Excepcional rastreo de
minas
Los accesos al puerto de Bilbao fueron minados en siete ocasiones, una de ellas por los alemanes a primeros de setiembre de 1936, y luego ya en operaciones a cargo de la Armada franquista. El segundo sembrado de minas tuvo lugar el 24 del mismo mes por el destructor Velasco, quien repitió operación el 31 de octubre. Ya el 14 de enero del siguiente año, el Velasco volvió a soltar los peligrosos artefactos explosivos subacuáticos en compañía esta vez del mercante armado Genoveva Fierro -seis días antes de la presencia nocturna del Nabarra había impedido la operación tras un corto intercambio de disparos-, y la quinta y sexta siembra de minas las efectuó el destructor insurgente el 17 de enero y el 29 de abril de 1937, respectivamente. Finalmente, el nuevo minador Júpiter efectuava el primero de mayo la última misión. Como respuesta a esas acciones de bloque marítimo, las unidades especializadas de la Marina vasca localizaron 355 minas distribuidas así: recogidas, hundidas o hechas explotar entre Castro Urdiales y el cabo Villano: 284, y frente a Oriñón (Cantabria): 24. Entre ambos sectores de trabajo se anularon 47 minas más de tipo pequeño, artefactos romperrastras.

La fría estadística que aquí ofrecemos jamás podrá darnos suficiente perspectiva de la extraordinaria capacidad de trabajo, valor y sacrificio de nuestros marinos, convertidos en especialistas de minas de la noche a la mañana por la urgente necesidad de sobrevivir al bloqueo franquista. Juan Domingo Astigarrabia -entonces consejero de Obras Públicas en el Gobierno de Euzkadi- nos ha señalado su admiración por la labor silenciosade los hombres mandadospor Burgaña: Yo habla hechodurante el servicio militar cursosde torpedismo y fondeo de minasen El Ferrol en los años veinte.Rastrear minas es muy peligroso.No se ha hablado bastante del heroísmo callado de los hombres ' que tripulaban nuestros pesqueros, llamados adragaminas)). Para mí, es tanta epopeya como el combate del bacaladero Nabarra contra el Canarias.

Otra voz autorizada es sin duda la de Durañona -jefe del primer
Negociado marítimo y secretario de Joaquín Eguía-, quien mecanografió sus «Memorias» en París el año 1944 bajo el título de «Souvernirs d'un Planque)), que señala su reconocimiento a los tripulantes de los dragaminas vascos con estas frases: Me permito rendir desde aquí un homenaje público a aquellos de mis camaradas que tomaron parte en estas operaciones difíciles, oscuras, anónimas, con gran riesgo. para sus vidas pero que, gracias a su sacrificio, permitieron a Bilbao sobrevivir durante mucho tiempo. En su honor hay que añadir que jamás en un solo día, a pesar de las afirmaciones de los franquistas, el puerto de Bilbao estuvo cerrado. Nosotros mantuvimos siempre abierto un canal de acceso libre de minas que permitió la entrada y salida de los navíos comerciales de cualquier tonelaje y ni uno de estos barcos resultó dañado, con gran desesperación de nuestros enemigos.

Una misión más a Bayona ...
A medida que la Marina Auxiliar de Euzkadi fue tomando cuerpo y sus unidades a flote mayores responsabilidades, se hizo más grande el abismo que separaba a Eguía y sus hombres de los militares que componían las Fuerzas Navales del Cantábrico, una organización llena de traidores y de la que orgánicamente dependía la improvisada Flota vasca. La falta de carbón para alimentar las calderas de los cuatro bacaladeros requisados a la PYSBE hizo necesario un viaie de dos de ellos Gijón a finales de febrero. De esta forma, al poco tiempo de abandonar el puerto de El Musel, el Bizkaia y el Gipuzkoa se enfrentaron a cañonazos con un viejo conocido: el destructor Velasco, que esta vez contó con la decisiva ayuda del coloso de la Armada rebelde: el acorazado España, armado con ocho torres dobles de 305 mm. Sorteando
esos obstáculos, la pareja de bacaladeros artillados logró poner rumbo al Este sin sufrir daños.

La 33.O misión de guerra del Nabarra parecía igual qque las demás, pero, sin embargo, iba a ser la última. La Orden de Operaciones número 42 disponía la prestación de servicio de escolta al vapor Galdames de Bayona a Bilbao. El 4 de marzo de 1937 -a las nueve horas- abandonaron su dársena de La Benedicta los bacaladeros Bizkaia, Gipuzkoa y Nabarra, junto con el bou Donostia. El buen tiempo reinante se volvió inesperadamente revuelto, con frecuentes aguaceros, cuando el Galdames zarpó de Bayona y su ya de por sí, lenta marcha estuvo dificultada por el mal estado de la mar. A medida que navegaban los cinco buques hacia el Oeste -sin divisar por parte alguna al destructor republicano José Luis Díez, que debía participar en la misión de escolta como protección exterior por su superior armamento y gran velocidad-, la visibilidad fue a menos por culpa de una niebla cada vez más espesa, y así la noche se echó encima. De esta forma, el Bizkaia y Guipuzkoa perdieron contacto con el mercante escoltado y el Nabarra y Donostla, pues los tres se desviaron más al Norte, quedando un tanto rezagados.

Dramática persecución
El vigía del Machichaco estaba atento al paso del convoy vasco, pero éste no aparecía en la tensa mañana del 5 de marzo. en su lugar surgió de entre la niebla la temible silueta de un crucero pesado enemigo, el Canarias -de diez mil toneladas de desplazamiento, 33 nudos de andar y armado con 16 cañones navales, mitad de 203 mm. y 120 mm.-, que vigilaba el mar para capturar a un gran mercante que debía llegar de México hasta Santander o Bilbao con un importante cargamento de armas y municiones: el Mar Cantábrico.
En su lugar, el navío de guerra, franquista apresó a un extraño y viejo vapor estoniano, el Yorkbrook.. Algún tiempo después, los 800 hombres del crucero eran puestos en tensión por el zafarrancho de combate al descubrir las siluetas de los bacaladeros Bizkaia y Gipuzkoa. Mientras éste huía a toda máquina hacia la desembocadura del Nervión, el buque mandado por Alejo Bilbao -muy protegido casi siempre por la espesa niebla reinante- pudo acercarse al Yorkbrook para obligarlo a poner rumbo hacia Bermeo, puerto que jamás había recibido en sus aguas un mercante de más de mil toneladas de registro.

Comenzaba, no obstante, la caza del Gipuzkoa, solo ante las torres dobles de ocho pulgadas del Canarias. Era una carrera a la desesperada por la supervivencia, al tiempo que el Yorkbrook y su carga bélica eran puestas a salvo en Bermeo. Forzando al límite sus calderas,con los tres paleros trabajan do hasta la extenuación arrojando carbón a las llamas que debían calentar el agua y convertirla en vapor, el Gipuzkoa alcanzó los 13 nudos. Pero no era nada ante las 30 millas que enseguida forzó el Canarias. Según el parte de campaña firmado por el comandante de este crucero: Mi elevada velocidad era causa de que la distancia que nos separaba disminuyera rápidamente. A las 13,55 horas, la artillería media de estribor del navío rebelde -4 cañones de 120 mm.- abrió fuego con alza de, 6.000 metros, obteniendo casi inmediata réplica por parte de la pieza de 101,6 mm. de popa del bacaladero vasco.

El Gipuzkoa tenía todas las de perder en el desigual duelo artillero. Galdós, su firme capitán,. fiaba sus únicas posibilidades en llegar a la «sombrilla» protectora de la moderna batería de cañones Vickers instalada en Punta Galea, y para evitar los proyectiles enemigos había ordenado la navegación en zig-zag.
A pesar de la gruesa marejada de esa mañana, la artillería media del Canarias fue centrando tiros y logró impactos en el bacaladero. Pero como éste continuaba navegando a toda presión de sus calderas, el comandante del crucero hizo entrar en acción a sus cuatro piezas de pesadas de proa de 203 mm., que pronto dejaron parcialmente envuelto en Ilamas al antiguo pesquero donostiarra.
El cañón de popa del Gipuzkoa dejó de funcionar por un impacto próximo, muriendo cinco de sus servidores.

Cuando parecía que la suerte del buque vasco estaba sellada, la pieza de proa de 101,6 mm. logró acertar con una granada en un puesto de observación del gran crucero, dejando herido de muerte a un guardiamarina insurgente, que sería la única víctima definitiva del Canarias en todo el combate del Machichaco que ahora nos ocupa.
Ya era imposible sofocar los incendios que aquí y allá surgían del Gipuzkoa, pues los medios de extinción de a bordo no daban para más. Manuel Galdós preguntó a sus hombres más cercanos si estaban dispuestos a morir antes que entregar al bacaladero al enemigo, y la respuesta fue unánime: jamás se izaría bandera blanca en el semidestrozado Gipuzkoa, navío insignia de la la Flotilla de combate de la Armada Auxiliar de Euzkadi.

En los instantes más dramáticos, con todas las esperanzas perdidas ante la lejanía de la costa salvadora, un par de penetrantes silbidos sonaron a música celestial en los oídos de los bravos marinos de guerra vascos. Eran los dos cañones de 152,4 mm. de la moderna batería de Punta Galea, que a 18.000 metros de distancia habían empezado a enfilar con sus granadas de 45,36 kgs. la silueta del crucero enemigo. Ante esa peligrosa novedad, con unas piezas que podían hacer mella en el blindaje de su buque, el comandante del Canarias ordenó virar a babor en retirada para intentar la recuperación del Yorkbrook, al que hacía tiempo no veía por culpa de una niebla que se resistía a ceder.
Eran las 14 horas de un día -5 de marzo de 1937- lleno de profundo dramatismo y emoción. Miles de personas, que habían observado desde la costa la angustiosa persecución, saludaron con sus brazos la salvación del Gipuzkoa -que parecía una bola de fuego, al decir de muchos testigos consultados- y su entrada en El Abra, donde de inmediato fue auxiliado por dos remolcadores de la Compañía Ibaizábal para apagar sus incendios, que ya lamían peligrosamente tanto casco como superestructuras.

Además de las cinco víctimas mortales ya citadas, la dotación del bacaladero artillado sufrió siete heridos a consecuencia de la metralla enemiga, dos de ellos de bastante gravedad. Pero todavía quedaba lo peor para otro navío de la improvisada Marina vasca.

(nota: Estos echos se refieren a la batalla de Machichaco)

Movimientos de los buques.

Lucha sin esperanzas
La epopeya del Nabarra frente al poderosoCanarias no encontró un ejemplo igual en todo el conflicto civil del Estado español ante la desproporción de fuerzas y firme decisión de resistir hasta el fin por parte de la dotación del legendario bacaladero armado.
Siguiendo un orden de horario del combate del Machichaco en sus distintas fases, tenemos que
el crucero franquista arrumbó al Norte buscando al Yorkbrook tras huir de los cañones de Punta Galea, pero lo que descubrieron sus vigías -a las 14,40- fue al Galdames, Nabarra y Donostia. A 30 millas por hora, el Canarias se dirigió derecho hacia sus nuevos blancos, y el primero en cubrir con su fuego la artillería rebelde de 120 mm. sería el viejo vapor Galdames, que además de una importante carga llevaba 173 pasajeros. / Hilario Urriz Echevarrieta, capitán del mercante propiedad de la bilbaina Compañía Auxiliar Marítima, se negó a obedecer la orden franquista de parada inmediata y recibió como primer aviso serio en su buque varias granadas de 23,2 kgs., una de las cuales acabó atravesando el casco a la altura de la línea de flotación y un torrente de
agua inundó parte de la sala de máquinas. Ante ese fulminante ataque, el Galdames se vio abocado a permanecer prácticamente inmóvil, a muy poca marcha, siendo testigo de la tragedia del Nabarra, mientras sus pasajeros se dejaban llevar por el pánico, antes de ser obligado a poner rumbo a Pasajes.

Tras dejar controlado al mercante vasco, el Canarias prestó toda su atención al Nabarra por considerar al Donostia como un insignificante enemigo ante la poca entidad de su artillería. El crucero franquista mostró desde un principio una clarísima superioridad merced al mayor alcance de sus cañones de 120 mm. Casi todo el tiempo que duró el choque las dos piezas del Nabarra actuaron sin poder poner a tiro al Canarias por la excesiva distancia. Era, para los insurgentes, igual que un ejercicio de tiro al blanco que el mal estado de la mar. impedía mejores resultados.
No obstante, en una ocasión y según reconoció el propio comandante del crucero pesado, una
granada de 101,6 mm. -que no explotó- logró alcanzar la gran silueta gris. Fue un proyectil que dio en el costado de estribor, causando una simple abolladura en el forro de un pañol. Mientras tanto, el radiotelegrafista del Donostia no cesaba de pedir ayuda a la emisora de Archanda pidiendo aviación y la presencia del «invisible» destructor José Luis Díez; pero éste ya se encontraba para entonces navegando hacia Burdeos para huir de la «quema» por traición de su capitán y varios oficiales, una gente que desertó nada más pisar tierra en función de que eran realmente franquistas ernboscados desde el mismo inicio de las hostilidades.

Trás un pequeño paron por motivos diversos, continuo con los vuelcos.

Morir sin izar bandera blanca
Una granada franquista estalló junto al puente de combate y produjo el primer herido en el Nabarra: el radiotelegrafista Mario Cahué Jáuregui. Poco después, un gran trozo de metralla destrozaba el estómago de un fogonero que estaba presenciando el duelo artillero tras el mismo puente. El capitán Moreno tomó entonces la decisión de arrumbar hacia el Noroeste, dando un semicírculo algo cerrado, pero inútil. Era imposible buscar una mejor posición de tiro ante la muy superior velocidad del Canarias, que jugaba a placer con el indómito bacaladero.
Dos granadas del Nabarra pasaron a popa y proa del crucero -a sólo diez metros- en una de las escasas ocasiones en que el gran navío de guerra se acercó al Iímite de alcance de los cañones vascos. Pero fue un auténtico espejismo bélico. El desigual duelo artillero se estaba prolongando por tiempo indefinido debido a las imprecisiones de los artilleros rebeldes -con una estación de tiro mal arreglada- y el estado de la mar.

El Nabarra -cuyas piezas mandaba el primer oficial: Ambrosio Sarasola- hacía fuego con uno de sus dos cañones a intervalos de
tres minutos para ahorrar municiones y centrar bien los tiros. El jefe de máquinas, el getxotarra Manuel Cajigas, que a sus 58 años parecía el padre de todos, salía a menudo de las entrañas del bacaladero a cubierta para animar con sus gritos a los artilleros y soltar al final su sonoro jGora Euzkadi askatuta!
La pieza de proa sufrió una avería muy seria al agarrotarse su cerrojo y el Nabarra quedó así con su poder ofensivo disminuido a la mitad en espera de que se enfriara el acero. Mientras tanto, la metralla franquista barría el puente alto, donde estaban las ametralladoras, dejando profundas huellas a su paso en la superestructura. La suerte del bacaladero estaba echada. Otra rociada de metralla penetró en el puente bajo, el de combate, hiriendo de gravedad al segundo oficial: Javier Olavega, y matando al timonel, Joseba Aramayo.

De esta forma, el navío quedó sin gobierno casi un minuto, girando sobre sí mismo. El parte de campaña del Canarias señala con meridiana claridad y en síntesis la increíble resistencia ofrecida por el Nabarra en la fase final: Durante una hora continuó el combate; el bou había recibido entretanto varios impactos de 120 mm. y ofrecía señales de tener fuego a bordo, más fue preciso que lo hicieran por dos veces los cañones de 203 mm. y lo incendiasen francamente para que dejase de disparar (...) y después de tocarle varias veces observé que el bacaladero grande izaba una señal, que repetida por el patrullero -el comandante del crucero se refiere así al pequeño Donostia- interpreté como síntoma de rendición de ambos, confirmándome en esta idea las derrotas de aproximación que seguían. Di orden de suspender el fuego y me acerqué, pero como comenzasen de nuevo a disparar tomé distancia y comencé a batirlos con la artillería dividida en dos grupos; otros dos impactos de grueso calibre, casi consecutivos, acallaron a las piezas del bou y lo pusieron en situación insostenible.

ALas granadas de 115 kgs., lanzadas por las torres dobles del Canarias, acabaron destrozando la sala de máquinas del bacaladero, en medio de una nube de vapor incontrolado, matando en el acto a varios hombres, entre ellos al bravo Cajigas. Según nos relata Javier Olaveaga, el comandante Moreno, viendo muy cerca el final, señaló:
-Antes hundir que entregar el barco- , CON, y mandó abrir las válvulas de fondo. Tanto el firme marino murciano como Sarasola -su primer oficial- se negaron a abandonar el Nabarra cuando éste, a las 17 horas, dirigió la última granada hacia el Canarias. Sesenta minutos después -mientras el Donostia, que había ofrecido su ayuda poniéndose a una distancia suicida del gran crucero, se dirigía a toda máquina a Francia-, cuando 20 hombres de los 49 a bordo -hubo una ausencia por enfermedad de esa misión- ya estaban prisioneros en el Canarias, el ex bacaladero de la PYSBE se hundía sin haber izado bandera blanca ante el asombro de sus enemigos. Olaveaga, Javier Basarte -3.O oficial- y 18 tripulantes más de los que vivieron para contarlo dieron con sus huesos en la donostiarra cárcel de Ondarreta. Sólo la admiración que mostró Franco por su valor los libró de la condena a muerte ya firmada por un tribunal, y en noviembre de 1938 estos gudaris del mar quedaban en libertad.
Muerto el autócrata, el pueblo vasco dedicó en la pasada década y principios de la presente varios homenajes multitudinarios en Bermeo.
En 1979 quedó inaugurado cerca del cabo Machichaco un sencillo monumento en recuerdo a la gesta del 5 de marzo del 37, y en él se pueden leer las palabras que dedicó el poeta inglés Thomas
Walsingham -en su «Historia anglicana»- a los marinos de Euskal-
Herria que en la durísima batalla naval de Wilchensea, año 1350, demostraron su madera de 'héroes: Prefirieron, por la rudeza de su corazón, morir antes que entregarse.

Ultimas operaciones antes del exilio
En fugaz repaso debemos recor­dar ahora que la pérdida del Naba­rra, el internamiento del Donostia en puertos franceses y los daños sufridos por el Guipuzkoa en el épico combate con el Canarias, dejaron a la Armada autónoma vasca en el punto más bajo de su poderio desde su creación.Así las cosas y en medio de la gran ofensiva fran­quista sobre Euzkadi, el 1.° de Ma­yo de 1937, tanto el Bizkaia co­mo el Gipuzkoa apoyaron junto al destructor Ciscar, llegado a Portugalete el 17 de abril con su ar­tillería el contraataque leal lanza­do por tierra en la zona de Bermeo. Días después, a partir del 6 de mayo, las sucesivas evacuacio­nes de personal civil en buques mercantes como el Habana y otros contarían con la ayuda del Bizkaia y Gipuzkoa hasta el límite de las tres millas de aguas territo­riales, ya que más allá estaba la Royal Navy británica para impedir con su sola presencia cualquier tentativa franquista.
La desobediencia de las dota­ciones del José Luis Diez y Ciscar —en manos de comités de cabos muy poco amigos de la acción y sí de la buena vida— hizo que el Go­bierno vasco, de común acuerdo con el jefe de las Fuerzas Navales del Cantábrico, ordenara el asalto por sorpresa de estos destructo­res en la noche del 31 de mayo, precediéndose a un profundo rele­vo de hombres por personal fiel y combativo de la Armada autónoma.

El grueso de las unidades de la Flota vasca buscó refugio en San-toña, con el Bizkaia y Gipuzkoa a la cabeza, el 5 de agosto de 1937, en un emocionante acto, Fuerzas Navales del Cantábrico ordenó desarmar los dos buques antes men­cionados, junto al Gasteiz, el Ipama.

Manuel Caldos y Alejo Bilbao dejaron de mandar el Gipuzkoa y Bizkaia para pasar a desempeñar el cargo de comisario político en el José Luis Diez y Ciscar, respectivamente. Pero era demasiado tarde para impedir la caída de Euzkadi, y en esos navios se vivieron lamentables deserciones en la noche del 14 al 15 de junio al zarpar Iparreko-lzarra, dragaminas «D», lan­chas «L» y canoas automóviles.

La ikurriña fue arriada de cada proa y así se llegó al fin de la Marina Auxiliar de Euzkadi. La posterior pérdida de Santander, a finales de agosto, y de Gijón, en octubre, provocarían la salida hacia Francia del Bizkaia y Gipuzkoa, primero —días antes los franquistas capturaron en Santoña al Gasteiz—, del Iparreko-lzarra, después, y de diversas unidades menores.

La mayor parte de los marinos de guerra vascos conocieron los sinsabores del exilio, aunque también hubo un buen puñado que llegó al Mediterráneo vía Cataluña para seguir luchando por la causa de la libertad tanto en las unidades de la Armada republicana como en los Carabineros del Mar.

CARACTERÍSTICAS Y ORDEN DE BATALLA DE LOS BUQUES DE LA ARMADA VASCA
bacaladeros: Araba, Bizkaia, Gipuzkoa y Na­bar ra; con un registro bruto en toneladas de1.197, 1.190, 1.252 y 1.204, respectiva­mente. Velocidad: 13 millas horarias. Tripu­lación: 50 hombres. Armamento: dos caño­nes de 101,6 mm. (cuatro pulgadas, uno enproa y otro en popa, a excepción del Araba,que en febrero de1937 dejó de tener unaúnica pieza y pasó a ser reparado en Astille­ros Euskalduna) y dos ametralladoras sobreambos lados del puente alto.
bous: Donostia, 287 toneladas de registro;ex Virgen del Carmen franquista, un cañónde 76,2 mm. en proa (tres pulgadas) y otra pieza de 47 mm. en popa, dos ametrallado­ras y seis cargas de profundidad. Tripulación compuesta por 30 hombres y 10 nudos de
velocidad máxima:
Gasteiz, 332 toneladas, 30 hombres y nun­ca fue artillado.
Iruña, 368 toneladas de registro bruto. No llegó a ser utilizado al permanecer, como el anterior, en el dique seco de Euskalduna hasta junio del 37. Iparreko-lzarra y Goizeko-lzarra, ambas parejas de motor y casco de acero. Iban armados con un cañón de 47 mm. en popa y una ametralladora; de 136 to­neladas y alcanzaban una velocidad tope de 10 nudos.
24 dragaminas (numerados del D-l al D-24), con dotación de diez hombres. Hubo otras cinco unidades de menor importancia y que actuaron menos tiempo en el rastreo de los peligrosos artefactos subacuáticos explosi­vos, los Danak-Ondo, Danak-Batian, Maree, Rafael Cantos y Jaimín, al pasar todos a de­pender en marzo de 1937 del Departamen­to de Industria, quien los destinó a labores de pesca.
6 lanchas auxiliares (numeradas de la L-l a L-6), pequeños pesqueros de bajura y de mo­tor, la mayoría de Mutriku, que actuaban co­mo localizadores de minas y vigilancia de los accesos al puerto de Bilbao.
9 canoas automóviles y embarcaciones de re­creo, con base en Portugalete. Cinco de esas unidades operaron junto a los dragami­nas, dos más para servicios portuarios y las dos restantes en servicios especiales —a partir de mayo del 3 7— para comunicar Bil­bao con Bayona.
Al menos en teoría, y con los navios de cier­to porte, la Armada vasca organizó dos grupos de combate para misiones de escolta en alta mar. Los bacaladeros requisados a la PYSBE donostiarra formaron la 1.a Flotilla, con los Araba —auque éste enseguida acabó vigilan­do la costa, sólo unas pocas millas más lejos que los Goizeko-lzarra e Iparreko-lzarra—, Bizkaia, Gipuzkoa y Nabarra. La 2. a Flotilla de combate, que comprendía a los bous Donos­tia, Gasteiz e ¡ruña, nunca pudo ser completa­da ante la falta de artillería y modificaciones in­terminables de los dos últimos en Astilleros Euskalduna.

Con esto termino la descarga.
Hay que reconocer que aunque sin medios, al menos lo intentaron y que fueron unos buenos marinos.
Saludos y espero que sea de vuestro interés.

'

En este enlace: viewtopic.php?f=183&t=10660


Está el libro por si a algún compañero le interesa bajárselo.


Un saludo.

Las consecuencias del minado del Velasco el 14 de enero de 1937

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