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Las cañoneras



Como es bien sabido, la escuadra española al mando de Córdova, sufrió el 14 de febrero de 1797 un duro revés por la británica de Jervis frente al cabo de San Vicente, perdiendo cuatro navíos.



La derrotada escuadra tuvo que refugiarse en Cádiz, mientras que la vencedora se dirigió al mismo puerto, con la intención de explotar su éxito en todo lo posible.



Hubo un muy necesario relevo en el mando español, y mientras los responsables de la derrota eran sumariados , el gran Mazarredo arboló su insignia en el navío Concepción, el 10 de abril, contando como mayor general de la escuadra con Escaño, y con jefes como Gravina y Churruca.



Se puede decir que todo estaba por hacer, pues lo cierto es que la escuadra había partido al combate en una disposición bastante insatisfactoria: faltos de puesta a punto los buques, con dotaciones incompletas y poco entrenadas, y hasta con un armamento portátil poco menos que inútil, pues fusiles, carabinas y pistolas se habían cedido al ejercito con motivo de la campaña anterior contra los revolucionarios franceses, la llamada <<Guerra de los Pirineos>>, y como tal armamento no había sido devuelto, los buques debieran partir al combate con armas que, por antiguas, defectuosas o averiadas, habían quedado en los arsenales, lo que explica el hecho poco frecuente de que varios de los buques perdidos lo fueran por abordaje. Y a todas estas carencias debían añadirse los daños y bajas producidos en el combate, así como la consiguiente baja moral.



Desde el 2 de abril se formalizó el bloqueo, con un total de veintitrés navíos <<ocho de ellos de tres puentes>>, cinco fragatas y algunos menores, flota muy superior a los veinte navíos que malamente se podían aprestar en Cádiz, y cuya potencia mostraba que los crecidos británicos preparaban algo grande.
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En abril y mayo se apuntaron algunos éxitos, apresando a un bergantín y a una tartana mercantes, así como la destrucción de las dos fragatas, Elena y Ninfa, que, procedentes de América, se vieron sorprendidas por una fuerza muy superior, a la que resistieron acoderadas frente a Conil, siendo zabordada finalmente la primera por su dotación y apresada la segunda.



El 4 de mayo efectuaron cuatro navíos un bombardeo de tanteo en Rota, siendo rechazados por las baterías de costa y las cañoneras.



Las lanchas cañoneras.



Desde el primer momento, Mazarredo pensó que la mejor defensa de la ciudad, del puerto y de la escuadra, sería la efectuada por las cañoneras.



Desgraciadamente sólo había en el arsenal, y desarmadas, siete de ellas, seis obuseras y cuatro bombarderas, que ya estuvieron en servicio el 7 de abril.



Con ello no bastaba, así que se armó con cañones de a 24 nada menos que veintitrés lanchas de los navíos de la escuadra, otras veintitrés entre lanchas de fragatas y botes de navío con piezas de desembarco, y muchas otras, menores, para servicios secundarios, así como algún falucho.



Posteriormente, y ante la experiencia de los combates, se artillaron otros diez pequeños faluchos de la bahía, ocho de ellos con piezas de a 24 <<y uno con hornillo para calentar las balas y poder así disparar balas rojas>> y dos con obuses de a nueve pulgadas, estando todos ellos armados con un pequeño obús de a tres para luchar con embarcaciones menores enemigas, aparte de llevar dotaciones reforzadas para el caso de sufrir un abordaje.
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También, aunque se utilizaron poco, se armaron tartanas, cada una con dos cañones y hornillos.



Todas se tripularon con dotaciones de la escuadra, con el refuerzo de soldados del ejército en las últimas citadas, las mayores.



Tácticas



Ya conoce el lector, por el artículo anterior, que las lanchas cañoneras eran una formidable arma para el bombardeo de plazas, como demostraron en Gibraltar y Argel; cabe ahora explicar su uso en combates puramente navales: de nuevo su pequeño tamaño las hacía casi imposibles de ser alcanzadas con los rudimentarios sistemas de puntería de la época, mientras que las cañoneras, con su pesada pieza, podían batir a adversarios mucho mayores.



Ello se facilitaba especialmente si calmaba o, mejor, si caía el viento, pues las cañoneras, propulsadas a remo, se situaban por los sectores menos defendidos del enemigo << a proa y popa>> y podían batirle casi impunemente de enfilada.



La única respuesta de éste, bien que poco eficaz, era realizar disparos con metralla, con la esperanza de que algunos de los dispersos balines alcanzaran a sus tan pequeños como elusivos enemigos.



Para empeorar las cosas, las lanchas solían utilizar la noche para realizar sus ataques, en la que sus ya claras ventajas eran aún mucho mayores.



Claro que las lanchas, sobrecargadas además con la enorme pieza, no podían operar con mar movido, tanto por su seguridad como por la dificultad de hacer puntería y, si saltaba el viento, el enemigo poco podía temer de ellas.
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Los británicos no dispusieron en esta ocasión de cañoneras, aunque hicieron un amplísimo uso de los botes y lanchas de su escuadra, en esencia idénticos a sus enemigos, aunque en vez del pesado cañón de las españolas, sólo llevaban alguna pequeña pieza de desembarco.



Con tales botes la Marina británica se estaba creando una bien merecida fama en desembarcos y golpes de mano nocturnos, que pretendieron revalidar en Cádiz.



Aunque inferiores en poder artillero, las lanchas británicas, sin el peso de la enorme pieza, eran más rápidas y maniobreras que las españolas y contaban con mayor dotación, por lo que intentaban abordarlas por el costado eludiendo el mortal fuego de proa.



Esta táctica dio algún resultado en situaciones excepcionales, como veremos, pero lo regular era que la formación española, en la que cada buque cubría al adyacente, rechazara el ataque.



De todos modos, ya hemos visto cómo también se prepararon en Cádiz lanchas de abordaje, armadas sólo con pequeñas piezas, para apoyar a las cañoneras si éstas se veían amenazadas, y se emplazaron pequeños obuses y se reforzaron las dotaciones en las embarcaciones algo mayores, como faluchos y tartanas.



EL FRACASO DE LOS BOMBARDEOS



Ya el 11 de junio las cañoneras se anotaron un éxito, al impedir que una fuerza británica de un navío, una balandra y bastantes botes se apoderaran de unos faluchos mercantes que pretendían entrar en el puerto, pero aquello no era más que una escaramuza que nada decidía, pues el 2 de julio recibieron por fin los bloqueadores dos buques bombarderos con los que atacar la plaza.
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Al día siguiente, y de anochecida, los dos buques, escoltados por decenas de botes, alguna balandra, una fragata y el navío Goliath, se dirigieron hacía Cádiz.



Hacia las dos de la mañana toparon con las cañoneras españolas al mando de Escaño y de Gravina <<que ya se había destacado a su mando en Gibraltar y Argel>>.



El combate fue durísimo, pero al final las descargas alternas españolas de bala y metralla hicieron fracasar el intento, con severas pérdidas para los atacantes en botes y dotaciones, con muy ligeras por parte de los españoles.



Los atacantes sólo habían conseguido disparar 16 bombas contra la plaza y escuadra con resultados prácticamente nulos.



Sin embargo, se tomaron la revancha esa misma noche en una escaramuza aislada: de la Caleta habían comenzado a salir algunas otras cañoneras con el objetivo de batir a un navío británico fondeado en las proximidades.



La lucha como siempre fue durísima, tomando en ella parte personalmente el propio Nelson, que salvó dos veces la vida <<según confesión propia>> gracias a la intervención del patrón de su lancha, John Sykes; la segunda vez interponiéndose y recibiendo en la cabeza el sablazo que iba dirigido contra Nelson.



Así que bien pudo haber acabado aquí la carrera del gran marino británico: en el abordaje de una de las entonces temibles cañoneras españolas.



Cabe deducir la dureza de la lucha por el hecho de que en la abordada por Nelson, al mando del teniente de navío Irigoyen, jefe de la escuadrilla, murieron dieciocho de los treinta tripulantes, resultando heridos casi todos los demás, incluido Irigoyen y su segundo, el guardiamarina Clavijo.
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Algo parecido sucedió en las otras dos, muriendo en una su comandante, Juan Cabaleri, y herido el de la otra, Juan Ferri.



El valor de los españoles fue encomiado por el propio Nelson, quien liberó al día siguiente a los oficiales heridos.



A Irigoyen le sucedió en el mando el capitán de fragata Antonio Miralles, que se destacó especialmente en esta y otras campañas como jefe y organizador de fuerzas sutiles, llegando a asesorar a los aliados franceses.



Animados tal vez por este éxito parcial, debieron pensar que las cañoneras no eran tan terribles, e intentaron de nuevo repetir el bombardeo en la noche del 5 de julio.



Esta vez se encargarían de ello la goleta bombardera Thunder, y apoyada por las Terror y Stromboli, escoltadas las tres por decenas de botes y con el apoyo inmediato de unidades mayores.



Cuando apenas habían disparado 19 bombas, de las que sólo ocho cayeron en Cádiz, formación atacante fue interceptada a las 2230, por las cañoneras españolas, reforzadas por otras quince a eso de las 2315, continuando el fuego hasta las 0130, en que los británicos se retiraron con serias bajas y averías, por muy pocas de los españoles.



Esta vez resultó mucho más difícil a los atacantes ocultar sus pérdidas: tres botes hundidos por el fuego de la defensa, y una lancha, la del navío Victory, que averiada y abandonada por su dotación apareció varada a la mañana siguiente en la playa de Santa María.



Mayor satisfacción fue observar que la Thunder, había quedado completamente desmantelada y abandonada por su dotación, pero no se pudo apresar, pues la dio remolque una fragata enemiga.
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Tras el doble fracaso, los británicos se mostraron mucho más circunspectos, intentando sólo dos amagos de bombardeo los días 9 y 10 de julio, bien que a la luz del día, con viento y el apoyo de nada menos que de setenta lanchas y botes, pese a lo cual, y una vez que aparecieron las cañoneras en formación, desistieron del intento sin haber lanzado una sola bomba y tras corta escaramuzas.



Síntoma de cómo estaban las cosas fue el día 12, aprovechando una calma, ordenó Mazarredo una salida general con todas las cañoneras, para atacar a la división ligera o de exploración enemiga, unos nueve o diez navíos, que era la encargada de estrechar el bloqueo y apoyar las intentonas; pero aprovechando una brisa providencial, los navíos se alejaron y se incorporaron a su grueso, no volviendo a exponerse en aguas tan cercanas a la costa y dejando el puerto tan expedito que, según escribió Escaño, quedó <<el comercio de las costas de Poniente y Levante tan frasco como si no hubiera bloqueo....>>, y eso que eran veinticuatro navíos contra los veinte escasos que se pudieron alistar en Cádiz.



Y en ello quedó la cosa, en un bloqueo a distancia, enviándose las maltrechas bombarderas a Gibraltar.



Viendo que ante Cádiz nada podía conseguirse, Jervis envió a Nelson a Tenerife, al mando de cuatro navíos, tres fragatas y un aviso, esperando así resarcirse del fracaso; pero, como es bien sabido, con ello los británicos no consiguieron sino añadir otro y de consideración.



Combates y salidas afortunadas



El tedioso e ineficaz bloqueo sólo se animaba cuando algún buque intentaba entrar en la bahía o por alguna causa iniciativa de los bloqueadores, dando lugar a una serie de combates que fueron regularmente afortunados para los españoles.
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El primero tuvo lugar el 28 de noviembre, y con el increíble resultado de que un falucho apresara frente a Rota al corsario Culloden, al abordaje, recuperando además las dos tartanas mercantes que éste acababa de apresar.



Si los navíos temían el fuego de las piezas de a 24, es de suponer lo que les esperaba a las unidades ligeras armadas sólo con piezas de a nueve y menores.



El 6 de febrero de 1798 zarpó Mazarredo con toda la escuadra, veinticuatro navíos y cuatro fragatas, para ahuyentar a los nueve de la división ligera enemiga, que mantenían el bloqueo, mientras el grueso se aprovisionaba en Lisboa, no pudiendo cazarlos por lo improvisado y poco adiestrado de las dotaciones, que según palabras de Escaño: <<si se hubiera tratado de elegir gente buena y moza, separando los demás, seguramente no hubiera bastado para el armamento de doce navíos de los veinticinco que teníamos>>.



Pero con la salida se entrenaba a las dotaciones y se obligaba al enemigo a volver a reforzar su escuadra de bloqueo y exponerse a los temporales invernales, fijando así fuerzas contrarias muy superiores, y se esperaba la retrasada reunión prevista con la escuadra francesa.



El 21 de febrero forzó el bloqueo la fragata Santa Brígida, con azogues para Veracruz, a la que siguieron el 10 de abril con el mismo destino y carga el navío Monarca, y las fragatas Paz, y Mercedes, con tropas para Venezuela, llegando todos sin novedad.



El Monarca, al mando del capitán de navío José Justo Salcedo, hizo un afortunado crucero, apresando cuatro mercantes enemigos y volviendo sin novedad a Vigo, con dos millones de pesos <<tan necesarios para la agobiada hacienda de entonces>>, tras haber escapado de la persecución de dos navíos enemigos.
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Al día siguiente, 11 de abril, las cañoneras obtuvieron un señalado éxito, al provocar con sus maniobras que encallara frente a Punta de Rota la fragata Boston, de 40 cañones.


Otra intentó ayudarla a salir del trance, pero las cañoneras lo hicieron imposible con su fuego, evacuando los británicos la encallada y prendiéndola fuego, pese a lo cual los españoles pudieron recuperar cañones, jarcias y anclas. ¡no perdíamos ocasión, ¿lo que hace hacer la penuria?



El 19 de abril, las cañoneras atacaron al navío de 74 cañones Alexander, que se había acercado a la costa sorprendiéndole una calma.



Por dos horas fue batido, sufriendo más de cien muertos y heridos, pero salvándose “in extremis” por una ráfaga de viento cuando ya se daba por perdido.



Poco después liberaron a un corsario francés del ataque de un navío y una fragata enemigos.



El 22 les tocó el turno de sufrir el fuego de las cañoneras a los Teseus y Achilles, que desistieron de apresar a dos polacras turcas que se dirigían a Cádiz.



Los meses siguientes contemplaron reiteradamente hechos análogos: navíos y fragatas británicos que no pueden apresar mercantes que van a Cádiz por la acción de las cañoneras.



En tales combates resultaron apresados los botes de los navíos Namur, Edgar y Royal George, éste último de tres puentes, a tan bajo coste que la única baja consignada es la muerte en este último enfrentamiento del alférez de navío Francisco Tíscar.
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Cerró tales combates, progresivamente espaciados según los bloqueadores observaron que nada tenían que ganar con ellos, el 20 de septiembre, cuando el navío Powerful, fue cañoneado a medio tiro de cañón por las lanchas durante una hora, sufriendo graves daños, y la pérdida de su bote, librándose únicamente por la mucha mar, que impidió rematar la acción a las cañoneras.



El 20 de diciembre, y aprovechando que los bloqueadores se habían refugiado en Tetuán por los temporales, salieron para Méjico los navíos San Ildefonso y San Fulgencio, transportando mil soldados, y para Surinam, las fragatas Ceres, Asunción, Ifigenia y Diana, con seiscientos guardias valonas, efectuando unos y otras, la travesía sin novedad.



El 22 de febrero arribaron felizmente a Cádiz, procedentes de Algeciras, los bergantines Ligero y Cazador.



Y así el bloqueo se fue diluyendo hasta la salida en fuerza de la escuadra el 13 de mayo de 1799, con los diecisiete navíos que se pudieron aprestar y tripular, después de despojar de sus hombres a todos los buques menores y auxiliares, que quedaron en Cádiz, reuniéndose poco después con la francesa que le esperaba en Cartagena, y pasando la combinada a Brest seguidamente.



Al final el bloqueo no sirvió ni para impedir la reunión de las dos escuadras y su paso a un punto tan crucial estratégicamente para Gran Bretaña.
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Conclusión


Toda la campaña se puede resumir en las palabras de Escaño, que, por cierto, no ahorra elogios a los enemigos de entonces:



<<El que conozca el carácter inglés, su historia naval y los sucesos de esta guerra en otras partes, se admirará de que los valientes britanos no procuraran indemnizarse de haber sido rechazados en el bombardeo, de habérseles destruido dos navíos y una fragata, cañoneando a todo el que se acercaba.



La flor de la primera marina, los vencedores de Abukir, estuvieron delante de Cádiz limitando sus operaciones a un bloqueo de alta mar, porque la navegación de cabotaje no se atrevieron a impedirla.



Este milagro se debió a las sabias providencias del general Mazarredo y a la vigilancia, fatiga y constancia de todos los jefes y oficiales que servían a sus órdenes>>.



Claro que fue gracias a los hombres que las mandaron y dotaron, pero las humildes cañoneras habían impedido a los ataques a Cádiz, habían restaurado la moral de la vencida escuadra, y habían propinado un severo correctivo a sus enemigos: al coste de tres cañoneras apresadas por el enemigo, más otra perdida por accidente, habían hundido o apresado al menos a una decena de lanchas enemigas, una fragata y un corsario; habían dañado seriamente y sin apenas contrapartida a otros muchos buques, entre ellos especialmente a dos navíos y a la goleta bombardera, y habían convertido lo que hubiera debido ser un bloqueo, salpicado con continuos ataques, bombardeos y golpes de mano, en una temerosa vigilancia a distancia, que no impidió la salida de tres navíos y siete fragatas con comisiones de la mayor importancia, ni la de muchos mercantes, incluso de cabotaje.



A su estilo, modestamente, habían logrado una gran victoria.









Todos los (..) son míos.
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