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Vino al mundo en la ciudad de Cádiz en el año de 1745, siendo sus padres, don Diego de Orozco y Herrera, y de su esposa, doña Jerónima Ruíz de Briviescas y Ahumada.


Sentó plaza de guardiamarina en la Compañía del Departamento de Cádiz, el día 2 de junio del año de 1759. Expediente N.º 855.


Estando en la Compañía, fue requerido para formar parte de la escuadra, que al mando del marqués de la Victoria y embarcado en el navío San Felipe, viajó a Nápoles para recoger a la Real Familia, transportándola al puerto de Barcelona, desde donde se zarpó, poniendo rumbo a la bahía de Cádiz, donde al llegar desembarcó y regreso a la Compañía.


En el mes de agosto del año de 1761, se le ordenó el embarcar en el navío Septentrión, con el que navegó hasta las islas Terceras, permaneciendo a la espera de la llegada de la flota de Indias, la cual al reunirse, se le prestó la escolta pertinente, hasta su llegada a la bahía de Cádiz.


A los pocos días, se le dio la orden de trasbordar al navío Triunfante, con el que permaneció unos meses en el mar Mediterráneo realizando la misión del corso, contra las regencias norteafricanas, al término de los cuales, regresó a proseguir sus estudios a la Compañía.


Durante el resto de sus permanencia en la Compañía, alterno los meses en ella y otros en la mar, en diferentes buques, siempre en la misión de protección de la piratería en el Mediterráneo.
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Hasta que le llegó la notificación, de ser habilitado de oficial subalterno y con el ascenso, su nuevo destino a los Batallones de Infantería de Marina.


Siguió su carrera, estando en otros varios buques, y con destinos en tierra, alternando unos y otros, siendo los de mar, siempre con la misión de combatir la piratería en el Mediterráneo.


En el año de 1769, se encontraba a bordo del chambequín Andaluz, con el que participó en el socorro a Melilla, que se encontraba asediada por los africanos, realizando una muy meritoria misión, pues a pesar del fuego enemigo que desde un fuerte se le hacía, no dejó de hacer viajes, con el buque para transportar a tierra, los pertrechos de boca y fuego que éstas necesitaban.


Esta misión le fue encomendada en persona por el general Hidalgo de Cisneros, a la sazón jefe de las fuerzas marítimas que ejercían la presión sobre los enemigos; por lo que vió el propio jefe, se lo agradeció también directamente.


Al demostrar ese gran valor, el mismo Jefe, le encomendó otra misión, que era el impedir que los enemigos lanzaran al mar un bombo, para lo que se le entregó el mando de dos lanchas cañoneras.


Con ellas y durante toda la noche, estuvo bombardeando el lugar hasta destruir al buque enemigo, eso sufriendo un intenso fuego desde tierra, que no le impidió el llevar a cabo la misión, pero no conforme con ello, aún se atrevió a acercarse a la costa, donde se hallaba un jabeque pequeño nuestro apresado por los enemigos, al que consiguió abordar, trincando unos cabos en él y largándolos a los botes, que a fuerza de remo lo sacaron del lugar, transportándolo hasta la plaza de Melilla.


Por todos estos méritos, y a recomendación de su Jefe, se le ascendió directamente a teniente de fragata, con grado en propiedad, en el año de 1774.
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Se hallaba ya en el Arsenal de Cartagena, cuando fue ascendido, de regreso de la acción anterior, recibiendo la orden de trasbordar a la fragata Esmeralda, que había sido incorporada a la escuadra del general don Pedro Castejón, que se estaba formando como expedición contra la Regencia de Argel.


Encontrándose, ya en pleno desembarco, se le comisionó para que el bote de la fragata, fueran transportados a tierra el Mayor General de la escuadra don Francisco de Cisneros y don José de Mazarredo, quienes eran los responsables de dirigir el desembarco, al conseguir dejar a todo el ejército ya en tierra, se mantuvo durante todo el día y su noche, realizando la comisión de correo entre las fuerzas desembarcadas y el general de la expedición, por lo que no hubo descanso, ya que las órdenes se sucedían con gran rapidez.


Al sufrir el desastre la fuerzas desembarcadas, por la acumulación de miles de enemigos que bajaban de las montañas, a los que los españoles no podían hacer frente, se ordenó el repliegue y regreso a los buques, por lo que de nuevo tuvo que proteger el trasiego de los buques, que esta vez hacían el rumbo contrario, encarándose personalmente de los heridos más graves, para que fueran algo más cómodos en su bote, lo que le obligó de nuevo a realizar muchos viajes entre la playa y los buques.


Una vez todos embarcados fue el último en abandonar la aguas y abordar su buque, con los que se regresó al puerto de Cartagena y desde aquí al desembarcar a todos los heridos, se volvieron a hacer a la mar, con rumbo a Cádiz, por lo que desembarco en el mes de octubre del año de 1775, donde se le comunicó, que su nuevo destino eran los Batallones de Infantería de Marina.


Pero permaneció poco tiempo, ya que en el mes siguiente de noviembre, recibió la orden de embarcarse en el navío Astuto, que iba a realizar un viaje a Lima, donde al llegar, se le comunicó la orden de ascenso a teniente de navío, siendo el mes de marzo del año de 1776.
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Permaneciendo en este apostadero, se le otorgó el mando del paquebote Nuestra Señora del Pilar, con misión de guardacostas hasta los límites del actual Panamá, así como la vigilancia de la isla de Chiloe, así como barajar o cruzar sobre la costa de Chile, en protección del tráfico marítimo, estando de destino en estas aguaa, hasta el mes de marzo del año de 1780, en que recibió la orden de regresar a la Península.


Estando ya aquí, en situación de disponible, pero realizando algunas comisiones en arsenales, se le comunicó el otorgamiento del ascenso a capitán de fragata, en el mes de diciembre del año de 1782.


En el mes de abril del año de 1789 (aquí hay un salto de casi siete años, que no se sabe nada de él), se le otorgó el mando de la fragata Rosario, con la orden de incorporarse en el puerto de Cartagena, a la escuadra del mando del general Félix de Tejada, que se estaba concentrando para completar una expedición con destino al reino de Nápoles.


Permaneciendo en esta misión hasta el finalizar y recibiendo la orden, de poner rumbo al Arsenal de Cartagena, donde fueron cargados en su buque tropas y útiles, para ser distribuidos entre los presidios y la isla de Mallorca, de aquí regresó a Cartagena.


Al llegar, se le dio el mando en jefe de una división de fragatas, la suya y la Asunción, para que navegando en conserva, pudieran combatir la piratería de los berberiscos en el Mediterráneo, misión que realizó con mucho mérito.


Recibió la orden de regresar a la bahía de Cádiz, arribando sobre principios del año de 1790, al mismo tiempo que quedaba desembarcado y disponible en tierra.


Estando en la ciudad de Cádiz, recibió con fecha del mes de marzo del año de 1791, la notificación de su ascenso a capitán de navío.
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Permaneció en este departamento hasta que por la declaración de guerra entre la República francesa y España, en el año de 1793 se le volvió a llamar, para tomar el mando de la fragata Dorotea.


Su buque fue incorporado a la escuadra del general don Juan de Lángara, zarpando del puerto de Cartagena, conduciendo y guardando a un convoy con tropas con destino a la ciudad de Barcelona, como refuerzo de su fragata, pero a sus órdenes, le acompañaba el navío Pelayo. (Caso posiblemente único en nuestra Historia, que un capitán de navío, al mando de una fragata, pero estando de comandante en jefe de un navío.)


Al cumplimentar esta orden y arribar a Barcelona y desembarcar a las tropas, recibió la orden de incorporarse a la escuadra del mando del general don Francisco de Borja, con la que participó en la conquista de las islas de San Pedro y San Antíoco, próximas a la cercana isla de Cerdeña.


Pero se declaró una epidemia, que causo en muy pocos días la baja por enfermedad de unos tres mil tripulantes, por lo que se dirigieron a toda vela al puerto de Cartagena, donde después de desembarcar a los enfermos, con los marineros que quedaban libres, algunos buques entre ellos el de su mando, zarparon de éste puerto, con rumbo al de la bahía de Cádiz.


Pasados unos días de descanso y mientras se formaba otra expedición, volvió a hacerse a la mar, al igual que la vez anterior en conserva del navío Dichoso, para transportar a un convoy, hasta el puerto de Tolón, en el que se llevaba de casi todo, pues incluso iba embarcada artillería de sitio, consiguiendo el arribar sin contratiempos y desembarcar todos los hombres y el material, siéndole entregado al general don Juan de Lángara, que era el jefe de las fuerzas desembarcadas, por lo que momentáneamente quedó a sus órdenes.


Poco tiempo después recibió la orden de zarpar, para realizar el corso, llegando al puerto de Chotá y costas de Francia, así como una comisión, para viajar hasta Génova, con pliegos secretos para el general don Juan Joaquín Moreno, desde donde regresó a Tolón.
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Permaneció en este puerto, hasta que los ejércitos revolucionarios, se presentaron y presionaron a las fuerzas combinadas de españoles y británicos, que se encontraban en tierra, por lo que se dio la orden de reembarque de los efectivos.


Pero recibió la orden, de que su buque y él, permanecieran <a todo riesgo>, pera esperar el recoger a los restos del ejército que se encontraban desperdigados por el territorio, ello le llevó a mantener a su buque fuera del alcance de la fusilería, pero que pudiera el buque responden con su artillería y cubrir la retirada, pero se vió forzado a lanzar al mar, a sus botes para recoger en la playa y diques a los hombres, todo esto, en contra de los elementos, por la mucha mar que había y el fuego de los republicanos, que era muy nutrido.


A pesar de ello, no le impidió el permanecer por espacio de ocho horas en esas condiciones, realizando su humanitaria labor, a parte de que pudo con todo su valor y esfuerzo, de sus tripulantes, el recoger a las dotaciones y sus oficiales, de dos lanchas cañoneras que se muy mal estado, por el temporal y pertenecían a los navío Bahama y San Fernando, a lo que se unieron otros botes, que cargados de tropas, con herido y enfermos, se encontraban en muy difícil situación, por lo que también les prestó auxilio, y todos consiguieron el reembarcar en la fragata.


Los que después fueron contados, y que sumaban un total de unos trescientos hombres, pues se añadieron lo que habían quedado olvidados en la defensa del castillo de la Malga, por lo que le cupo la satisfacción personal, de no haber abandonado a ninguno a su suerte y todos a salvo en su buque.


Ya terminada toda esta labor, solo faltaba el salir de allí, acción nada sencilla por ser los vientos contrarios, pero esperó un poco de tiempo y al sobrevenir una ligera calma, que hizo rolar el viento, dió la orden de picar los cables de la anclas y largar velas, por lo que el buque cogió arrancada, cuando volvió a rolar en viento en contra, se encontró con la dificultad de que éste le arrojaba sobre el cabo Bruna, pero se mantuvo al pairo unos minutos, los cuales fueron aprovechados por los republicanos que le hicieron un fuego muy vivo y al ir tan cargado de gente le ocasionaron muchas bajas.
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Pero de nuevo el viento roló, y con práctica marinera consiguió alejarse del peligro, y salir a aguas más abiertas, todo esto a pesar de llevar casi destrozado por las balas el velamen, del poco que se podía desplegar por los fuertes vientos.


Aquí no terminaba la aventura, pues con las prisas y las órdenes, y contraordenes, nadie se acordó de decirle a donde se dirigía la escuadra, así que ya afrontando el temporal en mar abierto, decidió el convocar Junta de Oficiales, para que entre todos se decidiera que hacer.


De está reunión emanaron unas ordenes, que fueron una vez pasado el peligro al que estaba sometido, por parte de las tropas republicanas, que se mantuviera el rumbo cerca de la costa, por si en algún momento el buque hacía demasiada agua y así poder alcanzar tierra lo antes posible, así que fueron arrumbando en esta dirección, estando en ello, apareció en el horizonte una vela, que se prepararon para el combate, pero pronto se advirtió de que era la fragata española Santa Cecilia, que acudía en su ayuda por orden superior.


Por lo que al llegar a su altura, a viva voz se le notificó, que la escuadra se había dirigido a las isla Hieres, a donde puso rumbo como pudo, ya que el temporal aunque amainando aún era fuerte, consiguiendo arribar a dicho fondeadero, donde se presentó al general en Jefe don Juan de Lángara, haciéndole entrega de los náufragos, y militares recatados, más las lanchas cañoneras que todo el viaje había llevado a remolque, para que fueran devueltas a sus navíos de origen.


Por todo esto y no era para menos, recibió oficialmente las gracias de su general en Jefe.


En la madrugada del día siguiente, la escuadra ya reunida se hizo a la vela, pero el Dios Eolo, volvió a hacer de las suyas, pues se desató un fuerte temporal que dispersó a la escuadra, consiguiendo él y su fragata el arribar al puerto de Mahón, donde permaneció por espacio de tres días, hasta que el temporal amainó por completo, ya que las dotación estaba muy cansada.
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Marcó rumbo en dirección al puerto de Cartagena, pero en su trayecto, se fue encontrando con varios navíos de la escuadra, que llevaban el mismo, por lo que se fueron reuniendo algunos y todos juntos arribaron al puerto sin mayores complicaciones.


A principios del año de 1794, se le otorgó el mando del navío Gallardo, con el realizó un crucero sobre el cabo de San Vicente, encrucijada de navegaciones en la época, pero solo estuvo diez días en esta comisión, retornando al puerto de Cádiz.


Se quedó disponible en el arsenal, pero al poco tiempo se le otorgó el mando del navío San Francisco de Asís, pero permaneció poco tiempo, pues recibió la orden de trasbordar con mando al navío España, que formando división con las urcas Espaciosa y Cargadora, cumplieron la comisión de transportar tropas, artillería, municiones y caudales, a los puertos de Cartagena, Alicante y Barcelona.


Al dar por concluida esta comisión se le encomendó el realizar un viaje al puerto de Trieste, para cargar azogues, con destino al puerto de Cádiz.


Cuando ya estaba a punto de darse a la vela, se le notificó, que se había visto velas sobre la costa de África, que era una división francesa, de cuatro fragatas y cuatro bergantines, por lo que decidió permanecer en el puerto y enviar aviso a su general don Juan de Lángara, que a sazón se encontraba con su escuadra en Liorna, demandado de él el envío de refuerzos para poder alcanzar la Península.


Pero el general le devolvió el correo, diciéndole que le era imposible el deshacerse de ninguno de navíos, que lo sentía, pero no era posible pues los necesitaba a todos.


Sabedor de que en el fondeadero en el que se encontraba, no le era posible ni siquiera presentar una resistencia adecuada, se decidió a realizar el viaje, así lo mando y así se hizo a la vela desde el puerto de Trieste, puso vigías prácticamente en todos los lugares posibles, para que le advirtieran si se veían velas en el horizonte, de esta forma y utilizando un rumbo más separado de las costas del norte de África, burlo la vigilancia a que estaba sometido, logrando pasar sin ser visto, y arribando primero al puerto de la bahía de Mallorca, donde después de un par de días de descanso, zarpó con rumbo a Cádiz, donde arribó felizmente.
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Pero no le dieron descanso, ya que a los pocos días, recibió la orden de zarpar con su navío, acompañado de la urca Cargadora, con rumbo a Veracruz, cargada de azogues y junto a un convoy de veinticuatro buques mercantes, que también iba a aquél puerto, consiguiendo a pesar de la cantidad de corsarios y piratas, el arribar al puerto sin contratiempos.


Al llegar a este puerto, se fijó en que el navío San Pedro, que después de inspeccionarlo, estaba en buenas condiciones su casco, pero falto de arboladura, ordenó que se terminara de completar su armamento y quedó habilitado en pocos días, al quedar listó, se hizo a la mar en conserva con él con rumbo al puerto La Habana, cargando entre los dos navíos unos caudales de dos millones de pesos en plata amonedara y otros dos millones, en diferentes mercancías, arribando al puerto sin complicaciones.


En este puerto se reunió un división fuerte de cuatro navíos, los España, de su mando, el San Pedro, San Julián, San Juan y la fragata Santa Rosa, que zarparon del éste puerto con rumbo al de Cádiz.


Pero al estar a la altura de la isla de Bermuda, sufrieron un fuerte temporal, que obligó a separarse a los buques, logrando pasar el mal tiempo y ya casi en demanda del puerto de destino, se le comunicó que, el buque estaba haciendo agua a una velocidad de 24 (61 centímetros) pulgadas por hora, por lo que inmediatamente se pusieron a trabajar con las bombas de achique, que a pesar de llevar cuatro y trabajar de día y de noche, por turnos rigurosos incluidos los oficiales, no se lograba el nivelar la entrada con la achicada, llegando incluso a formar cadena aparte y con cubos el ir nivelando algo más el agua que se embarcaba, a pesar de esto, dio la orden de tirar todo el trapo y eso con algo de mal tiempo, que le podía arrancar los palos, pero no se arredró y de esa guisa, consiguió entrar en Cádiz.


Lo que produjo gran alegria, pero se tuvo que llamar a personal de tierra, para que relevase a los tripulantes, pues estaban ya casi exhaustos, por lo que dio tiempo a desembarcar todo lo que transportaba siendo llevado al Arsenal, pero eso hizo que el buque fuera ya remolcado para su desguace, por lo que quedo desembarcado de nuevo en el mismo Arsenal, todo esto sucedió en el año de 1796.
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Al quedar sin mando y en tierra, no formó parte del infausto combate naval del día catorce de febrero del año de 1797, en que la escuadra española del mando del general don José de Córdova, fue sorprendida por la británica del mando del almirante Jervis, causando la pérdida de cuatro navío, siendo dos de ellos de tres baterías, por lo que todos los oficiales, y especialmente el general y los comandantes, tuvieron que pasar por un Consejo de Guerra.


Por lo que se comunicó por Real Orden el formar parte como vocal de dicho tribunal, que dejó a la mayoría de mandos sin ellos y muchos fueron expulsados de la Corporación.


Por sus buenos consejos en el juicio, al terminar éste, recibió las más expresivas gracias de Su Majestad, por conducto oficial.


Permaneció en el Arsenal, como mando disponible, hasta que en el mes de junio del año de 1808, por la invasión francesa, se movilizaron todas las fuerzas de España y se pusieron a construir fortificaciones, por lo que le encargaron el revisar la construcción y disposición de la artillería en la nueva Batería de la Cantera.


Encontrándose en ésta y a su mando, cuando se ordenó el ataque a la escuadra francesa del almirante Rosilly, que tuvo lugar entre los días nueve a catorce de junio, consiguiendo el rendirla, cuando eran los restos de la escuadra francesa que había participado en el combate naval de Trafalgar.


Por su acierto en los fuegos, en ésta acción se le otorgó el ascenso a brigadier, pasando a ser interinamente el Comandante de los Batallones de Marina.
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Continuó en este Arsenal, hasta que por Real orden del día 13 de mayo del año de 1810, se le nombró Presidente del Consejo permanente, que se había formado para dirigir el Arsenal y Departamento, permaneciendo en él hasta recibir la orden del día 3 de febrero del año de 1813, de la Regencia por ser disuelto el Consejo.


Con fecha del día 18 de febrero del año de 1814, se le destinó como Comandante principal de los Batallones de Infantería de Marina, siendo posteriormente ratificada ya por S. M. don Fernando VII, encontrándose en este mando, se le entregó la Real orden del día 14 de octubre del año de 1814, por la que era ascendido al grado de jefe de escuadra.


Por otra Real orden fechada el día 30 de noviembre, se le cesó en el mando de los Batallones, quedando en el propio Departamento en diferentes cargos de su alto grado.


Continuando en distintas comisiones en la misma ciudad que le vio nacer, hasta que le sobrevino el fallecimiento el día 9 de abril del año de 1827, cuando contaba con ochenta y dos años de edad, de ellos sesenta y ocho de excelentes servicios a su patria.



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