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UNA VICTORIA DE LA IMPROVISACIÓN:

PLAYA HONDA, 24/4/1610.



El confiarlo todo a la improvisación es mal, que se repite mucho en España, aunque no sea único ni exclusivo de nuestro país. Todavía es peor cuando se refiere a la guerra naval, pues, como es obvio y se ha dicho reiteradamente, aunque se olvide con mucha mayor frecuencia, las escuadras y su personal, no se pueden crear de hoy para mañana.



Pero toda regla tiene sus excepciones, y nunca nos dejaremos se asombrar de lo que pueden el celo, la capacidad y el trabajo en muchas ocasiones. La que narramos a continuación bien puede ser el ejemplo perfecto. (por supuesto (¡es español!).



En 1609 la Compañía de las Indias holandesas envió a extremo oriente al almirante Verhoeven con una escuadra de catorce buques.



Tras operar sobre las Molucas y Java, su sucesor, Wittert, decidió variar su objetivo y dirigirse contra Manila, escogiendo para ello sus cuatro mejores buques y un patache, aparte de lanchones de desembarco.



Como fue tristemente habitual durante la dominación española, en Manila apenas había elementos para conjurar la amenaza, salvo por el nuevo gobernador, Juan de Silva, un soldado veterano y unas pocas compañías de soldados recién llegados.



El flamante gobernador, al conocer los proyectos enemigos (¿de donde salía tanto espía español?, ¡faltaban marineros pero no informadores! se sintió vivamente preocupado: <<Hallábase imposibilitado de todo; sin navíos, sin artillería, sin municiones de guerra, sin bastimentos y sin un real, con que remediar tantas faltas. . . .Sabe la Majestad de Dios la aflicción con que estaba, viéndome tan cerca de que se perdiesen estas provincias que mi Rey me había entregado para que se las defendiese>>.

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Sacando materialmente fuerzas de flaqueza y con el concurso del vecindario de la ciudad, tanto español como indígena, se fortificó como pudo Cavite, con cestones y algunas piezas de artillería y todos se aprestaron a la defensa.



Aquellos aprestos, de más apariencia que fortaleza, bastaron para hacerse alejar a Wittert cuando, entrando en la bahía de Manila, la reconoció el 11 de noviembre de 1609.



Los atacantes, tras recorrer toda la bahía, se convencieron de que allí no había nada de interés, al menos que justificara una larga y costosa lucha, por lo que decidieron cambiar sus planes.



Su fuerza de desembarco era escasa, por lo que un intento de apoderarse de Cavite o de la propia Manila se presentaba casi imposible.



Sin embargo tenían el dominio del la mar por completo, por lo que estimaron mucho más productivo bloquear la bahía, que ir apresando todos los buques que en ella intentaran entrar, fueran juncos que desde China llevaban seda, especias y otros mil productos, o fueran naves hispanas que allí arribaban desde Nueva España o desde Macao.



Es más, con el producto de las capturas y asegurado el bloqueo de Manila, confiaban en ganarse el concurso de japoneses o de aventureros y piratas de la zona, para dar un golpe demoledor al domino español en el área.



De hecho, piratas chinos y japoneses, lo hacían intentando ya e en varias ocasiones, sin éxito hasta entonces, pero creando siempre un grave peligro.

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Así, eligieron su fondeadero en Playa Honda, a veinte leguas de Manila, como base para el bloqueo.



Poco tardó Juan de Silva en percatarse de las intenciones del enemigo y no dudó, de que el único medio de evitar sus planes era disputar un combate naval.



Es cierto que carecía de medios, pero pronto su actividad superó todos los obstáculos.



En los astilleros de Marínduque se estaba construyendo una nao mercante, se ordenó que se aumentaran sus dimensiones y fortaleza.



Otra vieja estaba para desguazarse, pero se la reparó y puso en servicio.



Del mismo modo se prepararon otras cuatro más pequeñas para servir como pataches y por último se ordenó la construcción de dos pequeñas galeras de veinte bancos cada una.



En una de las galeras, recién terminada, se sublevaron los remeros forzados, que eran inmigrantes chinos, matando al capitán y a la escasa guarnición, dándose después a la huida, por lo que hubo que hacer otra para sustituir a la perdida.



Cabe imaginar las dificultades de tales construcciones, con decir que hubo que arrancar las verjas de las ventanas de las casas, para hacer con ellas pernería y clavazón de los buques. Peor fue aún la artillería, fundiéndose entonces las primeras piezas fabricadas en Luzón.

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Ajenos a estos preparativos, pese a algún reconocimiento, los holandeses estaban apresando numerosos juncos y champanes chinos con su rica carga, por lo que creían que sus planes se estaban desarrollando de la manera prevista.



Por fin, a mediados de abril de 1610, en el increíble plazo de cuatro meses, la flotilla española estaba lista para forzar el bloqueo y ahuyentar al enemigo.



Se componía de dos grandes buques de 600 toneladas, la capitana San Juan Bautista, con veintiséis cañones, la almiranta Espíritu Santo, con veintidós (era la ya condenada por vieja y luego reparada), los cuatro pataches y las dos galeras, que entre todos sumaban otras veintidós piezas.



Si los buques eran malos, cabe decir lo mismo de la artillería, setenta piezas en general de poco calibre, de las que catorce eran simples pedreros.



En cuanto a las dotaciones y salvo los veteranos llegados con el gobernador, hubo que recurrir a una leva forzosa de todos los hombres útiles, incluyendo a los escuderos de las damas, para reunir 600 españoles y 150 indígenas, más una cantidad insuficiente de marinos y artilleros.



Cualquiera diría que con tales elementos el desastre era seguro, al enfrentarse con cinco grandes buques bien armados y con dotaciones más que entrenadas en la navegación, maniobra y combate.



Pero Juan de Silva sabía bien las cartas de que disponía y cómo debía jugarlas.

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Pero creemos que nadie mejor que el propio Silva, que dirigió la operación desde la capitana San Juan Bautista, puede dar idea de lo que sucedió:



<<Yo me hice a la vela el 21 de abril. . . . .Procuré medir el tiempo para llegar al romper el alba sobre el enemigo, como sucedió, sábado a los 24 de abril, que estaba bien descuidados, porque yo había prevenido con grandes diligencias para que no tuviese lengua (noticias) de ello.



Iban nuestras ocho velas tendidas en ala llevando los dos cuernos la capitana y almiranta y con cada una de ellas una galera y en medio los cuatro pataches.



Hallamos los tres navíos enemigos y su patache a la vela y la capitana surta con las lanchas, la cual, en descubriendo nuestra armada, largó los cables y dando la vela procuró salir a juntarse con sus naos. No lo pudo hacer, porque yo le abordé.



Procuraron su almiranta y otra nao venirla a socorrer, más don Fernando de Silva, que era el almirante, abordó a la enemiga con mucho valor.



A la otra nao, llamada El León de Oro, abordaron dos pataches, de que eran cabos los capitanes Rodrigo de Gillistegui y Juan Tello de Aguirre.



La otra nao del enemigo y el patache se hallaron más desviados y por haber calmado el viento no pudieron llegar a pelear.

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Duró la batalla seis horas; fue muy reñido y dificultoso el rendir las naos del enemigo, porque aunque se les entró, por ser la primera cubierta de la plaza de armas (combés) y castillos de muy fuerte jareta de madera y tener en los castillos de proa y popa unos traveses cerrados hechos de dos costados de tablones y en medio terraplenados de pedazos de cables, atravesados, para jugar su mosquetería y pedreros; pues en estos traveses y debajo de la jareta se metió su gente y desde allí, con la mosquetería y pedreros batían la plaza de armas, y desde debajo de la jareta mataban a cuantos entraban.



<<En ocasiones apretadas me he visto en Flandes y en Francia, mas ninguna más que ésta. Al fin aunque nos costó alguna gente, fue Dios servido que rindiésemos la capitana y la almiranta, y la que abordaron los pataches se quemó. La otra nao y el patache enemigo se salvaron huyendo>>.



No fue barato el precio de la victoria, pues los españoles tuvieron treinta marineros y setenta soldados muertos y entre ellos, un sargento mayor, un capitán y siete alféreces, siendo muchos heridos.



En cuanto a los holandeses, tuvieron mayor número de muertos, incluidos su general y su almirante, contándose de ellos y sólo por el fuego de la artillería más de sesenta en la capitana. Un total de 134 quedaron prisioneros.



Las dos naves apresadas proporcionaron setenta piezas de artillería, tantas como las de toda la escuadrilla española y de mayor calibre, así como un botín estimado en 300.000 ducados, y efectos de toda clase que fueron bienvenidos en los mal equipados buques españoles, como jarcia, hierro clavazón, etc...



En cuanto a la incendiada, no llegó a hundirse y se la desguazó, aprovechando todo lo posible.



Razón tiene Fernández Duro, de quien sacamos estos datos, en alabar a Juan de Silva, que si antes había mostrado cualidades poco comunes al preparar en sólo cuatro meses su flotilla, en el combate mostró una capacidad táctica poco usual.

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En efecto, su única baza era lograr la sorpresa y buscar el abordaje, en el que los españoles llevaban ventaja, por ser táctica preferida y por tener mayor número de hombre.



Cabe imaginar el resultado si la improvisada escuadrilla hubiera tenido que batirse al cañón y en combate de evoluciones, con la escasez de marinos y artilleros, y ante su neta inferioridad en número, calibres y alcance de sus piezas.



Bien pudo decir el afortunado gobernador que las ocasiones no se presentan por sí solas, sino que hay que buscarlas.



Pero él, aliviado tras haber destruido la amenaza de la flota enemiga y de las posibles complicaciones con japoneses, chinos o piratas malayos, concluyó su parte oficial de la siguiente manera:



<<Ha importado grandemente esta victoria, que Dios, por su misericordia, nos hizo merced, para reprimir estas naciones bárbaras, con quienes teníamos perdido el crédito: todos han quedado admirados>>.









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