Terrible sueño de cuando mi desbocado espíritu viajó por aquellos tiempos:



-“¡Arriba, panda de haraganes!” –vociferó el despótico oficial turco, mientras hacia restallar el látigo sobre la recién baldeada cubierta- “¡Preparad el fondeo! ¡Soltaremos el hierro al fondo de la cala, en el lugar de costumbre! ¡Y procurad que la maniobra sea impecable! ¡El capitán está muy molesto: porque esa goleta española cargada de riquezas nunca debió escapar, atajo de inútiles, y es posible que alguno de vosotros acabe pasado por la quilla antes de que se ponga el sol. Por lo pronto esta noche tampoco vais a cenar y se os retira la prometida ración de ron!”



-“¡Tú, “espagnolito”, ve al botalón y prepara el escandallo! ¡Y ándate con ojo, mequetrefe! ¡Otra maniobra fallida y serás comida para los tiburones!”-

-“¡A sus órdenes, Contramaestre!”- Me apresuré a contestar mientras salía disparado hacia la proa.

Tendría que esmerarme en esta tarea de manera especial: no disfrutar de la ansiada pinta de ron era habitual en los últimos tiempos; a no cenar estaba, desgraciadamente, acostumbrado; pero la sola idea de ser lanzado por la borda en alta mar, de ser devorado por los escualos tal y como había visto a otros desdichados marineros, me producía verdadero pánico.

Alcé la pesada pieza de plomo; luego, tras comprobar que el hueco inferior tuviese el suficiente sebo, la pasé por encima del trancanil.

Lentamente empecé a filar de la piola, cuando el enésimo latigazo en mi espalda me hizo perder el equilibrio. Apenas tuve tiempo para ver como el carretel se me escapaba de las manos y desaparecía en el fondo del mar, antes de recibir un violento empujón que terminó por precipitarme hacia el agua, donde ya merodeaban unas siniestras aletas...



Y lo peor es que no consigo barrer ese maldito sueño.