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Con este título no pretendo enumerar las numerosas tropelías cometidas por ciudadanos británicos, me llevaría meses, muchas páginas y mala leche. Pero hay casos que, sin saber la razón, me llaman más la atención.


Uno de estos casos, cometidos en tiempos de paz, por lo que son más graves, ocurrió en julio de 1795 en el pueblo costero de Tumbes, en la actual Ecuador, por tanto, contra españoles y en un momento de alianza entre España y Gran Bretaña. Aunque muchos ya conocen los antecedentes históricos, me extenderé en él por todos aquellos que lo desconocen.


El 22 de julio de 1795 finalizó, con la paz de Basilea, la guerra contra la República francesa, donde el gobierno británico fue aliado de los españoles. Un año y medio después comenzó una nueva guerra, y en esta ocasión el enemigo eran los británicos, con los franceses como aliados. Una de las causas por las que el rey Carlos IV se unió a los franceses fueron los repetidos agravios sufridos por España por parte de los británicos, muchos de ellos cometidos durante la anterior guerra cuando España y Gran Bretaña eran aliados.


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En todas las posesiones españolas hay numerosos ejemplos de estos insultos y agravios cometidos por los británicos en tiempos de paz. Uno de ellos, cometido por buques británicos en la costa del Pacífico, sucedieron en el pueblo de Tumbes. La defensa de las costas españolas del Pacífico, debido a su gran extensión, fue un grave problema para las autoridades españolas. Desde hace siglos ha sido visitada por numerosos buques de otras naciones. El principal problema en tiempos de paz eran los numerosos casos de comercio ilícito de estas naves extranjeras debido a la falta de bases lejanas para abastecerse y reparar sus naves.


La recalada de buques británicos en puertos españoles del Pacífico era habitual, mucho más en la época que ocupa este relato en que los gobiernos español y británico eran aliados en la guerra contra Francia. La actitud de las autoridades españolas era en la mayoría de los casos recelosa ante las intenciones de los buques de otras naciones, sobre todo británicos y angloamericanos. Mostraré lo que ocurrió en algunas de estas recaladas de buques británicos en puertos españoles.


El 24 de marzo de 1795 recalaron en el puerto de Valparaíso los buques británicos al mando de George Vancouver, la fragata Discovery y el bergantín Chatham. Habían zarpado de Monterrey hacía cuatro meses, el 2 de diciembre, tras su comisión en Nutka, y la larga navegación causó daños en la arboladura. Para su regreso a las costas británicas por el cabo de Hornos, debían reparar las naves, reponer agua y víveres. Existía una Real Orden fechada el 25 de marzo de 1793 por la que se debía auxiliar a todo buque de guerra ó mercante británico que llegara a puerto español (A.G.I., Estado, 85, N. 22. Carta del Presidente de Chile, capitán general don Ambrosio O’Higgins Vallenar, al duque de Alcudia, ministro de Estado. Santiago de Chile, 14 de abril de 1795).


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En los almacenes de Valparaíso no existía repuesto para sustituir el palo mayor dañado de la fragata británica. Se buscaron palos entre los buques mercantes fondeados, por si acaso alguno disponía del citado repuesto. La solución llegó del palo mayor salvado del naufragio de la fragata de la Armada española Santa Bárbara, naufragada en la isla Juan Fernández el año anterior. Se le calafatearon los costados y suministraron dos ó tres cables nuevos, jarcia, pan, víveres y carnes. En este caso, la colaboración entre los oficiales británicos y las autoridades españolas fue como se espera entre dos naciones aliadas.


El 11 de diciembre de 1794 fondearon en el puerto de Coquimbo las fragatas británicas Alderney y Belisarius, ambas dedicadas a la pesa de la ballena. La causa de la arribada fue la reparación de varias vías de agua y reponer la falta de víveres. Así se hizo y volvieron a zarpar el 21 de diciembre. Para los españoles era evidente que muchos de estos buques aprovechaban las arribadas para realizar un comercio ilegal (A.G.I., Estado, 85, N. 18. Carta del Presidente de Chile, capitán general don Ambrosio O’Higgins Vallenar, al duque de Alcudia. Santiago de Chile, 11 de febrero de 1795).


Las órdenes de la corona y los virreyes parecen claras, pero cada caso era diferente al anterior y los gobernadores pedían consejo sobre lo que debían hacer. Los ciudadanos podían vender víveres y pertrechos a los capitanes de buques extranjeros, siempre atendiendo a la necesaria hospitalidad, pero se debía hacer firmar los recibos para enviarlos a las autoridades, como claramente lo expresa el virrey de Nueva España en uno de estos casos (A.G.I., Estado, 24, N. 2. Carta del marqués de Branciforte al gobernador de California. México, 29 de diciembre de 1795).


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El agosto de 1794 salió de Valparaíso la fragata británica Frenaslay, regresando al mismo puerto el 29 de diciembre de ese año. La excusa dada por su comandante fue la falta de víveres. Tras ser visitado el buque, le fue denegada la petición, a lo que el comandante británico puso una nueva excusa, que algunos marineros tenían escorbuto. Quien los vio a bordo pudo ver que la verdadera razón de la arribada era el intento de hacer comercio ilícito.


Otra preocupación de las autoridades españolas era que la mayoría de estos buques estaban armados en guerra, como la fragata York, fondeada en Valparaíso en el mes de diciembre de 1794, que disponía de una batería corrida de cañones.


En el puerto de Guayaquil entró la fragata ballenera británica Stormont el 20 de abril de 1795. Según el gobernador, el motivo era reparar una vía de agua antes de poder pasar el cabo de Hornos en su regreso a Inglaterra, según declaró su comandante. También informa que evitará cualquier modo de contrabando (A.G.I., Estado, 52, N. 16. Carta de don Víctor de Salcedo y Somodevilla, gobernador de Guayaquil al virrey de Santa Fe, don José de Ezpeleta y Galdeano. Guayaquil, 21 de abril de 1795). El caso es que esta fragata permaneció en aquellas aguas durante varios meses más, arribando a mediados de ese año al puerto de Puná.


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Estos son unos pocos ejemplos de las decenas de arribadas de buques británicos y de otras naciones en puertos españoles en este periodo de alianza entre 1793 y finales de 1796, en donde las órdenes de la corona española eran auxiliar a los buques de guerra y mercantes y estar siempre prevenidos y vigilantes ante la posibilidad de que algunos comandantes se aprovecharan de esa hospitalidad para obtener beneficios con el comercio ilegal.


Según el artículo nº 4 del convenio de pesca en los mares del sur estaba prohibido que las naves extranjeras se acercaran a menos de diez millas de la costa. A causa de las numerosas arribadas, las más por causas frívolas, hacía que el convenio de pesca quedara en agua de borrajas. Al principio, las arribadas tenían causas más que justificadas, pero la noticia de la buena acogida de los españoles se extendió entre el resto de comandantes, animando a la mayoría de ellos a no respetar los convenios. En estos términos se quejaba el virrey del Perú, añadiendo los pocos recursos para vigilar los cientos de bahías, calas, radas y puertos. Añadía que en la presente guerra contra Francia y por la real orden del 25 de marzo de 1793, ya comentada, la vigilancia de los excesos británicos se hacían más precaria y contradecía el artículo 4º del convenio de pesca. Otra real orden mandaba que la compra de víveres y utensilios fueran pagados en efectivo, sin que sirviera de excusa la falta de dinero, pero a la vez se prohibía comerciar para obtener ese dinero. Las quejas o peticiones de consejo de las autoridades españolas ante estas contradicciones eran numerosas. La mayoría de las veces, la forma de resolver estas contradicciones era el uso del sentido común en cada ocasión (A.G.I., Estado, 73, N. 25. Virrey del Perú don Francisco Gil y Lemos al duque de Alcudia, ministro de Estado. Lima, 8 de mayo de 1795).


Algunos comandantes británicos fueron todavía mucho más lejos en el mal entendimiento de la hospitalidad española, como veremos lo que ocurrió en el puerto de Tumbes en julio de 1795. Los comandantes de cuatro fragatas balleneras británicas desembarcaron con hombres armados en Tumbes en busca de tres desertores, exigiendo su entrega con amenazas de usar las armas, aterrando a la población, matando reses, robando, destrozando las velas de varias embarcaciones de indios pescadores y otras tropelías, como el supuesto intento de violación de una muchacha del pueblo (A.G.I., Estado, 73, N. 29. Carta del virrey del Perú don Francisco Gil y Lemos al duque de Alcudia. Lima, 23 de diciembre de 1795).


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El virrey del Perú ordena esclarecer los terribles hechos cometidos en Tumbes y ordenó una investigación. Se encargó de la misma don Carlos Guareti, teniente del Ejército y ayudante del Batallón de Pardos de Lima, tomando declaración a varios testigos a finales del mes de agosto. El primero en declarar fue don José Manuel Ruiz de Aranda, teniente de Dragones de Milicias de Tumbes. Afirmó que el 16 de julio de 1795 dieron fondo en el puerto las fragatas Salamander, Rasper y Lively y el día 20 de julio llegó una cuarta fragata llamada Esneque. Este oficial pasó a bordo de los buques para su reconocimiento para poder satisfacer sus necesidades, como así se hizo. A las 5 de la tarde del día 21 se presentaron los cuatro capitanes en el pueblo, desembarcando de dos botes con otros 12 hombres armados. Según declaración tomada al testigo, entraron en su casa y le dijeron que buscaban a tres desertores, uno de ellos el intérprete Juan Bautista Oñi, siempre en un tono amenazador y arrogante. Le comunicaron que si no aparecían al día siguiente, lo matarían, dejando en su casa a varios hombres armados.


Esa misma noche, el sargento primero veterano Narciso Coloma encontró a los desertores, que se entregaron a los británicos, aunque el intérprete se volvió a escapar. El declarante Guareti les dijo que se retiraran a los barcos. No se retiraron y pasaron esa noche y el día siguiente intimidando a los vecinos y amenazando con dar muerte a todos si no aparecía el marinero desertado. El testigo no pudo convencer a los británicos para que se marcharan, ni tampoco pudo organizar una defensa al no contar el pueblo con efectivos militares, ni tampoco a la población, que se encontraba aterrada. Por fin consiguió que los británicos se marcharan en sus botes, tras haberles negado una petición inusual, que se les entregara cuatro hombres con el objeto de conducirlos de forma segura al puerto de Guayaquil. Poco después, el declarante se enteró de varios sucesos ocurridos, como el intento de violación de la joven Josefa Mendoza, evitada por un pariente llamado Toribio Morán. Mataron a balazos a varias reses, se llevaron otros y sólo pagaron un peso por el valor de un ternero. Robaron hortalizas a unos labradores, aperos de pesca a unos indios, se llevaron las velas de los pescadores y destrozaron otras, todo ellos con demostración de fuerza y disparando sus pistolas, hasta que se marcharon rumbo a Guayaquil.


El siguiente en declarar fue el sargento veterano don Narciso Coloma. Tras relatar la captura de los desertores a las once de la noche del 21 de julio, ofreció a los británicos retenerlos con un cepo, pero los capitanes británicos se negaron, incluso les desataron las ligaduras. Serenados algo los ánimos, el sargento les reprochó su comportamiento y les amenazó diciéndoles que si el virrey se enterara de lo que estaban haciendo lo pasarían muy mal. A ello respondió uno de los capitanes que era el virrey de Tumbes y que degollaría a todos. Siguió su declaración relatando el resto de tropelías cometidas.


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Se tomaron declaración a varios testigos más y, excepto por algunos detalles, todas coincidían en lo principal. El único hecho que no se demostró en esta desagradable historia fue el intento de violación de la joven. Declaró Josefa Morán, de 20 años, que “es falso que ninguno de ellos la hubiese pretendido con violencia”, aunque la actitud de estos hombres hiciese parecer lo contrario a los testigos, cuando uno de los capitanes la agarró con violencia con intención de llevársela. Además, algunos testigos dijeron que los británicos amenazaron con llevarse varias mujeres a sus buques. Aquí termina el relato de los sucesos ocurridos en Tumbes en julio de 1795.


El 6 de agosto de 1795 informó el gobernador de Puná, isla situada a la entrada de la ensenada de Guayaquil, la arribada a la costa de cuatro fragatas balleneras británicas ante su escasez de agua y víveres. Las fragatas eran las llamadas Salamander, Minerve, Lively y Rasper. Esta última tenía también necesidad de ser carenada (A.G.I., Estado, 52, 19. Carta del gobernador Juan Manuel Benítez al virrey Ezpeleta. Puná, 27 de julio de 1795). La novedad en esta ocasión llegó cuando sus comandantes quisieron comerciar para hacerse con el dinero necesario con el que pagar las reparaciones y la compra de lo necesario para continuar viaje, incluso la venta de la fragata Rasper por su mal estado. La respuesta del virrey fue negativa a esta petición, pero no se les negó su reparación y entrega de aguada y víveres. La reparación de la fragata Rasper se estimó en 12.000 pesos (A.G.I., Estado, 52, 19. Respuesta del virrey. Santa Fe de Bogotá, 19 de noviembre de 1795). Por si no se han dado cuenta, tres de estas fragatas son las mismas que estuvieron semanas antes en Tumbes. Con total impunidad, como si no hubiera ocurrido nada, entraron en otro puerto español, y fueron socorridos. Esta actitud es peor que la de un pirata.


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Por las declaraciones de los diferentes testigos de los sucesos de Tumbes, los capitanes británicos eran los siguientes: Guill-Airis, capitán de la Salamander, Tomas Guech, de la fragata La Raspa, como era nombrada en los escritos, y Juan Esten, de la fragata Lively. Cuando llegaron a Puná, la transcripción de sus nombres eran Julián Insich, Thomas Gage y Jacob Echeleine, por lo que era complicado para los españoles saber si eran los mismos capitanes, salvo que los testigos los reconociesen. Eso, en el caso de que el gobernador de Puná tuviera conocimiento de los sucesos ocurridos en Tumbes.


Para evitar en el futuro sucesos parecidos, el gobierno español notifica al virrey del Perú la creación de una Comandancia Subalterna para el puerto de Tumbes (A.G.S. SGU, LEG, 7105, 6. Aranjuez, 23 de junio de 1796). Comenzada una nueva guerra con Gran Bretaña a finales de 1796, sólo durante el año de 1797 se capturaron en los puertos y costas del Pacífico a no menos de 11 fragatas balleneras británicas. Lo que me temo es que ninguna de ellas eran las que mandabas los citados comandantes.


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¿Seguro que esos relatos son del S XVIII y no del XXI?

Acabo de recordar algo curioso. Al final de los 60, en la TV había una serie británica de aventuras y detectives llamada "El Santo" (que protagonizaba Roger Moore). Sólo recuerdo un episodio que tuviera lugar en España. Ponían a Tumbes en el Pirineo, y salía un guitarrista cantando flamenco... ¿Qué tendría en el subconsciente el guionista, cuando se metió semejante empanada mental?.

Y aunque parezca mentira, seguimos en las mismas que en aquel entonces. Basta con leer cualquier periódico reciente para tomar nota de la "inestimable colaboración" prestada por este ¿aliado? en la lucha contra el narcotráfico en la zona del Estrecho...