EL DÍA QUE ESPAÑA DERROTO A INGLATERRA

Don Pablo Victoria es colombiano de nacimiento y en la actualidad reside en España.

Estudió en los Estados Unidos, donde obtuvo una licenciatura, maestría y doctorado en economía. Es doctor en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid.

Entre los libros de su autoría se cuentan Hacia una economía libertaria, Bogotá, 1974; Foundations of Economíc Development, Nueva York, 1983; Macroeco-nomia analítica, Santafé de Bogotá, 1993; Fundamentos del desarrollo económico, inteligencia vs. capital, Santafé de Bogotá, 1996; El escándalo de la educación sexual en Colombia, Santafé de Bogotá, 1997; Yo acuso, Santafé de Bogotá, 1997; Protestantes Vs. católicos, el juicio final, Santafé de Bogotá, 2000; La Sociedad postlíberal y sus amigos, El genocidio del intelecto, Madrid, 2003; El día que España derrotó a Inglaterra, Madrid, 2005; España contraataca, Madrid, 2007 y están por publicarse: El capitalismo en la Biblia; Entre la espada y la pluma la conquista del Nuevo Reyno de Granada); Los amores prohibidos de Cecilita Caxiao, la extraña historia de cómo se salvó el diario de Blas de Lezo Memorias de un golpe de Estado y Al oído del rey (2 tomos) en el que narra la verdadera historia de la independencia de América.

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Señorías muy interesante, ameno, y correcto, me alegro que uno de Nueva Granada del otro lado del <charco>, escribiera este libro, que como saben ustedes por aquí los nuestros no hicieron mucho, y se le haga tarde a nuestro Héroe Don Blas de Lezo justicia.

Recomendable por todo hasta el precio 22 e. Les coloco el prologo del autor, para que comprueben sus Señorías de que va el asunto.


Saludos

Prologo del autor

Me vino a la mente escribir la biografía de Don Blas de Lezo cuando, recién llegado a España en octubre de 2001—después de una larga trayectoria política y académica en Colombia, mi tierra de origen y antiguo Virreinato de la Nueva Granada— quise buscar su biografía para deleitarme leyendo lo que desde joven conservaba en la memoria como uno de los episodios más apasionantes de la historia colombiana y peninsular.


Me movía la impresión de que, siendo España su tierra natal, allí habría más información sobre este heroico marino que tanto lustre dio a sus armas; sobre todo, pretendía encontrar algo más que el simple registro enciclopédico de unos hechos históricos.


Blas de Lezo es un héroe muy conocido y querido de los colombianos pues, contra todo pronóstico, defendió Cartagena de Indias promediando el siglo XVIII, cuando una flota invasora puesta a la mar por Inglaterra pretendió conquistar la ciudad y estrangular el Imperio español en América.


En efecto, el 13 de marzo de 1741 asomaba sobre las costas de Cartagena, en el antiguo Virreinato de la Nueva Granada, la mayor armada invasora que Inglaterra había puesto contra España.


La comandaba el almirante Sir Edward Vernon. Los planes de los ingleses eran apoderarse de todo el Imperio español de ultramar, estrangulando la yugular de la ruta del Tesoro americano por Panamá y sometiendo la plaza amurallada, «Llave» de las Antillas; la idea era penetrar hacia Santa Fe de Bogotá hasta alcanzar los ricos reinos del Perú.


Era esta una nueva Armada Invencible que, teniendo ciento ochenta navios, era mayor que la de Felipe II y, quizás, la segunda más grande de todos los siglos, después de la armada que atacó las costas de Normandía en la II Guerra Mundial.


El ejército invasor lo constituían veintitrés mil seiscientos soldados, entre ellos dos mil setecientos hombres de las colonias norteamericanas, comandadas por el hermano de George Washington, futuro libertador de los Estados Unidos y tres mil piezas de artillería.


Las posesiones españolas estaban defen¬didas por dos mil ochocientos hombres y seis navios.


Tan segura estaba Inglaterra de su victoria, que mandó a acuñar monedas para celebrar su triunfo; en ellas se leía: «La arrogancia española humillada por el almirante Vernon» y «Los héroes británicos tomaron Cartagena, abril 1, 1741»; grabado aparecía el almirante inglés recibiendo la espada de Blas de Lezo, quien, arrodillado, la entregaba a su conquistador.


Pero Inglaterra no pudo lograrlo. Se lo impidió este heroico general de la armada quién tuerto, manco y mocho de una pierna —y por ello llamado mediohombre— demostró que a quien los ingleses tenían por delante era a todo un hombre y medio.


Finalmente, el envalentonado agresor se retiró del sitio con su armada desmantelada y sus hombres diezmados por los combates y las enfermedades.

La derrota fue la mayor humillación que nación alguna hubiese sufrido, particularmente por la superioridad de las fuerzas y las celebraciones anticipadas de la victoria, amén de las conmemoraciones numismáticas que se habían hecho.


Por ello Inglaterra escondió su derrota; ocultó las monedas y medallas; enterró en el olvido su desmantelada armada, aunque a la muerte de Vernon, se le enterró en el panteón de los héroes nacionales, la Abadía de Westminster, con una falaz leyenda que en su tumba rezaba: «Sometió a Chagres y en Cartagena conquistó hasta donde la fuerza naval pudo llevar la victoria».


Por todas estas circunstancias, Blas de Lezo forma parte de nuestro orgullo y glorias nacionales, casi como si lo hubiésemos adoptado como propio aun en tiempos de la República.


Pero al no encontrar ningún libro sobre su vida, decidí que yo debía escribir alguno, pues todo lo que había podido recabar eran referencias de enciclopedias y escritos que, más bien, describían, aunque sucintamente, los acontecimientos en torno a la guerra librada en Cartagena contra la armada inglesa.


Desde entonces, pocos historiadores han hablado del suceso. Las enciclopedias más importantes lo mencionan en pocos párrafos y hacen una muy breve descripción de los hechos.


Ninguno pone en relieve la importancia que tuvo para España aquel acontecimiento, ni el grave peligro que para ella significó; la monumental obra Historia de España, compilada por Menéndez Pidal, apenas lo menciona; tampoco le hace justicia la obra de Martínez Campos, España bélica, y casi la pasa por alto en dos páginas; mejor tratamiento le da Eduardo Lemaitre en su Historia general de Cartagena, pero, aunque enjundiosa, es una historia muy local y de interés casi puramente colombiano y, por tanto, de poca relevancia internacional; Enrique Marco Dorta trata el tema y hace un importante estudio sobre las fortificaciones de la plaza en su libro Cartagena de Indias, puerto y plaza fuerte; también narra el episodio Juan Manuel Zapatero en La Guerra del Caribe en el siglo XVIII, y describe las fortalezas que defendían a Cartagena en su libro Fortalezas españolas en América, pero, en general, la historia también quedó sepultada en España, que no la guardó debidamente en su memoria, quizás porque también la olvidó Inglaterra.

Aquellos son libros eruditos, de circulación restringida, que solo se consiguen en bibliotecas especializadas.


Esto sucede, tal vez, porque los vencedores, que a la larga fueron los ingleses —y lo digo en el sentido más amplio que pueda dársele— nunca se ocuparon de la difusión del tema por la vergüenza que en su momento les produjo.


Esto nos confirma que la Historia, por desgracia, casi siempre es escrita por los vencedores.


Es un hecho cierto que, en términos generales, ningún español, y por supuesto, ningún inglés o estadounidense, ha oído hablar de este tema ni de lo que allí se jugaba; tampoco ningún hispanoamericano, a no ser que sea colombiano.


Lo cual significa que si Inglaterra hubiese vencido en el sitio de Cartagena, y aun en el supuesto caso de que el Imperio español no hubiese caído en sus manos, el mundo hoy tendría una más completa noción de aquellos acontecimientos y su relevancia militar, porque todo ello se hubiese contado en los libros de historia de los colegios y hubiese recibido ampuloso tratamiento académico.


Entonces, lejos de amilanarme con las dificultades habidas, con redoblado entusiasmo me puse a investigar en distintas fuentes, cartas, manuscritos y documentos, hasta ir armando el rompecabezas para construir una especie de historia coherente, más fácilmente entendible del lector desapercibido; del análisis cuidadoso del Diario de guerra del general Blas de Lezo, así como del diario del coronel Carlos Desnaux, pude intuir la trama que se va desenvolviendo a lo largo del libro y que culmina en la ruptura final, acaecida entre el virrey don Sebastián de Eslava y el heroico marino.


El diario de Lezo lo encontré en el Archivo Histórico de Madrid, y el lector deberá saber que el corazón me dio un vuelco cuando me lo trajeron encintado para que lo examinara; lo abrí con reverencia y cuidado, estando allí plasmada, como estaba, la propia letra del heroico marino.


He intentado ajustarme lo más posible a la evidencia histórica; pero allí donde han faltado datos, o estos han sido incompletos, he juzgado oportuno llenar el vacío con diálogos y representaciones posibles, analizadas las circunstancias de ciertos hechos e indicios.

Así, para separar lo estrictamente histórico de lo aproximadamente novelesco, he puesto «entrecomillado» aquello que corresponde a lo extraído directamente de los diarios y los documentos, dejando en letra redonda sin marcar lo que ha sido de forzosa conclusión y que corresponde a lo más lógico y probable, aunque dicho y concluido así por el autor.


Los únicos sitios en donde no se emplea esta regla es en las oraciones en latín y algunas otras en castellano donde no se tiene conocimiento de las que, en realidad, se emplearon.


No obstante, he querido mantenerlo todo dentro de una sana coherencia, en atención a que la historia es también una novela que trasciende, por mucho, la simple cronología de ciertos hechos y acontecimientos humanos.


Por ejemplo, es históricamente desconocido quién era el llamado Paisano que espiaba para los españoles en Jamaica, ni cómo obtuvo la información que fue conocida de la Corona sobre las intenciones de Inglaterra.


Allí me he tomado la libertad de no solo darle nombre propio sino especular sobre la idea de que tal información fue conocida por una delación de alguien, y ese alguien lo sitúo en cabeza de un hombre de confianza (ese sí ficticio) de Lawrence Washington, el medio hermano del libertador de los Estados Unidos, quien participó en la guerra contra España y luchó en Cartagena de Indias al lado del almirante Vernon.


Pero no por esto se debe creer que tal sujeto no existió, pues es bien sabido que por aquellas épocas los personajes de relevancia andaban con criados y asistentes de cámara.


Luego, tampoco es torcer demasiado la historia; ni resulta torcerla en exceso ubicando la entrevista de Washington y Vernon en Jamaica, pues, aun si no hubiese sido allí, lo cierto es que en alguna parte no conocida de la Historia este par de hombres tuvieron que haberse entrevistado, dada la admiración que Washington le profesaba y que se materializó con el bautizo de su casa en Virginia como Mount Vernon.


Licencias como éstas, o como que el virrey Eslava increpara al general Blas de Lezo por llevar un diario de guerra, no le hacen violencia a la historia, pues, al final, resulta cierto que el virrey escribe a las autoridades españolas dando cuenta de que el general padecía «achaques de escritor que le inducía el país o su situación».

También me he tomado la libertad de adaptar, en muchas ocasiones, la versión original de los textos documentales, dada la dificultad lingüística y, en ocasiones, la defectuosa redacción de los mismos.


Creí más conveniente traducir al lenguaje moderno lo que de suyo resultaría pesado, antiguo y hasta incomprensible.


Empero, en algunas ocasiones he dejado el texto sin retocar allí donde he juzgado que es suficientemente claro.


Dada, pues, la circunstancia de que Inglaterra escondió la derrota sufrida por la más grande armada puesta en aguas desde la Invencible de Felipe II, la escasa documentación, los informes fragmentarios e ignorancia histórica que existen sobre el personaje, me permití licencias que enriquecen los episodios y dan explicación a lo que, de otra manera, permanecería en la oscuridad.


El mismo tratamiento que doy a la estrategia inicial del ataque contra Cartagena y al cambio de planes —hechos, por demás, históricos— constituye una más lógica explicación de un extraño comportamiento que no ha sido explicado por los historiadores que ya se han ocupado, aunque de manera perfunctoria, del tema.


Similarmente, las desavenencias entre el virrey Eslava y Blas de Lezo no tendrían explicación alguna, a menos que se vieran dentro del contexto desarrollado en el libro.


Y esto tiene una tremenda importancia, pues a tales discrepancias no se les ha dado el tratamiento merecido, quizás por el afán de presentar la imagen de dos hombres que impidieron, como pudieron, que el Imperio cayera en manos de una potencia enemiga.


He creído firmemente que Blas de Lezo no murió por las leves heridas sufridas en el combate de Cartagena.


No parece verosímil que unas astillas clavadas en su humanidad hubiesen podido terminar con la vida de nuestro héroe si se toma en consideración el largo tiempo transcurrido entre las heridas y el desenlace fatal: cuatro de abril, fecha en que las recibe, al siete de septiembre, fecha en que muere; es decir, cinco meses después.

Porque, si las astillas se hubiesen infectado, creemos que la infección se habría desarrollado más velozmente y hubiese dado cuenta del marino con más anticipación.

Creemos más factible que fue la fiebre tifoidea, desarrollada por las condiciones del propio asedio, lo que terminó con su vida.

Es un hecho histórico que la peste cayó sobre los ingleses con una severidad extrema y es sumamente probable que fue la misma enfermedad la que afectó a Lezo.

En esto, pues, discrepo de los demás historiadores que dan por sentado lo otro como causa cierta.

Publicada la primera versión de este libro, se fueron formando grupos de interesados españoles en torno a la figura de Don Blas de Lezo.

La fuerza fue creciendo a partir de un agasajo que me hicieron, al que asistieron diecinueve descendientes del marino tres de ellos con títulos nobiliarios.

Fueron muchas las cartas que se enviaron al Ayuntamiento de Madrid en las que solicitaban se bautizara una calle con el nombre de don Blas.

Esto, felizmente, ocurrió en el 2010 y hoy se nombra orgullosa dicha calle: Blas de Lezo.

No contentos con tal resultado, ahora se aprestan a traer una placa con la última voluntad de nuestro héroe:

«Ante estas murallas fueron humilladas Inglaterra y sus colonias».

Uno de sus más fervientes entusiastas es Javier Gómez de Olea. Haciendo estas anotaciones, el lector podrá confiar en que el relato es perfectamente verídico y ajustado a los hechos históricos.

Ha sido, si se quiere, el fruto de armar la trama a partir de situaciones y frases tomadas de los documentos históricos y recrear un pedazo de la historia de España, de sus hombres y de su Imperio.

Difiere esta edición de la impresa en España en que presenta nuevos datos sobre uno de los personajes que fue fiel a Blas de Lezo hasta el final: el capitán Lorenzo de Alderete.

Sucedió que estando ya en Colombia, tuve oportunidad de conocer por mero accidente a un señor llamado Ruperto Mercado Loaiza, comerciante que dijo que tenía intereses en Colombia y el Perú, de donde es oriundo.

Comentando con él diversos acontecimientos históricos, vino a colación el tema de la defensa de Cartagena y del ataque que a la plaza propinó el almirante Vernon.

Ocurrió que este señor me dijo tener alguna consanguinidad con los Alderete Mercado que habitaron Chile y el Perú y me dijo tener conocimiento por razones de familia de que el diario de Blas de Lezo se había salvado gracias a la acción de un Alderete que lo acompañaba en el sitio de la ciudad.

Ese Alderete no podía ser otro que don Lorenzo. Así que ya identificado el personaje, procedió a narrarme la historia que sobre este acontecimiento se sabía, y era que el diario había costado un asesinato para sacarlo de Cartagena.

El desenvolvimiento de la trama es más o menos como la describo en el libro, excepción hecha de la confesión que Alderete hace al padre Lobo.

Ha sido este el recurso empleado para dar coherencia a la historia sin que el fondo del asunto sufra menoscabo. Este episodio pone en duda que haya sido el general Lesgano el que trajera el diario de Lezo a la corte.

Por último, debo hacer patente mis agradecimientos a las personas que colaboraron para que esta obra fuese posible; en primer término, a Cristina, mi esposa, a quien robé interminables horas familiares y que, pese a ello, fue parte en el estímulo recibido para buscar los manuscritos originales de los protagonistas; a Carmelo López-Arias Montenegro, quien se mostró un entusiasta impulsor de la idea y hasta se tomó el trabajo de leer el borrador y sugerir oportunos cambios; al padre Ernesto Cardozo, asiduo lector de la historia de América, quien preparó en diapositivas una primera conferencia sobre el tema; al teniente de alcalde de Pasajes, Guipúzcoa, Jesús García Garde, quien nos ayudó a mejor comprender el pueblo de Lezo y sugirió que Cartagena y Pasajes se hermanaran para estrechar aún más el vínculo espiritual que las une. Finalmente, a Juan José Gaviria y a Leonel Giraldo, editor de Planeta, Colombia, quienes me convencieron de la conveniencia de incluir el secreto de Lorenzo de Alderete y la narración de cómo se salvó el mencionado diario, según me fue referida por el citado personaje, en este escrito, cosa que hice en mayo de 2011.



El autor.

Terminado en Madrid el 29 de junio del 2003, día de San Pedro y San Pablo
y retocado en Bogotá en mayo de 2011.