'


En el Apostadero de Algeciras.



Comprobada la utilidad de las lanchas para el combate naval, pronto resultó obvio que era necesario establecer un apostadero para ellas en Algeciras, tanto para impedir el tráfico constante enemigo a y desde Gibraltar como para proteger el propio, sin olvidar el constante por tan crucial encrucijada de las líneas de navegación como es el Estrecho, y ello pese a que la climatología de la zona imponía a menudo severas limitaciones para las frágiles embarcaciones.



Uno de los jefes más destacados de esta flotilla fue don Francisco Antonio Mourelle, nacido en Galicia en 1755 y muerto en Cádiz en 1820, que entró como piloto en la Armada llegando al grado de jefe de escuadra.



Mourelle es recordado hoy sobre todo por sus viajes de exploración en el Pacífico, pero lo cierto es que, como marino combatiente, su hoja de servicios recoge especialmente sus servicios al mando de las fuerzas sutiles.



En abril de 1797 fue destinado a Algeciras como segundo comandante de la flotilla y apostadero, llegando a ser el superior ya en diciembre de 1804. Y en aquellos años participó en más de 41 combates de su escuadrilla contra los buques británicos.



Por citar uno de los más empeñados, narraremos, sucintamente, el que tuvo lugar en las aguas mencionadas la noche del 19 de marzo de 1799. (San José)



A eso de las dos de la tarde de aquel día zarpó de Gibraltar un convoy británico de cuatro fragatas y tres bergantines, escoltados por un navío de 74 cañones y un bergantín de 18.
.

'

A la escolta se sumaron tres cañoneras británicas para acompañarlo en su primera singladura y darle protección contra las ya muy temidas cañoneras de Algeciras.



De allí zarpó una hora después una escuadrilla, compuesta de catorce cañoneras, con un místico como buque insignia.



Pronto formaron en línea, quedando cuatro de reserva y siendo destacadas las dos restantes hacía Punta Europa para atacar por retaguardia al convoy enemigo



Tras varias horas de fuego y maniobras, a eso de las 1930, ya anochecido, se logró cortar del convoy y rodear por las cañoneras a una fragata y dos bergantines enemigos, a los que intentaron rescatar las tres cañoneras británicas.



El resultado del combate fue tajante: los tres mercantes se rindieron, así como dos de las cañoneras, mientras que la tercera era hundida por las españolas, destacadas para atacar la retaguardia de la formación contraria.



El combate se estaba produciendo bajo el fuego de las baterías británicas de Punta Europa; de Gibraltar salieron otros siete botes, dispuestos a recuperar a los suyos, que ya iban a remolque de los españoles.



Los botes fueron rechazados, pero los españoles no pudieron impedir que una de las cañoneras apresadas aprovechara la ocasión para escapar.



Poco después entraban en Algeciras las victoriosas cañoneras españolas, con los tres mercantes y la cañonera británica apresada, conduciendo un total de ciento veinte prisioneros, entre ellos el mismo jefe de las cañoneras enemigas de Gibraltar.



El temor y la preocupación de los marinos británicos por las cañoneras era evidente, pero pocas de sus contramedidas, como las de disparar metrallazos a media distancia para rechazarlas <<dado que con bala era casi imposible acertarles con los rudimentarios sistemas de puntería de la época>> o la de armar a su vez cañoneras, sirvieron poco más que de insatisfactorios paliativos.






.