También se unificaron otros equipos menores, así como la identificación IFF, comunicaciones, etc. Se proveyó además de radares comerciales de navegación similares a los modelos normalizados en la Armada.


Todos estos trabajos se financiaron con cargo a los créditos militares de la ayuda americana, adquiriéndose diversos equipos de los stocks de la US Navy, como, por ejemplo, los radares SPS-6, que ésta había comenzado a reemplazar por otros tipos más modernos.


En cuanto al principal equipo de detección submarina, el sonar, era un modelo SQS-4 en los «Alcalá Galiano» y «Jorge Juan», mientras que en el caso de los otros buques no hemos podido averiguarlo con certeza, tratándose probablemente de equipos más primitivos como los panorámicos QHB o incluso los QC de comienzos del último conflicto mundial.


En 1966-1967 se procedió a instalar nuevos sonares de mayor potencia y alcance pertenecientes a la serie SQS-29, formada por las versiones SQS-29 a SQS-32.


Este equipo acústico pasivo era en esencia un SQS-4 mejorado, operando en frecuencias más bajas y utilizando el transductor y domo del SQS-4, lo que reducía notablemente los costes de la sustitución.


Las únicas diferencias entre los SQS-29 a 32 eran las frecuencias de operación, decidiéndose, en consecuencia, la instalación de diferentes versiones a fin de evitar interferencias en la detección de submarinos en unos buques que operaban siempre conjuntamente. Gracias a modernas técnicas de emisión de impulsos y clasificación de los ecos obtenidos, se conseguían contactos con gran aproximación e incluso con información sobre la naturaleza y forma del blanco.


Como ayuda para los operadores del sonar, los «Lepanto» disponían de batitermógrafos recuperables del tipo introducido en gran escala en la Armada con motivo del Programa de Modernización.


Sobre la chimenea popel de los «Almirante Valdés», «Alcalá Galiano» y «Jorge Juan» iban emplazados unos característicos radomos oscuros que encerraban las antenas de equipos de contramedidas y guerra electrónica, del modelo estadounidense WLR-1, muy difundido en los años cincuenta y sesenta.


También sobre esta misma chimenea llevaba el «Almirante Ferrándiz» unas plataformas adosadas por ambos lados, que servían de base a unos potentes reflectores, y que constituía la principal diferencia externa con su cuasi gemelo «Lepanto».

Aparte de las direcciones de tiro para artillería ya comentadas al ocuparnos del armamento, los «Lepanto» llevaban instalados diversos equipos electrónicos asociados a los sistemas de armas principales, situados en el CIC y la Central A/S.


También podemos citar el sistema de designación de blancos Mk 5 para los buques equipados con los torpedos Mk 15. Los «Alcalá Galiano» y «Jorge Juan» llevaban además en la toldilla, hacia babor, un equipo remolcado T Mk 6 «Fanfare», utilizado como engaño para los torpedos acústicos.


En 1961 se aplicó a los «Fletcher» españoles el nuevo sistema de numeración ideado por la Armada, pasando a formar la serie «20» de destructores.


El orden de los números fue el mismo seguido a su entrega a nuestra marina, con la excepción del «Almirante Ferrándiz» y «Lepanto», que lo intercambiaron, por lo que comenzó a hablarse desde entonces de la clase «Lepanto».



Durante la década de los sesenta, los «cinco latinos» de la 21.a Escuadrilla de Destructores fueron la punta de lanza operativa de la Armada, alcanzando un alto grado de eficacia y participando en innumerables ejercicios de adiestramiento con buques de otras marinas occidentales, sobre todo norteamericanos.


Utilizados intensamente durante muchos años, los «Lepanto» recibieron siempre un cuidado y exhaustivo mantenimiento que los mantuvo en excelentes condiciones, pese al castigo de tantos años de servicio, llegando a mantener e incluso a sobrepasar con holgura los 30 nudos a mediados de los años ochenta.

Cuando estallaron los acontecimientos de Ifni y el Sahara Occidental en 1957-1958, los «Lepanto y Almirante Ferrándiz» estaban aún en plena fase de asimilación por la Armada, por lo que, dadas las particulares circunstancias de aquel conflicto, no tuvieron ninguna participación activa.


El principal secreto del magnífico rendimiento de la 21.a Escuadrilla estuvo en la política de permanencia en sus puestos del personal durante largos períodos, estabilidad que rindió sus frutos al permitir disponer en todo momento de una flotilla homogénea y preparada, con un excelente grado de acoplamiento en el binomio hombre-máquina.



A comienzos de los setenta los «Lepanto» cedieron su puesto a los más modernos y capaces destructores de la clase «Churruca», pertenecientes al modelo «Gearing>> modernizado al nivel FRAM I y del que se adquirieron cinco unidades a la US Navy a resultas del Convenio de 1970.


Por esos años comenzaban también a entrar en servicio las fragatas de la clase «Baleares», modernos escoltas polivalentes que procedían de la 1.a fase del Programa Naval de mediados de los sesenta y eran el orgullo de nuestra industria de construcción naval militar.


Todos estos buques relegaron a los «Lepanto» a misiones secundarias, al tiempo que sus sensores y sistemas de armas comenzaban a estar obsoletos ante los avances de la tecnología naval.


El día 1 de octubre de 1972 los «cinco latinos» fueron adquiridos en propiedad a la US Navy a un precio más bien simbólico, cifrado en su valor de desguace, aprovechando la nueva política norteamericana, acerca de los numerosos buques cedidos o arrendados a muchas marinas aliadas, de facilitar su adquisición en condiciones muy ventajosas, dada su nula utilidad para los futuros requerimientos operativos de la Marina estadounidense.


Con la construcción y entrada en servicio de las seis nuevas corbetas de la clase «Descubierta» entre 1978 y 1982 se empezaron a trazar los primeros planes de retirada de los «Lepanto», que en principio debían ser sustituidos por las corbetas en la relación de uno por una.

Así, en el verano de 1978 se dispuso la baja del «Almirante Ferrándiz» para el 2 de noviembre siguiente, mes este último en que se iba a entregar la corbeta «Descubierta», primera de su clase.


Pero los retrasos en el alistamiento de los buques y patrulleros previstos para la Fuerza de Vigilancia Marítima (FUVIMAR), así como las dificultades de financiación para nuevas construcciones ante la fuerte crisis económica y la preferencia dada al nuevo portaaeronaves encargado en 1977, iban a hacer reconsiderar la quizás precipitada retirada masiva de los «Lepanto».


Es cierto que éstos ya no respondían a las exigencias militares del momento, con sus sensores y armamento antisubmarino claramente anticuados, pero su casco y maquinaria seguían estando en un estado aceptable, y sus condiciones marineras, autonomía y habitabilidad eran idóneas para desempeñar funciones de patrulla oceánica en salvaguarda de la Zona Marítima Exclusiva, tema muy de moda por entonces dada su extensión hasta las 200 millas.


Los «Lepanto» podrían cubrir el hueco hasta la entrada en servicio de patrulleros especialmente concebidos a este fin, por lo que se decidió que continuasen en activo por lo menos hasta mediados de los ochenta o has-ta que sus mecanismos aguantasen.


Otra opinión secundaria para su retención fue la validez de su artillería para misiones de apoyo a la fuerza de desembarco anfibio, capacidad muy mermada tras la retirada del crucero «Canarias» en 1975.


Así pues, la baja del «Almirante Ferrándiz» fue revocada antes de llegar a hacerse efectiva, y poco después los «Lepanto» comenzaron a causar baja en la 21.a Escuadrilla de Destructores, que pasó a llamarse de Escoltas con la incorporación paulatina de las corbetas «Descubierta».


A partir de 1980 el «Almirante Ferrándiz» fue destinado a prestar servicio como patrullero de altura en la Zona Marítima de Canarias, pasando los «Lepanto» y «Jorge Juan» a la Zona Marítima del Cantábrico hacia 1983 y el «Alcalá Galiano» a la del Estrecho, siendo el «Almirante Valdés» el único en permanecer en Cartagena asignado a la Zona Marítima del Mediterráneo.


Cada vez más gastados y necesitados de un mayor esfuerzo de apoyo y mantenimiento, con su artillería y sensores al límite de su vida útil, los «Lepanto» aguantaron todavía en servicio durante varios años, retrasándose paulatinamente su retirada.

Finalmente, con el alistamiento de las fragatas de la clase «Santa María», pertenecientes al tipo «Oliver Hazard Perry» de la US Navy, les llegó a los «Lepanto» el merecidísimo retiro, comenzando por el propio «Lepanto» en diciembre de 1985 y finalizando con la pareja «Alcalá Galiano» y «Jorge Juan» a finales de 1988, siendo desarmados todos ellos en el Arsenal de Ferrol como antesala a su subasta para desguace.


Las más de cuatro décadas de vida de los «Fletcher» españoles son un excelente tributo tanto a sus constructores como a los encargados de su mantenimiento durante su larga etapa en las filas de la Armada.




Fuentes:
-Buques de Guerra Españoles 1885-1971 de Alfredo Aguilera
-Buques de la Armada Española, los años de la postguerra, de Juan Luís Coello.
-Buques de la Armada Española del siglo XX, de Alejandro Anca.
-Murcia digital, colección Casús.
-Nav Source
-Fotostodobarco

En relación a la 21 Escuadrilla de Destructores, allá por el año 1961, cuenta el Almirante Salvador Moreno la siguiente anécdota:

El Jefe de la Escuadrilla, Enrique Polanco, en los ejercicios de mar no enarbolaba siempre su insignia en el mismo buque, sino que solía variar de destructor, excepto si se trataba del “Almirante Ferrándiz” donde solamente solía hacerlo cuando no había de pernoctar a bordo.

Los destructores “Jorge Juan” y “Alcalá Galiano” aunque de diseño muy similar a los del tipo “Almirante Valdés” presentaban la novedad de disponer de un alojamiento, ex profeso para el Jefe de la Escuadrilla, situado en la superestructura entre el puente y la chimenea de proa. En cambio, los otros tres destructores no disponían de tal alojamiento, y por consiguiente, cuando el Jefe de la Escuadrilla embarcaba en ellos, el Comandante se veía obligado a cederle el suyo. Este consistía, de proa a popa, en dormitorio y despacho, unidos por una puerta de intercomunicación, y el aseo al que, para su acceso, había que salir al pasillo. Naturalmente esta servidumbre constituía una incomodidad para el usuario quien, de noche, para evacuar una necesidad menor, se veía obligado a salir del dormitorio, dirigirse al despacho, abrir la puerta, salir al pasillo y volver a abrir desde éste la correspondiente al aseo.

Los Comandantes, con muy buen criterio, abrieron una puerta interior desde el despacho al aseo, evitando así tener que salir al pasillo. Pero el astuto Comandante del “Almirante Ferrándiz” Jaime Gómez Pablos, no abrió esta puerta interior de intercomunicación con lo cual facilitaba la preferencia del capitán de navío Polanco para arbolar su insignia en un destructor con acceso interior al aseo, porque a nadie le agradaba que le controlasen las meadas en pijama, como sucedía en el “Ferrándiz”, aparte de la incomodidad que este recorrido comportaba.

Y es que, las pequeñas cosas también cuentan.