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Fue uno de los buques de guerra rusos comprados para la Real Armada española. Construido en Arcanjel por el maestro constructor Kurochkin. Se le colocó la quilla el 22 de marzo de 1810 y fue botado el 31 de julio de 1813. En la Marina rusa era el llamado Dresde, y pertenecía a la clase Selafail, de 74 cañones. Medía 54,3 metros de eslora, 14,6 de manga, 5,9 de puntal y 6,2 metros de calado, con un desplazamiento de 2.700 toneladas (53,77, 14,56 y 6,12 metros según Anca Alamillo).


Tras salir de puerto ruso del Báltico llegó a Cádiz con el resto de la escuadra rusa el 21 de febrero de 1818, aunque la entrega oficial se produjo el 27 de febrero. En su travesía a España llevaba la insignia del contralmirante Muller. El 22 de marzo de 1819 es nombrado como su comandante el brigadier Francisco Beranguer, aunque se negó a tomar el mando por el mal estado del navío.


En Cádiz quedó incorporado a la escuadra de Mourelle de la Rua, la cual debía zarpar rumbo a los mares del Sur. La escuadra sufrió una epidemia de fiebre amarilla y su tripulación quedó diezmada.

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Su única comisión fue su envío al Pacífico con la escuadra del brigadier Rosendo Porlier y Asteguieta, formada por el navío San Telmo, la fragata Prueba y la fragata mercante Primorosa Mariana. Salieron de Cádiz rumbo a Lima el 10 de mayo de 1819, aunque el navío Alejandro I lo hizo el 12 de mayo.


Cuando se encontraba a la altura de las costas de Brasil, al poco de cruzar el ecuador, el 11 de junio, tuvo que regresar a Cádiz por el mal estado en el que se encontraba su arboladura. Varios autores señalan sus averías en el casco y no en la arboladura.


Entró de arribada en Cádiz el 18 de agosto, donde permaneció hasta 1820, cuando fue enviado al arsenal para ser desguazado, permaneciendo en esta situación hasta 1823.


Su casco se vendió al comerciante de Cádiz don Antonio García de la Vega, al igual que los navíos también rusos Numancia, Fernando VII y España, por 285.500 reales de vellón.

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Bibliografía


Anca Alamillo, Alejandro y W. Mitiuckov, Nikolay. La escuadra rusa adquirida por Fernando VII en 1817. Damaré Ediciones, Pontevedra, 2009.


Fernández Duro, Cesáreo. Naufragios de la Armada española. Madrid, 1867.


López Urrutia, Carlos. Historia de la Marina de Chile. Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1969.


Marliani, Manuel. Combate de Trafalgar. Vindicación de la Armada española contra las aserciones vertidas por Mr. Thiers en su Historia del Consulado y el Imperio. Imprenta y Librería de Matute, Madrid, 1856.

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Tras leer este post, mi primera impresión fue la de "buen pufo nos metieron los rusos". Picado por el asunto, he ido viendo por varios sitios, la mayoría de ellos procedentes de reseñas de la novela de D. Luis Delgado Bañón “El navío Alejandro I. La escuadra del zar” que habré de leer porque me ha parecido que puede ser entretenida, y prácticamente en todos se califica el asunto de la compra a los rusos como “escandaloso asunto”, “vergüenza nacional”, “negocio deshonesto”, “negocio ruinoso como el peor, dejó la hacienda española por los suelos así como el honor de la Marina y la credibilidad del gobierno”.
Curiosamente, en el nro. 80 de la Revista de Historia Naval, un artículo de D. Alejandro Anca Alamillo, aunque muestra evidente el desastre operativo al no tener en cuenta la opinión de la Armada (Vázquez de Figueroa no fue informado de la compra hasta el mismo día de la llegada de la flota a Cádiz), no lo califica de tan desastroso desde el punto de vista económico, teniendo en cuenta que de los 13.600.000 rublos, o 68 millones de reales de vellón, en los que se fijó el precio de los cinco navíos y tres fragatas (las otras tres Ligera, Pronta y Astrolabio fueron un regalo de Alejandro I, supongo que en un generoso 2x1 como si de una gran superficie se tratara), entre lo que no se llegó a pagar, el regalo de las 3 fragatas y lo que se obtuvo de la venta los cascos, el coste por barco no llegó a los 4 millones de reales, aunque supongo que esa suma debía ser un pico más que respetable para la época y la flaqueza endémica de las arcas españolas.

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No puedo estar más en desacuerdo con Anca Alamillo y Mitiuckov. En su libro, a la vista de nuevas pruebas documentales, parece ser que lo navíos no estaban en tan malas condiciones, reconociendo que eran navíos, por el tipo de madera empleado y su construcción, con una vida útil muy corta.

El precio de cada buque le parece razonable, esos 4 millones de reales que menciona. Hubiera sido razonable en caso de haber podido servir en la Armada, pero no para acabar pudriéndose en el arsenal. Dos reales por cada buque ya es excesivo.

Ese dinero, mal invertido, hubiera servido para pagar atrasos a nuestros marinos, reacondicionar los buques nuestros que se perdían en los arsenales y otras muchas necesidades. Pero no se podía esperar nada mejor de los políticos.

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El problema de esos buques es que llegaron a España de rebote.
Supongo que es cierto que los intermediarios se llevaron un buen pico de las cantidades pagadas, pero, posiblemente era la única forma de obtener alguna unidad, que se suponía en buen estado, de forma rápida para hacer frente a la imparable independencia de los virreinatos americanos.
El primer problema fue que España no iba pagar directamente los buques, sino que se pagaron con unos fondos concedidos por Inglaterra a España, 400.000 libras esterlinas, a título de indemnización por la abolición del tráfico de negros. Es decir el dinero con el que se realizó la compra no era dinero español, por lo que se necesitaba el visto bueno de los ingleses a la hora de gastarlo.
El segundo problema era que Inglaterra estaba preocupada por el avance del poderío ruso, por lo que le interesaba que la compra española se hiciese a esa armada; pues de buena mano sabía que la cantidad pagada se iría desperdigando por un lado y otro hasta llegar a ser insuficiente para reponer las unidades vendidas.
El tercero era que los ingleses estaban apoyando las revueltas sudamericanas, no tanto así en Nueva España, por lo que no le interesaba que se recuperase la escuadra española con buenas unidades como las que salían de los astilleros españoles, sobretodo del de la Habana. Los pagadores eran conocedores de que las unidades que salían de los astilleros hispanos eran mucho más resistentes que las suyas y que las rusas eran más frágiles, tanto por emplear madera más blanda, como por estar construidos para surcar mares menos tormentosos y más fríos (hay que recordar que en América el mantenimiento de los buques, sobretodo al estar en guerra, sería menor del deseado, por lo que el forro de cobre iba sufrir bastantes desperfectos y el ataque de la "broma" resultaría mucho más demoledor que en los buques made in spain)

Otro dato a tener en cuenta.
Los cañones rusos, como se conocían en aquella época, dieron buen resultado en la Armada Española, ya que, al tener poco uso, se encontraban en buen estado y eran más modernos que los fabricados en España.