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 La Batalla de la Isla Tercera. Primera Batalla Oceánica 
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Nuevo mensaje La Batalla de la Isla Tercera. Primera Batalla Oceánica
En el combate naval de la Isla Tercera, en aguas de las Azores, la flota española de 26 naves de Don Álvaro de Bazán se enfrentó a una poderosa flota francesa del almirante y Mariscal de Francia Philippe Strozzi, de 64 naves, reforzada con 7 inglesas, logrando Don Álvaro una aplastante victoria que aseguró el trono portugués para Felipe II y el fin de las Azores como base de ingleses y franceses para atacar las flotas españolas de las Indias. Supuso además un severo revés a la marina francesa, desmoralizada por muchos años. Fue la primera batalla naval que enfrentó flotas de galeones de guerra en medio del océano y lejos de sus bases.

La noche era de perros. Llovía con verdadera ansia, y de tan mala gana y con tanta fuerza, que la humedad calaba de verdad los huesos, y se incrustaba en el interior de uno, aguando incluso el cerebro. Las salpicaduras de las gotas desde el suelo de los muelles llegaban hasta no se sabe dónde. Era imposible ver más allá de unos brazos, tal era la densa cortina de lluvia, la cantidad de nubes que descargaban su contenido con rabia, y la negrura de una noche tan oscura como la muerte solitaria en el último recodo de una mala mina de carbón.

Parecía mentira que se estuviera a principios de Julio en Lisboa, pensaba cada uno de los convocados a la reunión que Don Álvaro de Bazán había fijado a bordo del San Martín para llevar a cabo las órdenes recibidas de Su Majestad, el rey Felipe, de navegar hacia el interior del océano, localizar a la flota enemiga y destruirla, tomar las islas Azores y asegurar que no quedase nadie contrario a la anexión de Portugal a la corona española.

Don Álvaro estaba repasando sus notas poco antes de la reunión, mientras sus convocados estaban siendo debidamente atendidos por sus ayudantes, haciéndoles recuperar el calor de su cuerpo y la fortaleza de su ánimo. El gran general sabía de la importancia del encargo de Su Majestad. No en vano había participado intensamente en el conflicto desde el principio.

A la muerte sin descendientes con sólo 24 años del rey Sebastián I de Portugal, nieto de Carlos V y sobrino de Felipe II, en la batalla de Ksar el Kabir, donde había acudido en una cruzada para la liberar Fez y detener la expansión turca en el norte de África, se abrió en Portugal una crisis sucesoria ya que se trataba de un verdadero imperio que controlaba y explotaba el muy rentable comercio y las riquezas de una gran parte de las Indias Orientales, y de una armada, la portuguesa, que en aquellos momentos era la más afamada del mundo, tanto constructora como marinera, navegante y exploradora.


18 Mar 2010 20:33
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Nuevo mensaje Re: La Batalla de la Isla Tercera. Primera Batalla Oceánica
Además, el rey Felipe tenía claro que unir Portugal a España tenía otros interesantes beneficios, no sólo la constitución del mayor imperio que habían conocido los siglos, sino también el acceso a una fuente inagotable e inmensa de riquezas, las más potentes flotas comercial y bélica nunca jamás vistas, y el aseguramiento y propiedad de las rutas del comercio y tráfico con las Indias, tanto las Orientales como las Occidentales. Felipe II se creía llamado por el destino para regir tan vasta empresa.

Por ello, el rey de España había hecho valer sus derechos sucesorios a la corona portuguesa, no en vano era nieto del rey Don Manuel I, en cuyo reinado se descubrió la ruta atlántica hacia las Indias por el Cabo de Buena Esperanza, se descubrió y empezó a colonizar Brasil, se instauró el primer virreinato en la India, se exploró a fondo el Golfo Pérsico y el Océano Índico, y fue el artífice de los grandes acuerdos monopolísticos portugueses. Felipe se creía por tanto digno sucesor de su abuelo y por ello con todo el derecho a reclamar su herencia portuguesa.

Como también esto lo pensaba buena parte de la población vecina, sobre todo la nobleza y el alto clero, y con el fin de asegurar sus derechos al trono, sobre todo siendo consciente del apoyo que el bajo clero y parte del pueblo daban a Don Antonio, nieto asimismo de Don Manuel, y sobrino de Juan III y Enrique I, Felipe envió por tierra al Duque de Alba con sus tropas con el fin de ocupar Lisboa, y por mar a la flota de Don Álvaro, para tomar la desembocadura del Tajo y el puerto de Lisboa.

Las tropas españolas lograron un brillante y aplastante triunfo en Alcántara, en las cercanías de Lisboa, tras lo que a Don Antonio no le quedó otra que huir a las islas Azores, último enclave enfrentado a las pretensiones del rey Felipe, desde donde organizó acuerdos con las coronas francesa e inglesa contrarios a los intereses españoles. Desde allí intrigó con el rey francés Enrique III, logrando su ayuda a cambio de la cesión de Brasil, Madeira y Guinea. Asimismo, logró el apoyo de la Inglaterra de Isabel I. Ambas coronas se mostraron del todo proclives a los acuerdos dado que era la forma de poder detener el afán expansionista, desmesurado a su entender y muy amenazante, del rey español. Además, ingleses y franceses deseaban el control de las islas Azores ya que desde allí podrían lanzar mucho mejor sus ataques a las flotas españolas que volvían de América bien cargadas de riquezas para financiar la ambición de Felipe.

Don Álvaro también sabía gracias a su rey que Francia había enviado pocas semanas antes una poderosa flota de 64 naves de guerra, con los mejores marinos franceses de aquel entonces y 6.000 soldados de infantería embarcados, dirigidos por más de un centenar de nobles deseosos de encontrarse con la gloria y la riqueza. Sus objetivos eran ocupar las Azores, apoyar las pretensiones de Don Antonio al trono portugués, establecer una base estable para lanzar ataques corsarios a las flotas españolas de Indias, y dañar en lo más profundo al tesoro español. En esta empresa, la marina francesa estaba apoyada por otras 7 naves de guerra inglesas.

Las pretensiones de Francia estaban claras. Perseguía además de todo lo anterior, incrustar en medio del Atlántico una base naval que no sólo atacase el comercio español con América, sino que amenazase seriamente la retaguardia española, humillar a la corona española al evitar que Felipe II se hiciese con el trono portugués apoyando las pretensiones de Don Antonio, y ganarse a cambio Brasil, Madeira y Guinea. Con Brasil establecía además otra amenaza, esta vez ya en tierra, contra los intereses españoles en ultramar. Con Madeira lograba otra base naval en medio del Atlántico, comprometiendo muy seriamente la posición española.

Con Brasil y Guinea lograba además de lo saqueado al comercio español, dos fuentes magníficas de riqueza y de provechoso comercio. La situación de sus bases en Azores y Madeira, más las que pudiera establecer en Brasil y Guinea, le aseguraban quizás hasta el control de todo el Atlántico. De ahí que la corte francesa viera con muy buenos ojos la empresa de ir a tomar las Azores en apoyo de Don Antonio.


18 Mar 2010 20:33
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Nuevo mensaje Re: La Batalla de la Isla Tercera. Primera Batalla Oceánica
Don Álvaro se preguntaba cómo era posible que el rey de España mantuviera una red de espionaje tan eficaz que le permitía estar informado al punto de todo cuánto acontecía en Europa. También sabía Don Álvaro por su rey que esta flota iba a ser prontamente reforzada por otras 40 naves de guerra inglesas, al mando de Frobisher, lo que significaba una flota combinada enemiga de más de 110 naves de guerra en medio del Atlántico.

Todo ello lo expuso Don Álvaro a sus hombres de confianza en la reunión que tuvo lugar en este día de perros, en sus camarotes del San Martín, un magnífico galeón portugués de 1.200 toneladas. Unos hombres con los que, mirándoles fijamente, se dio cuenta el viejo marino que pudiera ir con ellos hasta el mismísimo infierno, saquearlo, y volverse después a su adorada España, bien cargado con el tesoro del mismísimo Satanás, tras haberle cortado la cabeza.

Tales hombres, forjados en el imperio español, no eran otros que Don Cristóbal de Eraso, Capitán General de la Armada de Indias y fiel lugarteniente; el Maestre de Campo Don Lope de Figueroa, al mando de 6.000 hombres de las compañías del Tercio Viejo de Granada embarcado; y el Capitán General de la Armada de Guipúzcoa Don Miguel de Oquendo

Todos eran conscientes de que se iba a entablar una batalla entre dos flotas en medio del Atlántico, y que ellos llevaban la peor parte, ya que no sólo la proporción era en su contra de 1,5 a 4, sino que iban a operar en medio del océano, muy alejados de bases amigas, a 1.500 kilómetros de Lisboa, mar adentro, en contra de una flota enemiga muy superior y que contaba con las bases de las islas a su favor. Sabían que nunca se había intentado nada parecido, y ello les motivaba todavía más. ¡Estaban felices, motivados y ansiosos!

Don Álvaro dio la orden de partir a sus 27 naves, sin esperar a que se les uniese la otra mitad de la flota, que se encontraba en Cádiz y constaba de 20 naos gruesas, bajo el mando de Don Juan Martínez de Recalde, y 12 galeras de Don Francisco de Benavides. Pronto tiene que volver una nao a Lisboa, la que llevaba todo el personal médico, el material sanitario y los medicamentos, otro contratiempo más que no arredra a la flota española.

El 21 de Julio de 1.582, la flota española llega a aguas de las Azores. Pronto ambas flotas conocen el potencial de la otra. Strozzi sabe que tiene todo a su favor. Cuenta con lo mejor de la marina de guerra francesa, con un temible contingente de infantería a bordo, con 71 poderosas naves para hacer frente a las 26 de los españoles, con bases amigas para reparaciones y avituallamientos, con el favor de su rey y la promesa de riqueza y poder, dejando en sus manos la labor de corsario de las flotas españolas cargadas de oro y ricas mercancías de las Indias.

Sabe que los españoles están en franca inferioridad numérica, lejos de sus bases de aprovisionamiento, en medio del Océano, sin poderse abastecer de provisiones ni poder realizar gran parte de las reparaciones, y sabe que no van a recibir apoyos. Sabe que al mando está el de Bazán. Ese hombre le inquieta y le hace adoptar una estrategia que le llevará a la victoria segura y con pocos daños para sus propias tropas: dejará que vaya pasando el tiempo, evitará una confrontación directa, navegará al acecho de los españoles, y cuando algún navío enemigo se retrase o averíe, le atacará como una verdadera manada de lobos. Su idea era batir a los navíos españoles uno a uno, y descansar en sus bases y reponerse mientras los españoles siguen sufriendo en alta mar.

Piensa que así irá gastando el ánimo de los españoles por un lado, y por otro, al ir perdiendo uno a uno los navíos de su flota y al agotar sus provisiones y sin posibilidades de reparar sus barcos maltratados por los embates del océano en aguas profundas, se verán obligados a volver a España con el rabo entre las piernas, dejándole el campo libre para llevar adelante el mandato de su rey. ¡No ve llegado el momento de empezar a atacar las riquezas provenientes de las Indias!


18 Mar 2010 20:34
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Nuevo mensaje Re: La Batalla de la Isla Tercera. Primera Batalla Oceánica
Da comienzo entonces un juego del gato y del ratón, en el que la flota francesa maniobra con el viento para sorprender al enemigo, que dura todo el día 22 y el 23, buscando posiciones ventajosas a barlovento, y así poder ganar la iniciativa. Cada vez que un navío español se retrasa, varios franceses van a por él, evitándose su caza gracias a la extraordinaria pericia marinera de los españoles y a su sentido de la solidaridad, no dejando abandonado a ninguno de los suyos.

El 24 la flota francesa aprovecha un golpe de fortuna favorable del viento a su favor, intenta aislar la retaguardia española, formada por la escuadra guipuzcoana de cinco navíos al mando de Don Miguel de Oquendo, quien con determinación resiste el ataque. Además, las capacidades tácticas y maniobreras de los marinos españoles conjuran la amenaza, y el resto de la flota intenta rodear la escuadra francesa enganchada en combate con la retaguardia española, salvándose los franceses por los pelos, huyendo rápidamente de la refriega con serios daños, aunque conservando el barlovento.

Don Álvaro da la orden que esa misma noche, al ponerse la luna, ni un momento antes ni después, toda la flota virase sin nueva orden y sin luces, y que todos ganasen barlovento con el fin de encontrarse en posición ventajosa al amanecer, lo que efectivamente así ocurrió en la madrugada del 25, apareciendo la flota española a barlovento de la francesa, que además se encontraba desorganizada, ocupada en reparaciones como consecuencia del encuentro del día anterior.

Justo cuando la flota española inicia el ataque, un nuevo percance abate las líneas españolas. Una de las más poderosas naves de nuestra flota, la de Don Cristóbal de Eraso, parte su palo mayor. Al quedar desarbolada, el ataque es abortado, procediendo el San Martín a remolcarla, limitándose el encuentro a un intercambio de fuego artillero entre las vanguardias. Son las nueve de la mañana, y la flota pone rumbo al norte seguida por la francesa a corta distancia. Y es que, aún así, y a pesar de su gran superioridad numérica y el viento a su favor, los franceses no tienen claro atacar, tal era el respeto que les infundía la flota española, prefiriendo seguir con su táctica anterior.

El resto del día 25 es un día para reparar averías y reponerse, y también para pensar. Don Álvaro, viejo marino, se da pronto cuenta de las intenciones de su rival, lo que le hace reflexionar profundamente. Pronto se da cuenta que no le sirven las estrategias y tácticas convencionales. Además, el tiempo se le echa encima, y es consciente de que no puede retrasarse más. Piensa adoptar una formación desconocida hasta la fecha, sabedor de que nunca antes habían luchado en mar abierto dos flotas tan numerosas de barcos de gran tamaño y muy fuertemente armados. Debía idear una formación que sorprendiese a sus enemigos y que rompiera sus previsiones.

Además confiaba plenamente en la mortífera eficacia, resolución y fiereza de los Tercios embarcados, así como en la pericia marinera y la mucha mar trabajada de sus marinos. Por tanto, olvidándose de la formación clásica cerrada de las galeras en línea de frente, la clásica media luna, ideó dividir su flota en una estructura no vista hasta la fecha, rompiendo con todas las normas tácticas válidas hasta entonces, algo casi imposible de ser concebido por novedoso e innovador: dividió su flota en tres escuadras, la central, integrada por los navíos menos poderosos y marineros de su flota, pero que sirviera de eje a las otras dos, la vanguardia y la retaguardia, formadas por las naves más rápidas, mejor armadas y más maniobreras, contando cada una con siete unidades.

Decidió que el San Martín ocupase el centro de la vanguardia y la liderase, y el San Mateo hiciese lo mismo con la retaguardia. Además, lo ocurrido el día anterior le había dado una idea al experimentado marino, una idea que podía hacerse realidad, ¿por qué no? De ahí que sus órdenes eran que se navegase seguido por los franceses, sabedor de que con el paso de las horas, y la avaricia de sus enemigos por seguir y atacar la retaguardia española, con sólo siete unidades, las naves enemigas se fueran dispersando ante sus distintas velocidades y maniobrabilidad.


18 Mar 2010 20:35
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Nuevo mensaje Re: La Batalla de la Isla Tercera. Primera Batalla Oceánica
En un momento determinado, cuando las naves francesas más lentas hubieran quedado muy rezagadas, las unidades de la retaguardia española trabarían combate con los navíos franceses más adelantados, bloqueando su paso. El centro español acudiría inmediatamente en su ayuda, y la vanguardia, daría un gran rodeo para atacar por detrás a las unidades francesas bloqueadas por la retaguardia española, justo los navíos enemigos más potentes y capaces.

Pero esa noche, un nuevo contratiempo asola el campo español. Chocan y se hunden con 400 hombres de guerra a bordo y toda la tripulación dos naves de nuestra flota. Este hecho no merma para nada la determinación de Don Álvaro, sino que al revés, le hace ser más consciente de poner en marcha cuanto antes su novedoso plan.

Al poco de amanecer, y con la noticia fresca de esta desgracia, ambas flotas se avistan de nuevo separadas tan sólo por tres millas, pero con la flota francesa navegando a barlovento, y la española de bolina. Comienza entonces el juego ideado por el viejo marino español, con la flota española navegando seguida de sus enemigos. Sin embargo, los franceses no se deciden a atacar la retaguardia española, a pesar de contar ésta con siete unidades.

Es entonces, a mediodía, cuando ocurre un hecho que fue decisivo para la suerte de la batalla y de toda la campaña. El San Mateo, el otro gran galeón español, de 600 toneladas, y donde va embarcado Don Lope de Figueroa con su tercio más fiero de 250 arcabuceros y mosqueteros, y eje de la retaguardia, se va retrasando, colocándose por detrás de la línea de retaguardia española. Parece presa fácil para los franceses, y Strozzi no duda en atacarle con las tres escuadras más en avanzada, la suya, la del Teniente General y Mariscal de Francia Charles de Brissac, y la del Maestre de Campo Saint Soutine, en total 18 navíos, seguidos del resto de la flota combinada anglo – francesa, ya a bastante distancia.

Y es que Don Lope, ante el cariz de la situación, había tomado el mando del navío y dado la orden de esperar la llegada de los franceses. Ordena no disparar. Mientras Don Álvaro maldice a su subordinado, larga el remolque, y da la orden a toda la vanguardia y centro de seguirle para rodear la flota enemiga, y a la retaguardia de acudir directamente en auxilio del San Mateo. Por otro lado, el viejo marino sonríe y comprende que se acaba de poner el cebo, aunque no de la forma que él esperaba; no es la retaguardia, como había ideado, con la que no se atreve la flota enemiga, sino sólo un barco. Don Lope se había dado cuenta de esta circunstancia, y Don Álvaro estaba siendo consciente de ello, como también lo es de que todo depende del temple y coraje de la gente allí embarcada, y del mando que pueda ejercer Figueroa, aunque esto era lo que menos le preocupaba.

En efecto, Don Lope siente llegado el momento de la verdad. Sabe que tiene lo mejor de lo mejor junto a él. Y no duda. Distribuye a sus hombres por todo el barco, y les apresta al combate. Sabe que ellos solos tendrán que detener a lo mejor de la flota francesa, entretenerles el tiempo suficiente para que Don Álvaro, percatándose de sus intenciones, logre envolver a los franceses. Don Lope mira los movimientos de los barcos españoles y una sonrisa aparece en su rostro. ¡El viejo se ha dado cuenta! Sabe que ahora todo depende de lo que él y sus hombres sean capaces de resistir el brutal ataque inminente. Pero esto es lo que menos le preocupa, tal era la confianza en sí mismo y en los hombres a su mando.

Al poco la nave almiranta francesa, al mando de Strozzi, le lanza los garfios a estribor, y la capitana, al mando de Brissac, lo hace a babor. A la vez, dos poderosos barcos enemigos se enganchan a su popa, y un quinto enorme lo hace a proa. No hay escapatoria posible, ya que además ve que otros cuatro barcos franceses se han interpuesto entre él y el San Pedro, barco más próximo de la retaguardia española. ¡Es la hora de la verdad, y Don Lope se muestra impávido!


18 Mar 2010 20:35
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Nuevo mensaje Re: La Batalla de la Isla Tercera. Primera Batalla Oceánica
Justo antes de que los barcos queden enganchados, Don Lope ordena el disparo a bocajarro de toda la artillería de estribor. El momento es atroz, horrible, parecía que el tiempo más que haberse detenido, se había congelado. La nave de Strozzi es cruelmente balanceada, con trozos de madera y de cuerpos humanos desparramados por sus cubiertas. A continuación, y sin perder un momento, se ordena lo mismo con la artillería de babor, que hace la misma carnicería en la nave capitana de Brissac.

Entonces, el Tercio empieza a hacer su trabajo. Bien distribuidos, colocados a conciencia, los mosqueteros y arcabuceros empiezan a asolar las cubiertas enemigas de ambos navíos, matando a todo aquél que se moviese. El intercambio de cañonazos era brutal, no en vano, tras dos horas de combate, el San Mateo tenía 500 agujeros de cañón, y es que estaba trabado en combate con cinco naves de similares características y armamento a la suya; sin embargo, en ningún momento aflojo en modo alguno su defensa.

En este tiempo, los franceses intentaron en siete ocasiones el abordaje. Las cinco primeras fueron rechazadas con gran número de bajas debido a los certeros y mortíferos disparos de los tercios españoles, y las dos últimas, los pocos franceses que lograron atravesar la cortina de fuego española, fueron masacrados y descuartizados a sablazos.

En esos momentos, el navío de Strozzi estaba ya muy dañado, y la tripulación de Brissac estaba diezmada. De hecho, Don Lope tuvo que impedir a las tropas de babor que abordasen el barco de Brissac, y les ordenó que siguieran concentradas en el rechazo de los otros tres navíos que tenían enganchados.

Mientras, el resto de la retaguardia logró hacerse paso y acude en ayuda del San Mateo, la escuadra del centro va en busca de la escuadra de Brissac, y la vanguardia, guiada por el San Martín, rodea y envuelve las tres escuadras francesas adelantadas, atacando en primer lugar la de Saint Souline, que estaba algo separada y sotaventada de las otras dos, quien al ver lo que se le venía encima, optó por abandonar de inmediato el combate con nueve naves, enseñando en todo momento la popa a las naves españolas. ¡Dicen que todavía se le ve navegando a todo trapo, no se sabe bien hacia dónde y con la cara desencajada!

Dos naves de la retaguardia española fueron directas a por Strozzi, que no se esperaba ese ataque, concentrado como estaba en sus intentos de abordaje. Mientras, Don Miguel de Oquendo fue a por la capitana de Brissac, un espléndido navío de 500 toneladas y muy fuertemente armado, al que lanzó una andanada tan brutal y certera que le desmanteló y masacró su tripulación, matando de inmediato a 50 hombres, y logrando su rendición inmediata, a la vez que el propio Brissac se trasladaba a otro navío, pero no para ponerse nuevamente al frente de sus tropas, sino para huir a Francia, quedándosele pequeño el Atlántico, tal era, según cuentan, la velocidad de su huida, abandonando a sus hombres, a su jefe y a su bandera.

A continuación el de Oquendo no se entretuvo y lanzó su nave entre la almiranta francesa y el San Mateo, cortando los cables de abordaje franceses y lanzándole a su vez los propios, con el fin de abordarle. Él mismo, en persona, condujo el asalto al buque francés, llegando al castillo de popa, capturando la bandera enemiga y dejando malherido al Almirante francés. En esos momentos, el buque de Strozzi comenzó a hundirse, por lo que Don Miguel dio orden de abandonarlo a su suerte, regresar al suyo y continuar matando franceses.

Mientras, parte del resto de la flota francesa rezagada, más de veinte navíos, ya estaba llegando al lugar del combate. Ante esto, Don Álvaro dispuso que la vanguardia, dotada de excelentes artilleros, hiciera buena escabechina en las naves enemigas conforme fueran poniéndose a su alcance, orden que cumplieron con temible y mortal eficacia, frenando en seco la llegada de refuerzos enemigos, muchos de los cuales quedaron bastante destrozados por los efectos y la puntería española sin haberse podido acercar siquiera al lugar de la contienda. Mientras, él mismo se dirigió en el San Martín a meterse en medio de lucha buscando la nave de Strozzi, a la que encontró a la deriva, haciendo agua y hundiéndose.


18 Mar 2010 20:36
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Nuevo mensaje Re: La Batalla de la Isla Tercera. Primera Batalla Oceánica
Sin embargo, Don Álvaro ordenó abordarla, acabar con ella y traer a su presencia a Strozzi, a quien el contingente de asalto español le encontró ya próximo a la muerte en medio de 400 cadáveres de franceses, la mitad de su tripulación. Aquello no frenó a Don Álvaro, sino todo lo contrario, ya que deseaba que compareciese ante él, aunque fuese con su último aliento. No pudo ser, y el Almirante francés moría momentos antes de estar en presencia de su ganador. Al poco, su nave buscaba el fondo del Océano.

En esos momentos, hubo desbandada general francesa e inglesa. Presas del pánico, aterrorizados por la mortífera eficacia española, y sus deseos determinantes de triunfo, abandonaron como pudieron el escenario del combate, en todas direcciones, con un completo desorden, abordándose incluso unos a otros, cortándose el paso, cerrándose el camino de huida, no recogiendo a ningún compatriota, deseando no haber vivido ese día.

El combate había durado más de cuatro horas en total, y por parte española hubo 224 muertos y 553 heridos, no habiéndose perdido ningún barco, aunque todos resultaron dañados, en mayor o menor medida. La peor parte se la llevó el San Mateo, con 40 muertos y 74 heridos. Por parte francesa, se perdieron 10 navíos de gran porte (4 hundidos, 2 incendiados, y 4 tomados y capturados), entre ellos la nave almiranta y la capitana, y sufrieron alrededor de 3.000 bajas, entre las que se contaban unos 2.000 muertos.

Pero aquí no terminó la cosa. A continuación Don Álvaro en persona juzgó a todos los hombres, acusándoles de piratería, ya que el rey francés Enrique III, no deseando enemistarse con Felipe II, y romper la paz que entre ambos existía, había afirmado a éste por conducto oficial que los franceses que acudieron a las Azores lo hicieron en calidad de mercenarios, y que por ello “si caen en vuestras manos los tratéis como a piratas”. Don Álvaro tomó la decisión personal de condenarles a muerte por piratería y perturbadores de la paz pública

De ahí que el 1 de Agosto, fueron degollados 80 nobles franceses, y ahorcados todos los soldados y marineros franceses de más de 18 años de edad, en total cerca de 400 enemigos. Mientras, Don Antonio huía de Azores en busca del anonimato de la historia, olvidando sus sueños de ser rey de Portugal, y Felipe acariciaba los suyos de regir el más grande imperio de nunca vieron los siglos.

A la muerte años después, en 1.588, del que fue su gran almirante y amigo, con quien sirvió en varias campañas a las órdenes de Don Lope de Figueroa, tal como años antes lo había hecho Miguel de Cervantes, Lope de Vega dedicó estos versos al Marqués de Santa Cruz:

El fiero Turco en Lepanto,
En la Tercera el Francés,
Y en todo mar el Inglés
Tuvieron de verme espanto.
Rey servido y patria honrada
Dirán mejor quién he sido,
Por la cruz de mi apellido
Y con la cruz de mi espada.

¡¡Así eran los hombres que paría España en aquellos tiempos!!


18 Mar 2010 20:36
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Nuevo mensaje Re: La Batalla de la Isla Tercera. Primera Batalla Oceánica
s¡!i

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¡Izad la señal nº5!: "A los que por su actual posición no combate, tomar una que los lleve rápidamente al fuego"


18 Mar 2010 22:46
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Muchísimas gracias Eusebio, no sabes cómo anima y motiva que a uno le lean y además le transmitan buena opinión.

Saludos muy cordiales.

Juan Ignacio.


18 Mar 2010 23:12
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Nuevo mensaje Re: La Batalla de la Isla Tercera. Primera Batalla Oceánica
Muy ameno

un saludo

Antonio

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"Si vis pacem, para bellum"


18 Mar 2010 23:22
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Nuevo mensaje Re: La Batalla de la Isla Tercera. Primera Batalla Oceánica
Muchísimas gracias, Orfebre. Como he dicho en otras ocasiones, esto anima y motiva mucho.

Y como no puede ser de otra manera, a disposición de esta estupenda tripulación.

Un muy cordial saludo.

Juan Ignacio.


18 Mar 2010 23:36
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Traducción al español por Huan Manwë para phpbb-es.com