El día del desfile de la victoria de las tropas de las trece ya ex colonias inglesas en el continente americano, para festejar el final y triunfo de su Guerra de Independencia sobre Inglaterra, que les había llevado a ser ya una nación, y a ellos mismos a ser libres, el principal artífice de esta gesta, el General George Washington, cabalgaba orgulloso al frente de sus tropas, aunque siempre con su semblante serio y su carácter grave que tanto le caracterizaban.

Junto a él cabalgaban aquéllos que él mismo y el Congreso Continental americano consideraron como grandes y necesarios protagonistas para alcanzar el éxito que les había conducido ese día hasta allí. Uno de ellos no era americano ni había sido nunca súbdito inglés. No era tampoco francés, aunque había varios de ellos en el desfile.

Además su cuidadosa y llamativa colocación a la derecha de Washington, y a quien éste se dirigía muy amablemente haciéndole comentarios en diversos momentos, le daban el carácter de persona seleccionada con mucho detalle, carácter del que no gozaban la gran mayoría de los presentes. ¿Quién era pues este hombre y qué había hecho para ser merecedor de tal honor?

Queremos en estas líneas presentar a este personaje, hablar de su vida y de su carácter, y explicar por qué se encontraba ese día en el desfile de la victoria, ocupando uno de los lugares de privilegio en el mismo, y sobre todo, decir qué fue lo que hizo para merecer un reconocimiento y honor que no gozaron la inmensa mayoría de americanos, y ninguno de los franceses que tanto habían ayudado y contribuido a la causa de la independencia, un hombre que tiene monumentos en diversas ciudades de Estados Unidos, incluida la capital, y que, entre otras cosas, una ciudad de ese país lleva su nombre, Galveston, que durante mucho tiempo fue un importante centro de comercio de algodón y financiero de Estados Unidos, una de sus más ricas ciudades, y merecedora del nombre del Wall Street del Sur.

Este hombre es Bernardo de Gálvez, y ésta es sólo una parte de su historia.

Nuestro personaje nació en 1.746 en un pueblecito de la sierra de Málaga, el mismo día que en Madrid, en el palacio del Pardo, moría el rey Felipe V. A los 16 años le encontramos iniciando su carrera militar, tras su paso por la Academia Militar de Ávila, participando como voluntario en la guerra contra Portugal, donde ya empezó a sufrir sus primeras heridas de guerra que, por su carácter, tantas le hizo tener en su vida.

A los 19 años se embarcó con las tropas del general Villalba que partían para América, iniciando así su primer contacto con esas tierras. Gracias a sus dotes militares, su comportamiento y actitud en el combate, y sus habilidades como diplomático y negociador, de las que pronto hizo también gala, le permitió llamar la atención e ir escalando posiciones en la jerarquía militar, y así, unos años después, con 24 años, ya era Comandante General de Nueva Vizcaya.

Fue aquí, en las tierras de Sonora, donde empezó a ser conocido y respetado.

Sus primeros combates los libró contra los indios opatas, ganando desde muy pronto su admiración y respeto. Y su pragmatismo, afán de logro y poder negociador, de los que hizo gala toda su vida, los demostró alcanzando un acuerdo con los mismos, beneficioso para ambas partes, para combatir y derrotar al enemigo común, los apaches, a los que ya pudo combatir en una dura campaña en que dirigió a sus tropas, llevándoles hasta el río Pecos, donde tuvo que hacer frente a un conato de motín, cuando parte de sus 200 hombres, dadas las penurias y sufrimientos que estaban padeciendo, y tras la pérdida de la práctica totalidad de sus provisiones, expresaron su deseo de volver a su base de Chihuahua.

Gálvez, dando ya muestras de su carácter, y tras arengar a sus tropas («Compañeros, ha llegado el día de hacer el último esfuerzo. Volver a Chihuahua, con la vergüenza de haber malgastado el tiempo y el dinero, y de no haber tenido éxito en nuestra empresa, no es conducta de hombres de honor. Yo marcharé solo si es que no hay nadie que me acompañe. Volveré a Chihuahua con el pellejo de uno de mis enemigos o pagaré con mi vida el pan que del Rey he comido. Vuélvanse los débiles y pusilánimes de corazón y síganme los que han compartido conmigo toda suerte de contrariedades»), espoleó a su caballo, y sin mirar quien le seguía cruzó el río.

Sus hombres, ante tal muestra de verdadero talante, le siguieron en su totalidad, y juraron seguirle hasta la muerte, alcanzando el éxito al derrotar a los apaches al día siguiente.

Medio año después, Gálvez organizó una segunda campaña contra los apaches, llevando como guías a parte de los indios que había hecho prisioneros en la anterior campaña, tal era el efecto y la atracción que el magnetismo de su fuerte personalidad ejercía.

Esta vez logró cimentar aún más su fama cuando tras derrotar nuevamente a los apaches en su propio territorio, logró alcanzar con ellos una paz definitiva, de convivencia en común tras muchos años de guerras, paz que tan sólo se rompió cuando los apaches se enfrentaron muchos años después con los colonos norteamericanos.

Se dice que hoy es el día que las tribus indias del norte de México y del sur de Estados Unidos recuerdan a Bernardo de Gálvez, y conservan los acuerdos firmados, llevando en su corazón el reparto territorial acordado con él, delimitándose fronteras y condiciones de paz, respetadas desde entonces fielmente por los indios, en prueba de la autoridad, prestigio y reconocimiento que otorgaban a Gálvez.

De hecho, nos encontramos ante un experto conocedor de las costumbres y leyes indias, de su estilo de vida, su carácter y cultura, demostrando una gran empatía y amistad, y ejerciendo una notable atracción sobre las comunidades indias de la frontera, que le permitieron alcanzar en el futuro no sólo muchos y grandes acuerdos, sino también abortar los acuerdos existentes contra los intereses españoles, e incluso dándoles la vuelta y logrando la colaboración de los otrora enemigos.

Poco después, en 1.771, con 25 años, Gálvez tiene que regresar a España. Aprovechó esta circunstancia para asistir durante unos años a una academia militar francesa, donde perfeccionó sus conocimientos militares, y aprendió la lengua y las costumbres francesas.

Regresó a España en 1.775, contando 29 años, justo a tiempo para acudir a la batalla de la toma de Argel como Capitán, bajo el mando del General O`Reilly, donde fue malherido nuevamente, heridas que se sumaban a las múltiples que recibió en sus campañas contra los indios.

Tras su paso como profesor de Arte Bélico durante un año en la Academia Militar de Ávila, es reclamado para dirigir la guarnición del Regimiento de Nueva Orleans, instándosele a proveer la defensa y el desarrollo de la población y el comercio de la provincia de la Luisiana, puesto de enorme confianza y transcendencia, y con una enorme carga política y administrativa, siendo de facto el ayudante del gobernador de la Luisiana, Unzala, quien ya contaba con una edad tan avanzada que aconsejaba su sustitución.

Era el año 1.776, y las colonias americanas acababan de proclamar su independencia.

Tras el tratado de París de 1.763, que dio fin a la Guerra de los Siete Años, y que supuso una paz vergonzosa para Francia, ésta vio la oportunidad de la revancha en la guerra se mantenía en suelo americano. De ahí que en 1.778 alcanzase un acuerdo con los colonos norteamericanos para ayudarles en su confrontación con los ingleses.

Es cierto que las tropas americanas luchaban con ganas e ilusión, pero sus escasas provisiones, su limitado adiestramiento, y unos jefes no muy expertos en la conducción de grandes ejércitos (ni siquiera George Washington, quien fue derrotado y puesto en fuga en numerosas ocasiones) les conducían inexorablemente hacia una derrota segura.

La ayuda económica francesa, el envío de tropas de combate adiestradas y una excelente labor de su marina, tanto en lo comercial como en lo militar, logró equilibrar bastante la balanza de la guerra, pero no de manera definitiva.

Se necesitaba algo más, un nuevo apoyo, y éste vino de la mano de España, quien hasta entonces había ayudado a los americanos con dinero, armas y municiones, pero había evitado una intervención directa y clara, siguiendo la política marcada por el conde de Floridablanca, a la sazón Primer Ministro de España.

Sin embargo fue tomando cuerpo en la corte española alcanzar un doble objetivo: por un lado, aprovechar estas circunstancias para expulsar a los ingleses de las orillas del Mississippi y del golfo de México, y lograr su completa desaparición de sus asentamientos e intereses comerciales y políticos en América Central, principalmente en Nicaragua, Honduras y Campeche, y lograr la recuperación de toda la Florida; y por otro lado, lograr una serie de concesiones como aliado de los franceses en su apoyo a la causa americana.

Para lograr este segundo objetivo se firmó el tratado de Aranjuez, el 12 de abril de 1.779, entre Francia y España, formando parte de los Pactos de Familia, en el que España se comprometía a ayudar a Francia en su lucha contra los ingleses y en apoyo de las colonias americanas, y Francia se comprometía a ayudar a España a recuperar Menorca y Gibraltar, principalmente. Para lograr el primer objetivo, España contaba con Bernardo de Gálvez, a quien ese mismo año nombró Gobernador de la Luisiana, territorio que desde el golfo de México llegaba hasta Canadá (Minnesota, Wisconsin, Missouri, Illinois, Kentucky, Arkansas, Tennessee, Mississippi, una parte de Luisiana, y gran parte de Texas), y delimitaba al este con las trece colonias americanas.

La Luisiana era un territorio de una gran importancia geopolítica y comercial, ya que era el río era el eje del comercio entre Canadá y el golfo de México y Cuba, y servía para comerciar con las múltiples naciones indias y las trece colonias americanas de Nueva Inglaterra.

Para esta colosal tarea encomendada, Gálvez se había ido preparando concienzudamente, reforzando sus posiciones y alianzas con las naciones indias, factor de gran importancia dadas las escasas fuerzas de que disponía, y tomando contacto con los colonos rebeldes, de la mano de su antecesor, Unzaga.

Sin embargo, las noticias que le llegaban desde el lado inglés no podían ser más alarmantes, ya que los ingleses estaban preparando un golpe de mano contra la Luisiana española, para lograr así tres objetivos: acabar con la ayuda española a los rebeldes, que hasta entonces era encubierta pero podía convertirse en oficial, tal como iba pronto a suceder por el tratado de Aranjuez, aunque en esos momentos los ingleses lo desconocían; atacar por el sur y el oeste a las colonias rebeldes, ataque que no esperaban precisamente por tener esta retaguardia cubierta por España; y conquistar la Luisiana española, y ampliar así sus posesiones de la zona, una parte de Luisiana y toda la Florida, que Inglaterra había logrado de España en la Guerra de los Siete Años.

Gálvez, consciente del momento crítico, decide no defender sino atacar primero, y hacerlo sin contemplaciones. Para ello convoca un Consejo de Guerra donde comunica su decisión de emprender una campaña de ataque, frente a la opinión de la mayoría de defender Nueva Orleans.

Gálvez les hizo ver la importancia de la ofensiva, y que ésta era la mejor manera de defender su territorio, y lograr los objetivos que les habían marcado. Para ello dispuso dos ataques, uno por tierra, que dirigiría él mismo en persona, y otro por mar.

La columna de tierra estaba formada por 1.450 hombres, de los que tan sólo 170 eran soldados veteranos y 20 carabineros, siendo el resto reclutas, colonos franceses, alemanes y norteamericanos, y negros y mulatos, una tropa mixta de culturas, razas, religiones, idiomas, intereses y costumbres, que Gálvez, en muy breve espacio de tiempo, convirtió en un verdadero regimiento.

Tras una marcha infernal, atravesando pantanos y lodazales, en medio de lluvias torrenciales y una atroz climatología, llegaron el 7 de septiembre de 1.779 a Manchack, tomando de inmediato al asalto el fuerte inglés, victoria que tuvo una enorme resonancia y transcendencia moral.

Tras un breve descanso, y conocedor de la importancia de la rapidez en la acción, se dispuso a tomar Baton Rouge, donde se encontraba un fuerte contingente de 600 tropas veteranas inglesas y 18 cañones, bajo el mando del coronel Dickson, a los que logró hacer rendir tras un ataque directo, sin contemplaciones, logrando que en cadena se rindieran los fuertes de Panure y Natchez, defendido por los granaderos ingleses, tras lo cual emprende el regreso hacia Nueva Orleans, para disfrutar de un merecido descanso, tras haber abortado las posibilidades de un ataque sorpresa inglés a Nueva Orleans de sus tropas acantonadas río arriba, esto es, al norte de su posición.

Esta campaña había durado 4 semanas, había supuesto al rendición de 700 ingleses y ocho barcos, la dominación española de todo el sur de la cuenca del Mississippi, y la imposibilidad de un ataque inglés desde Canadá, además hacer inseguro un ataque inglés a las colonias desde el oeste, por la reacción española a la retaguardia inglesa, desde el oeste y desde el sur, y le había dejado libre a su vez para atacar hacia el este, hacia la Florida, donde había dos objetivos principales, llaves de la dominación del territorio, Mobile y Pensacola.

Nuevamente emprendió la campaña por mar y por tierra, y de nuevo se enfrentó a un viaje infernal, por lo duro del territorio y la climatología, agravado por la pérdida del barco en el que viajaban gran parte de los pertrechos y alimentos.

Sin embargo, y tras cuatro días de ataques, el fuerte de Mobile, defendido por 300 veteranos ingleses, cae en poder de los españoles. Es el 14 de octubre de 1.780, y se había recuperado la que en muchas ocasiones fue una de las joyas de la corona española y del virreinato de México.

Fue entonces cuando Gálvez concentró toda su atención en Pensacola, el lugar más estratégico para el control de todo el norte del Golfo de México, y la llave asimismo para la posesión de la Florida, y defendido por un contingente de 1.400 soldados bajo el mando del general Campbell.

La importancia de tomar o no este enclave era tal que si seguía en manos inglesas y los españoles fracasaban, se consolidaba el dominio inglés no sólo en la Florida sino en el Golfo de México y toda la cuenca del Mississippi, volviendo a recuperar los enclaves que les acababa de arrebatar Gálvez, además de Nueva Orleans, con consecuencias terribles para todos: España perdía todo este territorio, que pasaría a manos inglesas, con amenaza además sobre México y Cuba; todo el comercio desde Canadá hasta América Central estaría bajo el control de Inglaterra; las trece colonias quedarían atrapadas por la amenaza de ataques desde el norte, el sur y el oeste, por su retaguardia, con un fuerte aliado derrotado, y con un definitivo estrangulamiento económico, ya sin vías de salida o entrada de mercancías; Francia sola se vería incapaz de ayudar a los colonos, como ya la había ocurrido antes, y perdería así su apuesta económica y militar en Norteamérica; y la Guerra de Independencia norteamericana fracasaría irremediablemente.

En cambio, si Gálvez triunfaba y tomaba Pensacola, España recuperaría la Florida y la parte de Luisiana que estaba en poder inglés, consolidaría su posición en el Golfo de México y en toda la cuenca del Mississippi, echando a los ingleses de ahí, y haciéndose con el control de todo el comercio desde Canadá hasta México a través de la cuenca del gran río, podría comerciar con las trece colonias, y aseguraría los flancos de éstas al oeste y al sur, donde ya no habría presencia militar inglesa para lanzar un ataque contra los colonos rebeldes, debiéndolo hacer tan sólo desde Canadá o desde sus cabezas de playa en la costa atlántica, condicionando además el abastecimiento de las tropas inglesas en tierra gracias a las marinas española y francesa.

De hecho, la marina inglesa estaba muy ocupada defendiendo Gibraltar, a la que destinó la mitad de sus efectivos, lo que contribuyó asimismo de manera definitiva al curso de la guerra.

Sin embargo, las graves diferencias existentes en el bando español sobre cómo realizar el ataque a Pensacola, estaban retrasando las operaciones, y dando a los ingleses un tiempo precioso.

Por fin se aceptó el plan de Gálvez, quien recibió cerca de 6.000 tropas del Gobernador de Cuba y del Virrey de México. Pero cuando esta flota zarpó se encontró con una terrible tempestad tropical que hundió parte de la misma, diseminando al resto por todo el Golfo de México.

Ante las dudas de las autoridades españolas de continuar adelante con el plan, Gálvez les dijo lo siguiente: “Los ingleses que se dirigían a Charleston fueron sorprendidos por una fuerte tempestad, a causa de la cual sus barcos fueron diseminados hasta tal punto que algunos fueron arrastrados hasta casi Inglaterra. Esto es lo que, más o menos, nos ocurrió a nosotros.

Pero los ingleses no se desanimaron. Se volvieron a organizar y atacaron a Charleston, obteniendo los resultados afortunados que todos conocemos. ¿Es que nosotros no somos capaces de cosa semejante? ¿Ha desaparecido la virtud militar que tanto nos caracterizó atacando a nuestros enemigos? ¿Somos tan pusilánimes e inconstantes que una simple tempestad tropical nos amilana en nuestra gloriosa empresa?

Esto es lo que pensarán los ingleses de nosotros, derrotados por un simple contratiempo, a no ser que nos mantenga un propósito de mucha mayor importancia”, logrando que tres meses después zarpase una nueva flota con 1.300 soldados a bordo. Era el 13 de Febrero de 1.781.

Al llegar a Pensacola el mando naval español piensa que es mejor no adentrarse por la bahía, dada la poca profundidad de ésta, el desconocimiento de las mareas y los vientos reinantes en la zona, y sobre todo, la gran defensa artillera de la plaza, y aconsejan un ataque por tierra, cañoneando ellos desde el mar, a lo que se opone vehementemente Gálvez, quien estaba convencido del fracaso de una intentona por tierra, y de las grandes posibilidades de éxito si se forzaba la entrada en la bahía y se atacaba la plaza desde allí.

Por ello, toma los dos únicos barcos que estaban bajo su mando, el “Valenzuela” y el “Galveztown”, y emboca la entrada de la bahía, dirigiendo estas palabras al resto de la flota: “Una bala de a 32 recogida en el campamento, que conduzco y presento, es de las que reparte el Fuerte de la entrada. El que tenga honor y valor que me siga. Yo voy por delante con el Galveztown para quitarle el miedo”.

Tras lo cual penetra en la bahía soportando el duro fuego de la artillería inglesa, pero demostrando que el paso era posible.

Ante esto, y al ver la situación de los dos barcos españoles que ya habían entrado en la bahía, y que seguían bajo el fuego enemigo, el resto de la flota española les sigue, cañoneando a las posiciones defensivas inglesas y forzando asimismo el paso de entrada, logrando desembarcar y establecer una formidable cabeza de playa.

Gálvez asegura la posición y se mantiene a la espera de recibir las dos columnas de refuerzo que había pedido a Mobile y Nueva Orleans.

Y el 19 de Abril, a la cabeza de los 7.000 hombres que había logrado reunir, y con el decidido apoyo de una flota de 20 barcos recién llegada de Cádiz, trayendo lo más granado de la marina real española, comienza el ataque a Pensacola, logrando avances y consolidando posiciones en torno al bastión defensivo inglés.

El 8 de Mayo, ordena un fuerte ataque artillero desde posiciones bien elegidas en tierra, y desde la flota, haciendo explotar el almacén de pólvora enemigo, muriendo en el acto 100 soldados ingleses, ordenando un ataque masivo, cuerpo a cuerpo, de tal envergadura y fiereza que el general Campbell no tiene otro remedio que levantar la bandera blanca y pedir la rendición.

Al día siguiente, el 9 de Mayo de 1.781, los ingleses firman el documento de capitulación y entregan Pensacola, todos los fuertes situados al norte del Golfo de México y toda la Florida, permaneciendo bajo su control tan sólo el fuerte de San Agustín y la isla de Jamaica.

Asimismo las tropas inglesas quedaron libres pero bajo promesa de su inmediata vuelta a Inglaterra y no volver a combatir en suelo americano, ni contra españoles ni contra los colonos rebeldes. En total se rindieron más de 1.000 soldados ingleses, además de un gran número de mercenarios negros y aliados indios.

La cantidad de armamento que quedó en manos españolas fue enorme. Las bajas de las tropas de Gálvez no llegaron a 100 muertos.

El mismo Gálvez garantizó los derechos de las familias de los soldados ingleses, de la población civil y sus bienes personales, y de inmediato firmó acuerdos y tratados de paz y colaboración con las diversas tribus indias de la región, que mantuvieron la paz durante todo el tiempo que duró la presencia española en la Florida y en toda la costa norte del Golfo de México.

Asimismo, se le hicieron llegar las buenas noticias al general Washington por el transcendental significado de esta victoria de las armas españolas, que suponía un fuerte revés para el ejército inglés y los intereses de Inglaterra en tierras americanas, y que debilitaba enormemente sus posiciones y comprometía para ellos el curso de la guerra, quizás de manera definitiva.

Más información sobre Bernardo de Gálvez y la toma de Pensacola (o Panzacola):
viewtopic.php?f=47&t=2879&p=24487&hilit=g%C3%A1lvez#p24487

Y resaltar el hecho, recogido en el foro, de que parte de la suscripción popular para hacer las dos torres de la catedral de Málaga fue a parar a financiar las campañas de Gálvez, con lo cual sólo se levantó una torre .... la otra, habrá que ir a reclamársela a USA.

Buenos días, Amenofis. Muchas gracias por leer el artículo, y por la información adjuntada.

¡Así da gusto!

Juan Ignacio.

Una cosa que hace grandes a los países es el reconocimiento de los hechos, contribuciones, esfuerzos, comportamientos, actitudes, etc., de todo aquél que haya ayudado al país.

En esto, creo yo, los anglosajones nos han aventajado. Inglaterra y Estados Unidos nos han dado a lo largo de la historia, buenos ejemplos de ello, a mi parecer.

En el caso de Estados Unidos, nos han dado un buen ejemplo con Bernardo de Gálvez, no sólo en el desfile de la victoria tras la Guerra de Independencia americana, sino por muchas otras cosas (una ciudad, monumentos, reconocimientos de todo tipo, etc.).

Mientras, España encausó a Gálvez (dicen muchas lenguas que, como siempre, con el pecado capital español, la envidia, por detrás).

¡Qué pena!

En fin, es lo que hay.

Pero para que un país sea de verdad "grande", tenga de verdad grandeza, debe comportarse como tal.

En esta ocasión, me parece a mí, no ocurrió.

Juan Ignacio.