Isabel I encargó a Sir Francis Drake, el mando de una flota que tendría la misión de inspeccionar los preparativos militares españoles, interceptar sus suministros, atacar la flota y si fuera posible los puertos españoles.

El 12 de abril de 1587 la flota inglesa zarpó de Plymouth. A la altura de Galicia fueron dispersados por una tormenta que duró 7 días. Tras reagrupar la flota, encontraron dos naves holandesas de Middelburg, Zelanda, que les informaron de que en Cádiz se estaba preparando una gran flota española de guerra lista para partir a Lisboa. Al atardecer del 29 de abril la flota inglesa entró en la bahía de Cádiz.

Este somero preámbulo del lamentable ataque del marino Inglés a la ciudad gaditana, nos lleva a una reflexión: ¿Eran tan simples y ocasionales las fuentes de información como para provenir del fortuito encuentro con unas naves que se cruzan en su camino?

La verdad es que durante la preparación y desarrollo de la desgraciada operación, que en su época se conoció como Empresa de Inglaterra, la información recorría complejos caminos y estaba sustentada por solidas estructuras de los poderes nacionales: Los servicios secretos o de espionaje de las Coronas enfrentadas en el conflicto.

El espionaje inglés.



El año que precedió a la salida de la Armada fue el más activo para los espías de ambos bandos. La organización de la red de espías ingleses fue obra de Francis Walsingham, ministro de Isabel I, a quien muchos consideran el padre del espionaje moderno.

En 1550 A Walsingham le nombraron embajador en Francia, ocupándose de montar un servicio de inteligencia. En París reclutó a sus primeros agentes, destacando entre ellos un tal capitán Thomas, irlandés que se hacía pasar por católico escapado de las persecuciones de Isabel I. Siendo muy interesante el estrecho contacto que mantuvo con John Dee, un místico y erudito, que ejerció como astrólogo de la reina.

Al ser substituido en la embajada francesa y vuelto a Londres, Walsingham alentado por Isabel, redobló sus esfuerzos por el mantenimiento de un servicio secreto eficaz. En esa época, Inglaterra gastaba poco en Inteligencia. El que tuviese eventualmente un Servicio Secreto bien organizado, fue debido en primer lugar al gran patriotismo de Walsingham y en segundo lugar al hecho de que a menudo éste pagase los gastos de su propio bolsillo, pues las cantidades que Isabel concedía para espionaje eran siempre insuficientes, lo que en parte provocó su ruina.

El sucesor de Walsingham en la embajada de París, sir Edward Stafford, pariente de la reina, fue el primer agente doble que registra la historia del espionaje inglés. Stafford actuaba al mismo tiempo al servicio de su país y al de los españoles, de quienes recibía importantes cantidades de dinero a cambio de informaciones sobre el movimiento de los barcos ingleses.
Los españoles se dieron cuenta rápidamente de que Stafford andaba escaso de dinero, y se apresuraron a inscribirlo en su nómina. Que él les suministraba información, está claramente demostrado.

Walsingham, que le tenía muy vigilado, descubrió pronto el juego del embajador, pero en lugar de hacerle regresar inmediatamente a Inglaterra y someterle a la justicia, le conservó en su puesto de París, alimentándole con informaciones falsas y utilizando las que le inspiraban alguna confianza de las que recibía de Stafford. Mientras revelaba a los españoles los preparativos que Inglaterra llevaba a cabo para enfrentarse a la Armada, también ofrecía a Walsingham datos referentes a la flota española. «Los españoles que hay aquí (en París) se jactan de que dentro de tres meses Su Majestad se verá asaltada en su propio reino, y que para ello se está preparando un gran ejército», escribía en el mes de julio de 1586.

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Esta sola información pudo haber compensado con creces cualquier perjuicio que Stafford pudiera haber ocasionado con sus tratos con los españoles. Más tarde, Walsingham recibió otras noticias que venían a confirmar lo que Stafford le había comunicado. Un agente informó de que «el rey Felipe evidentemente abriga un gran designio contra nosotros, habiendo llegado con los Fugger (la Familia Fugger o Fúcares fueron un clan de negociantes alemanes que llegaron a constituir uno de los mayores grupos empresariales de los siglos XV y XVI, siendo precursores del capitalismo moderno) a un acuerdo sobre dinero pagadero aquí en una mansión particular.»

Sin embargo, la desconfianza en el doble agente constituyó uno de los factores principales para que Walsingham se decidiera a crear un servicio secreto que no dependiera de las fuentes oficiales, lo que le permitiría, entre otras cosas, confirmar la veracidad de los informes de sus embajadores.
Uno de los núcleos más interesantes de la red de espionaje organizada por Walsingham era el constituido por cierto número de estudiantes ingleses, generalmente miembros de familias distinguidas, que cursaban estudios en universidades extranjeras. La mayor parte de estos jóvenes vivía en Italia, donde este tipo de actividades se perseguía con menor dureza que en Francia o en España. Pronto se pudo comprobar la eficacia de esta labor, cuando al año siguiente, 1587, los informes de sus agentes convencieron a Inglaterra de que España reunía en Lisboa una gran Armada destinada a transportar una fuerza de invasión. Fue aquel mismo año cuando Walsingham redactó su “Plot for Intelligence out of Spain” que todavía se conserva en la State Papel Office. Constituye casi la única prueba documental de la organización de su Servicio Secreto.

La idea de Walsingham se resumía en ocho puntos:

1- Necesidad de obtener información del embajador de Francia en España. Se trataba obviamente , de comprobar la veracidad de las comunicaciones enviadas por Stafford, con el embajador español en París como fuente principal.
2- Tener a alguien en Rouen que obtuviera noticias frecuentes de los que, procedentes de España, llegaban a Nantes, Havre y Dieppe.
3- Que sir Edward Stafford (embajador ingles en Francia) consiguiera información del embajador de Venecia en París.
4- Establecer una base de inteligencia en Cracovia para recibir información sobre cuestiones referentes a España procedentes del Vaticano. (Sin duda, uno de los agentes de Walsingham en Cracovia era John Dee, a la sazón astrólogo del conde Laski y que se mantenía en estrecho contacto con Francesco Pucci, el hombre que había intentado hacerse con la correspondencia que mantenían Felipe II y el Papa).
5- Designar a diversas personas (franceses, flamencos e italianos) para que viajaran a lo largo de las costas españolas e informaran sobre los preparativos que se realizaban en sus puertos. Proporcionarles credenciales para justificar sus viajes.
6- Obtener informes secretos sobre las corte española y sobre Génova.
7- Organizar bases de espionaje en Bruselas, Leyden y Dinamarca.
8- Contratar a lord Dunsany (probablemente en calidad de agente).

Se trataba, de un plan completo y detallado, que pudo ponerse inmediatamente en marcha porque aquel año la reina dispuso una subvención especial de 3300 libras para el servicio secreto.

Desde aquel mismo momento, los espías ingleses se esforzaron en hacer llagar sus informes a Walsingham. Destacaron por su eficacia algunos agentes como Richard Gibbes, un inglés que había estado en España, informó de que él mismo había visto unos ciento cincuenta barcos de guerra en varios puertos, y había oído «hablar de 300 galeones». En Lisboa, Gibbes se había hecho pasar por escocés, para despertar la simpatía de los españoles, o Stephen Paule, que desde Venecia anotaba cualquier noticia o rumor que se refiriese a España. Los Stauden, dos hermanos católicos, enviaban también informaciones importantes desde Italia. Uno de ellos, Anthony, llegó a ser muy importante, hasta el punto de disfrutar de una subvención anual de la reina Isabel, informándole de que cuatro galeras de la flota genovesa habían zarpado rumbo a España y que él se había enterado de que otras iban a partir con rumbo al mismo país, procedentes de Nápoles. Desde Italia envió a Lisboa otro espía, un tal Fleming, que logó colocarse al servicio del Marqués de Santa Cruz. En su calidad de criado del almirante español tuvo acceso a la correspondencia secreta entre este y Felipe II, de la que tomaba todos los datos referentes a los preparativos de la Armada: número de barcos, llegada de soldados, importancia de los efectivos, armamentos, vituallas, etc. Sus informaciones llegaban cifradas al embajador ingles en Madrid, y este las hacía llegar a Londres.

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La labor de Walsingham no se limitó al establecimiento de una red de espionaje que informara sobre los movimientos de los españoles. Intentó por todos los medios ganar tiempo para su país, retrasando todo lo posible los preparativos de la empresa de Inglaterra. De ahí que ejerciera toda su influencia, que era mucha, para que los banqueros genoveses retiraran o retrasaran los empréstitos a la Corona española, de forma que aquella importante fuente de financiación llegó a estar controlada por el servicio secreto inglés. Y así, organizando el protesto de los asientos españoles en Génova, Walsingham logró retrasar la puesta a punto de la Armada durante un año.

Hay también mención de las actividades antiespañolas de los judíos más influyentes de la época, poniendo de relieve la importancia de la red de espionaje organizada por las familias expulsadas de España y Portugal, en cuyas manos se encontraba el comercio mundial de exportación y muy especialmente el de los metales preciosos. Su influencia era grande, y sus actividades constituyeron una de las bases del sistema de espionaje inglés. En este círculo de comerciantes judíos alcanzaron gran notoriedad como espías, entre otros muchos, el médico portugués Héctor Núñez y los miembros del clan de los Añes.

El doctor Héctor Núñez nació en Portugal, vivió en Amberes y ejerció posteriormente la medicina en Londres. Estaba casado con Eleanor Freine, hermana de otro espía, Bernardo Luís, que en 1586 actuaba en Amberes. Núñez, además de médico era un activo comerciante, miembro de la Corporación de Comerciantes Italianos residentes en Londres, aunque figuraba como portugués. Con el nombre de Francisco Pessoa Núñez, fue miembro de la sinagoga secreta de Amberes.

Por su parte, los Añes constituían una auténtica organización de espías. Su fundador fue un judío de Valladolid que se bautizó para escapar a la expulsión decretada por los Reyes Católicos. En 1521 se establecieron en Londres su mujer, dos hijos y dos hijas, y allí prosperaron con la ayuda de otra familia de espías judíos, los Méndez de Amberes. Uno de los Añes, Francisco, se hizo soldado y luchó junto a los ingleses contra los católicos irlandeses. Otro Añes, Gonzalo, que también utilizó los nombres de Benjamín George y Dustan Añes, trinfó en el comercio internacional e intervino activamente en los manejos de espías tan notorios com Héctor Núñez y Jerónimo Pardo. Fue agente financiero de don Antonio, el prior de Crato, y proporcionó barcos para luchar contra Felipe II en Portugal en 1580. Walsingham empleó como espía a uno de sus hijos, Benjamín Añes, en la preparación de la expedición de Drake . Otro hijo, Antonio, fue también espía al servicio de Inglaterra.

Rodrigo López, médico de Amberes con residencia en Londres fue el centro de otro círculo de espías. Se le consideraba como instrumento del duque de Leicester para deshacerse de sus enemigos.

Pero quizá el más importante de esta organización de espías anticatólicos fue su cuñado Alvaro Méndez. Había vivido en las Indias orientales, donde amasó una inmensa fortuna con la explotación de las minas de diamantes de Nasinga (Madrás). Residió posteriormente en Portugal, Madrid, Florencia, Constantinopla, Londres, Amberes, Lyon y Venecia. Apoyó constantemente la política de Isabel contra España y merced a su gran influencia sobre el sultán turco consiguió la inmovilización en Italia y en el Mediterráneo oriental de grandes fuerzas españolas que de otra forma se hubieran destinado a la lucha contra Inglaterra.

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En ese período se usaban frecuentemente por la red de espías números en códigos y cifras para indicar nombres. Por ejemplo, en el código de Sir Henry Wotton, Inglaterra estaba indicada por el 39, la reina de España por el 55, Génova por el 43 y Holanda y Alemania por el 96 y el 70, respectivamente. A veces los códigos alfabéticos tuvieron que ser sustituidos por números para poder obtener la clave, y otros códigos numéricos, utilizados por Walsingham, incluían el número 3 para indicar a María, reina de los escoceses, el 30 para su hijo Jacobo y el 6 para la intrigante condesa de Shrewbury. Fue costumbre de los hombres de Estado isabelinos el utilizar códigos numéricos para referirse a personajes importantes.



John Dee,colaboró en gran medida a la criptografía de los servicios secretos ingleses a raíz de descubrir los secretos criptográficos de Trithemius. Dee encontró un libro titulado Stenographia, escrito por Trithemius, abad de Spanheim (1462-1516), la obra más importante que jamás se haya escrito sobre la escritura cifrada y adaptó las ideas criptográficas de Trithemius haciéndolas aprovechables para Walsingham.

Antes que Walsingham lanzase su The Plot for Intelligence out of Spain en 1587 había recibido de Dee información vital acerca de las intenciones de los españoles. Esta información encriptada era la de que los españoles sabían que Inglaterra iba a construir barcos de guerra nuevos y mayores, y que la única manera de impedirlo era atacando los suministros de madera que recibía Inglaterra. En aquellos días, la Selva de Dean era el centro neurálgico de la construcción de barcos ingleses, porque la mayor parte de la madera para los astilleros de Isabel procedía de esta selva real.

John Dee había aplicado sus estudios científicos a la labor de calcular minuciosamente las perspectivas del tiempo para 1588. Había advertido seriamente que ese año cabía esperar tormentas violentas y anormales y que esto debía tomarse en consideración al prepararse para resistir a la invasión. También exhortaba a que la flota inglesa emplease sus brulotes contra la Armada, que era exactamente la política que ellos adoptaron.

Al aumentar la amenaza española, pronto se hizo evidente para Walsingham que la defensa de Inglaterra dependía principalmente de la cantidad de información que ésta recibiese. A partir de ello, era posible para una flota mucho más pequeña y unas fuerzas militares mucho más reducidas, prepararse eficazmente contra España y finalmente igualar el poderío de esta nación. Poseía informes precisos que le daban no sólo el número de unidades de la flota española, sino incluso sus disposiciones, tonelaje, municiones, soldados, marineros, provisiones e incluso el número de sus galeotes. Walsingham sabia también que el Papa estaba dispuesto a cooperar en el ataque español contra Inglaterra, y también que el duque de Parma proyectaba lanzar embarcaciones planas a través del Canal, desde los Países Bajos, tan pronto como la Armada obtuviese el control del Canal de la Mancha.

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El servicio secreto español.



El hombre clave del servicio secreto español de la época fue, don Bernardino de Mendoza, embajador de Felipe II en Londres hasta su expulsión por la reina Isabel, y posteriormente en París, desde donde manejaba los hilos de la alta política. Descendiente del marqués de Santillana por parte de padre y del cardenal Cisneros por línea materna, se licenció en Arte y Filosofía en la Universidad de Alcalá. Combatió en Orán, el Peñón y Malta. En Italia entró al servicio del duque de Alba y se incorporó a los legendarios tercios de Flandes, donde hizo gala, en los numerosos combates en que intervino como capitán de caballos. También desde muy joven se acreditó Mendoza como un hábil diplomático. En 1576 ingresó en la orden de Santiago y dos años después Felipe II le envió como embajador de España en la corte de Isabel. Se trataba de un destino de enorme responsabilidad que Mendoza cubrió durante seis años muy difíciles haciendo un alarde de habilidad y pericia. Sus manejos en Londres constituían un verdadero quebradero de cabeza para la reina y sus consejeros, que acabaron por decretar su expulsión en 1584. Felipe II que estaba muy complacido por sus servicios, le nombró inmediatamente embajador de España en París.

Fue en aquellos años decisivos de las relaciones entre España e Inglaterra cuando Mendoza organizó y utilizó con indudable eficacia un ejército de agentes al servicio de los intereses del rey de España.

Formaban el núcleo principal de esta red de espías gran parte de los católicos exiliados de Inglaterra que , subvencionados por Felipe II, se establecieron en Francia y Flandes, desde donde suministraban importantes informaciones sobre la potencia naval inglesa, instalaciones portuarias, movimientos de la escuadra etc.

Destacaron especialmente en este tipo de actividades lord Thomas Paget, su hermano Charles, Charles Arundel, Charles Neville, conde de Westmorland, el doctor Nicholas Wendon, Thomas Throckmorton (hermano del conspirador contra la reina Isabel) y otros ingleses en el exilio. Especialmente activos como agentes secretos de Mendoza fueron también Pedro de Zubiane, preso en Inglaterra; Willian Bodenham, naviero de Dunquerque; Copcot, conocido hombre de negocios británico, y el opulento mercader genovés Agustí Griffin, que residía en Londres, así como un gran número de confidentes anónimos que informaban puntualmente a Mendoza desde sus lugares de residencia en Inglaterra y en Francia. En este último país, España tenía agentes secretos de todas las clases sociales, desde el embajador de Inglaterra, sir Edward Stafford, Madame de Montpensier, hermana del duque de Guisa, y otras personas de la nobleza, hasta un pequeño ejército de funcionarios y servidores de la familia real, entre los que se encontraban varias doncellas de Catalina de Médicis y algunos músicos de la corte.

Hubo frecuentes contactos entre Mendoza y algunos eminentes miembros jesuitas, como Odon Pigenat, provincial de París, y muchos otros ardientes partidarios del rey español. Ya en 1584 aparece el padre Inocencio Picquet recibiendo de Felipe II la cantidad de 12000 escudos por su participación en los tejemanejes españoles contra Isabel de Inglaterra, donde contó con la ayuda de otro jesuita, el escocés Alexandre Hays. Para resumir la cuestión, puede decirse que a pesar de la posición oficial de la Orden (no intervención en cuestiones políticas) hubo algunos jesuitas que, con carácter voluntario, actuaron con utilidad y eficacia a favor de la política del monarca español.
Las noticias que Mendoza recogía de todos los rincones de Europa se enviaban a Madrid en forma de notas, despachos, informes y avisos que se redactaban a diario. Este tipo de comunicaciones entre Mendoza y el rey constituyen la mayor parte de los legajos de la Sección de Estado del Archivo de Simancas.
Felipe II había instruido detalladamente a su embajador para que enviara esta correspondencia por distintos procedimientos. Normalmente había tres maneras de efectuar los envíos: el correo oficial francés, el correo comercial y el correo privado.

De los muchos correos que trabajaron para Mendoza destaca Pierre Planchet, que cubrió en innumerables ocasiones el peligroso trayecto de París a Irún a través de los territorios dominados por los hugonotes. Planchet que era un ardiente católico y estuvo al servicio de Mendoza durante todo el tiempo que este permaneció en la embajada de París, realizó también con frecuencia el viaje a Flandes, menos peligroso, pero que requería mucha velocidad.

Este recorrido París-Irún, erizado de peligros, estaba bien pagado. Los mejores correos recibían ochenta escudos por cada servicio, y según se desprende de la correspondencia de Mendoza, sus correos favoritos fueron, además de Planchet, Pierre el Vasco, Piguet, Arnet y Pierre Babin.

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La seguridad de las comunicaciones exigía también el empleo de claves en la redacción de los informes, despachos y avisos. Durante el reinado de Felipe II se desarrollaron en España varios métodos criptográficos, de complejidad variable. El embajador Mendoza, a partir de 1584, empleó cinco claves diferentes para sus comunicaciones con Madrid.

La mayor parte de las claves utilizadas en España a finales del siglo XVI se basaban en el empleo de signos arbitrarios que substituían a las letras del alfabeto. Ahora bien, para aumentar las dificultades de desciframiento se adoptaron otras dos precauciones: se aumentó el número de signos que representaban a las vocales y consonantes más frecuentes y se añadieron signos nulos, que no significaban nada dentro del lenguaje.

Ejemplo entre muchos, de alfabeto cifrado, que están archivados en Simancas:



Puede observarse que hay una numeración correlativa al lado de signos auxiliares. Esta clave se enmarañaba con letras que tenían por objeto anular el sentido de las cifras que le acompañaban.

Mendoza utilizó:

- la transformación de las letras en signos de propia invención
- la transformación de las letras en otras letras, según una tabla progresiva de equivalencias.
- la transformación de grupos de letras en números de dos cifras: BL = 23; BR = 24; TR = 34, etc.
- la transformación de letras en números de una cifra
- la transformación de títulos y palabras cifradas que se transforman en símbolos o en sílabas con símbolos
- la transformación de nombres propios en nombres simbólicos: Felipe II = Fabio; Enrique de Navarra = Julio; el duque de Guisa = Mucio (otras veces como Curio), y un largo etcétera.

En resumen, tanto el aparato de espionaje español en Europa, potenciado por Bernardino de Mendoza, como el inglés de Francis Walsingham, prestaron servicios de excepcional importancia a sus respectivas Coronas, en relación al desarrollo de la Empresa de Inglaterra. Nunca sabremos si la batalla decisiva no se libró verdaderamente en las tinieblas de la intriga.

Fuentes:
Historia 16, Nº 152. Los espías de la Invencible, E. Morán.
A History of the British Secret Service, Richard Deacon.

Buenas.
Estupendo.

1)
¿Tuvo hijos el Cardenal Cisneros?. Me ha extrañado porque, por lo que sé de él, fue un continuo ejemplo de respeto a las reglas franciscanas.

2) En este hilo viewtopic.php?f=160&t=2431&p=23510&hilit=espionaje#p23510 se da información del espionaje y sistemas de cifrado utilizados por España en tiempos de Carlos I y Felipe II.

Estimado eusebio, siempre es un placer su atención.

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Amenofis, siempre el ojo de la persona ilustrada suele fijarse en los pormenores chocantes. Y este lo es.

Mi deducción al respecto es la siguiente:

Fueron los padres de Bernardino de Mendoza los condes de Coruña y vizcondes de Torija, don Alonso Suarez de Mendoza y doña Juana Jimenez de Cisneros. El padre era también natural de Guadalajara, heredero por línea directa del marqués de Santillana, de su hijo tercero don Lorenzo Suarez de Figueroa, y por lo tanto un segundón de la casa. Ella era natural de Madrid, descendiente del fundador de la Universidad Complutense, el Cardenal Cisneros. Tuvieron 19 hijos, haciendo Bernardino el número 10 de la serie.

Ante la duda de una descendencia directa por parte del cardenal, si tomamos como supuesto válido la castidad atribuida a su estado eclesiástico y a su mística franciscana (que ya es prejuzgar, dado que ni siquiera se trata de un santo), podemos atribuir la línea materna de Mendoza, por ejemplo al hermano inquieto y bullicioso del ilustre Regente, que por cierto, también se llamaba Bernardino. O en su defecto a otros familiares próximos.

Tampoco es una cosa esto de la descendencia de Mendoza que deba preocuparnos mucho, pues es sabido que por regla general á los hombres notables se les suele adjudicar a posteriori una cuna ilustre. Y de esa regla tampoco se escapó nuestro cardenal, al parecer hijo de una familia noble, pero de modesta fortuna.

Saludos.

Por lo que he podido encontrar, doña Juana Jimenez de Cisneros y Zapata, madre de don Bernardino de Mendoza y Jiménez de Cisneros, y esposa de don Alonso Suárez de Mendoza, era sobrina del Cardenal Cisneros. Su padre era don Juan Jiménez de Cisneros y de la Torre (señor de Cisneros), y su madre, doña Leonor Zapata y Luján.

El cardenal Cisneros, nacido Gonzalo Giménez de Cisneros y de la Torre, cambió su nombre por el de Francisco (quizás por su ingreso en la Orden Franciscana). Tuvo, al menos, dos hermanos: Don Juan Giménez de Cisneros y de la Torre (ya citado), y don Bernardino (que llegó a Arzobispo de Toledo). Sus padres fueron don Alonso Giménez de Cisneros y Bayona, y doña Marina de la Torre y Gutiérrez de la Torre.

A su vez, don Alonso Giménez de Cisneros y Bayona era hijo de don Juan Jiménez de Cisneros (que tenía una baronía), y casó en Navarra con doña María de Bayona. Este matrimonio se afincó en Torrelaguna a principios del s. XV.

Creo que con esto queda zanjado el tema. Don Bernardino de Mendoza no es descendiente del Cardenal, sino de un hermano suyo (a César, lo que es de César).

Muy interesante Bemaro

Gracias por el artículo.

Encantado Mulez, un afectuoso saludo.

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Amenofis, enhorabuena por desentrañar la trama genealógica que nos ocupa.

Así podemos concluir en la reafirmación de la castidad del Cardenal Cisneros, y descartar la paternidad de su hermano Bernardino, dándosela sin embargo a Don Juan.

Un enriquecimiento colateral que añadimos al foro.