Contraarmada

En la segunda gran campaña de la guerra hispano-inglesa ha recibido el nombre de "La Contraarmada", aunque, como ya sucediera con la Invencible, en su día no se la conociera así.


Durante siglos ha estado subvalorada, prácticamente dejada a un lado, frente a la gran derrota de aquélla; sólo muy recientemente importantes trabajos, como los de Gorrochategui Santos y Rodríguez González, nos la han devuelto íntegramente y en su verdadera magnitud con toda su importancia, es decir, como enorme fracaso -y con grandes pérdidas- de la reina Isabel I en su ansia feroz por tomarse la revancha, y, con ella, de la Royal Navy al mando de sir Francis Drake, que caería en desgracia.


Si la reina se hubiera mantenido como indignada libertadora, una vez rechazado él ataque, aún podríamos creer toda la gran farsa montada a cuenta de la Invencible; pero, tras el agresivo episodio de la Contraarmada, la actuación de unos y de otros queda bien a las claras, y lo que obtuvo Isabel con su "vendetta" no fue otra cosa que un enorme desastre igual al de Felipe II.


El gran objetivo de esta Contraarmada británica era, no podía ser otro, acabar con los restos de la Armada Invencible.

A los puertos españoles de la cornisa cantábrica y Galicia, en efecto, habían logrado llegar más de la mitad de los efectivos desplegados, un sesenta por ciento aproximado de las embarcaciones de la Gran Armada del duque de Medina Sidonia supervivientes, en un estado tan lamentable que resultaba dudoso que pudieran volver a ser utilizadas; pero los ingleses deseaban tener la absoluta garantía de que no se repitiera el ataque, y, para ello, demostrada la vulnerabilidad de los puertos españoles a los ataques por sorpresa (como al dea Cádiz) lo mejor era entrar en ellos y dejar todo barco español reducido a pavesas.


El segundo objeto del masivo ataque inglés iba a ser tratar de reponer a Antonio, Prior de Crato, en el trono de Portugal -que fuera en su día rival para este trono de Felipe II- mediante la conquista armada del puerto y ciudad de Lisboa; Garret Mattingly, al final de su magnífico trabajo sobre la Invencible, nos dice refiriéndose a la Contraarmada:


"Si la suerte les acompañaba, la expedición iniciaría una guerra en las propias puertas del reino de Felipe lo bastante importante para tenerle bien ocupado en casa para que no resultase peligroso fuera. La reina asilo esperaba"


Por último, y como más extensamente se verá en el capítulo siguiente, se pretendía iniciar una ofensiva oceánica de gran alcance, destinada a lograr un punto de acecho en las islas Azores -a mitad de camino de la ruta oceánica de regreso del Nuevo Mundo- para apoderarse de alguna Flota de Indias.

El daño, pues, que se pensaba causar al imperio español, líder mundial en aquel momento, era total, nada menos que dejarlo sin escuadra, organizar una rebelión interna y robarle los vitales tesoros de procedencia americana.


Propósitos verdaderamente desorbitados y muy agresivos, como todo lo que procedía de Isabel, probablemente instigada por Walsingham, su ministro; la lección de esta guerra de amplios vuelos entre Felipe e Isabel, España e Inglaterra, es que tan torpes son los planes ultraprudentes de un lado como los temerariamente ambiciosos del otro, ambos destinados al fracaso.


Dado que la contienda, al final, quedaría en tablas, sólo cabe decir que un poco de sensatez y contención hubiera salvado muchas vidas.


Tan expeditiva ofensiva sería dirigida, como no podía ser de otra manera, por el marino del momento, sir Francis Drake, que dejara en la estacada a Hawkins en Veracruz y tan buenos rendimientos había logrado para sus socios comerciales (entre los que estaba Isabel) con dos expediciones al Caribe y el Istmo centroamericano, por no hablar de su vuelta al mundo en 1580, como se verá más adelante.


Con la crisis de la Invencible, había firmado tanto el ataque previo a Cádiz para dejarla sin suministros como el combate decisivo de Gravelinas, en agosto del 1588, cuando desafió al propio San Martín del duque, que veremos con más detalle en el capítulo siguiente.


El caso es que, con este curriculum, la reina no podía albergar dudas: Drake era su hombre para la gran venganza contra los españoles, el que machacaría a unos adversarios ya derrotados.

La empresa se organizó de curiosa forma, poniendo la reina 20.000 libras, otras 20.000 los hermanos Norris -que probablemente pensaban en hacerse ricos con la expedición- 5.000 el señor Drake y 10.000 la ciudad de Londres, que se convertía así, también, en "parte agresora".


La Royal Navy prestó sólo seis barcos, el insignia de Drake, Revenge, el Nonpareil a cargo de John Norris -conocido por el apodo de Jack el Negro- el Foresight del hermano del anterior, Edward, y los Dreadnought, Swiftsure y Aid, a cargo de Williams y los hermanos Fenner.


Se decidió aprovechar el paso de una gran flota de urcas alemanas camino del mar del Norte, formalizándose su flete, lo que permitiría trasladar a su bordo la mayor parte del ejército de 17.000 hombres.


La flota de 150 barcos quedaba así organizada en cinco grandes escuadras de 30 unidades, cada una de ellas compuesta por un galeón de mando, 14 naves mercantes inglesas y 15 urcas alemanas y holandesas.


Llegamos así al punto inevitable de la comparación entre esta flota de la Contraarmada y la precedente fracasada de la Armada Invencible.


Numéricamente, la Contraarmada, con 150 barcos y 23.000 hombres en total, era superior a la de Felipe II, que contaba con 131 barcos y 29.000 personas a bordo.


Los ingleses trajeron sólo seis galeones de guerra frente a los 22 de Medina Sidonia (de los que sobrevivieron 18); la Invencible dispuso, además, de 43 naos armadas, frente a ninguna inglesa.

Sin embargo, frente a los 58 transportes españoles, Drake y Norris tuvieron a su cargo 80 mercantes y 60 urcas alquiladas.


¿Conclusiones?.


La primera y evidente es que, mientras que la Invencible era una flota de guerra, capaz de aceptar el combate, escoltando a otra menor auxiliar con los suministros y el personal, la Contraarmada inglesa se trataba de una flota anfibia, con un pequeño grupo-guía de escoltas armados y una masiva flota de transporte.


Esto ha podido significar, para historiadores poco versados en temas navales, la minusvaloración de la segunda frente a la primera, puesto que los ingleses eran menos "de guerra" y llevaban pocos cañones.


Sin embargo, desde el punto de vista logístico y de valor militar, los medios de una y otra eran similares si no equiparables; por lo tanto, el desastre de una tan dañino para su país como el de la otra.


Vamos pues con la breve reseña de la ejecutoria de la Contraarmada, remitiendo al lector interesado a los trabajos mencionados para mayor detalle.


El 13 de abril de 1589 zarpó la expedición de Inglaterra, llegando frente a La Coruña el 4 de mayo; a la vista de semejante flota, el gobernador de la ciudad, marqués de Cerralbo, ordenó hacer aprestos de guerra y movilizar la tropa, logrando reunir unos 1.500 hombres.


Se hallaban en aquel momento en la ciudad las galeras Princesa y Diana, además de los galeones San Juan, San Bernardo y San Bartolomé, éste último desarmado.


Las galeras y el San Juan quedaron apostados junto al fuerte de San Antón, reforzando su defensa, mientras se alistaban los cañones de esta fortaleza para el fuego.


No tardarían en entrar en acción, pues los ingleses se aproximaron pronto, buscando un lugar para el desembarco; nunca ha quedado demasiado claro por qué Drake, si debía destruir los restos de la Invencible, no se dirigió a Santander, donde los galeones de Medina Sidonia restañaban sus heridas, o, si tenía consignas reales, no fue directamente a Lisboa para cumplirlas, optando por el intempestivo ataque a La Coruña.

Se dice que, habiendo partido de este puerto la Armada Invencible para la jornada de Inglaterra, deseaba la revancha o pensaba que podía sorprender allí a los supervivientes.


Excusas un poco cogidas por los pelos para lo que no era otra cosa que lo que ya estaba más que revelado a estas alturas, es decir, el peculiar carácter de Francis Drake, que, en esta ocasión, conduciría a los suyos al desastre.


Tras mantenerse a buena distancia de San Antón, los contingentes de soldados ingleses desembarcaron en la playa de Santa María de Oza, bien dentro de la ría, iniciando el avance hacia la ciudad.


Llegados al arrabal de Pescadería, libraron una pequeña escaramuza que les resultó favorable, tomando los barrios bajos y causando medio millar de muertos a los españoles.


Instalaron entonces la artillería de campaña y, ante el peligro que esto representaba para el puerto, los tres galeones fueron incendiados por los propios españoles, mientras las galeras pasaban a refugiarse a la contigua ría de Betanzos.


Iniciado el sitio de la ciudad el 6 de mayo, en estas dos semanas se reveló el carácter numantino de los defensores; el capitán Várela dirigió con acierto la defensa, en la que participaron los paisanos, destacando doña María Mayor Fernández (apodada María Pita) que atravesó un oficial inglés con una pica, y doña Inés de Ben. Tras dos semanas de situaciones críticas -especialmente tras la toma del monasterio de Santo Domingo- el 14 de mayo, Drake, tras intimar a la rendición (oferta que fue rechazada) ordenó para su desgracia asalto general, lo que le costó un millar de bajas y un desastre militar absoluto, pues sus tropas fueron " rechazadas.


La Coruña, debió decirse el inglés, no se parecía en nada a las indefensas ciudades americanas que tan pronto se le rendían; así que el día 18, tras casi medio mes perdido, se ordenó el reembarco de la tropa que se fue acto seguido de la ría, dejando al menos 1.500 muertos en el campo y dos naves de transporte perdidas.

A partir de este tropiezo inicial, todo pareció marchar mal para la Contraarmada; al fin decidido a verificar el trámite lisboeta, Drake y Norris llegaron con su flota al cabo Carvoeiro el 26 de mayo, desembarcando 12.000 hombres cerca de la península de Peniche, 75 kilómetros al norte de Lisboa.


Comenzó entonces la difícil marcha por la Estremadoura portuguesa, hostigados por todas partes y acosados por las epidemias y enfermedades, entre el curso del río Tajo y el océano Atlántico; los batallones ingleses pasaron por Torres Vedras -donde proclamaron oficialmente a don Antonio- Lousa y Loures.


Mientras, Drake, con sus galeones, llegó al estuario para cerrar Lisboa por mar; pero no se internó en el río, conformándose con fondear frente a Cascaes.


Estaba allí la flota de Matías de Alburquerque, con una veintena de unidades, y pronto llegaría Alonso de Bazán, con 18 galeras.


La ciudad la defendían unos 7.000 portugueses, que no hicieron ni caso del Prior de Crato; la artillería quedó bajo el mando del conde de Fuentes.


Cuando los hermanos Norris llegaron frente a Lisboa con sus tropas, encontraron algo similar a lo de la Coruña: una ciudad amurallada, puesta en armas y decidida a resistir hasta el final.


El asedio sólo duró tres días: el primer ataque inglés, completamente fracasado, contra el barrio de Alcántara, se saldó con 300 muertos de este bando.


Las galeras de Bazán acosaban sin cesar a los invasores hasta obligarlos a refugiarse en el convento de Santa Catalina, de donde les sacó la artillería de la galera del capitán Montfruí.


En su huida, los ingleses, necesitados de un descanso, estaban levantando un campamento cuando les ahuyentó un fingido desembarco de Alonso de Bazán, encendiendo antorchas contra las que éste ordenó disparar, haciendo una masacre.


El segundo ataque, mucho menos convincente, fue de nuevo repelido desde el río por las galeras; refugiados otra vez los invasores en Santa Catalina, Bazán desembarcó tropas que capturaron muchos prisioneros, aterrorizados por el fuego de las galeras, que Drake, para desesperación de los Norris, ni se molestó en contrarrestar.

No había nada que hacer. El 11 de junio entraba, procedente de Cádiz, el Adelantado Mayor de Castilla, Martín de Padilla, con 9 galeras y 1.000 soldados de refuerzo.


Tras perder otros dos barcos en Lisboa, y sufrir en total casi 10.000 bajas en sus filas (casi la mitad de su fuerza) a Norris no le quedó otra que, de acuerdo con el Prior, ordenar el reembarque el día 16.


Mientras Drake, como alma que lleva el diablo, se separaba de sus transportes para marchar, con 20 barcos escogidos, a la captura de una incauta Flota de Indias con la que hacerse perdonar por la reina, Martín de Padilla, con siete galeras, (Capitana, Segunda, Florida, Serena, Palma, Leona y Peregrina) partió a la caza de los indefensos transportes de tropa ingleses.


En apasionante cacería, el Adelantado atacó en fila, con sus galeras y por el sector de popa, los barcos enemigos que se iban encontrando; llegados a la altura de éstos, los acribillaban con mosquetes.


Cayeron así apresados cinco buques de transporte ingleses, que sufrieron 600 bajas entre heridos y muertos.


Tomó luego el relevo de Padilla Bazán con sus galeras, capturando tres buques enemigos más; se dice que Drake, enterado de lo que sucedía, quiso virar en ayuda de los transportes, pero o el viento no se lo permitió u, obsesionado con su misión en Azores, optó por la "huida hacia adelante", dejando una vez más en la estacada a los suyos.


En total, los españoles hicieron ocho presas que, sumadas a los cuatro barcos perdidos anteriormente, suman doce barcos perdidos por la Contraarmada a manos de sus enemigos.

A continuación se abatió sobre la ya muy dispersa Contraarmada un temporal que dio cuenta de una docena de naves más.


El epilogo de esta catastrófica empresa lo puso Drake con sus ataques estilo pirático: asaltó Porto Santo, en Madeira, luego recaló sobre la Península, entrando en Vigo para hacer aguada (no sin bajas) y, finalmente, un nuevo temporal le hizo desistir, llegando a Plymouth con sus galeones a primeros de julio.


Entretanto, los transportes, navegando dispersos hacia Inglaterra, sufrieron una epidemia a bordo que elevó las bajas a más de la mitad de la fuerza; nuevos buques ingleses fueron víctimas de los corsarios españoles del Cantábrico. Como nos recuerda Mattingly en su trabajo:


"El ataque inglés a Portugal en 1589 terminó con el más rotundo de los fracasos, la guerra continuó todavía durante 14 años, es decir, de hecho continuó mientras vivió la reina Isabel, para terminar en algo así como una retirada."


En total, y como resumen de bajas, si la Armada Invencible perdió alrededor de 35 buques, la Contraarmada tuvo pérdidas de entre 25 y 30 unidades de diversa importancia.


En lo referente a bajas personales, se calcula que la Invencible perdió de 9 a 11.000 personas, mientras que la Contraarmada sufrió bajas similares, de 9 a 11.000 en total. Una tragedia inmensa por decisiones reales muy desafortunadas.

En 1588, Inglaterra, tras haber rechazado el intento de invasión de la Invencible, había quedado en situación muy favorable, con el predominio moral y la capacidad militar para rechazar asaltos subsiguientes.


Isabel dilapidó al año siguiente tan magnífica situación: dando acto seguido el monstruoso paso en falso de la Contraarmada, además de condenar a la muerte a miles de sus subditos, perdió toda razón moral, el predominio político y militar, junto con imprescindibles recursos para la defensa.


Como recuerda el capitán de navio Ricardo Cerezo, Inglaterra, tras 1588, ni obtuvo ni conservó el dominio de los mares, y, de hecho, el tránsito de la Carrera de Indias durante 1589, 1590, 1593 y 1596 lo efectuaron 987 buques mercantes, con sólo un 13 % de pérdidas.


En otras palabras, un injustificado esfuerzo agresivo había dejado a Inglaterra, como a España tras la Invencible, casi exhausta; a pesar de los nuevos intentos fallidos españoles, y de la ofensiva inglesa en las Azores que veremos en el capítulo siguiente, la guerra se arrastró a una igualdad sin resultado positivo para ninguna de las partes; de forma que, a la muerte de los respectivos monarcas -Felipe II e Isabel- los herederos, Felipe III y Jacobo I, no pudieron hacer cosa mejor que firmar la paz. Ya era tiempo.


Fuente, 22 Derrotas Navales Británicas de Víctor San Juan.