(Crucero Velasco)

Construidos entre los años 1879 y 1891 en los astilleros británicos Thames Iron Works Blackwall, los dos cruceros recibieron sus nombres en honor de nuestros ilustres marinos D. Federico Carlos Gravina y Nápoli y D. Luis Vicente de Velasco e Isla.

Sus principales características eran las siguientes:

Desplazamiento.- 1.150 toneladas.
Eslora.- 67 metros.
Manga.- 9,4 metros.
Calado.- 3,9 metros.
Casco.- de hierro.
Armamento:

• 3 cañones Armstrong de 15 centímetros.
• 2 cañones de desembarco de 70 milímetros.
• 4 ametralladoras.
• 2 tubos lanzatorpedos.

Propulsión:

• 4 calderas.
• 1 máquina alternativa.
• 1 hélice.
• 1.500 Cv.
• Aparejo completo; 1.132 metros cuadrados de velamen.

Velocidad.- 14 nudos.
Autonomía.- 2.000 millas.
Tripulación.- 180 hombres.

El primer comandante del crucero Velasco fue el Teniente de Navío de 1ª D. José Morgado.

El 3 de diciembre de 1881 los dos cruceros parten hacia aguas de Filipinas a donde llegan a mediados de 1882, tras tocar en el puerto de Adém, Yemen, en el mes de marzo.

Prensa histórica.

La Ilustración Española y Americana. Madrid, 15 de septiembre de 1881.

Los nuevos cruceros Gravina y Velasco.

<<El día 27 de agosto último ha sido botado al agua, en el Támesis, desde el astillero que tiene en Blackwall (Londres) la compañía The Thames Iron Works, el crucero Velasco, de la marina española de guerra, y un mes antes, el 27 de julio, se llevó á cabo en el astillero de la misma compañía constructora el lanzamiento del crucero Gravina: dos nuevos y gallardos buques de hierro, que vienen a aumentar el cuadro, por desgracia demasiado reducido, de la armada nacional, y cuyos nombres son dos títulos de gloria para la patria, el del heroico defensor de La Habana, y el del insigne almirante de Trafalgar.

Los dos son exactamente iguales: miden 63 metros de eslora, 9,8 de manga y 5 de puntal; llevarán tres cañones Armstrong (nuevo modelo de 15 centímetros de calibre y peso de cuatro toneladas), dos montados en reductos laterales, uno a cada costado del buque, pudiendo hacer fuego en dirección de la quilla, y con un campo de tiro de 180 grados, y otro montado á proa, destinado a los fuegos de frente; su aparejo es de goleta de tres palos; sus máquinas, construidas en los talleres Sturnphry and Tenaut, de Londres, desarrollaran una fuerza de 1500 caballos efectivos; su andar, según contrato ha de ser de 14 nudos por hora.

El lanzamiento de ambos buques, en los días citados, se efectuó con todas las ceremonias de costumbre en tan solemnes actos, y con el más completo éxito: ejercieron el honorifico cargo de madrinas, en el acto de ser botado el Gravina, la Sra. De Ocaña, esposa del Jefe de la Comisión española de Marina en Londres, y en el del Velasco, la Sra. De Ojeda, esposa del señor Secretario de la legación de España en la misma capital.

El lanzamiento de este último crucero fue presidido por el señor Marqués de Casa-Laiglesia, ministro plenipotenciario español, y concurrieron á la ceremonia muchos compatriotas nuestros, que vitorearon con entusiasmo á la Marina, a España y a SS.MM. los Reyes.

No debemos omitir un detalle importante: la casa constructora de los dos nuevos cruceros es la misma que construyo la fragata Vitoria, y también el primer acorazado de la marina británica.

El doble lanzamiento á que se refieren las precedentes líneas aumentan la armada nacional con dos hermosos buques de hierro, que serán destinados, según se dice, a las aguas de Cuba, en servicio de cruceros; y este acontecimiento, lisonjero para el amor patrio de todo buen español, nos presta ocasión de volver á suplicar respetuosamente al Gobierno de S.M. que atienda con especial preferencia al inmediato aumento de nuestra marina de guerra, que ni en número ni en calidad corresponde a las necesidades de una Nación como España, y menos aún cuando, de día en día, se condensan más las nubes que oscurecen el horizonte político de Europa>>.


(Crucero Gravina. En el recuadro, el Velasco en la grada)

Poco tiempo sirvió el crucero Gravina en la Armada Española. El 11 de julio de 1884 el crucero naufrago a consecuencia de un baguío (tifón) en la costa norte de Luzón, perdiéndose completamente.

La revista La Ilustración Española y Americana, en su número de 22 de septiembre de 1884, narra de esta manera aquel suceso:

<<El naufragio del crucero de guerra Gravina. Los periódicos han difundido ya por España los pormenores del triste naufragio acaecido al crucero Gravina, el 11 de julio, en las aguas de la bahía de Musa, allá en el archipiélago filipino. No vamos pues, á aumentar aquí sus episodios, ni el horror de sus incidentes. El dibujo que aparece en estas páginas ilustrará y hablará de por sí más á nuestros lectores que cuantas descripciones pudieran ofrecerles la endeblez de nuestra pluma. Y como este suceso ha sido relatado tan circunstancial t técnicamente como pudieran desearlo los hombres de mar, permítasenos a los que somos de tierra que nos entreguemos algo más filosóficamente á demostrar en estas líneas los terribles contrastes que nos ofrece la vida, pues no parece sino que están como amasados en nuestra existencia el placer con el luto y la alegría con el dolor, según lo que vamos á ver.

Era una noche de este ya pasado verano, en que los sentenciados á quedarse en Madrid buscan en el solaz de los Jardines del Retiro la mayor libertad de sus pulmones para sobreponerse á la asfixiante atmósfera que á la cortesana villa por estos días la fatiga. La altura de este parque y el gran arbolado que lo embellece deja respirar bajo sus copas un dulce ambiente que en ninguna otra parte se disfruta, y sabido es cómo la luz eléctrica viene á aumentar otros goces, dejando reproducir en sus calles el fiel dibujo de sus hojas, y cómo lleva su intensa lumbre á las concavidades del ramaje, ofreciendo el ideal de todo un bosque iluminado. Pues bien: entre el circulo continuado de grupos familiares y de amigos que siguen la circunferencia de este propio arbolado, formando como un anillo social que aprisiona al kiosco central de la música, encontrábase una familia á cuyos individuos pertenece el joven héroe que va á ser objeto de estas líneas, y á quien consideraban navegando sin desventura por los mares de la China. Más de repente llega el periódico El Correo á este grupo, y en uno de sus fatídicos sueltos se noticia ¡la pérdida del Gravina!

Ni una detonación de fulgurante rayo pudo causar en aquel grupo, en donde estaban el padre y los hermanos del que navegaba en el Gravina, sensación más profunda. En aquel buque naufragado se encontraban los pedazos de su corazón.

El Correo no daba más pormenores, ni los nombres de la victimas, ni de los que hubiera respetado la desgracia, porque los primeros ecos del telégrafo son demasiado concisos para tranquilizar, y bastante expresivos para alarmar.

Como nuestros lectores comprenderán, conturbada esta familia, abandonó los jardines triste y llorosa, como había entrado en ellos gozosa y tranquila. El propio contraste se ofrecía á su retirada: ellos salían para sentir, y otros entraba para gozar.

Como en capilla permanecieron padres y hermanos entre incertidumbre tan mortal mientras por los Ministerios de Ultramar y Marina no llegaron a saber que el nombre de su hijo y hermano no constaba entre el número de las víctimas; pero la deducción no era la afirmativa para su tranquilidad verdadera. Faltaba la carta del hijo y del hermano, la verdadera fe de vida de su existencia, y esté es el documento que la amistad ha puesto en nuestras manos, humedecido aún con lagrimas de sus ojos, pero cuyo cristal no refleja ya las gotas de la pena, sino el espontáneo producto de la reacción y de la alegría. ¡Tan encontradas suelen ser á veces las sensaciones de la vida! Pero pasemos á relatar algunas de las más fuertes en el naufragio del Gravina.

El día 8 de julio dejó este crucero el puerto de Manila, con mar bella y cielo claro, haciendo rumbo a Shanghai. Siguió costeando hasta tocar en Cayo Bolinao, y después de desatrancar de la costa, embocaba ya por el canal de Formosa, cuando su comandante, el Sr. Quesada, hombre tan inteligente como práctico, presintió el baguío que se aproximaba, y tomó las disposiciones más oportunas para afrontarlo. Pero ¿qué son las disposiciones del hombre, y qué son sus frágiles barcos, aunque todos fuesen leviatanes, para la inmensidad del mar, que los hunde y de las olas, que los trituran cuando el huracán se levanta?

Este huracán, llamado por aquí baguío, llegó muy pronto á la zona del Gravina. Grandes chubascos, que parecían aumentar las cataratas del cielo, anunciaron su presencia. La mar se agito entre montañas de espuma; un cariz plomizo todo lo envolvía, y la cerrazón era completa. Más entre algunos de sus claros se divisa la isla Fuga, y el comandante manda gobernar en demanda de esta tierra, fondeando en la bahía de Musa. Esta operación se llevó á cabo con los palos calados y aguantando con la máquina. Más cuando las olas del mar arrancan de su fondo, no hay muro roqueño que las resista, cuanto más el objeto ligero de un crucero. Su furia lo arranco de su nivel, y como hoja de otoño que el viento lanza, fue arrojado a la playa, estrellándose contra las rocas, que lo dividen en dos, y hundiéndose grandemente por estribor. En el puente y en la caseta se apiñan los tripulantes, resistiendo el viento y las olas, casi desnudos y sin alimento. Pero los golpes de mar destrozan también este abrigo, y agarrados entonces al nervio del toldo, pasan toda la noche sin más consuelo que esperar la luz del día siguiente. A sus primeros como tan tristes albores, se piensa en intentar algo para la común salvación, echando un calabrote que proporcionarla pudiera, á cuya cabeza se puso bien voluntariamente el Alférez de Navío D. Gabriel Quiroga. ¡Vano esfuerzo! Al solo intentarlo con el bote, este quedo estrellado contra el costado del buque, y los golpes de mar lo reducen a pedazos. Más la inacción era la muerte: y ante esta cruel alternativa, el tercer contramaestre, Manuel Gestal, con denuedo varonil, intenta llevar otra guía á tierra, y el mar no tarda en ofrecerle su fondo.

El Alférez de Navío D. Manuel Galán, acompañado de tres individuos más, se propone igual proyecto, y prepara una verga de velacho con otra guía. Más apenas comienzan á poner en práctica la maniobra, cuando la verga misma es el instrumento de su muerte, golpeándoles é hiriéndoles hasta perecer en el mar, á los que este ofrece una segunda tumba.

Pues en tan terribles momentos, cuando ya parecían inútiles todos estos medios, ante estas vidas perdidas, todavía arde en el corazón de otro joven valeroso el fuego de la caridad, la serenidad del empeño y la fijeza de la resolución, como quien lleva en si la seguridad del éxito. Don Eugenio Fernández Valdés, facultativo del crucero, pide en esos mismos instantes al comandante su permiso para llevar otra guía, y en vano este jefe trata de disuadirlo. Más el peligro de todos arrecia, y Fernández Valdés vuelve a rogar, insiste, y seguido de un criado, se arroja al mar y lleva al fín la guía, conduciendo á la par uno de los cables de acero, y su porfía vence al mar, vence á las olas, y llega á la tierra, donde, ayudado de otros náufragos allí reunidos, amarra el cable á un árbol, y después, por medio de un lazo escurridizo, fueron pasando todos desde la otra extremidad del calabrote que estaba amarrado al palo trinquete del Gravina. Muchos llegaron medio ahogados; pero a todos ayudaba el Valdés, y salvada la tripulación, fueron los últimos que pasaron el contador y los comandantes, aunque por tan difícil trayecto, que en el pereció el guardia-marina D. José Vázquez, y estuvo para sucumbir el oficial de navío D. Adolfo Navarrete.


(D. Eugenio Fernández Valdés)

Más al fín pisaron tierra todos los restantes, y desde aquí, ¡cuantas aventuras á este naufragio siguieron, como á todos los de su clase, cual la desnudez, el hambre y los trabajos! Todo esto era ya muy poca cosa para los que habían recuperado el natural apoyo de su vertical, y en vez del ¡ay! De sus sufrimientos, expresaban el canto de su alegría, aunque mermada con el fatal recuerdo de sus compañeros perdidos. Aparte de este tributo, ya pisaban tierra, y estaban libres del pérfido elemento y de los más pérfidos baguios ó ciclones que por estos mares abundan. Ellos les habían ofrecido la bonanza á su salida, y no mucho después la muerte por contraste. Ellos son los que agitan de repente aquellas aguas y estrellan á los sorprendidos navegantes contra aquellas costas inhospitalarias. Pues en ese día, contra todas esas fuerzas juntas peleó y venció el hombre; contra todos estos elementos peleó y venció la decisión heroica de Valdés. ¿Y qué pudo alimentar su no aturdida resolución, que fue lo que sostuvo su porfía ante la negativa del jefe y de los que antes que él habían sucumbido á su vista?

El Sr. D. Eugenio Fernández Valdés dice a los suyos en la carta á que ya nos hemos referido, que para su acción contó siempre con la protección de la Virgen Santa. Esto último producirá la hilaridad de alguno; pero todo el positivismo de la moderna escuela, ni toda su realidad, tampoco podrán negar que algo muy superior movió su espíritu. Fuese la piedad que supo infundirle una madre creyente y amorosa, fuese la honra, la opinión, el nombre; algo tan elevado como su arrojo se sobrepuso, sin duda, á los instintos de la propia conservación, arrostrando el peligro de los peligros, y ese impulso, tan heroico y tan puro, fue el mejor servicio que ha podido rendir á sus semejantes, y á la patria en su representación. Pues ahora la patria, en nombre de sus semejantes, debe premiar la hazaña. ¡Ciento setenta vidas han sido por el rescatadas! ¡Por él otras tantas familias no lloran de sus jefes la desgracia! Más estos grandes rasgos del cuadro de Valdés no son menos característicos de su bondad innata. Nunca ha tomado á un pobre la menor muestra de su agradecimiento, en vez de sus honorarios; pero muchas veces ha sabido abrirles su bolsa, y jamás negarles sus auxilios.

Por nuestra parte, el honor que hemos tenido en consignar lo público nos disculpa la efusión de consignar lo privado; pero tal vez sin todos estos toques no podría conocerse bien la nobleza y la figura del que tan mal hemos pretendido moralmente dibujar.

M. Rodríguez Ferrer.>>

Pero sorprendentemente la misma revista en fecha 22 de enero de 1885, publica lo siguiente:

<<Sobre el naufragio del Gravina. En los últimos números recibidos de nuestro apreciable colega El Comercio, de Manila, leemos dos comunicados suscritos por el señor D. Emilio José Butrón, distinguido oficial de nuestra marina de guerra, encaminados á rectificar los hechos atribuidos al médico del crucero Gravina, D. Eugenio Fernández Valdés, en el artículo inserto en el núm. XXXV de La Ilustración Española y Americana del pasado año, página 172.

Según los comunicados del Sr. Butrón, defensor que ha sido del Capitán de Fragata D. José García de Quesada, comandante del crucero Gravina al ocurrir el siniestro, de la sumaria instruida no resulta otra cosa sino “que se cogió un gallinero en la playa; que á éste venía amarrada una guía, y que por ella cobraron el médico y los marineros el cable de acero”, siendo inexacta la participación esencialísima que en el salvamento de los náufragos del Gravina se atribuía al médico Sr. Fernández Valdés en el artículo inserto en La Ilustración, “cuya buena fe –dice el comunicante de El Comercio- ha sido sorprendida”.

No ha de terciar La Ilustración en la polémica que ambos señores han entablado en las columnas del diario manileño, cosa de todo punto ajena á la índole y tradiciones de nuestra publicación, y que, después de todo, no interesaría gran cosa á la mayoría de nuestros lectores. Cumple, sí, á nuestra lealtad profesional hacer constar aquí: 1.º, que La Ilustración no vio en el desgraciado suceso acontecido al Gravina sino un hecho que, por relacionarse con nuestra marina de guerra, suscitaba el interés general, y entraba, por lo tanto, en el cuadro de tareas á que habitualmente se consagra nuestro periódico; 2.º, que cuando nos ocupamos del naufragio del crucero, hacía ya más de dos semanas que El Liberal y otros periódicos importantes de Madrid habían hecho pública, con más ó menos detalles, la conducta atribuida al médico del buque, sin que á nuestro conocimiento haya llegado que se suscitara protesta alguna; y 3.º, que el artículo aludido al principio fue presentado en esta Redacción por nuestro antiguo colaborador y personal amigo el excelentísimo señor D. Miguel Rodríguez Ferrer, cuya respetabilidad nadie puede poner en duda, y que no sólo nos exhibió la carta dirigida por el médico D. Eugenio Fernández Valdés á su señora madre, sino también el imperfecto croquis trazado por el mismo médico, y con vista del cual hizo el conocido artista Sr. Monleon el dibujo que aparece publicado en el número correspondiente al 22 de septiembre de 1884.

Hechos constar estos extremos, en justificación de la absoluta buena fe con que La Ilustración y su colaborador el Sr. Rodríguez Ferrer han procedido en este asunto, sólo nos resta consignar que, según noticias de autorizado origen que tenemos a la vista, á petición del fiscal de la sumaria, y con informes favorables del comandante del buque, se están incoando los expedientes para conceder la cruz de San Fernando al Alférez de Navío D. Manuel Galón, al contramaestre Gestal y á varios marineros que se distinguieron en el salvamento. En cuanto á la solicitud presentada por el Sr. Fernández Valdés, pidiendo la cruz laureada de San Fernando, resulta que no ha tenido curso, por no haber encontrado méritos bastantes el comandante del buque para informarla favorablemente.

El Secretario de la Redacción.
Manuel Bosch>>.

En cuanto al Velasco decir que: llegado el crucero a Filipinas en el año 1882, participo ese mismo año en compañía del Gravina y del Aragón, en la tercera operación de castigo sobre varios puntos e islas del archipiélago de Joló, por el acoso que los “juramentados” venían haciendo sobre la capital del sultanato.

El 25 de agosto de 1886 visito en compañía del transporte Manila Ponapé, dejando una tabla con los colores nacionales, a la que rindió honores la única fuerza armada por aquel entonces existente en el archipiélago de las Carolinas, una compañía de indígenas armados y pagados por la misión metodista estadounidense radicada allí. En septiembre de 1890 volvió a operar en aguas de Ponapé para sofocar una insurrección.

En el mes de agosto de 1896 se produce en Filipinas la insurrección Tagala. El 30 de ese mismo mes es atacada Manila por los insurrectos, siendo rechazados, pero la rebelión aumento en la provincia de Cavite. Agregado a la Escuadra del Apostadero, el crucero Velasco participa en las operaciones de desembarco y restablecimiento del orden en San Roque y Manila permaneciendo los buques en la bahía hasta que finalizo el año.

El 14 de febrero de 1887 el Velasco participa en las operaciones de Nay, batiendo los buques españoles con su artillería las trincheras insurrectas en Bacoor, Vinacayan, Cavite Viejo y Noveleta.

El 1 de mayo de 1898 el crucero Velasco completamente inútil, pendiente de reparaciones y sin su artillería, se encontraba fondeado en compañía del cañonero General Lezo en el Arsenal de Cavite, donde se perdió definitivamente sin llegar a participar en el combate.

Fuentes:

*.- Política Naval de la Restauración (1875-1898). De nuestro insigne compañero Agustín Rodríguez.
*.- Monografías del CESEDEN. El Ejército y la Armada en 1898: Cuba, Puerto Rico y Filipinas (I).
*.- Wikipedia.
*.- La Ilustración Española y Americana.

El crucero Velasco tras la batalla de Cavite.

Otra fotografía del mismo crucero.