Reseña libro Los Corsarios Berberiscos de Stanley Lane-Poole
Quisiera compartir con todos ustedes una breve reseña sobre un libro que recientemente cayó en mis manos gracias a la biblioteca pública y que aporta excelentes anécdotas. Espero que sea de su agrado.
Los Corsarios Berberiscos (Isla De La Tortuga)
Autor: Stanley Lane-PooleCuando uno encuentra un libro sobre "Corsarios" escrito por un inglés, instintivamente olisquea a otra saga antihispánica sobre los Drake y los hijos de la Gran Bretaña. En este caso no es cierto, pero sólo a medias. De primeras sorprende que un hijo de Albión escriba sobre el corsarismo berberisco cuando le resulta más próxima la piratería flamenca o vasca. De hecho, los ingleses tienen dos términos para definir conceptos casi similares: "corsair" y "privateer". La piratería berberisca encaja en los dos. Ésta no entendía de prejuicios; muchos de sus capitanes eran renegados cristianos europeos y los propios berberiscos se valieron de constructores cristianos para mejorar sus naves y aprender sus técnicas de navegación.
La piratería berberisca en general, y de Argel en particular, es un fenómeno que abarca varios siglos. No hablamos de un grupo de delincuentes marginados y ajenos a cualquier control, sino de una actividad bien orquestada y, en los años dorados de la Gran Puerta, sirviente del poder turco. Recordemos que los dos Barbarroja ofrecieron sus servicios a Solimán, Dragut estuvo en el asedio de Malta (donde murió) y Ochiali combatió en Lepanto.
Este fenómeno dejó tan fuerte impronta en la cultura española que aún pervive el "no hay moros en la costa" y se encuentran torres de vigia por todo el litoral mediterráneo, pero esto es algo que el autor desconoce (o más bien parece ignorar). Los moriscos españoles aparecen como cómplices de los argelinos, Andrea Doria como un almirante excesivamente prudente y pragmático y el Duque de Alba sigue siendo un personaje siniestro. Se salva Don Juan de Austria, a quien eleva a categoría de héroe de su tiempo.
Si el autor muestra verdadera admiración es sobre los caballeros de la Orden de San Juan. Valerosos, devotos y también piratas. Después de que Solimán los expulsara de Rodas en 1522 (perdonando la vida a los supervivientes del asedio y dejándoles marchar tranquilamente), éstos agradecieron tal misericorde gesto con una belicosidad perpétua contra la Sublime Puerta, a sangre y fuego. Y como buenos piratas, dieron buena cuenta de cuanta nave musulmana cayó en sus manos. Según el autor, los caballeros de San Juan fueron los únicos enemigos realmente temidos por los corsarios de Berberia, y por los turcos en general.
Llegados a Malta, prepararon la isla con lo mejor en fortificaciones que la época podía ofrecer, sabiendo que los turcos se vengarían. Y eso ocurrió en 1565. El sitio, una sangría para las tropas de la Sublime Puerta y una gesta en la Historia de los defensores, estuvo a punto de ser triunfal. Pero los primeros refuerzos llegados y una injustificada alarma, hizo que los atacantes se retiraran. En este episodio el papel de los españoles vuelve a quedar ninguneado por el autor.
La derrota de Argel en 1541 es el peor episodio de la carrera militar del Emperador Carlos V. La campaña se inició con mal pie, la expedición zarpó tarde y la flota acabó pagando las consecuencia. Y aquí hallamos a Hernán Cortés, el hombre que había puesto de rodillas al imperio azteca y que maldecía la humillante retirada de la flor y nata de la nobleza europea, avergonzada ante una insignificante ciudad pirata. El extremeño que con un puñado de hombres habría entregado una nación a su Emperador, sentiría vergüenza ajena.
Es falso que el corsarismo berberisco fuera un fenónemo mediterráneo. Señala el autor como en 1617 cruzaron el Estrecho y saqueron Madeira y en 1631 llegaron a saquear Baltimore, en el condado de Cork. En la época en que los europeos navegaban por todos los océanos, las ciudades corsarias expedían sus propios salvoconductos y los comerciantes recompraban éstos en el mercado negro para garantizarse una seguridad que sus propios estados no les podían asegurar.
En los 250 años que Argel fue azote de la Cristiandad, el número de esclavos superó el millón de almas y los barcos apresados los varios miles. Los estados europeos pagaron chantajes hasta el siglo XIX (Suecia aún pagó una especie de tributo consistente en 125 cañones en 1827!). Una humillación en toda regla. Fueron los jóvenes EE.UU. la primera nación que dijo basta. Lo que al principio sonó a pataleta, abrió al fin los ojos del resto de naciones.
En 1830 Francia ocupó Argel y Túnez siguió sus pasos en 1881. La pesadilla llegaba a su fin.