuesta por quince navíos, le cogió un temporal al estar doblando el cabo de Messina, lo fue tan duro que se perdieron ocho de los buques y los restantes muy mal parados por su efectos, consiguieron llegar y fondear en la plaza de Palermo.


De Ruyte se hizo a la vela desde el puerto de Barcelona a últimos del mes de noviembre, con rumbo a Cagliari, donde al llegar realizó un carga de víveres frescos y volvió a zarpar con rumbo a Melazzo, a donde lanzo las anclas el día veintitrés del mes de diciembre, pero lo hizo con el grueso de la escuadra, pues en el trayecto se desató un temporal, que obligó al vicealmirante Jan van Haen, a desviarse del rumbo por no aguantar la mucha mar, viéndose obligado a alcanzar el puerto de Palermo, justo el mismo donde estaba reparándose a los restos de la escuadra española al mando del conde de Montesarchino.


En Melazzo, De Ruyte se encontró con una división de galeras españolas compuesta de nueve naves y con una de ellas mando aviso a De Haen y Montesarchino, con la orden expresa de que se reunieran con él en Melazzo, acción que el holandés pudo cumplir inmediatamente al haber mejorado el tiempo, pero no así el conde de Montesarchino, ya que sus buques aún no estaban listos para poder hacerse a la mar, pues la mayoría seguía con las reparaciones, sobre todo de su arboladura que había deshecho el temporal sufrido.


Enterado de la proximidad de una escuadra francesa, De Ruyte se quiso hacer a la mar, pero por la época del año, en que reinan vientos contrarios en el estrecho de Messina, lo convertía en una misión casi imposible de realizar, por ello decidió el poner rumbo a la boca del estrecho y las islas Lípari, con la táctica de aprovechar los vientos favorables y salir al encuentro de la escuadra enemiga.


El día siete de enero del año de 1767, se encontraba De Ruyte con su escuadra en las aguas de la isla de Stromboli, que a su vez es la más septentrional del grupos de las Lípari, con las primeras luces del día se avistó a la escuadra francesa, de la que por otra parte no hay datos exactos de su composición, pues difieren las distintas fuentes, pero para centrar el tema, es seguro que estaba formada de entre veinte y veinticuatro navíos, de 50 a 80 cañones más seis brulotes.
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La escuadra de De Ruyte, estaba compuesta de dieciocho navíos, de entre 54 a 76 cañones, junto con el navío español Rosario de 50, cuatro brulotes de procedencia holandesa y nueve galeras españolas.


Hay que decir, que con independencia de la cantidad con que estuviera formada la escuadra francesa era muy superior, a parte, de que en esa época los navíos franceses también lo eran por las diferencias de construcción a los holandeses y españoles, pues era más robusta y estaban mejor armados; la única ventaja que en esos momentos existía por parte de la escuadra aliada, es que al soplar el viento del Sur se encontraban a barlovento de la enemiga.


A pesar de mantener esa posición la escuadra aliada y casi pasar al alcance de la artillería, no se disparo un solo tiro por ninguna de las dos partes, limitándose a observarse y maniobrar con destreza, a pesar del poco viento reinante, pero logrando el colocarse en paralelo a la escuadra francesa, conservando el barlovento y navegando al mismo rumbo, o sea que parecían dos columnas de la misma armada.


Se supone que De Ruyte, no atacó al no tener casi viento, esto le impedía el maniobrar con soltura y por ello, esperando un cambio de dirección de él o que aumentara su fuerza, no se atrevió a entablar combate, arriesgando innecesariamente a su escuadra.


El esperado cambio de viento, ocurrió ya anochecido, cuando comenzó a soplar del oessudoeste, lo que se tradujo inmediatamente, en que al levantarse la mar, las galeras se volvieron a ver en apuros, por lo que se les ordenó que buscaran una ensenada apropiada, para poder pasar el temporal.


En la amanecida del día ocho, se encontraron las escuadras separadas por unas cuatro millas, pero al seguir rolando el viento a lo largo de la noche, en esta ocasión los franceses estaban a barlovento, recibiendo el viento por su aleta de estribor.


La escuadra francesa estaba compuesta; por la vanguardia, al mando del jefe de escuadra Preuilly d’Humières, el centro, al mando del jefe de la escuadra Duquesne, y la retaguardia, al mando del jefe de escuadra Gabaret.


La escuadra aliada se componía de; vanguardia, al mando del contralmirante Verschoor; el centro al mando de De Ruyte y la retaguardia; al mando del vicealmirante De Haen.


Sobre las 0900 horas, en que ya se habían aproximado los franceses, realizaron una maniobra poco usual en aquellos tiempos, aunque unos siglos después otros le siguieron, pero teniendo más éxito que él.
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Pues la aproximación se realizaba en posición oblicua a la escuadra aliada, pero los grandes riesgos de esta maniobra se verían pronto, por que además de produjo una descoordinación en el ataque, pues al ir con esa inclinación, ellos no podían abrir fuego, mientras que los aliados, les estaban tirando con todas sus fuerzas, ello ocasionó el recibir un mortífero fuego.


Por ello y a pesar de ello, prosiguieron con su avance, siendo la vanguardia, al mando de Preuilly, la que se llevó la pero parte, pues fue la primera en arribar, pero al llegar a la posición de tiro, quisieron orzar para presentar sus costados a los aliados, pero al estar tan castigadas sus arboladuras, no pudieron hacerlo con orden, lo que provoco un apelotonamiento de sus propios buques, que incluso llegaban a estorbarse entre ellos para poder batir al enemigo, pero mientras esto ocurría, por la parte de los aliados no se perdía ocasión ni bala que no fuera a dar en algún lugar de la muralla de madera que se había formado, por lo que como pudieron, algunos de los navíos franceses fueron orzando y virando para salir de aquel terrible lugar.


Unos minutos después, llegaba el centro al mando de Duquesne, que con mucha mejor práctica, a pesar de lo arriesgado de la situación, logró el orzar y presentar sus costados a los de De Ruyte, aunque al llegar ya estaba muy mermado de capacidad combativa.


Un largo rato después, consiguió llegar la retaguardia francesa, que lo hizo en las mismas condiciones que su jefe, pero al ya estar toda la escuadra al completo presentando combate, comenzó a hacerse sentir la superioridad de sus buques.


El combate tubo lugar exactamente en el paso del canal, entre la isla de Stromoboli y Salina, fue de una dureza encarnizada, además de su larga duración, pues se estuvieron algo más de diez horas, desde el principio al fin de él.


Ante la presión de los franceses, De Ruyte, se mantuvo siempre replegándose sobre la costa, ya que conforme se iban dando por desarbolados los buques aliados, estos perdían poder de fuego y así se sentía mucho más la presión de los enemigos.


Lo que además produjo, que la retaguardia de los aliados, se quedara casi a solas y separada del cuerpo principal de su escuadra; esta división era la que mas había sufrido el fuego de los franceses, por ello sus buques estaban en muy mal estado, por lo que Tourville con cuatro de sus navíos, realizó una maniobra para tratar de doblar por la popa del último buque aliado, para así cogerlos entre dos fuegos y aniquilarlos.
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Pero viendo Gabaret la maniobra, con parte de sus navíos siguió la acción de su compañero, pero no llegaron a poderla realizar, al estar sus propios buques con graves daños en la arboladura, lo que les impidió el conseguirlo, pues sus maniobras eran lentas, a parte de que el viento volvió a bajar de intensidad.


Mientras tanto en el centro se desarrollaba otro enfrentamiento, Duquesne, ordenó el lanzar a sus brulotes sobre los aliados, pero especialmente contra el navío insignia de De Ruyte, el Eendrach, que era un tres baterías de 76 cañones, pero éste con gran habilidad se fue deshaciendo de todos ellos, por lo que no se obtuvo ningún resultado favorable.


Sobre las 1630 horas, el combate fue decayendo en intensidad, incluso el centro y la vanguardia, casi ya no se cañoneaban, aunque en la retaguardia se siguió durante un tiempo el enfrentamiento, pero ya con los mismo resultados.


Ya de anochecida, volvió a caer por completo el viento, lo que de nuevo obligo a las galeras a aproximarse y lanzando cables dar remolque a los navíos aliados, pero en esta ocasión tuvieron que desafiar bravamente, los cañonazos que si bien eran sueltos y descoordinados, se le hicieron para que no pudieran salvar a sus navíos.


Estos estaban muy castigados, sobre todo en sus arboladuras, lo que les impedía el realizar ninguna maniobra, a parte de la caída del viento, pero sobre todo dos de ellos, se hallaban con mucha agua en sus bodegas y por orden de De Ruyte, fueron los primeros en ser retirados por las atrevidas galeras.


Pero los franceses no estaban en mejores condiciones, pues habían recibido el castigo inicial de esa novedosa maniobra, que ya los había dejado casi fuera de combate y que solo se salvaron por la calidad de su construcción, pero que al estar tan dañados, les impidió el conseguir una victoria total, como ya se ha descrito.


Aún asegurando los holandeses el haber echado a pique a uno de los navíos franceses, Duquesne se arrogó la victoria y así a pasado a la Historia, pero por lo leído y descrito, es más bien un empate técnico, pues si bien la construcción de los navíos franceses y su armamento era superior, la táctica de De Ruyte evitó un desastre total a la escuadra aliada.


Aunque no hay que olvidar, que las galeras en ningún momento entraron en combate, pero con sus denodadas acciones, consiguieron a riesgo de ser hundidas el sacarlos de él, evitando con ello el que los navíos aliados fueran hundidos o apresados; por ello son las grandes olvidadas, pero que sin ellas el final hubiera sido muy distinto.


Las pérdidas humanas fueron considerables por ambos combatientes, ya que el encuentro se había realizado a muy corta distancia y durante larguísimas horas.





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