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Nació en la ciudad de Cádiz, en el año de 1770.


Desde muy joven su inclinación fue la mar, por lo que en el mes de mayo del año de 1788, sentó plaza de guardiamarina en la compañía del Departamento de El Ferrol.


En la realización de sus prácticas de mar, se le ordeno embarcar en la escuadra de evoluciones del general Borja.


En el transcurso de esta navegación fue ascendido a alférez de fragata, por la gran impresión que causó a sus superiores, en las formas y maneras de aplicarse al estudio y la práctica.


Esta escuadra de evoluciones, recibió la orden de unirse a la del general Solano, quedando compuesta por cuarenta y cinco navíos y veinte fragatas, jamás hubo otra igual en esta época.


En el año de 1790, se le destino a El Ferrol, a prestar sus servicios en el Arsenal, pero poco después y viendo sus dotes, se le encomendó el puesto de profesor de matemáticas en el Colegio de guardiamarinas, del Departamento.


Al declararse la guerra a la República francesa en el año de 1793, se le ordenó embarcar en el navío San Hermenegildo, que era el portador de la insignia del general don Federico Gravina, que estaba al mando de una de las divisiones de la escuadra al mando del general Lángara, con la que participó en el bloqueo del puerto de Tolón, en el mes de agosto se formalizó con el ejército convencional, el sitio de la plaza.
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Unidas las escuadras de España y del Reino Unido, estando de acuerdo los ciudadanos de la plaza, se desembarcaron, entre españoles, napolitanos y piamonteses, un ejército de ocho mil hombres, que a la llegada de dos regimientos, de los de estación en Gibraltar, la fuerza quedo aumentada a catorce mil hombres.


Las fuerzas desembarcadas fueron puestas bajo el mando de don Federico Gravina y éste nombró a Figueroa como ayudante personal, éste se distinguió por su gran actividad y valor, por lo que fue nombrado oficial de enlace con el ejército británico del general O’Hara; en uno de sus desplazamientos habituales, de un cuartel general a otro, sufrió un ataque, en el que se defendió blandiendo su espada, pero recibió un bayonetazo en un muslo, aunque no fue de gravedad, pero con su acción logró salvar a cinco cañones de caer en manos del enemigo.


Por el empuje de los republicanos, se resolvió el evacuar la plaza, esta decisión tuvo sus diferencias con el mando británico, de la conducta de los españoles, el historiador francés Jurien de la Gravière dice: <<que no fue sólo dictada por la más alta política, sino por un sentimiento natural de hidalguía que con los actos subsecuentes fue lo que salvó a los desgraciados habitantes de Tolón de los horribles efectos de la evacuación emprendida bajo el cañón de los republicanos>>.


En el mes de diciembre se emprendió la retirada, que fue dirigida por el general Álava, en la que los españoles salvaron muchas vidas de toloneses que huían en dirección a la zona de embarque, entre ellos Figueroa que tuvo que dejar perder todo su equipaje, incluidos sus instrumentos, logrando al fin poder abordar al navío Mejicano, con el que regreso a Barcelona.


Por orden superior pasó a embarcar en el navío San Juan Nepomuceno, y en unión de la escuadra del general Lángara, viajaron a Liorna, para trasladar a España al duque de Parma, que venía desposarse con la infanta doña María Luisa de Borbón, que después sería reina de Etruria.
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Se le volvió a dar orden de trasbordar al navío Mejicano, siendo nombrado ayudante del general Grandallana.


Cuando los franceses atacaron la plaza de Rosas, se le otorgó el mando de la tartana Ánimas, que llevaba dos cañones de a 24, con la que estuvo batiendo el campo enemigo, después paso al mando de una balandra obusera, realizando la misma misión, que duro los setenta y un días que los franceses mantuvieron la plaza.


Uno de los días en que estaba realizando el bombardeo diario, se desató un temporal, que puso al navío Triunfante en peligro de zozobrar, lo auxilió todo lo que pudo, salvando a mucha gente, pues el buque al fin se fue a pique.


Pero aún no había acabado de realizar tan humanitaria labor, cuando se apercibió de que una bombardera estaba en parecida situación, estaba al mando de Somoza, pero a punto de llegar a su costado el buque voló, poniendo en grave peligro al suyo, pero se mantuvo por un tiempo junto a los restos para terminar de rescatar a todos los heridos y náufragos que pudo.


Por todos estos méritos, se le otorgó el ascenso a teniente de fragata, siendo destinado como ayudante mayor de la compañía de guardiamarinas de El Ferrol.


Posteriormente se le destinó al Arsenal de Cartagena, en él se le ordenó embarcar de segundo comandante del bergantín Vivo, pasando poco tiempo después a comandar el de su misma clase San León.


Con éste buque sostuvo un combate con la fragata británica Tersícole o Terpsícore, del porte de 50 cañones y que posteriormente supo que estaba al mando del capitán Nelson.


Perseguido por la fragata, pudo refugiarse en la ensenada de Bordiguera, en la costa de Génova y que tenía dos fuertes.
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Estos fuertes disponían de dos baterías de artillería, por lo que les pidió ayuda, pero éstos se la negaron, por lo que decidió, poner en tierra con los botes a parte de su tripulación, con la orden de hacerse con los fuertes, lo cual realizaron, entonces acoderó su buque bajo la protección de las baterías, que ya efectuaban disparos contra la fragata británica; Nelson se dio cuenta que por el calado no podía llegar al buque español, por lo que desembarco a parte de su gente también en ocho botes de su buque; Figueroa respondió abandonado su buque y colocando a su gente en tierra desde donde se hacía un tremendo fuego sobre el enemigo, por lo que los enemigos sufrieron graves pérdidas, decidiendo regresar a su buque y esperar mejor ocasión.


Al amanecer Figueroa mando a su gente abordar su buque, que aprovechando una calma, pasó a distancia de un cañón de la fragata británica, que por la encalmada no pudo seguirle, llegando al fondeadero de Mónaco bajo la protección de su castillo.


Al levantarse el viento la fragata enemiga pudo navegar, cuando llegó a la altura del apostadero de Mónaco, se pudo apercibir de que el bergantín San León ya se había hecho a la mar, por lo que comenzó una persecución, en la que durante todo el trayecto Nelson intento ponerse a tiro del buque español, pero el español evitaba cualquier acortamiento de distancia, así continuó hasta que Figueroa entró en el puerto de Barcelona y Nelson tuvo que darse por vencido, habiendo sufrido no pocos muertos y heridos.


Al poco tiempo se le encomendó desplazarse al apostadero de Málaga, que estaba a las ordenes del capitán general de la provincia conde de la Conquista, para servir con su buque de protección al tráfico mercante con nuestras plazas del norte de África; así como perseguir a los corsarios enemigos, con los que mantuvo varios combates, pero de todos ellos logró salir con mucha gloria, para él y para la Armada.


El día veintiocho de diciembre del año de 1798, tropezó con una división británica, compuesta de un navío el Tigre, la fragata Dorotea, que había sido española y tres corbetas de 20 cañones.
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Él con su bergantín San León, iba protegiendo un convoy destinado al Peñón de la Gomera, que se encontraba en una situación muy crítica, por falta de alimentos, pólvora y proyectiles.


En la oscuridad de la noche, él maniobró para sotaventar y así alejarse del convoy, con lo que atrajo a los enemigos y estos no se apercibieron de la maniobra, por lo que los mercantes pudieron llegar a su destino.


Al realizar la maniobra comenzó a disparar sobre los enemigos, todos le persiguieron, pero sólo la fragata podía responderle, llegando a estar tan cerca que efectuó una descarga con bala rasa, pasando inmediatamente a disparar con metralla.


La fragata enemiga, al fin pudo meterle el penol de la verga de trinquete, entre los dos palos, intimidándole a la rendición; el combate había comenzado a las 2100 y eran ya las 0200, aún así aunque desarbolado, todavía quiso en este trance echar a pique a la fragata, pero cediendo a las reflexiones de su segundo y del contramaestre, se rindió.


Fueron trasbordados a la fragata, al presentar su espada al capitán británico, éste se la devolvió. con expresiones honoríficas y le obsequió con mucha urbanidad, así como a todos los oficiales españoles y siendo alojado en la propia cámara del capitán británico.


Cuando al capitán británico se le comunicó, que Figueroa se había burlado de él, pues el convoy había llegado a su destino, montó en cólera, pero no pudo mantenerla por mucho tiempo, pues supo que se había enfrentado a un inteligente comandante español, por lo que le demostró su admiración y amistad, al bravo marino.


Fueron trasportados a Gibraltar, donde el almirante Jervis bloqueador del puerto de Cádiz, les invitó a una cena, colocando a Vázquez de Figueroa a su izquierda y a su derecha al vencedor de la escuadra francesa en Abukir, Horacio Nelson.
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Preguntó a Figueroa, que le contara los detalles del combate, en que había sido apresado; al darse por enterado, quedó totalmente complacido y dirigiéndose a él con mucha amabilidad, le dijo <<ahora volverá usted a España a mandar otra embarcación>>.


Figueroa quedó libre, sin canje, como había propuesto el almirante Jervis, logrando la misma gracia los oficiales, aunque negada de palabra; también fue obsequiado por el general O’Hara, de quien había sido el enlace en la defensa de Tolón y que ahora era Gobernador de la plaza de Gibraltar.


No obstante el almirante Jervis, le entregó una carta para el general Mazarredo, que a la sazón era el capitán general del Departamento de Cádiz, entre otras cosas decía: <<Él y sus dos oficiales principales me han hecho el favor de comer y pasar una tarde en mi casa: he tenido que admirar mucho tanto su educación como su talento e inteligencia, y tendría a fortuna el saber que por esta desgracia de la guerra no haya decaído de la buena opinión de V. E.; y por ésta, desde luego le declaro libre para el servicio, siempre que su leal y benéfico soberano tenga a bien darle destino>>.


Mazarredo, puso en conocimiento del Rey la loable conducta de Figueroa; pero Figueroa dirigió al general Mazarredo el correspondiente parte, sobre su apresamiento y pidiendo ser juzgado; comunicado al Rey, éste lo negó, diciendo <<que estaba satisfecho de su conducta en aquel encuentro>>: pero no quedó contento, por lo que de nuevo insistió en el consejo de guerra; comunicado al Rey, éste ordenó que se le diese un nuevo mando: pero continuó no estando satisfecho y volvió a pedir el susodicho consejo de guerra; nuevamente se le comunicó al Rey, y éste, ordenó se le ascendiera al grado superior.


Por lo que se le ascendió a teniente de navío y se le otorgó el mando del lugre Dafne del porte de 22 cañones.
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Los miembros de la Armada española, vieron con complacencia como uno de sus oficiales, había sido liberado por los enemigos, como un tributo de admiración a su valor en el combate; pero no menor los elogios que se le tributaron al almirante británico Jervis, por su cortesía y caballerosidad.


Se traslado a Cartagena a hacerse cargo de su nuevo buque, en el que reunió a todos los que pudo de la tripulación del bergantín apresado San León.


El conde de la Conquista, le encomendó la misión que realizaba antes del hecho ocurrido: de nuevo iba protegiendo un convoy con destino a Málaga, cuando le salieron en su derrota una fragata y un jabeque británicos, a la altura de las costas de Motril, se protegió bajo el fuego del castillo de la ensenada de la Herradura, hasta que el enemigo desengañado de lo infructuoso del cañoneo, que duro todo el día, decidió el retirarse, con lo que Figueroa logró una vez más salvar un convoy y entrar en el apostadero de Málaga sin más dilaciones.


Al ser firmada la paz con el Reino Unido, fue destinado al Estado Mayor de la Armada, que estaba en la ciudad de Madrid y cuyo jefe era don Manuel Godoy que entre otros títulos, ya era Príncipe de la Paz.


Al ser disuelto este organismo, fue creado el Ministerio de Marina, nombrándose como primer ministro al general Grandallana, siendo elegido Figueroa, para prestar sus servicios ocupando una plaza de oficial del Despacho de la Secretaría, con lo que pasaba a desempeñar un cargo en el cual , poco después comenzaría como si de una nueva carrera para él se tratara.


Al ser depuesto y expatriado el don Fernando VII y producirse el alzamiento nacional del dos de mayo del año de 1808, se creó la Junta Central, que primero por la invasión de la Capital, se desplazo a la ciudad de Sevilla y viéndose en peligro, resolvió alojarse en la Isla de León, a todos estos lugares la siguió Figueroa.
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Siempre ocupando el cargo de Secretario de la Marina, pero por la confusión que se produjo en los primeros momentos, se ocupo de las de otros Ramos de la Administración.


Cuando fue detenido el avance napoleónico frente a la Isla de León, viendo que les era imposible avanzar y conquistarla, la Junta Central comenzó a trabajar, por lo que se nombró a Figueroa Ministro de Marina, aunque como ya era costumbre en él, en un principio se negó reiteradamente a aceptar el puesto, pero ya convencido se puso a trabajar, dando prioridad a la labor de combatir al invasor.


A él se debió una parte importante de los logros de la Armada en esa época, pues fortaleció a las fuerzas sutiles, comprando buques particulares y poniéndolos al servicio de España, mantuvo con la discreción, que se podía, por la escasez de medios las comunicaciones con la América hispana, así como con las plazas del norte de África, tomando como base la bahía gaditana, que se convirtió en la base de toda la resistencia nacional.


Al mismo tiempo tuvo que realizar la labor de sacar fuerzas casi inexistentes, para intentar contrarrestar la incipiente emancipación de aquellas tierras, desplazando fuerzas y buques, que estaban siendo necesitados, para la lucha contra la invasión del territorio patrio.


En España, realizaba lo que se podía, pero por su pundonor y aún con la escasez de medios, restableció el Depósito Hidrográfico en Cádiz, por haber sido ocupado el de Madrid por los franceses; mantuvo los cursos de matemáticas superiores en los Departamentos de El Ferrol y de Cartagena, para intentar paliar las necesidades perentorias de oficiales, que estuviera preparados en la construcción de buques y para realizar las actividades del Observatorio de la Isla de León.


La Regencia le nombró presidente del Consejo Hispalense, que era el dedicado a prestar el apoyo a las guerrillas de Andalucía, suministrándoles todo lo preciso, para proseguir la guerra.
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También se le encomendó la comisión, que trataba de las conversaciones para que el Rey fuera devuelto a España.


Coordinó con los consulados del mar, para que los capitanes de mar y pilotos de la marina Real, realizasen prácticas de navegación, en los buques pertenecientes a éstos.


Atendió al reemplazo de los principales mandos y sus subalternos, de los que estaban al mando de los batallones de Marina, para que alternaran sus tiempos en tierra con mandos de mar, y gestionando la recluta de tropas, para los dichos batallones.


Presentó a las Cortes, varios y útiles, documentos y memorias, sobre las fuerzas sutiles, para que no decayera el apoyo a éstas; otras sobre el fomento de los montes y otro sobre las matriculas de Mar.


Incluyo uno sobre la conveniencia de restablecer el Almirantazgo a semejanza de otras naciones, pues así se evitarían los vaivenes de la política, en asunto tan profesional; alimento la oportunidad de crear un Consejo de Indias, que fuera entendido en aquellas tierras y otro que discernía sobre la conveniencia de las comunicaciones entre el océano Atlántico y el Pacífico.


En el año de 1812, se le encomendaron los Ministerios de Marina, de Hacienda, del de España y del de Indias, que hasta ese momento estaban separados, pero él se resistió a tan grandes honores, pero con muchas responsabilidades, pero una vez más y como siempre acabó aceptando humildemente tan relevantes cargos.


Para desempeñar todos estos cometidos, pasó por grandes apuros pecuniarios, que pudo solucionar gracias a la ayuda del embajador británico y muy especialmente de los comerciantes gaditanos, quienes le entregaban una parte de sus ingresos.
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De hecho el ejército español, al ir retirándose el napoleónico, no hubiera podido perseguirle, de no haber sido por los recursos que Figueroa, había podido reunir como fondo.


Cuando regreso el Rey “Deseado”, Fernando VII, le concedió los honores de Consejero de Estado y las condecoraciones, de las Grandes Cruces de Isabel la Católica y de la Muy Distinguida Orden de Carlos III.


Una vez más presentó, que la decadencia de la Armada se debía a los movimientos políticos, con los consabidos y distintos pareceres de los diferentes individuos que se colocaban a su mando, por lo que abogaba por la implantación de un Almirantazgo, como punto de partida para que la Armada, regresara a su antiguo ser y para tratar de evitar la pérdida de nuestros territorios ultramarinos.


Por fin lo consiguió, se estableció el Almirantazgo, colocando como presidente al Infante don Antonio y aconsejado por los generales más relevantes y de más prestigio, a la que se añadió una sala de togados, para despachar los asuntos de Justicia, que por la invasión napoleónica se habían producido.


Por la ascendencia del Infante don Antonio sobre el Rey, Figueroa pudo llevar a cabo muy útiles reformas, entre los años de 1816 y 1818, por haber dejado el Ministerio en éste espacio de tiempo.


En la famosa compra de los buques rusos, viendo que era un desvergüenza actuó con eficaz energía.


Por la influencia de algunos cercanos al Rey, se produjo la compra de cinco navíos y tres fragatas, pero se realizó sin el visto bueno del Almirantazgo, como debía de ser pertinente, por lo que no se pudieron alcanzar las garantías debidas.
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A su llegada a España de la flota al puerto de Cádiz, fueron reconocidos por los ingenieros, quienes dictaminaron la invalidez total de los buques, pues sus cascos estaba podridos y sus aparejos aún si cave peor, llegando al extremo, que en alguno de ellos, sólo las diferentes capas de pintura dadas, eran toda la protección de los cascos.


Figueroa elevó al Rey el dictamen de los ingenieros, después de haber reconocido pormenorizadamente los buques.


Como esto no gusto al Rey, pues pensaba que se le estaba engañando, inducido por la camarilla de palacio, y como Figueroa manifestase su disconformidad con el parecer del Rey y lo dudoso de la compra, éste decidió desterrarlo a Santiago de Compostela, a donde fue conducido y escoltado, por lo que el verdadero estado de los buques se ponía en duda.


Como represalia se volvió a disolver el Almirantazgo y desterrado también su decano, el general Juan María de Villavicencio.


Figueroa se quejó al Rey, de lo perjudicial que resultaba para su salud, el permanecer durante mucho tiempo en aquellas tierras tan húmedas, por lo que le pedía se le trasladase a otras menos extremas, para no empeorar a su ya delicado cuerpo.


Pero aún así tuvo que permanecer hasta mediados del año de 1820, en que por Gracia Real se le permitió regresar a Madrid.


A su llegada, lo recibió el Rey en audiencia e imprevistamente éste le nombró Consejero de Estado, siendo previamente aprobado por las Cortes, a propuesta del monarca, prestando sus servicios has que el año de 1823, de nuevo el ejército francés, al mando del duque de Angulema, invadió España a petición de Fernando VII, para poder recuperar sus poderes omnímodos y disolver las Cortes elegidas por el pueblo.
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Al ser restablecido el absolutismo y por haber prestado sus servicios con la dignidad de su persona y de su cargo, pues fue todo de lo que se le pudo acusar, por Orden Real se le volvió a desterrar, no pudiéndose acercar a menos de treinta leguas de los sitios Reales, cosa se cumplió hasta el año de 1826.


Pero el Rey que era sabedor de la lealtad de Figueroa y a pesar de estar condenado por su persona, le quiso nombrar de nuevo Ministro de Marina, pero él se negó, por lo que el Rey volvió a insistir, pero esta vez para encomendarle una importante comisión, a la que de nuevo se negó rotundamente.


Se mantuvo alejado de la Corte y en total desacuerdo con los procedimientos que ésta practicaba y hasta que el Rey no estuvo de cuerpo presente, no se acercó a la capital.


Otra vez se le propuso ocupar el Ministerio de Marina, pero una vez más (y ya no se cuantas van), se negó, aduciendo que el estado de la Armada era deplorable y él no quería ser responsable de algo que ni siquiera existía, alo que añadió la excusa de su quebrantada salud.


Pero una vez más transigió, pues fue llamado por la Reina Gobernadora, quien lo recibió en audiencia privada y con insistencia benévola, le argumentó mil y una razones para que regresase, lo cual le convenció y aceptó.


Ya nombrado por tercera vez Ministro de Marina, se le reconoció su antigüedad como Consejero de Estado desde el año de 1816, en cuyo momento fue nombrado por primera vez


Lo primero que pidió fue el estado general de la Armada en todos sus ramos y sus establecimientos, petición que dirigió a los capitanes generales y otras autoridades de los Departamentos.
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Con el resultado de todos estos informes, se puso a trabajar concluyendo en un informe que redactó, en el que se ponía de manifiesto lo que él ya sabía de antemano, pero añadía la forma de solucionarlo y los medios necesarios para llevarla a cabo.


Se había vuelto a convocar nuevas Cortes, que fueron llamadas del “Estatuto del 21-7-1834”, a ellas les dirigió la palabra leyendo su Memoria, siendo aprobada por la asamblea.


Una vez con las manos libres, comenzó de nuevo su labor aplicando sus grandes conocimientos y experiencia; se formó una Junta de Gobierno de la Armada, muy semejante al <<Navy Board>>, que en unión con el Ministerio formaba el Almirantazgo en el Reino Unido.


Por sus gestiones consiguió el que hubieran, representantes de la Armada en el Consejo Real.


Prestó especial atención a exigencias de la campaña naval que comenzó en el año de 1833, pero al no tener la marina buques de guerra suficientes, por sus conversaciones se pudo armar a una cantidad suficiente de buques mercantes, con los que se pudo bloquear las costas que estaban en poder de los Carlistas.


Puso de nuevo en funcionamiento el servicio de Guardacostas, en toda la Península, obligando a que el mando y la responsabilidad de ellos recayera en los oficiales de la Armada.


Dictó unas órdenes de defensa de las islas Filipinas, que conllevaban desde la composición mínima de sus fuerzas navales hasta la protección de los puertos, con sus castillos y artillado.


Cuando ya estuvo al límite de sus fuerzas, con los años tan accidentados de sus mandos, presentó la dimisión el día catorce de junio del año de 1853, regresando a su vida privada.
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El conde de Toreno, por encargo del Rey, le hizo llegar la comunicación en que la reina le concedía unas recompensas, le dio las gracias y le dijo: << toda la recompensa a que aspiro es regresar al rincón de mi casa, con la honra con que había salido de ella>>.


Hay que destacar, que a pesar de los cargos que ocupó, que en algunos momentos recordaba a los que en su día mantenía el Marqués de la Ensenada, jamás los utilizo en provecho propio, pues a pesar de ello seguía siendo un Teniente de Navío, por todo cargo en la Real Armada de Su Majestad Católica.


Todavía Dios le permitió vivir unos dos años más, los cuales los dedicó a poner en orden sus papeles, que consistían básicamente en sus memorias.


Sólo nos legó treinta volúmenes de ellas, que nunca han sido publicados; ¿cuánto se podría saber de la verdad de la Historia, si algún día se hicieran públicos?.


Entre ellos están sus proyectos y observaciones, que voluntad propia pasaron al archivo de la Dirección de Hidrografía.


También escribió un extenso <<Diccionario teórico-práctico de Marina>>.


Uno de sus trabajos que sigue inédito, (como todos), es un proyecto para la comunicación del seno Mejicano con el océano Pacífico, uniendo de esta manera los dos océanos y en el que explica que: uniendo los ríos Guazacoales y Chimalapa; para formalizar y estudiar la posibilidad del proyecto, debían realizar el estudio el brigadier don Francisco Ciscar y el capitán de navío don Manuel del Castillo, tomando con sus buques los datos geométricos y geológicos pertinente. Los disturbios políticos y las guerras civiles, frustraron estos trabajos, que eran dirigidos a una obra, que unos años después se vió que era de gran beneficio para la navegación y las comunicaciones mundiales.

Falleció, en su ciudad natal el 6 de enero de 1855.



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He encontrado un discurso, sacado del Tomo II de las memorias del entonces Secretario de Estado y de Despacho Universal de la Marina a las cortes reunidas en Cádiz en 1811.
En el mismo explica claramente como la falta de personal capacitado fue una de las causas de la decadencia naval española. Expone:
El año 1790, armó la España, en el corto tiempo de tres meses, al pie de sesenta y quatro navíos de línea, quarenta fragatas y cien buques de doce cañones hasta treinta: aun se hallaba capaz de armar diez ó doce navíos y otras tantas fragatas; y todos estos buques se tripularon con marineros matriculados, de los que , sin todos no eran expertos, todos estaban acostumbrados á la mar, y capaces de hacerse habiles en una sola campaña. Pocos meses duró este armamento, el qual, si dió una prueba evidente del estado de la marina, y de los brillantes resultados que produxo la Ordenanza de matrículas, tambien dió lugar á que, habiendose faltado al contrato estipulado con la falta de pagos, se despertase en el hombre de mar desconfianza: desarmó esta hermosisima esquadra, y el año de 1793, se armaron nuevamente todas las fuerzas disponibles de la monarquía, y siendo algo menos numerosas que las que se movieron el año de 90, ya faltó gente de mar para el total de sus tripulaciones, que hubieron de completarse con gente de leva. Esta medida, lejos de ser beneficiosa, fue en extremo perjudicial, pues cogidos en la leva hombres nada acostumbrados á la mar, y tan miserables, que ni aun tenian para evadirse de ella por medio del soborno, entraron á bordo de los navíos tan desnudos de ropa como cargados de vicios, que son generalmente las prendas de que abundan los ociosos....
Se pasó en tres años de una Armada con efectivos suficientes a una armada decadente. Puede ser que Godoy pensase en que los buques navegaban solos.

Sigue el discurso:
Sobrecargada la Nacion con las atenciones del exército, nada pudo facilitarle á la marina, de modo que no fué posible vestir á los que no tenian camisa, y la desnudez, la suciedad, el trabajo, para ellos desusado, y el pavor que infunde la mar al que á sus rigores no se acostumbra desde niño, unidos á veces á los malos alimentos, hubieron de producir en ellos unas fiebres que se hicieron muy malignas,
y contagiados los demás, padecieron nuestras esquadras las epidemias mas horribles.
Difícil era de desarraygarlas, pues al cabo de un año, desatendida enteramente la marina, apenas había en los baxeles ni un solo hombre que tuviese con que cubrir su desnudez, y aumentados en ellos el número de los cogidos en las levas, que eran los únicos con quienes se podian reemplazar las baxas, se convirtieron los navios en unos verdaderos presidios; horrorizados los honrados con tan funesto espectáculo, destrozado su corazon por la indigencia en que yacian su familias, á las que no se las daba el socorro que se les habia asignado, y huyendo de lugares que eranremedo del mismo infierno, buscaban en la desercion el medio de buscar la vida: desde entonces hasta hoy, ni se ha dexado descansar á la matricula, ni se ha hecho nada por dulcificarle la mala suerte que le ocasiona el servicio, aun que se le ha ofrecido mucho.
Por manera, que V.M. numera los hombres que en diez y ocho años han muerto por las epidemias y por los combates, y los que han desertado á otras naciones, V.M. hallará si el deficit de la matricula es correspondiente al que debe resultar de tan destructoras causas.
Hay que señalar que la falta de uniformidad debía ser algo frecuente no sólo en la Armada, sino también en el ejército, igual que la falta de paga. Las crónicas extrajeras que hablan de la expedición del ejército del Marqués de la Romana a Dinamarca señalan que los soldados españoles iban vestidos con harapos y sin guardar la uniformidad y algunos llevaban a sus familias porque era la única forma de que pudiesen comer.
¿Como iba luchar una persona que sabía que el Reino al que estaba dando la vida no se preocupada por la vida de sus seres queridos?

Sarridal:

Salvo en lo de la desnudez, tu aportación me parece muy actual. Dices que es de principios del s.XIX, y bien podría ser que hubieras bailado una cifra, y que sea de principios del XXI.

En fin, como dicen que no hay mal que por bien no venga, vamos a ver si la crisis palía la falta de personal, como se dice.