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Biografía de Juan de Nova


Navegante y descubridor español, del siglo XV.


Fue uno de esos casos raros, que en vez de servir a España, lo hizo con el vecino país de Portugal, donde alcanzó gran fama, llegándosele a conocer como Juan el Gallego.


Como su seudónimo indica, había nacido en tierras de Galicia, en el seno de una familia noble.


Llevado por su iniciativa y ganas de hacer cosas nuevas, se desplazó muy joven al vecino reino, donde muy pronto y por sus formas, se ganó la confianza del rey don Manuel.


Nada se sabe de su vida con anterioridad, como suele ser normal en estos marinos, ya que solo sobre salen sus nombres al ocupar o realizar grandes hazañas.


Por ello se comienza a saber algo de él, al estar ya ocupando el puesto de segundo alcaide de la capital de Lisboa, cargo que ocupaba ya en el año de 1501.


Por la confianza depositada por el Rey, ocupando este cargo se le dio el mando de una expedición, compuesta de cuatro naos, la cual zarpó del puerto de Lisboa el día cuatro de marzo con rumbo a Belem, con él navegaba el después famoso Américo Vespucio.


En su rumbo, descubrió la isla de la Concepción, la cual y posteriormente, Alfonso de Alburqueque la bautizó como de la Asunción.


Poco después arribó a San Braz, donde encontraron una carta de don Pedro de Teide, en ella se menciona, que por allí ya había pasado Pedrálvarez, recomendando al mismo tiempo a las naos portuguesas que leyeran aquél documento, prosiguieran su rumbo a la India, pero que por seguridad de la navegación, primero debían arribar a Mombasa, donde Teide, había dejado una nueva carta, con instrucciones finales, para el buen fin de la llegada a las Indias.


Por ello Nova, puso proa a África, arribando al actual Mozambique, donde realizo aguada y repuso alimentos, zarpando de este lugar y arrumbando a Cananor.


En esta navegación, se tuvo que enfrentar a un buque enemigo, al que logro vencer y por no poderlo aprovechar le prendió fuego, al arribar al puerto de Cananor, en él fundó una factoría.
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En esta población fue recibido con mucho agrado, pero se le comunicó que en la población cercana de Calicut, se estaba preparando una gran flota para rendirle.


Pero Nova, que solo disponía de unos trescientos cincuenta hombres y sus naos, no se arredró y cuando la escuadra enemiga apareció, se lanzó a por ellos sin precauciones.


Todo por que los enemigos que venían, eran embarcaciones costeras y sus tropas, aunque muy superiores a las suyas iban armadas solo con arcos y lanzas, por lo que utilizando la artillería de los buques y la mosquetería, resultó vencedor, ya que hundió o inutilizo a casi toda la flota que compuesta de cuarenta barcos, se le había venido encima.


Una vez afianzada la posición y la nueva factoría, se propuso regresar a Lisboa, por ello en su rumbo descubrió la isla a la que bautizó de Santa Elena, a su arribada a la capital del reino, se le propició un gran recibimiento, ya que venían cargadas sus naos de un cuantioso botín.


En el año de 1505, en una nueva expedición con destino a la India, en la que como jefe iba el virrey dos Francisco de Almeida.


Con este jefe tubo desavenencias, que provocaron que el virrey le pusiera la mano encima a Nova, lo que provocó en las tripulaciones una rebelión, pero Nova se impuso a ellas y regresó a Lisboa, donde al llegar se le dio el mando de la nao Flor de la Mar, que pertenecía a la escuadra de Albuquerque, con la que consiguió el llegar a las Indias.


Pero de nuevo, tuvo problemas con su nuevo jefe; una nueva brillante acción de Nova en la toma de Orcajate, le hizo recuperar la confianza perdida de su jefe.


Pasado un tiempo, volvió a desobedecer las órdenes de Alburqueque, quién enfurecido lo trato de muy malas maneras, decidiendo por esto Nova, el desertar con dos de sus compañeros, llegando de nuevo al virrey Almeida, ante el cual se quejó del trato recibido.


Pasado otro tiempo, volvieron a reconciliarse, por mediación del virrey.


Al fallecer Nova, en el año de 1509, Alburquerque acudió al cortejo fúnebre que se le realizó. Ya que Alburquerque y a pesar de los enfrentamientos sufridos con el difunto, no dejaba de reconocer y apreciar el valor, que había demostrado a lo largo de su vida.





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