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Un préstamo a los aliados.



Estaban planeando por entonces los franceses, y muy especialmente un Bonaparte ya casi en la cima del poder absoluto, una invasión del Reino Unido, confiada a buques especiales de desembarco, los llamados “bateux plats” con los que confiaban cruzar el Canal por sorpresa, en cuanto las maniobras de las escuadras aliadas distrajeran a la británica de aquellas aguas.



La escuadrilla de Boulogne, puesta al mando del almirante Latouche Treville, necesitaba sin embargo algún tipo de escolta para las lentas y sobrecargadas gabarras, y ante los reiterados éxitos de las cañoneras, no dudo en solicitar a los aliados españoles el <<secreto>> de tan fabulosa arma.



Por ello Latouche Treville pidió a Mazarredo le cediera a Miralles como ayudante personal, lo que se concedió de inmediato, así como un capataz y ocho operarios para enseñarles a transformar sus propios botes y lanchas.



Resulta innecesario recordar que la proyectada invasión nunca se llevó a cabo, pero el asesoramiento dio sus frutos de forma más que satisfactoria: el 2 de agosto de 1801 el propio Nelson, al mando de una escuadrilla de bombardeo, intentó incendiar la flotilla de Boulogne, siendo rechazado por las cañoneras de manera terminante.



Dispuesto a conseguir su objetivo, el gran marino británico repitió el intento el día 15, ahora con cincuenta y siete botes que atacaron esa noche provistos de artefactos incendiarios.



Pero la valiente intentona fracasó ante la línea de veinticuatro cañoneras, unidas entre sí por cadenas que cerraban la entrada del puerto, perdiendo algunos botes y nada menos que cuarenta y cuatro muertos y ciento veintiocho heridos, renunciando Nelson después del duro revés a nuevos ataques.



Pero no fue éste el único servicio que se prestó a nuestros aliados; poco antes, y de nuevo en aguas del Estrecho, coadyuvaron a una gran victoria.






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