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 Los apuros de un Cutter y su salvamento por unos pescadores 
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Capitán de Corbeta
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Nuevo mensaje Los apuros de un Cutter y su salvamento por unos pescadores
Estimados compañeros de singladura:
Quiero traer aquí el pasaje de una novela que se encuentra "en construcción" como los buques antes de su botadura en el astillero. Describe los apuros de un velero en la bahía de Cádis y su salvamento por unos pescadores.
Espero que os guste y me hagais llegar vuestros comentarios.
Un abrazo afectuoso.
Manuel



De buena mañana llegamos a la casería de Osio y buscamos al botero del embarcadero, que nos trasladó en su patera hasta el bote de Miguel. Miguel y su padre se ganaban la vida pescando a uno y otro lado del caño de Sancti Petri: por la mar abierta llegando hasta Conil con los bonitos, las caballas y las doradas, o por la bahía hasta Rota con las lubinas, las hurtas o si se terciaba, incluso las lisas, cuando los temporales y los aguajes se confabulaban y no había otro pescado que llevar a tierra.
La suave brisa del sur y la marea vaciante que salía desde el caño hacia el saco de la bahía, nos empujaban suavemente meciendo a la embarcación que era gobernada por mi amigo casi sin meter el timón ayudado de la entena, situada ésta sobre la misma roda lo que permitía engolfar la vela de forma plácida mientras recibíamos el viento Sur por la aleta de babor.
Antes de cruzar la canal de entrada al arsenal y aún con los bajíos fangosos de la punta de la Clica por la amura de estribor, observamos a nuestra proa el comportamiento irregular de un velero que parecía maniobrar con dificultades en la zona de fuera del caño del Consulado. En un primer momento, no prestamos demasiada atención al hecho, dado que por ese lugar, era habitual la presencia de veleros de recreo, que solían fondear para pasar el día abrigados a la vuelta de afuera de las salinas de la Isla del Trocadero y ya conocíamos de sobra las excentricidades y maniobras irregulares con que gustaban exhibirse algunos de ellos.
Fue Miguel el primero en darse cuenta de que aquel velero estaba realmente en dificultades al señalarme con el mentón el lugar donde comenzaba a flamear una vela suelta de escota a la vez que el velero ciabogaba bruscamente y comenzaba a dar cortos y repetidos balanceos.
 Van a encallar si no lo han hecho ya.
 Eso parece.
 ¿Qué tal si nos acercamos?
El velero que ahora parecía escorase a estribor seguía dando fuertes bandazos.
 Si, realmente parecen en apuros. Calculo que están como a una milla, si nos damos prisa podemos llegar allí en poco más de diez minutos.
Para no desatender el rumbo me tuve que encargar de las maniobras del aparejo en solitario, cosa que convenimos así, al estimar que era preferible no perder a la proa del velero en apuros que a ganar tiempo en remover el aparejo, ya que la corriente vaciante nos derivaba hacia el estrecho de Puntales y nos alejaría de nuestro propósito de llegar lo antes posible al buque accidentado.
El conocimiento del barco. Eso me ayudó a actuar con eficacia desde el primer momento. Para ganar rápidamente algo de velocidad, lo primero que hice fue cazar la driza de la entena hasta que la raca llegó a su tope señalado en el palo, esto podría costarme alguna dificultad añadida al trabajar con la escota pero juzgué mis fuerzas y me sentí capaz de halar del cabo de un tirón hasta hacerlo firme de nuevo. Como el viento soplaba por el lado bueno de la vela, cacé el puño de amura hasta que la percha besó la regala de la amura de babor y después, me dispuse al otro lado del trapo con la escota de popa, -dura hasta más no poder- consiguiendo llevarla hasta la cornamusa en dos tirones, con la ayuda de Miguel que momentáneamente alivió la tensión con dos toques de timón. Al ver que la maniobra se realizaba con fluidez y sin un resuello, Miguel no varió en rumbo en ningún momento, cosa que permitió que la embarcación escorara a estribor aún sin concluir la maniobra, terminada la cual, mi amigo metió la caña del timón a barlovento hasta compensar la deriva a la que nos sometía el empuje de la corriente. El bote, al navegar con la bodega vacía, ganó viada de inmediato.

Situación del encallamiento del Ruiloba sobre el fragmento de la carta: Costa sudoeste de España . Hoja IV fechada en la propia hoja en el año 1875. Según los trabajos ejecutados en 1870 por la Comisión hidrográfica al mando del Capitán de fragata D. José Montojo y Salcedo ; I. Tubau la grabó ; J. de Gangoiti
El Rosarillo estaba construido en el varadero de San Fernando y era buen velero, por lo que en menos de diez minutos llegamos junto al buque en apuros, que desde hacía un rato tenía enarboladas en su mástil dos banderas de señales: una cuadra con dos franjas verticales, blanca y roja sobre un gallardetón rojo que en aquellos momentos no supimos que significaban, aunque era evidente que por el ajetreo que parecía haber sobre cubierta, en el buque estaban pasando apuros.
Se trataba de un precioso cúter de recreo con una enorme cangreja que había sido arriada apresuradamente, parte de ella metida en el agua y un foque sobre un corto bauprés que permanecía gualdrapeando sin control. El buque, daba evidentes señales de haber tocado fondo y al acercarnos a la voz, distinguimos claramente cuatro personas, dos señoras y dos caballeros que nos hacían señas con las manos.
No sin peligro para nuestro bote que calaba menos que el cúter, nos abarloamos a su costado de barlovento por la parte de fuera. Eso permitió a las señoras abordarnos. Una, la más joven, con innegable maestría, otra de mayor edad con evidentes señales de pánico por lo que hubimos de tomarla en volandas con la ayuda inestimable del empujón que le propinó uno de los caballeros desde el cúter que tenía el bordo más alto que el nuestro.
A bordo del Rosarillo las damas, preguntamos por las averías del barco que nos dijeron comenzaba hacer mucha agua. Miré a Miguel y nos entendimos sin palabras, salté a cubierta, ordené al más joven que arriara el foque para evitar accidentes y me encaminé hacia la bodega seguido del caballero de mayor edad, que juzgué entorno a los sesenta demostrando por otra parte gran agilidad al seguirme sin vacilación dentro del buque. Al penetrar en su interior, pude observar que tenía dos palmos de agua que entraba apreciablemente por el costado de babor.
 Creo que se puede salvar si no perdemos tiempo.
Apunté con calma y convicción. La mirada del otro era de serenidad aunque estaba bien claro que no parecía muy habituado a las cosas de la mar.
 ¿Sabe dónde está el pañol de la velas?
La respuesta vino de una voz junto a la entrada del tambucho señalando una escotilla de madera a la altura de la mano junto al costado seco. Abrí la escoltilla y tiré con fuerza de una bolsa que contenía una pequeña vela de respeto primorosamente doblada. El barco era bueno, con detalles, y estaba bien claro que los profesionales que lo cuidaban y gobernaban, hoy no estaban a bordo.
Miré al de mayor edad que me pareció entender de inmediato, el joven aún permanecía agachado en cubierta con la cabeza dentro.
 Dos bicheros o dos tangones y el tablero de esa mesa.
Los bicheros llegaron sin dilación desde cubierta, esta vez traídos en mano por el caballero joven. Los tres, empeñados a una, a mis órdenes, y ayudados con los cantos de la tapa de escotilla guardavelas, remetimos la lona contra las tracas del costado donde brotaba la vía de agua, doblando la vela en tres dobleces, los necesarios para que el tablero hiciera presión y sostuviera el tinglado apuntalado primero por los dos bicheros y después reforzando con un pico de cangreja que había como respeto sobre el pañol guardavelas. Todo ello apuntalado contra una bulárcama por la parte del costado seco.
El agua seguía entrando aunque ahora en menor medida. Con la vía de agua controlable con la bomba de achique, la prioridad estaba en sacar el cúter de allí. La marea estaba jugando en nuestra contra y el barco no podría aguantar mucho tiempo en esas condiciones con aquella reparación de fortuna aún inconclusa.
 Si queremos salvar el barco tenemos que sacarlo de aquí. Uno de nosotros debe poner manos a la bomba.
Mi mirada se la dirigí al joven.
 Los otros dos debemos preparar junto al Rosarillo la maniobra de arrastre antes de que la marea bajante nos lo impida.
 Yo me encargo de la bomba. –Fueron las palabras del más joven pronunciadas con buena disposición-
Subimos a cubierta donde Miguel nos estaba esperando con ansiedad. Una vez allí, con el soniquete de la bomba achicando, tras breve consulta concluimos que la única posibilidad que teníamos era fondear el ancla de estribor del cúter y hacer ciabogar el navío en demanda del ancla fondeada ayudados con el molinete y un cabo al Rosarillo que también tiraría de él, para lo cual, debería entendérselas Miguel a solas o con la ayuda de la mujer joven que definitivamente, concluí estaba acostumbrada a las cosas de la mar, como así demostró efectivamente atendiendo al timón del bote y entendiendo las maniobras.
Curiosamente en todo este tiempo ninguna otra embarcación se acercó a nosotros de las pocas que pudimos ver siguiendo la canal en uno y otro sentido y esto fue una suerte, una vez que la maniobra se estaba resolviendo conforme a lo planeado. Miguel y su ayudante femenina fondearon el ancla a todo lo largo que les permitió su cadena, y de vuelta, Miguel con la mujer al timón, tomó un cabo a proa del cúter que tensaron en la misma dirección que el cabo del ancla, navegando con el viento de través, todo ello, una vez que el cúter dio las primeras señales de desperezarse ayudado por la fuerza que su pequeño cabestrante hacía sobre el cabo del ancla fondeada.
A mi indicación, el hombre joven revisaba una y otra vez el tapón de fortuna y retomaba su tarea con la bomba mientras nosotros atendíamos a las evoluciones del Rosarillo y al cabestrante que cada vez más duro, tensaba el cabo del ancla.
A los pocos minutos el buque quedó libre dando un fuerte balanceo, con lo que ganamos fondo y nos aproamos a la corriente a unos tres metros de sonda y unos trescientos del perfil de costa, sujetos al ancla que en ningún momento dio señales de garreo.
 Bien, parece que lo hemos conseguido, el barco está seguro por el momento, aunque es conveniente llevarlo a tierra para repararlo lo antes posible, al menos tiene tres tracas fuertemente dañadas a proa de la cuaderna maestra. Lo más probable es que el barco ha rozado con una roca, no creo que el fango solo sea capaz de hacer saltar las tracas.
 He tomado dos enfilaciones para determinar el lugar: a la iglesia de Puerto Real y al arsenal.
El comentario fue de la mujer joven.
 Creo que debemos ponernos en marcha y salir de aquí.
 Sin duda eso será lo mejor.
Miguel y las dos señoras, permanecían abarloados a nuestro bordo a la vez que el semblante de todos comenzaba a relajarse pasada la pequeña euforia por la victoria conseguida.
Dirigiéndose a Miguel y a mí, el caballero joven apuntó:
 Quedo en deuda con ustedes. Quiero que sepan que su comportamiento ha sido el de unos caballeros. Me gustaría poder compensarles debidamente.
El tono y la firmeza de su voz indicaban que una vez resuelta ya la situación, al menos en su aspecto más crítico, era él, quien tomaba el mando.
 Si a ustedes no les parece mal, podemos acercar al Ruiloba -que así se llamaba el cúter- escoltado por el Rosarillo hasta el dique de Matagorda, de donde hemos partido esta mañana. Allí nos atenderán y repararán la embarcación debidamente.
 Aunque antes que nada, creo que debemos presentarnos: las señoras son madre e hija, Doña Carmen y Doña Rosario Álvarez de Sotomayor, el caballero, es José Francisco Navarro y mi nombre el Claudio López de Piélago.
Por las ropas, el tono de su voz y el propio barco, sin duda todo un rosario de peces gordos, pensé, a los que no he tenido reparo de dar órdenes desde que nos topamos con ellos. Ojalá no me saliera caro mi desparpajo. Aunque bien pensado, hice justo lo que tenía que hacer a pesar que nuestros apellidos y fortunas no eran de tanto relumbrón como los suyos.
Para darnos a conocer, Miguel solo tuvo que decir que era junto con su padre, el propietario del Rosarillo y pescador de la casería de Osio. Por mi parte bastó con mencionar el arsenal, al Sr. Quintana y al taller de maquinaria del arsenal.
Y entonces, sobrevino de nuevo el ruido fatídico del agua entrando a borbotones en el barco. Fue Miguel el primero en saltar al Ruiloba y lanzarse escala abajo hacia el camarote seguido por mí y de los dos caballeros.
Con el bandazo que metió el barco al salir del fango, el tablero que sostenía la vela doblada se había desplazado al doblársele la punta a uno de los bicheros que apuntalaban el tinglado.
La situación parecía delicada, pues no podíamos soltar el tablero para volverlo a componer debido a la gran cantidad de agua que estábamos embarcando, ordene a Miguel que se pusiera manos a la bomba para achicar todo el agua posible mientras la Carmen, la señora joven, Claudio y José, hacían una cadena con los tres cubos de arena contra incendios que había dispuestos en un arnés de madera sobre el piso del camarote.
Busque un mazo o alguna herramienta contundente y encontré un hacha de contrafilo romo sobre el arnés de los cubos contraincendios. Con mucho cuidado para no dañar el tablero, aseguré el otro bichero que parecía aguantar bien, coloque de nuevo el bichero dañado buscando una distancia más corta y con el contrafilo del hacha comencé a golpear el tablero en sentido longitudinal hasta ir desplazándolo poco a poco a la vez que retocaba constantemente los puntales. Una vez centrado el tablero frente a la vía de agua, lo forcé contra el casco atrancando tanto el pico de la cangreja como los dos bicheros todo lo que pude hasta que el agua empezó a entrar en menor cantidad, vigilando que no se soltara todo. Ya no quedaba más tiempo para asegurar la reparación por dentro, si se debía hacer algo más, habría de ser por fuera del casco del Ruiloba
Me acerqué a la escotilla del pañol guardavelas y entonces pude ver sobre ella una leyenda explicativa sobre la cantidad y variedad de ellas que se encontraban guardadas dentro. Vi que había una vela cangreja señalada con una identificación amarilla, levanté la tapa giratoria que también servía de asiento y de tapadera al pañol guardavelas situado bajo una claraboya –por más que me fijaba, al barco no le faltaba un detalle, sin duda el mejor barco en el que jamás había estado- y busque en su interior una funda de color amarillo. Allí estaba, tiré de ella. Era muy pesada para una sola persona. En la cubierta, justo encima de la claraboya debía haber algún aparejo real o lanteón de carga para izar las velas del pañol. Subí y allí estaba, a proa del palo, colgado de la parte baja de la cachola en la base del mastelero perfectamente preparado. Abrí la claraboya y le dije a Miguel que se pusiera en el aparejo, mientras Claudio y José, ya casi agotados se pusieron a la bomba y Carmen por su cuenta buscaba el pañol de cabos intuyendo mis intenciones.
Bajé de nuevo al camarote, esperé que Miguel me acercara el gancho y cazamos la funda por su ollao hasta izarla a cubierta y desplegarla junto al costado de babor.
 Vamos a pasar la vela por fuera del costado, eso nos permitirá afrontar la corriente del estrecho con las debidas garantías.
Observé como José Francisco asentía imperceptiblemente, casi con los ojos, mientras Claudio daba su aprobación y se ofrecía a colaborar en la maniobra. El trabajo esta vez era más sencillo aunque nos llevaría algo de tiempo.
El tiempo: esa era la clave. Me acordé de la marea. A ver, -pensaba- la vaciante comenzó hace más de una hora, como la marea es viva… Mis pensamientos parece que fueron leídos otra vez por Carmen, que al contrario que su madre, no rehuía mi mirada mientras que con delicada firmeza nos dijo a todos:
 La carrera de marea para hoy en la Carraca es de 3,5m y aún faltan unas cuatro horas para la bajamar.
 El calado del Ruiloba, sin pertrechos es de unos 1,5m –fue la aportación de Claudio.
Miguel que comprendía todo lo que estaba sucediendo, sin embargo desde que llegamos al buque siniestrado pareció quedarse mudo y aunque sus ojos indicaban que estaba comprometido con la situación, permanecía como en segundo plano quizá un poco cohibido.
 Si la carrera de hoy es de 3,5m, eso supone algo más de 0,5 m de carrera cada hora.
 ¡Tenemos menos de hora y media! Una hora.
Fueron mis palabras pronunciadas al unísono con las de Carmen. Los dos entrecruzándonos una sonrisa de complicidad, fijándome con detenimiento por primera vez en aquellos enormes y vivarachos ojos verdes como esmeraldas que casi logran marearme y dar conmigo en el agua.
Carmen quedó pendiente de la sonda y a la más mínima señal de garreo del ancla. Claudio seguía atendiendo a la bomba que había conseguido bajar el agua de manera razonable, mientras mi amigo y yo anudábamos los cabos que José Francisco nos traía desde el pequeño pañol que Carmen había localizado a proa en un tambucho que había en cubierta bajo el foque arriado.
El plan consistía en disponer la cangreja de respeto extendida y amarrada por los puños de escota y amura a dos cornamusas del costado dañado y una vez bien aferrada, pasar un cabo a cada uno de los puños de pena y de boca para amarrarlos al otro costado con la vela por debajo del casco.
Primero lastramos los cabos por su centro con plomo de las redes del Rosarillo y los largamos al agua hundiéndose rápidamente. Sus puntas las llevamos al costado bueno dando la vuelta por popa sin enganchar el timón y proa bajo el bauprés asegurándonos que tiraban bien de la vela que ya quedaba en el agua por la parte del costado dañado.
Con la vela empapada, tirar de los cabos fue agotador aún auxiliándonos del cabestrante. Primero pasamos el cabo de proa haciéndolo firme en la amura de estribor y seguidamente, hicimos lo propio con el segundo cabo en la aleta de la misma banda, separados ambos a mayor distancia que el gratil de la vela para que tensasen la misma hacia fuera sin producir arrugas.
 Dos metros de sonda –nos anunciaron desde proa-
La marea bajaba condenadamente rápido. Solo nos quedaba retocar el amarre alternando cada cabo lo que nos retrasaba mucho. En ese momento, cuando nos afloraba el resuello por el esfuerzo, fue cuando echamos de menos dos cabestrantes en el barco, no en vano llevábamos ya dos horas trabajando a marchas forzadas. Por fin, la vela comenzó a pegarse al casco como una segunda piel del Ruiloba lo que nos indicó que la maniobra estaba concluyendo a la vez que Claudio, nos avisaba que en la bodega todo parecía en orden, dando así por concluida la reparación.
Solo nos quedaba la cuestión del ancla.
 No creo que en estos momentos sea sensato recuperar el ancla, -apunté- la sonda donde está fondeada seguro que no llega a los dos metros y acercar el barco allí con el cabestrante no parece posible sin riesgo de varar de nuevo.
 ¿Y cómo quitamos la cadena del ancla? Aquí no tenemos herramientas.
Por primera vez Claudio pareció mostrar síntomas de inquietud, quizá porque creía que ya estaba todo resuelto y ahora de pronto aparecía otro problema.
 Le sugiero soltar el ancla soltando el gancho disparador de la malla de escape. Podemos fondear una boya del Rosarillo y señalar su posición para retomarla posteriormente.
 Naturalmente, naturalmente. Sí, eso parece lo más adecuado. –Claudio parecía algo avergonzado-
Miguel tardó lo que se dice un santiamén en amarrar un cabo a la cadena atado a una boya roja de barril que solía llevar a bordo para localizar sus trasmallos.
De esta forma, libres de fondeo por la vía de escape y sin más dilaciones pusimos rumbo a Matagorda.

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Segundo comandante de la corbeta: Descubierta R. O. del 15 de Julio de 2014.


19 Sep 2012 06:54
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Nuevo mensaje Re: Los apuros de un Cutter y su salvamento por unos pescado
'

Interesante el trabajo bien detallado de aforrar (o forrar) con vela la vía de agua, se llegaron a utilizar para ello los coyes cosidos.


Se utilizaba mucho cuando se producían golpes en la obra viva quebrando ésta, consiguiendo filtrar la vía de agua y dando mejor rendimiento a las bombas, incluso como se relata, se llegaba a compensar, la menos cantidad de agua que embarcaba con la que desalojaban las bombas salvando así el buque y sus dotaciones.


Enhorabuena.


Un cordial saludo.
.

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Si ignoras lo que pasó antes de que nacieras, siempre serás un niño. Marco Tulio Cicerón.


Hay criterios cerrados, de ásperas molleras, con los cuales es inútil argumentar. Miguel de Cervantes Saavedra.


Cuando soplan vientos de cambio, unos construyen muros, otros, molinos.

Sorpresa y Concentración.


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19 Sep 2012 13:35
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Nuevo mensaje Re: Los apuros de un Cutter y su salvamento por unos pescado
Me siento muy alagado por tu respuesta.
Gracias.
Manuel

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Segundo comandante de la corbeta: Descubierta R. O. del 15 de Julio de 2014.


29 Sep 2012 20:57
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Traducción al español por Huan Manwë para phpbb-es.com