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 La despedida (relato) 
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Nuevo mensaje La despedida (relato)
Eran las seis de la mañana y las campanas de la iglesia de San Valero repicaban vivamente en llamada a la santa misa. Se oía actividad en la calle. Los labradores llevaban bastante tiempo montando los puestos del mercado en la plaza contigua a la iglesia, como era costumbre desde que existía el pueblo de Ruzafa. Incluso ahora que, desde poco tiempo atrás, se había incorporado a la ciudad de Valencia como quartel (barrio) . Y debemos tener en cuenta que hoy era día de mercado….
A la población del barrio la conocían como la gente del gancho, porque allí vivían los encargados de recoger los troncos que bajaban por el río para los astilleros y las fábricas de tablones de la ciudad, y se hacían servir de un gancho para esta labor. La mayoría de ellos, después de dejar vigilado el puesto, acudía a la llamada de las campanas.
Entre el barullo de la calle, Juan regresa a casa. Cierra despacio la puerta mientras Águeda, su mujer, duerme plácidamente un profundo y reparador sueño. Ni el alboroto del montaje de los puestos ni las campanas logran profanarlo. Siempre ha tenido un sueño profundo, o eso intentaba hacer creer. Para cuando acabe la misa, llevará un rato levantada y Juan habrá preparado el desayuno. Ya irá más tarde a misa. Esta pequeña licencia le hace sonreír. Sabe que, al igual que él, ella no ha dormido nada.
Siempre que Juan sale con el escuadrón ocurre lo mismo. Desde que se casaron, han mantenido a diario esta misma actitud. Nunca decía adiós a su esposo, sobre todo cuando acudía a misiones que pudieran acarrear riesgo. Y para bien o para mal, siempre eran peligrosas. En la academia Juan recibió una medalla al mérito militar por infiltrarse en una sociedad formada por oficiales de artillería e infantería, de ideología carlista. Conspiradores que intentaban derrocar al régimen con el poder de las armas y que deseaban interesar hacia su causa a miembros del arma de caballería.
Querían atraerlos a la causa desde su formación en la Academia. Para tal misión se ocupaban destacados miembros opositores a la futura Isabel II y a la Reina madre, entre posibles descontentos de la política actual. Una misión casi imposible. Tanto la Regente María Cristina como su hija la Reina Isabel II supieron mimar este arma, amén de dotarla de los mejores medios. Aquellos hombres, futuros oficiales, provenían en buena medida de las filas de la aristocracia. Aunque en teoría cualquiera que quisiera hacer la carrera de las armas en caballería podía intentarlo, no era del todo cierto: la entrada a la academia seguía examinándose con lupa. Esto creó un grupo muy compacto y orgulloso de su status. Más que cualquier otro arma, ya que no toleraban disensiones en sus filas, ni el relajamiento de la disciplina en un ápice. Y forzaban la adecuada instrucción de su tropa. Por tal razón fue un arma que no sólo tuvo muy escasas deserciones, sino que se denunciaba a cualquiera que intentara alzarse contra el gobierno al que habían jurado lealtad.
Nunca le preocupó el porqué le habían asignado esa misión. Y lo cierto era que le daba igual. Recibió una orden y la cumplió. Fin de la historia. Nunca le había preocupado la política. Su lealtad siempre había estado al lado del gobierno, al que, como su arma, había jurado fidelidad.

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España es un país formidable, con una historia maravillosa de creación, de innovación, de continuidad de proyecto... Es el país más inteligible de Europa, pero lo que pasa es que la gente se empeña en no entenderlo.
Julián Marías (nacido en 1914), filósofo.


12 Oct 2012 12:55
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Las últimas misiones asignadas al regimiento, y por lo tanto a su escuadrón, consistían en perseguir a los contrabandistas que operaban por el Maestrazgo. (Antiguos carlistas que preferían ser contrabandistas a admitir su derrota, aunque el motivo real fuese lo lucrativo del negocio mientras esperaban el regreso de su Rey). En las últimas misiones Juan y los suyos estaban siendo ayudados por una nueva unidad recién creada, la Guardia Civil, institución creada por el Duque de Ahumada a principios del reinado de Isabel II y bajo el gobierno de González Bravo.
Se creó para garantizar la seguridad pública, una gran tarea debido a la proliferación de partidas de bandidos desde la guerra al francés, además de los guerrilleros carlistas reconvertidos a contrabandistas tras sus correspondientes contiendas. La situación devino insostenible y el Ejército no podía dedicarse a la seguridad pública. No era su cometido. Aún así siguió patrullando y ayudando a la Guardia Civil, hasta que ésta se implantó en todo el territorio español.
Juan y Águeda se hacen los dormidos, así no se preocupan el uno al otro. Cada uno a su manera, pensaba lo mismo. Ella…, ella nunca se acostumbraba a ver partir a su marido. No podía habituarse a verlo partir, a soportar la incertidumbre de no saber si volvería y, lo más importante, cómo volvería. Tal pensamiento era superior a sus fuerzas. Al menos, los primeros días había pensado que a las mujeres hijas del Cuerpo, les sería más fácil soportar estas salidas. Después de todo, estas despedidas le resultaban familiares.
Aquel verano llegó un primo de Juan, un oficial de la Armada con el empleo de capitán de navío llamado Felipe, que había sido destinado como Capitán del puerto de Denia, donde se dirigía. Venia tras haber embarcado en la fragata Carmen, asignada a la División del Cantábrico. Uno de sus cometidos era evitar el abastecimiento de la zona carlista, además de la inspección de buques sospechosos.
Patrullaba en una fragata que hacia crucero hasta bien entrada la costa francesa con el beneplácito de sus autoridades, además de bombardear las zonas dominadas por las tropas carlistas, cuando el mando lo creía oportuno. Uno de los incidentes ocurrió en Lequeitio, donde se había refugiado un vapor francés con nombre Cecilia. Se envíó al Alcalde un aviso para que el vapor presentase la oportuna documentación. Respondieron que los llevarían a la Fragata trascurrida una hora. Como pasado el tiempo no se habían presentado con los papeles, se envíó otra vez un parlamentario. Tras una hora de espera sin ser atendido por el Alcalde ni la autoridad portuaria de esa Villa, fue llamado al buque. A su llegada, se arríó bandera blanca y se tomaron disposiciones para bombardear el puerto y el pueblo. A las cuatro de la tarde se les avisó con dos disparos de pólvora y uno de granada. Desgraciadamente, la deflagración de un cartucho al introducirse con el atacado hasta el fondo del ánima causó un muerto y un herido. De esta forma, tuvieron que arrumbar hacia San Sebastián para desembarcar al herido. Tras ello, salieron a continuar el crucero en demanda de Lequeito para reconocer al vapor francés, que había salido del puerto, siendo interceptado por la fragata. Efectuado el reconocimiento, se comprobó que presentaba la documentación en regla, aunque su comportamiento hizo creer que llevaría vituallas o armas para la zona carlista. En verdad, Lequeito era un pueblo simpatizante con los sublevados.
Hechos de este tipo fueron muy habituales en la temporada que el primo Felipe se mantuvo embarcado en la fragata: franceses de origen vasco, partidarios del Rey Carlos, que le ayudaban en todo lo que podían. Y los que no eran simpatizantes, lo hacían por dinero. En ese sentido, no faltaron colaboradores en ningún momento.
Juan y Felipe siempre se habían llevado bien. De hecho, no había semana en la que no recibiera carta uno del otro. Isabel, la esposa de Felipe, era hija, nieta y biznieta de marinos. Toda una familia conformada por hombres de mar.

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12 Oct 2012 12:57
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Comentando este tema entre las dos mujeres, Isabel confesó que sufría lo mismo cuando su marido salía a la mar. E igual que ella, su madre. Y la madre de su madre, porque no sólo acudía al puerto a despedir a un marido, sino también, años después, a despedir a sus hijos. A Isabel no le había llegado aún ese momento, pues no habían tenido ningún hijo. Esperanzada, no creía que llegara ya porque a Felipe, gracias a Dios, lo iban a destinar a tierra. También era una suerte que no añorara ningún mando de barco, eso era una ventaja para ella. Pero no pensaba decírselo a su marido. Era él quien debía decidir. Había aprendido de su madre a ocultar sus sentimientos a la hora de partir, para que su marido, más que nadie, no percibiese su preocupación.
Águeda se sintió reconfortada al ver que no era a ella sola a quien le sucedía. Las dos primas se hicieron amigas muy pronto y empezaron a cartearse tan a menudo como lo hacían sus maridos. Últimamente, Águeda también tenía suerte, ya que su marido marchaba tres semanas fuera y luego estaba cuatro por la ciudad, haciendo patrullas cortas por los pueblos de alrededor. Regresaba casi a diario a casa, excepto si tenía algún servicio en el cuartel. A lo más, podían estar sin verse dos días.
Siempre era preferible tal situación, que verlo salir al monte a por contrabandistas. Estos tipos no eran cualquier cosa. Por el contrario, antiguos veteranos de la última guerra civil, acostumbrados al fragor de la batalla y al uso de las armas. En la ciudad a veces no todo es paz. Puede haber tumultos, como el año anterior, cuando un grupo de carlistas se alzaron en el quartel de Morvedre.
En esta acción intervinieron los dos escuadrones de Lanceros de Sagunto, junto a dos regimientos de infantería. Fue un duro enfrentamiento entre los dos bandos. Se llego a luchar casa por casa. Quiso Dios que saliera todo bien, con pocos muertos y algún herido de los nuestros.
Desde pequeños, Juan y Felipe se habían llevado muy bien. De niños pasaron mucho tiempo juntos en Jerez de la Frontera, donde tenían familia. Y aunque no eran primos hermanos, ya que sus padres eran primos, congeniaron desde el principio. De hecho, la gente que no los conocía los creía hermanos. Y aunque ambos habían decidido la carrera de las armas, cada uno había escogido una fuerza distinta. Felipe, la Real Armada, como su padre y sus abuelos, siguiendo la estela familiar. Por su lado, Juan se decantó por el arma de Caballería como hicieran sus antepasados. Todos fueron miembros del arma, menos su padre que fue licenciado en derecho. Pero Juan no se acordaba mucho de él, ni de su madre tampoco: los dos habían muerto cuando era un niño. Lo críó un tío suyo, también oficial de caballería.
Cuando fue destinado a Denia, pidió unos días de asuntos propios para visitar a su primo. Embarcaron en el Villa de Bilbao, que hacia la ruta de Ferrol a Barcelona, con escala en Valencia. En dicho puerto tomaban el ferry que salía casi a diario hacia Denia.
Si estas las inquietudes de Agueda, las de él se abrían en diferentes rumbos. No le preocupaba el hecho de volver o no. Al fin y al cabo, se trataba de gajes del oficio y no le temía a la muerte. En su juventud, más de una vez se había batido aunque se tratara de una actividad prohibida. Y no sólo se jugaba su vida -porque aunque fuera a primera sangre, nunca se sabe lo que en estos caso podía ocurrir-, sino la expulsión del Ejército, por ir contra las ordenanzas. Era esto útimo lo que a Juan le preocupaba más, ya que había nacido para la carrera de las armas. Intentaba evitar los duelos, pero cuando no tenía más remedio, se batía al alba como un caballero. Y siempre a sable, nunca a pistola. No consideraba adecuadas las armas de fuego para arreglar asuntos de honor.

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12 Oct 2012 12:59
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Nuevo mensaje Re: La despedida (relato)
El otro tema cosa que le causaba un mayor desasosiego era el riesgo de que Águeda se quedase sola y sin medio de subsistencia. Conocía muy bien cómo paga el Estado a sus viudas. Podía pasar una larga temporada sin ver un real, aunque luego se lo dieran todo junto. Aunque esto casi nunca pasaba. Tendría que vivir de la caridad de la familia y amigos mientras tanto. Y eso era algo que no entraba en los planes de Juan. Así que el poco dinero que había reunido, lo había invertido bien. O por lo menos, así lo creía. Tenía el dinero colocado en varios sitios. Se hizo con unos valores de la construcción del puerto de Valencia en el Grao, que eran como un préstamo que le daba un buen interés. A pesar de que la construcción ya había terminado hacia al menos 30 años, se emitieron otros valores para ampliar los tinglados. Así que Juan aprovechó la oportunidad que le salía al paso. Y hay que reconocer que el aval que prestaba el Ateneo mercantil era una buena garantía. No es que diera mucho interés anual, pero si lo suficiente para atraer al pequeño inversor.
Juan también participaba de una pequeña naviera que hacia la ruta de Valencia a Denia casi a diario, así como dos buques que se dedicaban al transporte entre las Islas Baleares y el Reino de Valencia. Allí es donde colocó el grueso de su dinero. Don José Saavedra y Alburquerque le había hablado de esta compañía donde también él había invertido sus ahorros. Llevaban mucho tiempo siendo amigos. Don José, como capellán castrense de Lanceros de Sagunto, fue el ayudante del párroco de San Valero y San Vicente Mártir, la iglesia de los toreros cuando se casó con Agueda. Y fueron de los primeros en inscribirse en el Registro Civil situado en el mercado Central. Un cinco de junio. Parecía que hubiese sido ayer, cuando salieron de la iglesia casados. Pronto harían tres años desde aquel día. Aunque para Juan, según sus cuentas, eran dos. El no contaba el primer año de matrimonio, pues solamente estuvieron juntos un mes. Ella se alojó en Murcia con algunos familiares, mientras Juan se encontraba en Marruecos de servicio, comprando yeguas para el depósito de la Remonta. Eso si, todas las semanas le escribía. Todas….hasta su regreso.
A la hora de invertir siempre había seguido los consejos de don José, que el párroco tenía un buen ojo para los negocios. Anteriormente y siguiendo sus consejos, se había hecho con unos bonos del ferrocarril de la línea Valencia-Silla, que le rentaban muy bien. Por eso adquirió otros del ferrocarril de Valencia a Barcelona, pertenecientes a la misma compañía. Y el trozo de la línea de Valencia a Sagunto ya estaba terminado. Fue durante los tres años de servicio interrumpido que debió prestar cuando salió de la academia. Le hizo ahorrar un buen pellizco. Y este pequeño capital invertido bajo la atenta mirada de don José, le produjeron buenos dividendos. Debemos saber que don José era el menor de cuatro hermanos de una familia gaditana de comerciantes y, viendo que en el negocio familiar no se abría a su futuro, prefirió hacerse religioso y militar, aunque tenía un buen ojo para las inversiones. Su familia había perdido un buen elemento.
Esta inversión, más la mutualidad militar, dejaba muy bien dotada a su mujer. Hay que reconocer que Juan, para el dinero, era un hombre muy prudente. No era tacaño, pero sí miraba muy bien los gastos y los controlaba adecuadamente. De hecho, fue detrás del Ministerio de la Guerra una buena temporada – dos años y medio para ser exactos-, para que le abonaran las 20 pesetas que le debían. A razón de una peseta con 66 céntimos al mes para los gastos de papel, plumillas, encuadernaciones de los libros, tinta, etc. para llevar los libros del escuadrón durante el año que le tocó. El Ministerio, alegando que se había presentado fuera de plazo, se negó a abonarlo. Pero Juan no se amedrentó y a base de instancias y reclamaciones logró cobrarlas. Primero 18 pesetas, para que se callara y no fueran para uno ni para otro. Se lo daban por justicia, ya que seguían diciendo que se encontraba fuera de plazo y no le correspondía. Pero para que no perdiera mucho, le daban dieciocho pesetas. Pero Juan no estaba de acuerdo y siguió reclamando hasta que se lo concedieron íntegramente. Las 20 pesetas. Algo parecido ocurrió cuando fue denunciado por la Viuda e Hijos de Fox, sastres famosos por la calidad de sus uniformes militares. Según ellos, por no pagar uno de sus uniformes, fue arrestado de forma cautelar como primera medida. Entre tanto, un capitán auditor investigaba la veracidad de los hechos. Por entonces, Juan se encontraba en Alcalá de Henares destinado en la División del ejército del Norte, en la brigada de Caballería perteneciente al grupo de artillería montada y los recibos justificantes de pago estaban guardados en su casa de Valencia. Por tal razón solamente podía justificar el pago a su regreso a casa. Juan lo guardaba todo y durante mucho tiempo, así que no habría ningún problema en demostrar su inocencia.

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12 Oct 2012 13:01
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Nuevo mensaje Re: La despedida (relato)
Por razones de servicio no fue autorizado a regresar a Valencia a traer los recibos, pero se mantuvo en suspenso la investigación hasta su regreso a la ciudad que residía. Cuando volvió a casa, lo primero que hizo fue presentar los recibos para limpiar su nombre. Demostrada su inocencia, solicitó que limpiaran su hoja de servicios. Aunque el arresto por deudas innecesarias lo había cumplido y no podía hacer nada al respecto.
Esta misma casa lo volvió a denunciar años más tarde por la misma razón y por el mismo uniforme. Esta vez el capitán auditor estimó que debían olvidarse de ello, pues las deudas habían prescrito, según dictaba el código civil. Además, en este caso el auditor veía mala fe por parte de Viuda e hijos de Fox. No sólo por presentar otra vez la misma denuncia, habiendo sido probado su pago en el tiempo adecuado, sino en cómo se había presentado y el tono en que se hizo.
Pero cuando se lo notificaron a Juan, avisándole de la prescripción del delito, para que no se preocupara, él dijo un ‘no’ rotundo. No pensaba permitir que nadie mancillara su honor por dos veces. No sólo volvió a presentar los recibos sino que, además, solicitó al abogado militar que actuara contra Viuda e hijos de Fox en su nombre. Y así se hizo con el beneplácito de la capitanía general. No se llegó a nada porque el juez no apreció mala fe, pues la primera reclamación había sido efectuada por la Viuda y al morir ésta su hijo pensó que la deuda estaba sin abonar, pues su madre no había anotado el pago. Y lo reclamó. Pidió perdón por el malentendido y envió sendas cartas de disculpa al mando militar y al interesado. Así era Juan.
Cruzó con paso rápido y decidido los escasos metros que separaban su casa de la iglesia. Vivía justo enfrente, en la plaza. Entró en el templo en el mismo momento que comenzaba el oficio. Era una vieja costumbre de los tiempos de la academia militar, asistir al oficio religioso antes de salir a cualquier misión. Con el paso del tiempo se había modificado una sola cosa. Ya no pedía nada para él, sino para su mujer. Además, en la tranquilidad del templo su mente se relajaba y se permitía pensar más tranquilamente. Analizar sus problemas era lo que más le gustaba entonces. Recordar los buenos momentos pasados con ella. Cerró los ojos y su mente voló al día anterior Era una jornada típica de las salidas a la montaña. Pasar revista al personal, supervisar el equipo de su escuadrón y el suyo propio. Y lo que más le gustaba…, ir a las cuadras a ver su montura. La cepilló, le dió de comer y de beber pero no hizo falta limpiar la cuadra porque los mozos ya lo habían hecho. Habló al caballo, le dijo dónde iban a ir y lo que harían, pues Juan consideraba que era un personaje más del escuadrón. Cuando vio en el reloj de bolsillo la hora que se había hecho, le acarició la crin y se despidió. -Adiós amigo te voy a dejar, mi mujer debe estar a punto de llegar y sabes que no me gusta hacerla esperar. El caballo le escuchaba y cuando acabó, inclinó su cabeza, como si lo hubiera entendido. Habían pasado mucho tiempo juntos como para no entenderse.
Sabía que antes de ir a verle, había visitado a su amigo el pater. Le había entregado un sobre cerrado y lacrado, que solo ponía su nombre y escuadrón. El pater le habría ofrecido asiento. Sacaría una frasca de vino que tenia para estas ocasiones y hablarían un poco. De todo y de nada a la vez. Esto también se había convertido en una costumbre. Don José habría guardado las últimas voluntades mientras charlaban. Y estas se las sabia de memoria, pues le había ayudado a redactarlas. No eran las primeras que hacia para algún miembro del regimiento, ni tampoco serían las últimas. Les gustaba mucho tener estas charlas u otras. Un vaso de vino, una pipa y la conversación fluía entre ellos de lo más natural. Política, religión, teatro e incluso de toros. Pues los dos eran grandes aficionados. En su ciudad natal Juan nunca se perdió una corrida. Y menos las que se anunciaban con garrocha. Costumbre que había por esos lares. Una vez al mes sacaban un toro bravo los garrocheros de las diversas haciendas. Lo toreaban a caballo y realizaban el salto de la garrocha, para demostrar cual cuadrilla era mejor que otra. Un gran espectáculo. Y es que preferían el rejoneo, arte en el que los miembros de la familia de Juan eran grandes aficionados. Incluso un antepasado había escrito un manual sobre el arte de torear a caballo. Los dos vieron en la plaza de toros de la calle Alcalá a Rafael Molina Sánchez, conocido como el Lagartijo. Aunque los aficionados le cambiaron el nombre por “el Califa”. Insuperable en su arte. De él se dijo durante muchos años, “que se podía pagar con gusto la entrada, sólo por verle hacer el paseíllo. Hasta él la lidia había sido lucha, caza; con él empezó a ser un juego artístico con plástica y belleza…” Y esto no lo decían ellos, sino su más seguro admirador, el gacetillero Curro Meloja. Su principal Rival en los ruedos, Frascuelo, llego a decir “que el cordobés era el mejor torero que había parido madre”. Últimamente, eran seguidores de Julio Aparici Pascual. Este torero no era el “Califa”, pero su arte se le acercaba bastante. Y además no sólo era de Ruzafa, sino que residía en ella. En la misma plaza. Y así siguieron hablando. José conocía su oficio y escuchaba atentamente. No preguntaba, que los miedos cada uno lo lleva como puede. Y Juan, muy conversador, en esos momentos perdía la palabra.

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12 Oct 2012 13:04
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Nuevo mensaje Re: La despedida (relato)
Cuando salio, allí estaba Águeda con su sonrisa pequeña y a la vez cautivadora, la misma que cuando la conoció. Y esa era una de los primeros detalles que lo conquisto. Ese primer encuentro que tuvieron, en el teatro Principal, era inolvidable. Quién se lo iba a decir que en el estreno de una nueva obra, de las mejores compañías de teatro llegadas a Valencia, la del “Gran Calvo”, una hermosa joven tropezaría con él en la entrada del teatro, y en un mar de disculpas por ambos lados, se prendaron el uno del otro. Él, de uniforme, gorra en la mano derecha, había salido hacia un momento del cuartel. De un baile de oficiales en honor a la patrona, y con otros compañeros y sin cambiarse habían ido al estreno de la obra. Mirando boquiabierto a esta mujer, de pálida tez, sonrisa cautivadora y unos ojos picarones que denotaban una gran inteligencia. Y se exculpó lo mejor que supo
-Discúlpeme señorita….
-No, por favor, discúlpeme a mi, teniente. No lo había visto
-Vaya señorita, conoce usted los grados militares.
-Si, por mi padre.-le contestó Águeda con una sonrisa, sabiendo la sorpresa causada al joven teniente.
-¿Acaso es militar?
-¡Oh no! Es el director y productor de la compañía, además de ser uno de los actores.
Y sonriendo le explicaba. No sabe cómo se pone con la exactitud de las prendas que hay que llevar en escena. Capitanes, tenientes, alférez tanto de caballería, como de infantería e incluso de la Armada son habituales en los vestuarios de mi padre. Comprenderá entonces el conocimiento que tengo de sus uniformes.
-Me permitiría que la invitara a una limonada al final de la función.
-No hace falta, no se moleste.
-No es molestia, señorita.
-De acuerdo y gracias.
-Las que usted tiene.
Claro que la limonada seria en el café que disponía el teatro. Como lo mandan los cánones de buena conducta. A partir de ese momento, siempre que tuvo oportunidad iba a ver las funciones de la compañía teatral del Gran Calvo. Más para verla a ella que por la obra en sí. Y eso que a Juan le gustaba mucho el teatro. Cuando estaba destinado en Madrid, agregado al Lusitania, solía ir al teatro Calderón para verla. Ya que la compañía de su padre solía actuar a menudo en él. Tomaban una limonada o paseaban, mientras hablaban animadamente. Hasta que un día en Madrid, en el teatro que se llamaba la Latina, en donde la compañía de su padre estaba actuando, comenzaron a tutearse, paso importante en una pareja que no se veía mucho por cuestiones laborales. Él por su profesión militar y su puesto más o menos fijo en Valencia. Y ella, aunque de Madrid, siempre siguiendo a la compañía de su padre. Esta falta de relación personal fue remplazada por una nutrida correspondencia. Que en algunos momentos llegó a ser casi diaria, lo que causaba gran admiración en el barrio de Atocha –residían al lado de la iglesia de la Santa Cruz de Atocha-, donde hacían cabalas por ver con quien se carteaba la niña de los Calvo. Persona de bien tenia que ser. Y ya no sólo por saber escribir, cosa meritoria para la época. ¿Sabéis el gasto de billetes para poder escribir tan frecuentemente? Por entonces se vieron más a menudo. Él estaba de comisión de servicios en Alcalá de Henares. Por entonces se encontraba agregado al regimiento del Lusitania. Ella con sus padres que tenían casa en Alcalá de Henares, donde pasaba algunas temporadas, mientras preparaban las nuevas funciones. O corregía alguna obra que le interesara a su padre y la quisiera representar. Y esto fue aprovechado por ellos para verse casi todos los días, a la hora del paseo. El resto de la jornada lo pasaba en la explanada de Carabanchel para ejercitarse con la División. Águeda le vio salir del cuartel. Apoyada en el parasol le sonrío. Él le devolvió la sonrisa, inclinó la cabeza y se destocó cortésmente mientras se acercaba. Sonriendo, ella le devolvió el gesto y le ofrecía la mejilla para que se la besara. Todo esto ocurría bajo la atenta mirada del soldado de puerta, que observaba interesado a este joven oficial y a su mujer. –las formas son las formas y hay que guardarlas-. Este juego entre ellos era muy corriente, y eso que quien no conociera a Juan le parecería una persona muy seria. Y nada más lejos de la verdad. Ella le coge del brazo y empiezan a charlar de sus cosas. Y como es su costumbre, pasean por la Alameda, hacia el puente del Real. Allí hay un quiosco donde se sientan a tomar una horchata y a charlar animadamente. Cerca del quiosco de bebidas existe una pérgola donde los domingos, unos la banda municipal y otros la del regimiento, tocan para amenizar a la gente que pasea, improvisándose un espacio de baile, al que ellos se apuntaban encantados. Les gustaba mucho bailar. Aun le hacia gracia lo que le había contado Agueda, sobre el nombre de la horchata. No sabía quien se lo había contado. Pero era interesante. Le dijo que cuando Jaime I entro en Valencia, le agasajaron con horchata, y a la mora que le dio la bebida de dijo:“A ixo es or chata” –esto es oro chata-. Y de una forma tan sencilla había salido el nombre de tan extraordinaria bebida. Si hubiera sido unos meses antes, no se hubieran parado en el quiosco. Hubieran cruzado la Alameda, buscando el puente del mar, para acercarse por detrás de la fábrica de tabaco hasta la catedral y de ahí a la basílica... Hubieran entrado a ver a la Virgen de los Desamparados y, de paso, al Cristo de la Coveta. Al salir, darían la vuelta a la Catedral para llegar a la plaza. Verían los puestos de la “Escuraeta”.Y alguna cosa habrían comprado para casa. Siempre hacia falta algo. Después, como hacían desde tiempo atrás, lo que se había convertido en costumbre, habrían parado en Santa Catalina para tomar unos buñuelos de calabaza con su chocolate. En la última visita de S. M. La Reina Regente. Había entrado en el local. La mesa donde estuvo tiene un cartel, que relata este acontecimiento. Juan no la pudo ver porque se encontraba en Sagunto, haciendo el relevo con el escuadrón. Y después partió a la Sierra de Espadan, donde dicen que habían visto a una partida de bandoleros. Junto a los del regimiento de infantería Saboya. Iban en apoyo a la Guardia Civil, que aun no se había desplegado del todo... Su Majestad visitó el cuartel de San Juan de la Ribera. Cuando vio el nombre de Juan en la pared, marcando su ausencia y la de su escuadrón, pregunto por él. Lo conocía de la sublevación de los Regimientos de Gallano y la Albuhera en Madrid –por entonces malos tiempos-. Su actuación fue tan esmerada para sofocar y perseguir a los alzados, que no sólo le valió una mención de honor, sino una medalla al mérito militar, impuesta por ella misma. Tenía buena memoria. Y bien que se acordaba de este joven teniente, bajito, corpulento, de barba espesa y aspecto muy cuidado. Informada de que cuando llegara Juan, ella ya habría partido, solicitó recado de escribir y le dejó un billete de su puño y letra. Unas pocas palabras, un saludo para el y su mujer. Poca cosa que, sin embargo, causó la admiración y envidia de todo el cuartel. Su Majestad sonrío para sus adentros mientras escribía. Sabia que iba a ser la comidilla, no solo del escuadrón, sino de todo el Regimiento, Pero el joven se lo merecía.

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12 Oct 2012 13:06
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Ubicación: En la ciudad del Turia
Nuevo mensaje Re: La despedida (relato)
Cuando acabaron el refresco, volvieron sobre sus pasos al puente del mar. Lo cruzaron y siguieron el camino de la muralla, hasta la puerta de Ruzafa. La muralla no existía ya, hacia poco la habían derribado así como sus puertas. Pero aun mantenían la costumbre De allí cogerian el camino de Peñarrocha que les llevaría justo hasta su casa, en la plaza de San Valero. Desde el puente del mar hasta casa era un agradable paseo y eso que lo estaban arreglando para construir en esa zona. Pero aun quedaba mucha huerta y campos de árboles frutales, cruzados por numerosas acequias. Es un camino muy transitado, ya que este cruza la senda de Mont-Olivet, que lleva por un vado al lado de la ermita del mismo nombre a Nazaret-antiguo Lazareto- y de allí a los poblados marítimos del Grao y Cabanyal. Este camino es conocido por el de las Moreras. Por el lado contrario conduce también a los poblados marítimos de La Punta, Perelló, Perellonet y el Saler. Sin contar que también iba a los poblados de la Albufera. como el Palmar.
Nunca habían estado en la Albufera. Decían que era un lago muy grande, pero no se imaginaban su magnitud. Por ahora no podían ir por allí, ya lo verían mas adelante si les era posible. De momento, se conformarían con los Jardines del Real y La Alameda. Aunque habían ido al Grao un par de veces para ver los barcos y el nuevo balneario que habían construido cerca de la orilla. Ensimismado en sus pensamientos, despierta al escuchar al padre que pueden marchar en paz. Regresa despacio a casa, son escasamente 15 metros lo que le separan de la puerta de la iglesia. Así le da tiempo a su mujer de levantarse. Aunque sabe que es una tontería, pues ella se ha levantado cuando oyó cerrarse la puerta. Su uniforme limpio estaría encima de la cama, sus botas cepilladas y los botones lustrados. Y eso que ya lo había hecho el mismo en la noche anterior.
Abrió el patio y subió las escaleras. Tenían la puerta dos alquilada desde poco antes de casarse. Cuando decidieron pasar por la Vicaria, Juan había buscado la casa. El párroco castrense le había ayudado a encontrarla. La vivienda era del hijo de un coronel retirado, amigo del Pater. Su hijo, también militar – si viviera seria de la misma edad de Juan-, había fallecido recientemente. Y al tener la casa vacía, pues era soltero, el pater le hablo de alquilarla a un parroquiano conocido. Que una casa vacía ya se sabe, se estropea. Y así se hizo. Pasando a ser vecinos. El coronel residía en la puerta uno. Esto vino muy bien, ya que Amparo, la mujer del coronel, trataba muy bien a Agueda. Y no sólo eso, sino que le hacia mucha compañía cuando Juan tenía que marchar. Iban a Misa, al mercado, e incluso paseaban por el barrio alguna tarde que otra. Esta compañía le vino muy bien a Agueda, que junto a ella había aprendido el valenciano. Y eso que el castellano lo entiende todo el mundo. Además, se había comprado un diccionario enciclopédico Valenciano-Castellano en una de las librerías de la calle de la universidad, para apoyarse en sus dudas. Todo esto le había hecho una mujer que se defendía bastante bien en esta lengua. Mejor que Juan, que en el cuartel sólo se hablaba castellano, aunque lo entendía perfectamente. Pero nunca tuvo la fluidez que su mujer había llegado a poseer. Ella, mientras limpiaba las botas, pensaba en cuando Juan llegara de su servicio en el Maestrazgo. Irian al teatro en un nuevo local que habían abierto en el camino de Ruzafa. Se trataba de un café teatro, con una barra, mesas, sillas y un escenario. Además, contaba con un espacio para bailar. Agueda había conocido unos locales parecidos en Madrid. Les llamaban café cantantes. Estos, en vez de hacer representaciones teatrales, eran musicales y luego se ofrecía baile. Ya habían ido alguna vez. Por un real cada uno habían tomado chocolate o una limonada, habrían visto dos representaciones de teatro y luego bailado. Le había gustado no sólo por su atracción hacia el teatro o al baile, sino porque les influya bastante la novedad. Era muy entretenido y rompía la solemnidad del teatro principal o de la seriedad de las obras del Ateneo Mercantil.
Juan entró por fin en su casa. Besó a su mujer, paso a la habitación y se enfundó el uniforme, porque a misa bajaba con un pantalón y un bluson por todo indumento. Se sentó a desayunar con ella. En la mesa había un poco de queso, pan, chorizo, vino y un plato de migas, que Agueda hizo porque sabía que era uno de sus platos preferidos. Mientras el comía, ella le guardó un poco de queso, pan, cecina y una bota pequeña de vino en el zurrón. Cerró la navaja y la guardó. Una buena navaja, que muchos años atrás le había regalado un sargento carretero del ejército, al cual le tenía un gran aprecio. Siempre la llevaba encima, En el zurrón llevaba la antigua navaja que desde tiempos de la academia iba con el...
Por fin, tomó el zurrón en la mano y besó a su mujer con el verdadero cariño que por ella sentía. Pero sin dirigirse una sola palabra desde que se habían visto. Como se comentaba, era de mal agüero. Salió y marchó paseando por el camino de Penyarrocha hacia el cuartel de San Juan de la Ribera.

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Comandante de la 31 Escuadrilla de Escoltas
España es un país formidable, con una historia maravillosa de creación, de innovación, de continuidad de proyecto... Es el país más inteligible de Europa, pero lo que pasa es que la gente se empeña en no entenderlo.
Julián Marías (nacido en 1914), filósofo.


12 Oct 2012 13:08
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Registrado: 09 Ago 2006 19:46
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Ubicación: En la ciudad del Turia
Nuevo mensaje Re: La despedida (relato)
Espero que os guste este relato, el cual se esta ampliando

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Traducción al español por Huan Manwë para phpbb-es.com