Inventos de españoles aplicados a la navegación.

Señales de día y de noche en la mar.

Acerca de los signos para comunicar los buques entre sí, navegando unidos, existieron desde muy antiguo, consistiendo en la colocación convencional de banderas en distintos lugares de la arboladura, en la disposición anormal de las velas, en la subida de los marineros a las jarcias o a las cofas, en ahumadas, en disparo de cañonazos o en medios análogos, discurridos arbitrariamente para ordenar los movimientos comunes; virar, cambiar de rumbo, disponerse al combate, y para precaver los peligros noticiando vista de tierra o de escollo, descubrimiento de enemigos, avería de consideración. Tales signos eran necesariamente restringidos y suplida a su escasez la prevención general de pasar todos los bajeles por la popa de la Capitana de la Escuadra al salir y al ponerse el sol, diariamente, a fín de recibir de viva voz instrucciones de lo que se hubiera de ejecutar. Consérvanse memorias de los procedimientos ideados por nuestros marinos, en el Código de las Partidas del rey D. Alfonso el sabio, en la Crónica de Pedro Niño, en las Ordenanzas de D. Pedro de Aragón, en las del Almirante de Castilla D. Fadrique Enríquez y, finalmente, en las de Carlos I al hacer su primer viaje desde Flandes a España.

Poca cosa se modificaron las señales en los siglos XVI y XVII, aunque crecieron las necesidades de la navegación. Empezó a notarse que era preciso ampliarlas, al aparecer la táctica del P. Hoste (Traite des évolutions navales, Lión, 1697), prontamente adoptada por todas las naciones marítimas. D. Juan José Navarro, oficial distinguido de la nuestra, uno de los que más se ocuparon del estudio y aplicación de la materia, ideó al fin el complemento con plan sistemático en que, entrando reducido número de banderas, multiplicaban por la combinación el significado que se quisiere dar a cada grupo. Pero transcurrió mucho tiempo antes de que el pensamiento encontrara aceptación, tanto que había llegado el inventor a la categoría de Teniente general sin verlo ensayado, y quizá pasara de este mundo dejándolo por testamento, dada la oposición que suelen encontrar las novedades opuestas a la rutina, sin la circunstancia de ser designado, el año 1759, para el mando de la Escuadra que había de conducir desde Nápoles a España al Rey Carlos III, sucesor de su hermano D. Fernando. Valióse entonces de su autoridad y atribuciones para circular a los Comandantes Instrucciones en el orden de marcha de los navíos, y tan sencillo y práctico resultó el manejo de las banderas como rápida su interpretación, siendo consecuencias del ejercicio hecho a vista del Soberano la impresión del método (Cádiz, 1765), la adopción reglamentaria en la Armada y la derogación del precepto de pasar los bajeles por la popa del Comandante y dar el buen viaje.

Dudóse por algunos de la originalidad del plan. Porque, sin tener en cuenta la fecha del ensayo y menos la atrasada en que se consignó el manuscrito (con ser de no pocos conocida), llamó la atención el Tratado de evoluciones y señales, dado a luz en Francia por el Vizconde de Morognes en 1763, es decir, dos años antes que la impresión en Cádiz. Con objeto de esclarecer el punto, hizo D. José de Vargas Ponce investigación de los procedimientos usados en las Marinas inglesa y francesa y demostración completa de la invención de D. Juan José navarro, de la que el Vizconde citado se sirvió sin mentarla. El mismo objeto movió la pluma del General D. Antonio de Escaño, Mayor general de la Armada, agregando que si bien simplificaron los rudimentos de la táctica, en España Mazarredo y en Francia Mr. Du Pavillón (1773), el inventor de las señales numerales fue D. Juan José Navarro. Marqués de la Victoria.

Salvavidas

No se envaneció nunca nuestro buen Capitán General con haber dotado a la Marina de tantos, tan importantes, tan meritorios escritos, entre los que el sistema de señales no es el fruto más sazonado de su ingenio; lo único de que se jactaba era de otro invento, superior en su idea a cuanto había hecho en la vida: el de un aparato destinado a salvar la vida de los que cayeran al agua desde las naves en marcha, que por ello denominó salva-nos. Se componía de dos odres o pellejos inflados y unos palos en cruz, y colgado en la popa se soltaba en los casos precisos con un cordel de sondaleza. Era, como se ve, principio de los auxiliares humanitarios que, perfeccionados, han venido a ser de uso común en la mar con los nombres de guindolas salvavidas.

Cesáreo Fernández Duro.

Fuente:

El Mundo Naval Ilustrado. Madrid, 1 de diciembre de 1897.

Un saludo.