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 Pedro de Valdés y Menéndez de Lavandera 
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Biografía de don Pedro de Valdés y Menéndez de Lavandera


Caballero Profeso y Comendador de la Real Orden de Santiago.


Gobernador y Capitán General de la isla de Cuba.


Capitán General de la Armada de la Carrera de Indias.


Capitán General de la Armada de Bayona.


Maestre de Campo en la colonización de La Florida.


Comisario General de la Real Arma de Infantería.


Gentil-Hombre de Cámara de S. M.



Vino al mundo en la ciudad de Gijón, por el año de 1544.


Como era lo normal en la época, todos buscaban forjar su historia y aunque él provenía de familia de acrisolada nobleza, además de ser el primogénito quiso demostrar su valía, por ello con solo dieciséis años viajó al reino de Nápoles sin conocimiento de sus padres, pero no dudó en presentarse al virrey y éste le otorgó una plaza de entretenido en el mismo palacio virreinal.
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Si ignoras lo que pasó antes de que nacieras, siempre serás un niño. Marco Tulio Cicerón.


Hay criterios cerrados, de ásperas molleras, con los cuales es inútil argumentar. Miguel de Cervantes Saavedra.


Cuando soplan vientos de cambio, unos construyen muros, otros, molinos.

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19 Dic 2010 13:11
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Después de sufrir un duro entrenamiento, por orden del virrey zarpó en una de las galeras en busca de piratas moros, con los que mantuvo constantes combates, manteniéndose en esta hasta alcanzar el grado de Alférez de infantería, al mando de su compañía tuvo la galera un encuentro con varias naves moras, fue tanto su ánimo y fuerza que se la transmitió a los suyos, consiguiendo hacerse con dos de las enemigas y las demás se dieron a la fuga.


Por esta acción, el rey don Felipe II lo nombró Caballero de la Real y Militar Orden de Santiago, dándose el caso que la Real Cédula fechada el día veinte de marzo del año de 1566 se extravío, por lo que enterado el Rey, volvió a emitirla con fecha del día veintiocho de julio del año de 1567. (Luego dicen que si el Rey era el ‹ Prudente › y con razón, hasta sus Reales Cédulas se perdían por el camino)


Don Pedro Menéndez de Avilés en el año de 1565, después de un largo descanso a medias, pues se mantuvo como consejero de don Felipe II, despachando infinidad de documentos, leyéndolos y analizando a su parecer lo conveniente o no para cada caso, le cayó en las manos uno que era la petición de formar una escuadra, para colonizar La Florida. El era sabedor de que su hijo Juan, estaba en aquellas tierras y llevaba ya mucho tiempo sin tener noticias de él, por lo que inmediatamente le rogó al Rey le diera licencia para embarcarse en ella.
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Don Felipe II siempre tan generosos los Austrias, le dio el permiso de formar la expedición, pero con la condición de que la Corona solo aportaría un buque, el resto sería todo de su cuenta y riesgo. A pesar de ello aceptó sin dudarlo un instante.


Hemos encontrado un documento, que por su valor en este punto transcribimos:


« El buque contratado por la Corona, era un galeón alquilado del porte de 996 toneladas. . . . . El galeón San Pelayo era la capitana, con el adelantado y 317 soldados, de los que 299 iban por cuenta de la Corona y armado de 4 cañones “salvajes” y perfectamente pertrechados.


La carabela San Antonio, de 150, con 114 soldados; las chalupas San Miguel y San Andrés, del maestre Gonzalo Bayón, de 100; la chalupa Magdalena, de 75; la Concepción, que llevaba 96 hombres y era de 70 toneladas; la galera Victoria, de 17 bancos; el bergantín Esperanza, de 11 bancos; la carabela Concepción, cargada de bastimentos y que solo llegó a las islas Afortunadas; la carabela del maestre Juan Ginete
(no pone el nombre del buque); la Nuestra Señora de las Virtudes, del maestre Hernando Rodríguez, vecino de Cádiz; el navío Espíritu Santo, de 55 toneladas del maestre Alonso Menéndez Márquez y el Nuestra Señora del Rosario, del maestre Pedro Suárez Carvayo, a lo que se sumaban otros cinco, que no se sabe el nombre » (Aunque dan el número de diecinueve, aquí solo se reflejan dieciocho)
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De esta forma el día veintiocho de julio del año de 1565, zarpaban de la bahía de Cádiz, con rumbo a las islas Afortunadas.


Por otro documento, sabemos el costo del mantenimiento de tan gran empresa, pues solo los sueldos eran: « Capitanes, 40 ducados; alférez, 15; sargentos, 8; cabos de escuadra, pífanos y tambores, 6; furrieles y picas secas, 3; arcabuceros y coseletes, 4; oficiales de más, 6; marineros, 4; grumetes mil maravedíes; pajes, 2 ducados; piloto, 24; maestres, 9; artilleros, 5 y como apoyo a sus responsabilidades: cabos de escuadra, 4 y soldados, 2 » (Esto era mensual)


Al arribar a la desembocadura del río San Juan, se encontraron con cuatro galeones franceses, así que se mantuvieron alejados y fuera de su posible vista, el Adelantado convocó Consejo de Guerra de Oficiales, porque su intención era terminar con aquello lo antes posible, y en contra de la opinión que se le dio por la inferioridad numérica, estaba decidió a atacar, pero utilizando la astucia.


El Adelantado esperó a que anocheciera, al principió navegó a toda vela para recorrer la distancia; ciertas luces en los buques franceses le permitían saber más o menos la posición y el rumbo, al llegar a una distancia prudencial arriaron velas, dejando las mínimas para poder seguir gobernando hacía su punto de destino, esto les permitió echarse encima sin que se pudieran apercibir los franceses, colocando sus buques entre la tierra y los enemigos, para impedir que estos pudieran desembarcar e impedirles que se escaparan.
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Pero no se conformó con todo esto, sino que con el San Pelayo consiguió acercarse tanto, que al final dio un pequeño golpe en el costado de la nave almirante francesa, al mismo tiempo que mandó tocar los tambores y pífanos, encendiendo el buque con todos los faroles que tenía a bordo, al mismo tiempo y perfectamente alumbrado el francés, les grito: ¡Que religión profesáis!


Le contestaron, que eran franceses al mando de Ribault y que habían llegado a La Florida con alimentos. Ante esto don Pedro, les invito a la rendición, pero hicieron caso omiso e incluso algunos se rieron, por lo que dio la orden de abordar. Al ver que la invitación la iba a conseguir por la fuerza, picaron los cables de las anclas y en un santiamén desplegaron velas, a lo que se unió la fuerza de la corriente del río, permitiéndoles separase rápidamente.


A pesar de intentar los españoles lanzar los garfios de presa, no consiguieron sujetarlos, ya que los franceses se dedicaron a ir picándolos conforme se agarraban, así comenzó una persecución que duró toda la noche, pero los buques franceses descargados por completo, eran más ligeros que los españoles, lo que les impidió a estos darles alcance. Así y ya amaneciendo el Adelantado dio la orden de virar, regresando a la desembocadura del río San Juan.
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Entonces volvió a calcular, que los daños sufridos por los buques franceses les impedirían regresar al menos en ocho días, así que decidió subir por el bosque hasta el Fort Carolina, posición que estaba como a algo más de una legua de distancia. Y como jefe o Maestre de Campo iba al frente de las tropas don Pedro de Valdés.


Por lo que dispuso formar diez cuerpos al mando de un capitán y con cincuenta hombres cada uno, la mayoría de ellos arcabuceros y rodeleros, así como los expertos en el manejo de la pólvora, cargados al máximo con todo tipo de armas y alimentos para ocho días, incluidas las banderas de cada capitán, para dar cumplido conocimiento de quienes eran, evitando el actuar como a simples piratas.


Una vez dividida la fuerza, don Pedro escogió a veinte hombres y marchando él en cabeza, fueron cortando malezas e incluso árboles, para dejar un camino franco y que pudiera ser seguido fácilmente por el resto, con la orden de que cada capitán marchara separado del anterior, con la intención de que nadie se perdiera, pero no tanto, como para impedir un rápido socorro entre todos.
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Se pusieron en camino que fue muy duro sobre todo por las constantes lluvias, que embarraban el terreno e impedía un avance normal, a lo que se sumaba el agotamiento de la marcha de los hombres cargados con todos los bastimentos. A los seis días de camino por aquella verdadera selva, se apercibieron por un claro que estaban en las proximidades del Fort; quiso don Pedro ir en descubierta, pero el Maestre de Campo le dijo que iría él y se llevaría al capitán Martín Ochoa, ya que S. Sª era más preciso para guardarles las espaldas y que siendo dos sería de más utilidad por los ruidos, que el ir más gente y alertar a los del fuerte.


Se pusieron en camino y a los pocos metros tropezaron con un centinela francés, este pregunto y el capitán le contestó que eran franceses, así se fueron acercando y al estar al alcance de la espada, con un rápido movimiento le puso la punta en la garganta, así soltó sus armas, pero se puso a gritar para alertar a los suyos, el Maestre no se lo pensó y de un golpe lo atravesó con su tizona.


Salieron corriendo los dos españoles, cara a la puerta principal que los franceses a las voces de su compañero habían abierto, el Maestre con gran velocidad dejó a dos fuera de combate, mientras Martín Ochoa hacía lo propio con otros dos, a las voces de estos, empezaron a salir de las casas más franceses, unos vestidos y otros como estaban en la cama.
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Pero estos gritos también fueron oídos por los españoles de avanzada, por lo que al grito de ¡Santiago! pronunciado por don Pedro, salieron dos banderas a grandes pasos hacía la puerta, la cual estaban defendiendo el Maestre y Ochoa, fueron los primero en llegar los alférez don Rodrigo Troche, de Tordesillas y el otro don Diego de Maya, ellos llevando las banderas y detrás al resto de compañeros, esto fue ya el principio del fin del Fort.


Don Pedro se había quedado esperando en la retaguardia, que ya se iba acercando y un francés que huía casi lo derriba, al cual lo capturó, éste le indicó una cabaña a la que le llamó la ‹ Granxa › que estaba llena de armas, víveres y munición pero ni un gramo de pólvora y para que no fuera confundida mandó a seis hombres de guardia sobre ella, se dirigió a la puerta del Fort, nada más entrar en el lugar, dio una tajante orden « So pena de la vida, ninguno hiriese ni matase mujer, ni mozos de 15 años abaxo »


Esta orden fue cumplida a rajatabla, por ello se salvaron unas setenta personas, el resto fue degollado o muerto a estocadas, solo se salvaron entre cincuenta y sesenta, que consiguieron saltar la empalizada del Fort e internarse en la espesura de la selva. Eso sí uno de los que logró escapar fue el jefe del Fort, Rné Ludonniére.
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Al terminar este trabajo, llamó al Maestre de Campo, dándole las instrucciones de que saliera lo antes posible con una compañía de cincuenta hombres, ya que se veían los buques franceses como a una legua y fondeados, por lo que era razonable pensar, que estaban allí esperando la llegada de los escapados del fuerte, por lo que él le encomendaba que les intentara cortar el camino hacia bajeles, así se les daría una verdadera lección.


Así lo hizo el Maestre y desplegó a sus hombres, los cuales dieron una buena batida por la selva, consiguiendo dar con veinte de ellos, pero como estos no hacían caso a las órdenes de detenerse, tuvieron que usar las armas y fueron todos muertos. Otros diez se habían ido a buscar a los diferentes jefes indígenas para que los salvaran, quienes a su vez y estando don Pedro de Valdés en la misión anterior fueron llegando los indios, quienes habían capturado a los que se les habían presentado entregándolos al Adelantado, quien les perdonó la vida y los invitó a regresar a Francia.


Estos le contaron, que el Gobernador del Fuerte, Rné Ludonniére junto a otros veintinueve hombre habían conseguido llegar a los bajeles, por eso al final se supo la cantidad exacta y donde habían ido a para todos.
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Al regresar por la noche el Maestre, el Adelantado convocó Consejo de Guerra de Oficiales, comunicándoles que él y los treinta cinco hombres que él había elegido saldría al día siguiente, cuando llegara a San Agustín, pertrecharía perfectamente a dos de los tres buques allí fondeados, para remontando el río dar caza a los dos buques franceses, para evitar que pudieran utilizar su artillería contra el fuerte. Y al Maestre, que en cuanto los hombres restantes estuvieran preparados, los pusiera en marcha para reforzar a San Agustín, con los Capitanes Alvarado, Medrano y Patiño, pues se temía que hubiera sido ya informado el virrey francés y pretendiera tomar de nuevo los lugares perdidos.


De vuelta en San Agustín los indios les comunicaron que habían más franceses al otro lado del río, fueron llamados y sobre una media hora después, cruzaron el río Jean Ribault acompañado de ocho de sus principales, a los que don Pedro invitó a comer y mientras conversaban. El francés no parecía convencido de que el Fuerte hubiera sido tomado por lo españoles, por lo que don Pedro ordenó traer a dos franceses tomados en él y que ellos le contaran la verdad, así como le fueron mostrados infinidad de cosas, que solo era posible tenerlas si se había hecho y que las portaban sus hombres como premio a su victoria.


Al fin se convenció y se amparó a que los dos reyes eran cristianos, y él solo quería regresar a Francia, y solo le pedía los buques que fueran necesarios para regresar. Quiso el francés ganarse a don Pedro, pero este le contestó lo mismo que a los anteriores, así que Ribault no vio otra forma que regresar a su orilla y tratar el tema con los muchos nobles que iban con él.
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Regresó Ribault, y se lo quiso ganar otra vez, al menos para impedir su muerte y la de los nobles que le acompañaban, pues le dijo, que le darían cien mil ducados, a lo que don Pedro contestó: « Mucho me pesa si perdiese tan buena talla é presa, que harta necesidad tengo dese socorro, para ayudar de la conquista é población desta tierra: en nombre de mi Rey, es á mi cargo plantar en ella el Santo Evangelio »


Esta respuesta hizo pensar a Ribault, que era posible ganarse a don Pedro, por lo que le añadió, que si respetaba la vida de los nobles y la suya, sería muy posible el doblar la cantidad dicha. Don Pedro le dijo que se fuera a su campo y que lo trataran, ya que él esperaría la respuesta, aunque ya era casi de noche, pensando que era conveniente dejarlo para el día siguiente.


A la mañana siguiente, cruzaron con la canoa los mismos, pero esta vez traían un estandarte Real, el del Almirante francés, dos banderas de campaña, y le entregó su espada, daga y celada todas doradas y muy buenas, así como una rodela, pistola y sello Real, para firmar los documentos en nombre del Rey de Francia. Y que con él cruzarían unos ciento cincuenta, pues los doscientos restantes al no estar de acuerdo con ellos, se fueron marchando durante la noche y nada podía hacer por hacerlos regresar.
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19 Dic 2010 13:24
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La escena se repitió, pues fueron cruzando de diez en diez, y atándoles las manos, con la excusa de que debían de andar cuatro leguas y no era conveniente que las recorrieran de momento tan libres, así fueron llegando y se les ataba fuera de la vista de los que llegaban, ya reunidos todos volvió don Pedro a hacer la pregunta, de que si entre ellos había algún católico de verdad.


Pero Ribault le dijo que todos profesaban la misma religión y comenzó a cantar el salmo « Domine memento mei », lo dejó terminar y ya con la orden dada al capitán Diego Flórez de Valdés, les indicó que se pusieran en camino y al igual que el día anterior, cuando llegaron a la raya hecha con la punta de la espada en la arena, fueron todos degollados. A excepción de los atambores, pífanos y trompetas, más cuatro que sí confesaron ser católicos, siendo en total dieciséis personas las que se libraron de la muerte.


Veinte días después de estos sucesos, volvieron a aparecer los indios, comunicando que a ocho días de camino y dentro del canal de Bahamas, en el cabo Cañaveral se estaban estableciendo muchos más cristianos como los que él había matado, volvió a darles sus regalos y se fueron tan contentos.
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Don Pedro ordeno que diez hombres con un bote a vela y remos, se hicieran llegar al fuerte de San Mateo, para que de su guarnición se vinieran a San Agustín ciento cincuenta. Mientras escogió otra vez a los primeros treinta y cinco, más al Maestre de Campo y los Capitanes don Juan Vélez de Medrano y Andrés López Patiño, para que a su vez escogieran hasta un total de otros ciento cincuenta.


Así seis días después de la noticia todos juntos oían misa y partían los trescientos en tres naves, éstas con víveres para cuarenta días a recorrer la costa, dándose la circunstancia, de que al parecer por las corrientes los buques no avanzaban más que un hombre andando por la playa. Así que ordenó que la mayoría desembarcara, para quitar peso de las naves y así a ver si coincidía al menos la velocidad de ambos conjuntos. Pero para dar ejemplo, él fue el primero en saltara tierra recorriendo junto a sus hombres la distancia a pie.


Alcanzaron el punto al alba, pero desde el fuerte a medio construir los vieron y salieron todos corriendo a la selva, hizo sonar a un trompeta francés para que vieran que no les haría ningún mal. Salieron unos pocos y le dijeron, que preferían ser comidos por los indígenas que ser prisioneros de los españoles, pero aún así se rindieron unos ciento cincuenta, pero a estos como acaban de llegar, el Adelantado los trato muy bien porque incluso ni los ató. Así que le prendió fuego al fuerte, excavaron grandes hoyos y enterraron la artillería, ya que era muy grande y pesada, por contra los buques muy pequeños, destruyeron el buque a medio construir y le pegaron fuego a las maderas que estaban a punto de ser colocadas en su lugar en el casco.
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Don Pedro Menéndez de Avilés viajó a la isla de Cuba en busca de refuerzos, dejando al mando a don Pedro de Valdés en la colonia de San Agustín, un grupo de hombres aprovechando la ausencia del Adelantado se amotinaron, apresaron al Maestre de Campo y a varios más de los capitanes, incluido el tenedor de bastimentos clavaron la artillería y se quisieron embarcar en la fragata, pero como eran en total ciento treinta hombres el buque no podía con todos. Hicieron un consejo entre ellos y nombraron a un Sargento Mayor, el cual eligió a doce arcabuceros y seis alabarderos como escolta personal, así iba designando quien podía abordar la fragata y quién no.


Al intentar abordarla él y su escolta todavía eran demasiados, lo que le obligó a dar la orden de que algunos más debían de abandonar el buque, pero estos se revolvieron y comenzó un pequeño enfrentamiento. Momento que aprovechó el Maestre de Campo, para desasirse de sus ligaduras y liberar a ocho de su capitanes más a varios de sus fieles hombres, con estos armados de arcabuces, se dirigieron a los que se enfrentaban y les dieron el alto haciendo fuego, por lo que muchos de la fragata saltaron al mar y el resto cayeron heridos.


Como se vieron perdidos entregaron sus armas, así fueron maniatados y puesto bajo custodia de buenos y fieles soldados. Acabada la revuelta y regresado el orden, don Pedro de Valdés ordenó formar un Consejo de Guerra Sumarísimo al Sargento, con la sentencia de pena de muerte por rebelión, que fue ejecutada al instante, siendo colgado de un árbol. Dándose así por terminada la rebelión, al día siguiente bajo palabra de cada uno de los presos y si faltaban a ella serían muertos, los dejó en libertad, pero con trabajos y lugares asignados de los cuales no se debían mover.
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Al llegar el Adelantado, la población y el fuerte estaban en calma, pero del disgusto el Maestre de Campo estaba en una litera al igual que su hermano Bartolomé, por llevar ya varios días sin comer ninguno, lo cual fue remediado por el Adelantado al llegar con la escuadra de Esteban de las Alas, cuyos buques traían alimentos para todos, así se pudo restablecer el bien estar en la posición.


El Adelantado viajo de nuevo a la Habana para buscar comida, dada la imposibilidad de que nada creciera en aquella tierra, realizó el viaje y retornó a San Agustín al arribar y fondeó en el puerto dirigiéndose a entrevistarse con el Maestre de Campo su segundo al mando de todo. Éste le contó todo lo que había pasado en su ausencia, la muerte de los capitanes Martín de Ochoa, Aguirre y Vasco Zabal, así como cinco soldados, Fernando de Gamboa, Juan de Valdés, Juan Menéndez y otros dos, que eran de los que siempre estuvieron con don Pedro y les quería mucho. Todos ellos habían muerto por flechas de los indios, al no tener más remedio que abandonar el fuerte para ir a buscar alimentos, de no ser por los fallecidos, todos los de San Agustín hubieran muerto de hambre.


Llegaron noticias que de Francia había zarpado una gran escuadra, por lo que se tuvo que activar todo los disponible, así quedo compuesta la escuadra española: El Adelantado de capitán de su nao; el Maestre de Campo, de capitán de la suya y Almirante de la flota; de una carabela, como capitán don Juan Vélez de Mendrano; de otra carabela y como capitán, el alférez Cristóbal de Herrera (el que entró primero en el Fort Carolina con su bandera); de otra carabela, el capitán don Pero de Rodrabrán; de otra carabela, el capitán don Baltasar de Barreda; capitán de la fragata don García Martínez de Cos y al mando del bergantín don Rodrigo Montes, (uno de los primeros en entrar también en el Fort). Así quedó compuesta la escuadra, con dos naos, cuatro carabelas, la fragata y el bergantín, en total ocho buques, pero al parecer los dos pequeños no los contaban como a tales.
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Antes de zarpar, arribó una carabela con la noticia para la que precisamente se estaba preparando; habían zarpado de Francia una escuadra compuesta de veintisiete velas que transportaba entre marinería y tropa a unos seis mil hombres, que al parecer se habían dividido en es tres escuadras, una de ellas ya había tomado la isla Tercera, pero se desconocía el punto a donde se arrumbaban las otras dos.


Por lo que comenzó una autentica carrera, zarpó con rumbo a la isla de Puerto Rico y después a la Habana, donde dejó tropa y artillería, regresó a San Germán, en esta ciudad se reunió con el gobernador y le pidió parecer, éste le contentó que lo mejor era fortificar la ciudad lo mejor posible, así que anduvo de aquí para allá viendo alturas y lugares posibles de desembarco, al mismo tiempo dando las órdenes, para que en cada sitio se quedara una guarnición y se pusieran a trabajar, así iba dejando a cien soldados y cuatro piezas de artillería en cada lugar que le parecía el correcto. (Por lo leído, San Germán era una ciudad de la isla de Puerto Rico)


Continuó su ir y venir, en una de estas visitas se fijó que el torreón de la entrada del puerto estaba en muy mal estado, así que encargo al capitán Juan Ponce de León, que lo pusiera en orden de combate. Al mismo tiempo con el patax, viajó a La Habana y repasó todo como estaba quedando, convencido de ellos regresó a San Germán.
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Si ignoras lo que pasó antes de que nacieras, siempre serás un niño. Marco Tulio Cicerón.


Hay criterios cerrados, de ásperas molleras, con los cuales es inútil argumentar. Miguel de Cervantes Saavedra.


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25 Dic 2010 12:29
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Pero aquí estuvo poco tiempo, pues se volvió a embarcar y navegaron con rumbo a Monte Cristo, la Xaguana y Puerto Real, lugares en los que quiso dejar tropas y no le fueron aceptadas, por haber sufrido ya unos desmanes de los franceses y según los habitantes, era mejor el dejarlos pasar y que hicieran lo que quisieran que enfrentarse a ellos. Pasó a Santiago de Cuba, donde dejó a cincuenta arcabuceros al mando del capitán Godoy, con cuatro piezas de artillería de bronce y con todos los pertrechos para soportar un asedio de un mes.


Aquí se le unió parte de la escuadra, pues se sabía que no estaban muy lejos los franceses y no era razonable dejar a su Jefe solo, por lo que zarparon ya en escuadra, con rumbo a Cabo de la Cruz, Manzanilla y Bayán; en su rumbo tropezaron con cinco buques franceses, que haciendo contrabando iban bien cargados de todo, sobre todo de dinero y cueros, así capturados los condujo a la Habana, donde reforzó la guarnición con doscientos soldados y seis cañones, al mando del capitán don Baltasar de Barreda. Pero el resultado final fue, que la escuadra francesa debió de pensárselo mejor y no apareció.


Le llegaron noticias de que en Flandes se habían levantado contra el Rey, él había salido hacía allí con tropas. Mientras aquí hacía ocho meses que no llegaba ningún buque con dinero para pagar a los soldados, estaban mal vestidos y peor alimentados, además no era solo La Florida la que estaba bajo su responsabilidad, sino que además lo eran las islas de Puerto Rico, Española y Cuba, y a él ya no le quedaba dinero para soportar tanta carga, por ello decidió regresar a la Península y hablar en persona con su Rey, así que después de enviar a San Agustín y San Mateo, refuerzos y comida, se decidió a cruzar el océano de regreso.
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Para ello escogió la fragata, que era del porte de unos veinte toneles, y que pudiendo navegar a vela ó a remos ó los dos a la vez, sería mucho más rápido el viaje. Se cargaron cincuenta quintales de bizcocho y abordaron el bajel por su orden; el Maestre de Campo, su oficial de guarda don Francisco Castañeda; el capitán don Juan Vélez de Medrano, por tener poca salud; los capitanes don Francisco de Copero, don Diego de Miranda, don Alonso de Valdés, don Juan Valdés, Ayala, alférez del capitán Medrano, Salcedo, don Juan de Aguiniga, don Antonio clérigo y el Capitán Blas de Melro, así como otros hidalgos, con lo que iban en total veinticinco, las personas de más compañía-confianza del Adelantado, así como unos buenos soldados que eran prácticos en el remo, cinco marineros y completaban la dotación los dos capitanes, que debían de haberse embarcado con rumbo a la Península, pero que en la Habana nadie se quiso hacer cargo de ellos, que eran el del desmán de ésta ciudad Pero de Rodabán y el recientemente juzgado Miguel Enríquez. Todos iban armados a excepción de estos últimos, siendo en total treinta y ocho, zarpando el día veintiocho de mayo del año de 1567.


Puede tenerse una idea de lo rápida que era la fragata, que a los diecisiete días de navegación avistaron las islas Terceras, (suponemos fue todo un récord para la época), arribaron a ellas y le informaron que el Rey estaba de viaje en la Coruña, para embarcar en una escuadra con rumbo a Flandes. Pensó que lo mejor sería navegar en demanda de este puerto, ya que los buques franceses e ingleses, que pudieran estar esperando a la caza de cualquier buque español, él les podría dejar atrás mientras que si navegaba con rumbo al Cabo de San Vicente, se podía encontrar con los bajeles a remo de los berberiscos y estos sí que podrían darle alcance; además que podía darse el caso de llegar a alcanzar a S. M. antes de que hubiera zarpado.
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Tomó la decisión de navegar con rumbo a la Coruña, se encontró con vientos contrario, lo que obligó a echar mano de los remos con el consiguiente cansancio de todos. Pero lograron ir acortando las distancias con el puerto y como era de esperar, se encontraron cuando solo les faltaban como tres leguas para arribar, con dos corsarios franceses y uno inglés que al verlos intentaron darles caza, pero tomó un rumbo que era contrario a ellos y favorable a la fragata, lo que le permitió alejarse sin problemas de ellos, arribando así al puerto de Vivero a los dos días.


Desembarcaron y pidió información sobre el lugar donde se hallaba S. M., le comunicaron que seguía en la Corte, ya que no tenían noticias de que hubiera partido para la Coruña. Decidió enviar al alférez Ayala con los dos prisioneros, para ser entregados en la cárcel de la Corte y una carta de él para el Rey, en la que le decía que había vuelto y en breve se acercaría a la Corte para besarle las manos. Así regresó don Pedro de Valdés a la Península, en el que quizás fuera el viaje más rápido de la época y por muchos años.


Por Real Licencia del día dieciséis de mayo del año de 1568, fechada en Aranjuez, se le confiere el privilegio de poder ir vestido y con joyas, a pesar de las disposiciones de la Orden de Santiago.
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En carta fechada el día veintiuno de octubre del año de 1570, el Rey le dice:


« El Rey. Don Pedro de Valdés, Cavallero de la orden de Santiago y Almirante de la armada del cargo del Adelantado Pero Menéndez de Avilés: Ya sabeis como sin licencia y orden nra. dexastes la dha. armada y galeones de vro. cargo y os venistes a esta nra. corte y della os aveis ido a vra. casa, y porque a nro. servicio conviene q. la dha. armada se parta para las nras. Yndias con toda brevedad, vos mando que os vayais a servir en ella, como asta aquí lo aveis hecho, os partáis luego y vais a residir en la dha. armada, y si se uviere determinado quedar en estos reynos nos avisareis luego de vra. terminación para que vista mandemos proveer lo que convenga. De Madrid a XXI de octubre de mil u quios. y setenta años. Yo el Rey. Por mandato de Su Magd., Antonio de Crasso. »


Por esta orden llega a la bahía de Cádiz de donde zarpa con rumbo a La Florida y de ella a la Habana, para hacer el recorrido e ir cargando el situado, pasando a la Guayra, Cartagena de Indias, Veracruz y regreso a la Habana, de donde zarpa la flota con rumbo a la bahía de Cádiz donde arriba sin novedades. Estando en el puerto, recibe la orden de zarpar de nuevo con la flota, esta vez para intentar atajar las rapiñas de los piratas y corsarios que infestaban las aguas caribeñas, consiguiendo en un principio poner fin a sus guaridas, acabando momentáneamente con ellos.


(El problema consistía en que las islas eran inhabitables, ya que en algunas de ellas ni siquiera había nacimientos de ríos, por lo tanto faltaba lo más imprescindible para sobrevivir, a parte de no contar con suficientes fuerzas para establecer fuertes, que evitaran que de nuevo regresaran sin problemas a ellas, lo único que cabía era lo que se hacía, se formaba una expedición se les vencía y desalojaba, pero los españoles volvían a embarcar y abandonar la isla, esto provocaba que en cuanto se perdían de vista los buques españoles, regresaban, si no al día siguiente, si al mes, por lo que se convirtió en el cuento de nunca acabar. Lo que demuestra que era más fácil rapiñar, que colonizar.)
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De nuevo en la Península, recibe una carta del Rey con la providencia de ir a organizar unas compañías de infantería, que se habían levantado para ser transportadas al puerto de Cartagena, para ser embarcadas y llevadas a los territorios de Nápoles. Está fechada el día diecisiete de febrero del año de 1575 en Madrid. La cual es muy larga y con muchas providencias dictadas por el Rey. Pero el Rey Prudente, no se fía de nada, por esta razón, con fecha del día veintiuno de febrero (solo cuatro días después) en el Pardo lo nombra Comisario de Infantería, así nada ni nadie se le puede interponer y con ello agilizar el traslado de las compañías a su puerto de embarque. Por otra fechada el día veinticinco de marzo del mismo año, se le reclama urgentemente que se haga llegar a la Corte.


Por Real Orden del día diecinueve de abril del año de 1575, se le otorga el título capitán general de la Armada de Poniente y de Andalucía fechada en Aranjuez. En la misma fecha se le entrega otra en la que se le indica la fuerza de la Armada, quedando compuesta por cuatro galeones de entre cuatrocientas y quinientas toneladas, más seis pataches de ochenta, en ellos debe cargar todo tipo de vituallas de boca y guerra, para acudir el apoyo del Gobernador de Flandes, a la sazón don Luis de Requesens, por hallarse sin comida y pólvora, más falto de hombres para intentar atajar la rebelión que en estas tierras se ha desatado. Una vez ya en aquellas aguas, apoyar al ejército en su avance, así como tratar de combatir a la piratería inglesa, que constantemente estaba llevando socorros a los alzados, lo que dificulta la progresión de los ejércitos del Rey.
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El Rey vuelve a enviarle otra carta fechada en Madrid el día diecisiete de agosto, por la que se incorpora a la escuadra don Juan Martínez de Recalde, con la intención de que salgan todos los bajeles y una vez puestos a salvo, tome el mando de los pequeños buques Recalde, regresando para guardar la costa cantábrica Valdés, pero las cosas se complican, ya que los pataches si estaba ya reunidos, pero de los cuatro galeones solo dos estaban en Santander, estando a la espera de la llegada de los otros dos que provenían de la escuadra de Indias y estos no habían llegado todavía ni siquiera a Cádiz, por lo que siendo ya avanzado el mes de agosto, si se esperaban más comenzaría la época de las tormentas. Visto esto por Valdés decide partir solo con los dos galeones y el resto de la flota, que va cargada con todo tipo de bastimentos, incluidas piezas de artillería para el ejército.


La escuadra zarpó con los dos galeones, dos pataches, seis pinazas y treinta y una zabras, transportando a seiscientos hombres del ejército y dotados con mil trescientos de marinería, arribando al puerto de Dunquerque, donde estuvieron unos días, de donde zarpó de nuevo con un total de treinta y dos bajeles, habiendo dejado a parte de la fuerza, ya que ahora solo iban cuatrocientos ochenta y cinco soldados y setecientos seis de marinería, una vez en franquicia la escuadra prosiguió rumbo a Flandes al mando de Recalde, mientras que los dos galeones regresaron a Santander al mando de Valdés.


A su arribada estaban los esperados dos galeones de la escuadra de Andalucía, como el Rey en su última carta le dice que se quede en protección de las costas del mar de Poniente, pasados unos días de descanso zarparon los cuatro galeones a cumplir la orden, permaneciendo cruzando sobre las aguas del hoy llamado mar Cantábrico con varias escalas para avituallarse, permaneciendo en este cometido hasta finales del año siguiente.
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Por carta fechada en Madrid el día nueve de octubre del año de 1578, se le vuelve a nombrar Comisario de Infantería, con la misión de trasladar unas compañía a Gibraltar y aquí embarcarlas para Nápoles y Sicilia, pero esto sufrió un gran retraso, pues hay otra carta fechada en Madrid el día catorce de noviembre del mismo 1578, para que no llegue a Gibraltar si no a Jerez de la Frontera. Otra fechada en el Pardo el día dieciocho de enero de 1579, en la que el Rey se lamenta que sus órdenes no sean cumplidas más rápidamente, y en ésta ordena a don Francisco Duarte que se haga cargo de la situación, que si es posible traslade las compañías a Cádiz embarcando en cuanto lleguen en los bajeles que allí se encuentren.


Por Real Orden fechada en Madrid el día trece de febrero del año de 1580, se le otorga el título de Capitán General de la Armada que se ha de juntar en las Islas de Bayona, a favor de Pedro Valdés.


Por curiosidad transcribimos lo más fielmente posible la parte del nombramiento, que dice:
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« Don Felippe, por la gracia de Dios Rey de Castilla, de León, de Aragón, de las Dos Sicilias, de Jerusalén, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galizia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdova, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarves, de Algeciras, de Gibraltar, de las Indias islas y tierra firme del mar océano; Conde de Barcelona, Señor de Vizcaya y de Molina; Duque de Atenas y Neopatria, Conde de Ruisellón y de Sardania, Marqués de Oristán y de Gociano; Archiduque de Austria, Duque de Borgoña y de Bravante y de Milán, Conde de Flandes y de Tirol, etc. etc. Para algunas cosas convenientes a nro. servicio, havemos acordado que se junte en las Islas de Bayona una Armada de diez o doze naves que, el Marqués de Santa Cruz, nro. Capitán General de las galeras de España, ha de embíar de la Andaluzía con mill hombres de guerra en ellas, demás de la gente mareante, que han de tener a las dichas Islas proveidas de vizcocho y las otras vituallas necesarias por un mes y que, demás de dha. gente, en el nro. reyno de Galizia y el Principado de Asturias de Oviedo se levanten tres mill hombres, en doze compañías, por los capitanes que hemos nombrado para ello, en los partidos que se les han señalado, para servir en la dha. Armada y en las zabras que ha aprestado y puesto en orden Juan Martínez de Recalde, nro. criado, en la costa de Vizcaya y en la de las quatro villas de la costa de la mar, que también se han de incluir y servir en la dha. Armada, con la gente dellas, para andar con ella en guarda de la travesía que ay de las dhas, yslas a Lisboa, en Portugal, y para hazer los otros efectos que ordenáremos.
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31 Dic 2010 14:09
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Y, conveniendo proveer de persona que sea cabeza de la dha. gente y que dé prisa a que se hagan y levanten los dichos tres mil hombres y sea Capitán General de la dha. Armada, que tenga las cualidades que para tal caso se requieren, acatando la suficiencia, fidelidad y zelo de nro. servicio y otras buenas qualidades que concurren en vos Don Pedro de Valdés, Caballero de la Orden de Santiago, por la presente os nombramos y proveemos por cabo de los tres mil hombres que se han de hazer por los dichos capitanes, en el dho. Reyno de Galizia y Principado de Asturias de Oviedo, y de Capitán General de la dicha Armada y gente de guerra y mareante della por el tiempo que nra, voluntad y mrd. fuere, para que ande, como dicho es, en guarda de la travesía que ay de las dichas yslas de Bayona a Lisboa, en Portugal y haziendo los otros efectos que por nos serán ordenados y, para que la mandéis y governeis, assi estando en puerto como navegando, el tiempo que dicha Armada anduviera de por sí y distinta, porque, quando se juntare con otra Armada que le sea superior, habeis de obedecer al nro Capitán General della y hazer seguir sus órdenes con la dha Armada y gente de ella. . . .»


Esta Armada se crea, como causa del fallecimiento del último Rey de Portugal, momento en que don Felipe II reclama su derecho de heredar la corona del vecino país, por esta razón le manda cruzar sobre sus aguas hasta Lisboa para impedir el apoyo de Francia e Inglaterra. Recalca lo de Lisboa de Portugal, porque en ella se encontrará muy pronto el jefe del ejército español en esta conquista, que no era otro que don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, entre otros títulos el III Duque de Alba de Tormes, quien invadiría el vecino país por tierra. Mientras que a don Pedro se le marca el paralelo de Lisboa, ya que desde Cádiz a la misma capital el domino del mar lo ejercía don Álvaro de Bazán y Guzmán, I Marqués de Santa Cruz de Múdela, quedando así cerrado el tráfico marítimo de apoyo, consiguiéndose así un total aislamiento de Portugal.
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Traducción al español por Huan Manwë para phpbb-es.com