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Combate naval de Agosta IV / 22 / 1676


Este combate naval, tuvo lugar en las aguas de puerto y ciudad que le da nombre, situado en la parte oriental de la isla de Sicilia en la provincia de Siracusa, el día veintidós de abril del año de 1676, entre una escuadra francesa, al mando del almirante Dusquesne y la hispano-holandesa, al mando del almirante holandés De Ruyter.


La visión de expansión del Rey Sol, le había llevado a hacerse el dueño de las aguas de la isla de Sicilia, por que sus habitantes se levantaron contra la monarquía española, esto propició el envío de fuerzas navales francesas, para apoderarse de esos territorios españoles desde hacía varios siglos.


Por otra parte, la monarquía española esta en una de sus horas más bajas, por lo que prácticamente no habían buques que pudieran oponerse al naciente poder de la Francia de Luis XIV, además de perseguir los dominios españoles, para sí hacerse con la corona de España, ante la grave situación de nuestro monarca, que era patente y manifiesta.


Para hacer frente a esta situación, se puso en contacto la monarquía española con la holandesa, para que se alquilaran unos navíos, para poder hacer frente al poder de los franceses. Ya dos años antes viendo que no nos era posible otra opción, se había concertado un tratado de alianza entre los dos países y con la garantía de que se pagaría hasta el último real, de la ayuda prestada por los holandeses a España.


Por ello el Gobierno holandés convino el enviar una escuadra a requerimiento de España, por ello con fecha del mes de julio del año de 1765, se realizaron los preparativos convenientes y se designó como jefe de la escuadra, al no menos famoso almirante holandés y uno de los mejores marinos del mundo a lo largo de la Historia, que no era otro que Michiel Adriaan de Ruyte, que ya se había distinguido en las combates de la guerra de 1672 y 1673.
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Como está petición venía en un momento crítico para los holandeses, ya que se encontraban exhaustos de la guerra pasada y ya no podían mantener sus grandes escuadras, solo se pudo concentrar una pequeña compuesta por dieciocho navíos y cuatro brulotes, que una vez reunida se hacía a la mar el día veintinueve de julio del año de 1676.


Sobre mediados del mes de agosto, los franceses atacaron y conquistaron la ciudad de Agosta, que se halla en la costa oriental de la isla de Sicilia, que por falta de buques, los españoles no pudieron socorrerla y de ahí su fácil victoria.


Pero por haber finalizado el contrato anterior, los holandeses se habían retirado de esas aguas.


Por lo que otra vez acuciada la monarquía española, logró el que firmase otro acuerdo por una duración de solo seis meses, por lo que el día veinte de marzo del año de 1676, arribó De Ruyte con su escuadra a al puerto de Melazzo.


Ya reunida la escuadra holandesa con la española, se decidió atacar a Messina, con los efectivos de un ejército español, consiguiendo llegar a esta población y el día veintisiete de marzo se comenzó el desembarco del ejército, que apoyado por el fuego de las galeras españolas, consiguieron en poco tiempo el desembarcar a los tres mil infantes y seiscientos caballeros, por lo que en poco tiempo consiguieron conquistar la fortaleza que dominaba la ciudad.


Pero el duque de Vivonne, que se encontraba en las cercanías, al oír los estampidos de la pólvora, se puso en movimiento con unos cuantos de sus navíos, por lo que las galeras se vieron pronto superadas, tomándose la decisión de reembarcar al ejército y regresar al puerto de partida, perdiendo en esta operación a unos trescientos hombres.


Por lo que De Ruyte, se puso en marcha, con rumbo a Agosta, para atraer sobre él a la escuadra francesa, consiguiendo el llegar el día veinte de abril.
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Mientras tanto el almirante Duquesne, conocedor de que la escuadra aliada se encontraba en esas aguas, había zarpado de Messina con rumbo a Agosta.


Por ello en la madrugada del día veintidós, la escuadra combinada hispano-holandesa, también conocedora de que la francesa había abandonado el puerto de Messina, ya estaba en rumbo de vuelta encontrada con la enemiga, consiguiendo el avistar las velas, como a unas nueve millas de distancia y sobre el Norte del puerto de Agosta.


La escuadra francesa estaba compuesta por treinta navíos, a costumbre de la época, divididos en tres cuerpos, en la vanguardia estaba al mando de Lamerías, el centro a las del propio Dusquesne y la retaguardia a las de Gabaret.


Por parte de la escuadra combinada, se reunían veintidós navíos, diez de los cuales eran españoles y nueve galeras también españolas, compuesta igualmente que la gala, en tres cuerpos, aunque las galeras formaban uno a parte, por lo que en realidad eran cuatro divisiones, las que la componían.


La formación curiosamente era; la vanguardia holandesa al mando de De Ruyte, el centro formado por la española, al mando del marqués de la Cerda y en la retaguardia, el resto de la holandesa al mando de De Haen.


Se llegó al contacto sobre las 16 horas, cuando De Ruyte, con su extremado valor, se dirigió con sus buques contra la escuadra francesa en total derechura.


Pero el centro o escuadra española, dudó su jefe y no siguió a De Ruyte, limitándose a mantener una distancia, en la que si que realizó un intenso fuego sobre los franceses, pero algo ineficaz por la distancia.
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A lo que se añadió, que la retaguardia no tomó contacto con los franceses hasta pasadas las 17 horas.


De Ruyte, enarbolaba su insignia, en un magnifico navío de 80 cañones, con el nombre de Concordia, con el cual se estaba enfrentando al navío francés Magnifique y a punto de cortar la línea gala, cuando cayó herido de muerte el almirante holandés, pues un proyectil le seccionó el pie izquierdo, con fractura de la misma pierna, pero al ocurrir este hecho, que fue en el principio del combate, la propia tripulación del navío holandés, dejó prácticamente de obedecer órdenes, por lo que se generalizó la confusión en toda la línea.


Duquesne, siempre vigilante, se apercibió de que algo grave había ocurrido en el navío insignia holandés, por lo que ordenó que su navío, el Saint Esprit se dirigiera al Concordia, al que le siguió el después famoso almirante Tourville, pero el segundo jefe holandés De Haen, consiguió el meter su navío, el León, en el centro para proteger al de su jefe, y al que seguían el resto de sus buques de la retaguardia, por lo que los franceses desistieron al ver reforzado el centro del combate.


El combate prosiguió hasta el ocaso, cuando ya era imposible el seguir la pelea, pero los resultados de él, son muy confusos, pues por los informes de los almirantes respectivos, los dos ganaron, por lo que es dudoso su desenlace.


La realidad nos dice, que si bien los franceses consiguieron acabar con el mejor almirante de ese siglo holandés, no es menos cierto, que en su escuadra se encontraban, buques muy superiores a los de ellos, pues ninguno era inferior a 60 cañones y entre ellos habían dos de tres baterías, lo cual deja de manifiesto que se emplearon muy a fondo, para contrarrestar la diferencia de poder de los franceses.


Por parte de los españoles, las distinción como siempre fue la actuación de las galeras, pues a pesar de lo recio del combate, en el que se estaban empleando al máximo los dos contendientes, al ver que varios navíos de los holandeses habían sido desmantelados y a merced del enemigo, penetraron en el centro del combate, desafiando todo el fuego cruzado de unos y otros, logrando lanzar guías, que fueron recogidas con cables, y que a remolque de ellas consiguieron el sacar a cuatro de ellos, cuando ya se daban por perdidos.
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De los galeones españoles, destacaron los nombrados Santiago y San Bernardo, que siguieron a la vanguardia y pelearon como los mejores a pesar de su inferioridad; del resto mejor no hablar, pues no fueron acertados en la maniobra, por que ellos solos se apelotonaron y no pudieron efectuar ni siquiera un fuego de apoyo, ya que ellos mismos se interponían, lo que a todas luces impedía a sus compañeros el abrir el fuego.


Las dos escuadras quedaron muy maltratadas, sobre todo los navíos holandeses de la vanguardia, que al principio del combate recibieron el fuego de casi toda la escuadra francesa.


Por ello los jefes de la escuadra combinada, decidieron el arrumbar al puerto de Siracusa, pues en el estado en que se encontraban si se levantaba viento, se podían ir muy bien a pique; al arribar se pusieron a trabajar para recomponer lo imprescindible, una vez realizado, levaron anclas y se hicieron a la mar con rumbo a Palermo, donde arribaron y fondearon.


Hay como siempre una curiosa opinión de Mahan, que como en su gran obra, siempre es un favorecedor de los españoles, pues como siempre explica, que se debió hacer caso a De Ruyte, que según este escritor, pidió el que se mezclaran los galeones españoles con los holandeses y que al no hacerlo así, pues los españoles como siempre hicimos perder el combate a los holandeses.


Como opinión de un táctico naval no está mal, sobre todo para el mercado anglosajón, pero en la nuestra, sencillamente los españoles en esos momentos no eran de lo mejor que había, ni su buques estaban a la altura de las necesidades, ni si quiera de lo que habíamos tenido y de lo que vendría después, por lo tanto, puede que tenga algo de razón, pero no como si fuera la palabra del mejor marino del mundo y el más experto, ni nada que se le parezca pues seria pura casualidad, pero en fin lo dejo aquí dicho, para que así se tengan más opiniones, aunque algunas he de reconocer, que me cuesta el hacerlo, pero todo sea por la verdadera historia.


Lo que si está demostrado, es que de resultas de las heridas, el almirante holandés De Ruyte, que esta considerado como uno de los mejore de todos los tiempos, falleció el día veintinueve de abril de este año de 1676, en la ciudad de Siracusa.





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