Clase: Balao - Fleet Snorkel


Nombres: ex- Kraken, ex- SS-370 // ex E-1, Almirante García de los Reyes, S-31 // "Treinta y único".


Constructor: Manitowoc Shipbuilding Co de Manitowoc, U.S.A.


Quilla: 13 de diciembre de 1943


Botadura: 30 de abril de 1944


Entrega US Navy: 8 de septiembre de 1944


Entrega Armada Española: 24 de octubre de 1959


Baja: 1 de abril de 1982

Desplazamiento en superficie:1.880 Tm.


Desplazamiento en inmersión: 2.160Tm.


Eslora: 95 m.


Manga:8,30 m.


Calado:5,20 m.


Puntal: 5,91 m.


Cota inmersión: 120 m.


Propulsión: 4 diesel GM 16-278A // 4 motores eléctricos GE // 2 hélices,


Potencia en superficie: 4.610 Cv.


Potencia en inmersión: 2.740 Cv.


Vb máx. en superficie: 20,25 nudos


Vb inmersión:10 nudos


Autonomía: 11.000 millas a 10 nudos en superficie // 95 millas a 5 nudos en inmersión.


Combustible: gasóleo


Capacidad: 479,6 Tm


Armamento: 10 TLT de 533 mm, 6 a proa y 4 a popa, con 24 torpedos // un cañón de 127 mm


Electrónica: Radar de descubierta de superficie SS-2 // Sónar: BQS-2 a partir de 1975, BQR-2.

Dotación: 82

Entre los buques de guerra que han hecho historia en los últimos 50 años de la Armada Española, el submarino «Almirante García de los Reyes» ocupa sin lugar a dudas un puesto destacado.


Con él salió el Arma Submarina de la larga postración en que estaba sumida desde los años de la Segunda Guerra Mundial, teniendo acceso por primera vez a los modernos equipos y tácticas de empleo habituales en las marinas más avanzadas.


Y, cómo no, también esta vez el buque y todo lo que suponía llevaba el sello «made in USA».


Para comprender mejor la gran importancia que tuvo su arribada a las filas españolas, se debe recordar el lastimoso estado y composición de nuestras fuerzas submarinas a mediados de los cincuenta.


La Flotilla de Submarinos constaba de media docena de unidades, de las que la última (el «D-3») se había incorporado en fecha tan reciente como 1954, pero todas ellas pertenecían a diseños de la década de los treinta, totalmente obsoletos técnica y tácticamente: dos unidades de procedencia italiana, los «General Mola» y «General Sanjurjo», ruidosos, delicados y muy gastados; tres clase «D», de diseño nacional, pero con graves defectos de proyecto y construcción que los hacían más peligrosos para sus propios tripulantes que para el enemigo, y finalmente, el único realmente eficaz, el «G-7», antiguo «U.573», del tipo VII alemán de la Segunda Guerra Mundial, internado en Cartagena a comienzos de mayo de 1942 a causa de averías recibidas en combate.


Mientras, en los astilleros de Cartagena se proseguían infructuosamente las obras en 4 submarinos del mismo tipo que el «G-7», del total de 6 encargados en 1941, pero nunca llegarían a terminarse.

Todos los submarinos en servicio carecían de radar, sonares y torpedos modernos, snorkel, etc., empleándose fundamentalmente en misiones de adiestramiento antisubmarino de nuestros buques de superficie, aunque malamente podían sustituir a la moderna generación de submarinos alistados tras el último conflicto mundial, que incorporaban notables avances tecnológicos en sus equipos de detección, armamento y propulsión.


En medio de este desolador panorama, nuestros submarinistas vieron con alegría y grandes esperanzas la firma de los Acuerdos con los EE UU de América en septiembre de 1953, de cuya ayuda militar se pensaba que podría conseguirse la cesión de algún que otro submarino moderno, aunque lo cierto es que debieron pasar nada menos que otros seis años para que aquellas esperanzas se viesen confirmadas.


La US Navy orientó la modernización de nuestras unidades de superficie hacia cometidos de lucha antisubmarina, a fin de complementar a sus propios buques de escolta de convoyes ante un hipotético ataque por parte de los submarinos del Pacto de Varsovia que pusiese en peligro las vitales líneas de comunicación marítima occidentales, todo ello enmarcado en el ambiente anticomunista y de guerra fría entre los bloques que dominaba la escena internacional de los años cincuenta.


En este contexto, la Marina estadounidense orilló la transferencia de submarinos a la Armada al considerarlo como tema de escasa prioridad, pero serían precisamente las necesidades tácticas inherentes a la modernización antisubmarina de nuestros buques las que harían variar la actitud norteamericana.


Se necesitaban submarinos capaces de servir al adiestramiento de nuestros buques en las modernas tácticas y equipos de la lucha antisubmarina, misión para la que nuestros submarinos eran totalmente inútiles.


Aunque en el Programa de Modernización de Buques se incluyó una conversión limitada de los «D-2» y «D-3» para ser utilizados en dichos cometidos de adiestramiento, estaba claro que hacían falta submarinos más capaces y que de momento no podían construirse en España, por lo que sólo quedaba una opción: la transferencia de unidades de la US Navy en condiciones de préstamo similares a las de los buques de superficie cedidos a partir de 1954.


Dada la urgencia del asunto, el propio ministro de Marina, almirante Felipe Abárzuza y Oliva, intervino personalmente ante las autoridades americanas nada más tomar posesión de su cargo en febrero de 1957.

Las pretensiones españolas se centraban en la transferencia de dos submarinos a fin de reemplazar a la pareja de unidades ex italianas, cuyo estado obligaba a su retirada, como mucho, a finales de la década.


Pero la US Navy ofertó buques mantenidos en reserva y sin cambios significativos en sus equipos de aquellos instalados en la Segunda Guerra Mundial, a lo que la parte española se negó, ya que lo que realmente se deseaba y hacía falta eran unidades razonablemente modernas y eficaces que permitiesen un adiestramiento realista, considerándose imprescindible la instalación de un snorkel y equipos de detección actualizados.


Se pensó en la adquisición de alguna unidad «Guppy» modificada o al menos con algunas de sus características, pero bastantes dificultades presupuestarias tenía la US Navy para efectuar las conversiones «Guppy» en sus propias unidades como para hacerlas en buques destinados a otras naciones.


Finalmente, en 1958, y tras muchos debates y discusiones, se llegó al acuerdo de transferir un submarino de la clase «Balao», al que previamente se le efectuaría en astilleros norteamericanos una conversión limitada al tipo «fleet snorkel», pagadera con fondos de la ayuda militar americana destinados a la Armada Española, lo que obligó a una cierta redistribución de éstos.


El adiestramiento de su dotación española se haría en aguas americanas, bajo la estrecha supervisión de la US Navy, previéndose la entrega para el segundo semestre de 1959.


La adquisición de una segunda unidad quedó momentáneamente aparcada a la espera de una mayor disponibilidad de fondos.


Antes de contar la historia del que sería nuestro «Almirante García de los Reyes», se debe hacer referencia a la mencionada clase «Balao» y a los submarinos estadounidenses del tipo «Fleet».


Durante la segunda mitad de los años treinta la Marina de los EE UU puso a punto un tipo de submarino oceánico especialmente adecuado para operar en la inmensidad del océano Pacífico, capaz de enfrentarse a las fuerzas navales y mercantes del Japón, país rival de los intereses norteamericanos en el Pacífico y Extremo Oriente y, por tanto, potencial enemigo.

Comenzando en la clase «Porpoise» del año fiscal 1934 y a través de un proceso de evolución gradual, la US Navy llegó a la Segunda Guerra Mundial con un modelo normalizado y de construcción enteramente soldada, que lo hacía especialmente indicado para su fabricación en masa, la clase «Gato».


De ésta, que llegó a numerar 77 ejemplares, derivaron la clase «Balao», cuya principal diferencia consistía en el incremento del espesor del casco, permitiendo así un sustancial aumento en la cota operativa de inmersión, y finalmente, la clase «Tench», constituida por 25 unidades más otras 4 terminadas en la posguerra como Guppy II, que introducía nuevos motores eléctricos y equipos, así como diversas mejoras en su distribución interna y en la resistencia a los daños en combate.


Los «Tench» se terminaron demasiado tarde para desempeñar un papel significativo en la guerra, pero los «Gato» y «Balao» llevaron la mayor parte del peso de la exitosa ofensiva submarina contra el Japón.


Entre 1942 y 1945 se llegaron a ordenar nada menos que 256 submarinos «Balao», aunque tan sólo se entregaron a la US Navy 119 construidos de acuerdo con el proyecto original.


El resto fue cancelado o reordenado como unidades de la clase «Tench», con la excepción de uno (el «Tiru», SS-416), cuyos trabajos quedaron parados a comienzos de 1946 para ser finalmente terminado dos años más tarde al nivel Guppy II.


La participación de los «Balao» en la campaña submarina contra el Japón fue considerable, hundiendo varios millones de toneladas y teniendo que lamentar únicamente la pérdida de 9 unidades, lo que habla elocuentemente de su dureza y buenas cualidades, aunque debemos tener en cuenta que la mayoría fue alistada en 1944-1945, cuando ya las fuerzas armadas estadounidenses habían afirmado su supremacía en aquel escenario bélico y los japoneses se batían en retirada, disponiendo cada vez ce menores medios bélicos para hacer frente a la creciente avalancha aliada.


En la posguerra los «Balao» constituyeron, junto a los «Gato» y «Tench», el grueso de las fuerzas submarinas norteamericanas, siendo objeto de múltiples programas de conversión y modificación para e poder seguir siendo plenamente válidos y adecuados en el nuevo escenario naval imperante después de la Segunda Guerra Mundial, dominado por los incesantes avances tecnológicos en todos los campos.

El principal de estos programas de modernización fue el «Greater Underwater Propulsive Power» (mayor potencia propulsora en inmersión), de cuyas iniciales se derivó el célebre acrónimo «Guppy», cuyo objetivo era mejorar drásticamente las prestaciones en inmersión, maniobrabilidad y discreción de los submarinos americanos para evitar su obsolescencia en masa, llenando así el vacío existente hasta la entrada en servicio de modernas unidades diseñadas con todos los avances conseguidos en el campo submarino, de los que el tipo XXI de la Kriegsmarine alemana fue su máximo representante e inspirador de los principales desarrollos de posguerra.



Además de las modificaciones «Guppy» (6 tipos diferentes llamados I, II, IA, IB, HA y III), cuya carestía impidió su extensión a toda la flota, se realizaron otros programas de menor alcance como el «fleet snorkel» (al que luego fue convertido nuestro «Almirante García de los Reyes»), cazasubmarinos, vigilancia radárica, transporte, conversión en carguero, petrolero, etc.


Otros muchos buques quedaron sin modificar y acabaron su vida como inmóviles pontones para el adiestramiento de reservistas.


Con el transcurso de los años muchos submarinos de la clase «Balao» fueron transferidos o vendidos a diversas marinas de países amigos de los EE UU, algunos sin modernizar y prácticamente en el estado con que participaron en la Segunda Guerra Mundial y otros muchos sometidos a diversas modificaciones y conversiones.


Sin entrar en distinciones sobre estos últimos, diremos que un total de 46 submarinos «Balao» de todas las versiones acabaron ondeando banderas distintas de la estadounidense, repartidos entre doce marinas de guerra del modo siguiente: Argentina (4 unidades), Brasil (5), Canadá (1), Chile (2), España (5), Grecia (2), Holanda (2), Italia (3), Perú (2), Taiwán(l), Turquía (17) y Venezuela (2).


Las cinco unidades españolas se repartieron entre un «fleet snorkel» y cuatro conversiones Guppy HA,


El buque elegido por la US Navy en 1958 para su cesión a nuestro país sería finalmente el «Kraken», SS-370, mantenido en situación de reserva en San Francisco desde mayo de 1946.

Su nombre resultaba algo inhabitual, ya que recordaba a un monstruo marino legendario que se creía moraba en las costas noruegas, en vez de pertenecer a alguna especie de peces, como era norma en los submarinos estadounidenses de su época.


Su construcción había sido autorizada por el Acta de 13 de mayo de 1942, que dio forma legal al Programa de Construcciones de Combate de 1943-1944, adjudicándose el contrato de fabricación el 6 de junio siguiente a la Manitowoc Ship-building Co., radicada en la ciudad del mismo nombre en el estado de Wisconsin y, por tanto, con la particularidad de ser ribereña de los Grandes Lagos, en este caso, del lago Michigan.


Puesto en grada a finales de 1943, el «Kraken» fue botado de costado el 30 de abril siguiente, operación muy espectacular por la gran inclinación que alcanzaban los cascos lanzados al agua y que se hacía necesaria debido a la localización del astillero en la desembocadura de un río de escasa anchura.


Alistado en septiembre de 1944, el flamante submarino utilizó el camino habitual seguido por las unidades construidas en Manitowoc para poder alcanzar el mar libre, y que no era otro que un viaje en un dique seco flotante a través del canal de Illinois y el río Mississippi hasta alcanzar Nueva Orleans, en el estado de Louisiana.


Destinado a operar en el Pacífico, y una vez ultimado el adiestramiento de su dotación, el «Kraken» realizó cuatro patrullas de guerra entre diciembre de 1944 y el final de la guerra contra Japón en agosto del año siguiente.


Durante su transcurso consiguió los hundimientos de un petrolero y al menos dos pequeños mercantes nipones de cabotaje, aun que su cometido habitual fue la vigilancia y el rescate de pilotos navales derribados en aguas de Indochina y Singapur.


Una vez terminado el conflicto mundial, el «Kraken» volvió al territorio continental de los EE UU para participar en diversas celebraciones, quedando anclado definitivamente en San Francisco desde el 31 de octubre de 1945, y apartado del servicio y en situación de reserva desde el 4 de mayo siguiente en dicha ciudad.

Tras decidirse su préstamo a la Armada Española, fue enviado a remolque, en septiembre de 1958, al Arsenal de Pearl Harbour, en donde se procedió a un amplio recorrido y puesta a punto de todos sus equipos e instalaciones, al tiempo que se le sometía a los trabajos de conversión en «fleet snorkel», consistentes en la instalación del mástil de inducción para la alimentación de aire a los motores diesel, y el de exhaustación de los gases de escape, el «schnorchel» de los alemanes, una nueva torreta o «vela» de líneas hidrodinámicas según el diseño elaborado por la Electric Boat Company, así como una mejora de sus equipos de detección, que obligó a efectuar alguna redistribución interior, a fin de poder acomodar los nuevos sonares y sus equipos electrónicos asociados.


Al igual que en varios «fleet snorkel» convertidos para la US Navy, parece que al «Kraken» se le eliminaron los reductores de engranajes instalados de origen, quedando los motores eléctricos principales acoplados directamente a los ejes propulsores, lo que iba a redundar en una mayor silenciosidad de la planta propulsora.


Terminadas las obras en 1959, el «Kraken» fue puesto nuevamente en servicio con la US Navy, aunque con la única misión de adiestrar a la nueva dotación española enviada ex profeso a los EE UU.


Adelantándose en algunos meses a la transferencia efectiva del submarino, la Armada dispuso el 29 de abril de 1959 que su nombre fuese el de «Almirante García de los Reyes», en memoria del ilustre marino don Mateo García de los Reyes (1862-1936), ministro de Marina en 1928-1930 y principal artífice de la creación y consolidación de nuestra Arma Submarina, de la que fue su jefe y auténtica alma durante muchos años.


Si excepcional iba a ser su papel en la Armada durante los años venideros, no menos excepción resultaba el que se le dotase de nombre propio, rompiendo así con la insípida costumbre de designar a nuestros buques submarinos con denominaciones alfanuméricas, norma mantenida desde 1917, con muy escasas excepciones.


El «Almirante García de los Reyes» resultaba además uno de los nombres más largos ostentado por unidades de la Armada, junto a algunos cañoneros de la clase «Pizarro», lo que planteaba algunos inconvenientes de tipo práctico, como la inscripción en las cintas de gorro de los marineros, motivo por el que se adoptó la abreviatura «A. G. de los Reyes», incluso en los letreros de sus aletas.

Al mismo tiempo se le asignaron las siglas de identificación E-l, esta vez únicamente como numeral y no como nombre propio, en un intento de enlazar con el antiguo sistema de numeración por clases, que llegó hasta la letra D, para saltar posteriormente a la G (por Germano), aplicada a la media docena de submarinos del modelo alemán VIIC autorizados en septiembre de 1941 y finalmente no construidos por dificultades técnicas.


La pareja de submarinos ex italianos «General Mola» y «General Sanjurjo», adquiridos durante la Guerra Civil, no llegó a recibir letra alguna en este sentido.


La numeral E-1 trae inevitablemente a colación la memoria de otro submarino que recibió precisamente este nombre, construido por Echevarrieta y Larrinaga en su astillero de Cádiz entre 1929 y 1932 sobre planos alemanes, dentro de la intensa labor desarrollada en el exterior por técnicos de aquella nacionalidad a fin de conseguir proyectos lo suficientemente experimentados y avanzados que permitiesen el resurgir del arma submarina gemana a la mayor brevedad, una vez se levantasen las restricciones políticas impuestas a la construcción de submarinos en la propia Alemania por el Tratado de Versalles de 1919.


Este auténtico precursor de los diseños de «U-booten» de la Segunda Guerra Mundial fue montado en nuestro país con el compromiso oficioso de su adquisición por la Marina española, que, pese a la bondad del proyecto, optó por emprender la construcción de los buques de la clase «D», de triste recuerdo y pésimos resultados.


El submarino gaditano fue bautizado provisionalmente como «E-l», siendo la E por Horacio Echevarrieta Maruri, financiero e industrial bastante célebre en su época, y cuya única construcción para la Armada antes del inicio de la Guerra Civil sería la del velero escuela «Juan Sebastián de Elcano», realizado en Cádiz entre 1925 y 1928.


En cuanto al «E-1», acabó siendo vendido a Turquía a finales de 1934, prestando servicio con el nombre de «Gür» hasta últimos de los años cuarenta.

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Por fin, tras varios meses de constantes y agotadoras prácticas y ejercicios, llegó el tan deseado momento de izar con todos los honores en el casi flamante «A. G. de los Reyes» la bandera española, emotivo acto que tuvo lugar el 24 de octubre de 1959 en la Base Naval de Pearl Harbour.


Recordemos que el ex «Kraken» se cedía en régimen de préstamo por períodos renovables, seguramente de cinco años, continuando a efectos legales como propiedad estadounidense y, por tanto, seguía figurando en las listas de buques de la US Navy.


El alta en nuestra Lista Oficial de Buques de la Armada y su pase a 3.a situación no se produjeron sino al día siguiente, 25 de octubre, según la Orden Ministerial dictada al efecto.


La venida a España del «A. G. de los Reyes» se demoró aún otros tres meses, arribando a Cartagena, vía canal de Panamá, a últimos de enero de 1960 y siendo recibido con gran expectación por la comunidad naval española, encabezada por el propio ministro de Marina, almirante Abárzuza.


No sólo era el primer submarino moderno que se adquiría desde 1942, sino también el de mayor desplazamiento poseído hasta el momento, con algo más de 2.400 toneladas en inmersión, en tanto que su eslora total, de más de 95 m, tampoco ha sido superada hasta la fecha.


Su incorporación a las filas del Arma Submarina permitió por fin a ésta disponer de eficaces y relativamente puestos al día equipos de detección subacuática (sonares) activos y pasivos, así como una moderna dirección de lanzamiento de torpedos, radar de descubierta, contramedidas, etc.


El «A. G. de los Reyes» portaba además el primer snorkel de un submarino español, aparato imprescindible en todo sumergible moderno y que la industria nacional no había sido capaz de procurarse a pesar de los estudios de la Armada y los esfuerzos de la Bazán a lo largo de los años cincuenta.


El único arcaísmo aparente del buque resultaba ser el cañón de 127 mm y 25 calibres, instalado a popa de la tórrela y perteneciente a un modelo especialmente diseñado para su instalación en sumergibles, adecuado para funcionar en el hostil y corrosivo ambiente marino.

Como resultaba superfluo para las nuevas tácticas de utilización del buque, se procedió inmediatamente a su remoción y a la de los pañoles de municiones asociados, lo que permitió ganar algo de espacio interior, siempre valioso y muy escaso en un submarino.


Otra particularidad del «A. G. de los Reyes» que lo distinguía netamente del resto de nuestros submarinos era su obra muerta, pintada enteramente de negro, frente al gris no muy oscuro habitual en el Arma Submarina (antes de la Guerra Civil se llegaron a pintar algunos sumergibles en verde claro, para dificultar su localización por la aviación).


La experiencia norteamericana al respecto era bastante concluyente, por lo que se decidió conservar el color negro mate, que ayudaba también a infundir al submarino un cierto aire de «respeto» por parte de quienes lo contemplaban, práctica que se ha mantenido hasta nuestros días.


Pero pese a las mejoras efectuadas en el buque durante su rehabilitación en Pearl Harbour, el «A. G. de los Reyes» continuaba siendo técnicamente en esencia un submarino de la Segunda Guerra Mundial.


De construcción enteramente soldada, presentaba un casco en acero de alta tensión de tipo sencillo en los extremos, cámaras de torpedos de proa y popa y doble en la zona central, que además tenía doble fondo, reforzado para permitir una cota operativa normal de 120 m en inmersión, frente a los 90 de la anterior clase «Gato» y que era la principal diferencia entre ambas clases.


El casco resistente interior estaba formado por ocho compartimientos estancos principales, de los que la media docena central presentaba dos niveles, y que eran los siguientes de proa a popa: cámara de torpedos proel, alojamientos de oficiales y grupo de acumuladores proel, cámara de mando y alojamientos de suboficiales, zona dedicada al alojamiento y comedor de la dotación, con las cámaras de provisiones y grupo de acumuladores popel en su parte inferior, cámara de máquinas proa, ídem popa, cámara de motores eléctricos y, finalmente, la cámara de torpedos de popa.


Parte de la dotación se alojaba también en las citadas cámras de torpedos.


En la zona situada entre los dos cascos de la nave se disponían los lastres y tanques de combustible, cuya capacidad alcanzaba las 472 toneladas americanas (479,6 tm).

En la parte superior del casco resistente se disponía la superestructura, optimizada para la navegación en superficie y provista de numerosas aperturas para permitir la libre circulación del agua.


Los extremos eran afinados, con una proa algo lanzada tras la que aparecían un rebaje para acomodar el ancla (sólo a estribor) y la pareja de timones proeles, que se plegaban sobre la obra muerta cuando no eran utilizados.


La primitiva torreta con sus balcones para el armamento AA ya hemos dicho que fue sustituida por otra, llamada «vela» en la jerga de los submarinistas norteamericanos, de líneas cuidadas e hidrodinámicas a fin de mejorar la velocidad en inmersión y disminuir algo los ruidos, provista de un prominente escalón en su parte delantera en donde hallaba acomodo el puente abierto de navegación y observación, mientras que la trasera, bastante más elevada, revestía los mástiles de los periscopios, el snorkel, las antenas del radar y de comunicaciones, así como detectores radáricos y equipos de contramedidas.


Durante los diversos programas y conversiones emprendidos por la US Navy en la posguerra en sus submarinos del tipo «Fleet» se habían adoptado diversos tipos de velas, desde los múltiples modelos y variedades en escalón hasta las del tipo enterizo y material plástico características de los últimos «Guppy», siendo la del «A. G. de los Reyes» de un tipo bastante habitual y diseñado por la Electric Boat Company.


La propulsión era diesel eléctrica, siendo los motores principales 4 diesel General Motors modelo 16-278A, de dos tiempos y 16 cilindros en V, con mecanismo de inyección y una potencia unitaria de 1.600 CV a 700 rpm.


Cada uno de dichos motores actuaba sobre un generador principal General Electric de 1.100 Kw, que suministraban energía a los motores eléctricos y permitían cargar las baterías con cierta rapidez.


Los motores eléctricos principales eran 4 General Electric de 1.375 Cv de fuerza unitaria, dispuestos en grupos de dos y acoplados directamente a los ejes, aunque en origen accionaban cada eje propulsor por medio de un reductor de engranajes Farrell-Birmingham con una relación de 4,65 a 1.

La potencia total a los ejes se había cifrado originalmente en unos 5.400 Cv en superficie y 2.740 en inmersión, que según el proyecto inicial permitían alcanzar velocidades de 20,2/8,75 nudos, aunque las modificaciones efectuadas en el «A. G. de los Reyes» para convertirlo en «fleet snorkel» habían supuesto una reducción de la velocidad en superficie a 18 nudos, al eliminarse el generador eléctrico auxiliar, en tanto que la de inmersión se situaba, gracias a las mejoras hidrodinámicas, en una punta de unos 10 nudos sostenible durante media hora al régimen máximo de descarga de las baterías, y de 3 nudos mantenida durante un período máximo de 48 horas.


La velocidad máxima en caso de utilizar el snorkel era de unos 6,5 nudos.


Se disponía también de un grupo auxiliar que suministraba energía a los distintos servicios del submarino, compuesto por un motor diesel General Motors modelo 8-268A, de dos tiempos y ocho cilindros, que movía un generador General Electric de 300 Kw.


La batería de acumuladores estaba formada por dos grupos de 126 elementos cada uno, y pertenecía al tipo «Sargo», proyectado y desarrollado por la propia US Navy a finales de los años treinta, y que había dado un resultado excelente, siendo duradera y fiable.


Las cerca de 480 toneladas de fuelóleo embarcadas permitían una autonomía en superficie de nada menos que 11.000 millas náuticas a la velocidad de crucero de 10 nudos, lo que reflejaba perfectamente los requerimientos que habían inspirado su diseño, y que no eran otros que permitir operaciones bélicas prolongadas en el vasto escenario del océano Pacífico contra el Japón, principal rival de los EE UU en aquella zona del globo.


A esta amplia autonomía se había incorporado una notable mejora de la habitabilidad, a fin de disminuir el agotamiento de la dotación durante las largas misiones de patrulla y obtener de ésta la mayor eficacia en combate.


El amplio espacio disponible en el interior había consentido establecer una zona de comedor y esparcimiento diferenciada del espacio destinado a las literas y camastros, comodidad casi «oriental» que contrastaba con los atestados interiores de los submarinos de las demás potencias beligerantes en la Segunda Guerra Mundial.


Aunque el «A. G. de los Reyes» se había quedado muy rezagado en su habitabilidad frente a la conseguida en las nuevas construcciones submarinas de posguerra, lo cierto es que para la Armada Española representaba una sustancial mejora en relación a los buques utilizados hasta entonces, todos ellos angostos y de discreta salubridad general.

También en este aspecto el nuevo submarino iba a abrir camino para nuestra Arma Submarina.


El armamento estaba compuesto por 10 tubos lanzatorpedos de 533 mm (21 pulgadas), dispuestos 6 a proa y 4 a popa, con dispositivo de lanzamiento por aire comprimido.


La dotación total de torpedos era de 24, de ellos 10 en los tubos. Cada una de estas armas podía ser sustituida por una pareja de minas del modelo normalizado para submarinos, práctica habitual en todos los submarinos tipo «Fleet» de la US Navy.


Nuestro «A. G. de los Reyes» estaba provisto de los torpedos Mk 14, un diseño de finales de los años treinta que había sido el arma usual de los submarinos estadounidenses en la Segunda Guerra Mundial y durante muchos años después de aquélla, ya que a finales de los años setenta continuaba en servicio con diversas marinas extranjeras.


Era un arma totalmente convencional, con propulsión por turbina de vapor, espoleta de contacto, trayectoria programable a través del giróscopo del arma dentro de unos ciertos límites y siempre antes de efectuar el lanzamiento, y peso total de 1.456 kg, de los que 292 correspondían a la cabeza de combate, de explosivo HBX.


Su longitud era de 6,25 m y los alcances podían regularse a dos carreras distintas, 4.500 yardas a 46 nudos y unas 9.000 a 31.


En sus comienzos operativos presentó diversas deficiencias en sus mecanismos de armado y dirección, que fueron resueltos a lo largo de la Segunda Guerra Mundial.


Pese a que la US Navy disponía de otros tipos de torpedos para submarinos más modernos, del tipo de cabeza buscadora, lo cierto es que con el «A. G. de los Reyes» únicamente se entregó un buen lote de Mk 14, del que existían considerables stocks en los almacenes de la US Navy.


En sus últimos años en servicio el «A. G. de los Reyes» montó torpedos buscadores de propulsión eléctrica Mk 37, al igual que los cuatro submarinos Guppy HA incorporados a la Armada en 1971-1974.

A principios de los años setenta saltó a las páginas de los anuarios navales la noticia de que el «A. G. de los Reyes» había sido provisto con 4 tubos para el lanzamiento de torpedos buscadores antisubmarinos de calibre reducido, según unos, en sustitución de 4 de los tubos originales, y según otros, en adición a los mismos; pero lo cierto es que nuestro submarino nunca llevó instalados otros tubos diferentes de aquellos con los que fue construido.


Lo que sí es verdad es que la Armada obtuvo cierta cantidad de torpedos Mk 27 mod 4, un derivado del primer torpedo buscador estadounidense, el Mk 24, al darse éstos de baja en la US Navy hacia 1960.


El Mk 24 tenía 19 pulgadas de calibre (482,6 mm) y había sido diseñado en la Segunda Guerra Mundial para ser lanzado desde el aire, operando en modo de búsqueda acústica pasiva, siendo el Mk 27 una modificación del anterior para permitir su lanzamiento desde submarinos gracias a un dispositivo dé subcalibración a base de raíles de guía, para hacerlo compatible con el tubo lanzatorpedos normalizado de 21 pulgadas (533 mm).


El Mk 24 inició una familia de diseños que acabó plasmándose en el Mk 32, suministrado en gran número a la Armada dentro del Programa de Modernización de Buques firmado en 1955.


El Mk 27 mod 4 era una versión para su utilización en autodefensa del buque portador contra unidades de escolta, pero la primitiva tecnología de su buscador acústico obligaba a lanzarlo en silencio, inundando el tubo lanzador y dejando que el torpedo lo abandonase por sus propios medios, en vez del habitual lanzamiento con aire comprimido.


En los años sesenta estaba ya obsoleto, resultando fácil engañarlo con los señuelos acústicos remolcados habituales en los buques de guerra modernos.


El Mk 27 mod 4 medía tan solo 3.245 mm, su peso era de 533 kg, correspondiendo 58 a la cabeza explosiva de HBX, y su alcance era de 6.200 yardas aló nudos.


Durante la Segunda Guerra Mundial el «A. G. de los Reyes», entonces «Kraken», embarcó un armamento artillero formado por un cañón de 127/25 en la cubierta, a popa de la torreta, un antiaéreo de 40 mm y dos ametralladoras de 12,7 mm en las balconadas situadas a proa y popa de la torreta; estas últimas posiblemente fueron sustituidas por cañones Oerlikon de 20 mm en uno o dos montajes sencillos, como en el resto de la clase «Balao».

Hay que recordar que el armamento artillero de los submarinos tipo «Fleet» fue bastante variado, dependiendo de las disponibilidades de cada momento; así, algunas unidades embarcaron piezas principales de 127/51 (modelo «largo» en vez del «corto», especial para submarinos de 25 calibres), 102/50 ó 76,2/50, generalmente una o a veces dos, así como un armamento ligero secundario con diversas combinaciones de cañones de 40, 20 o 12,7 mm.


Ya hemos señalado que durante la conversión a «fleet snorkel» del «A. G. de los Reyes» en Pearl Harbour se le dejó el cañón de 127/25 a popa de la vela, pero la Armada lo eliminó a los pocos meses, ya que su mantenimiento presentaba más problemas que ventajas, quedando el armamento del submarino reducido a sus torpedos Mk 14, como se indica más arriba.


Entre los sensores dispuestos a bordo, podemos señalar el radar de descubierta SS-2, modelo específico para submarinos y operativo en la US Navy desde comienzos de los cincuenta, mientras que el sonar era un BQS-2, modelo activo-pasivo derivado de un equipo para buques de superficie y con un alcance eficaz en torno a los 5 km.


También se disponía de equipos hidrofónico del tipo JT, así como de un sistema de dirección de tiro y control de fuego para los torpedos (quizá un Mk 106), teléfono submarino, alerta radar y contramedidas, además de un amplio abanico de equipos de comunicaciones.


Nada más arribar a aguas españolas, el «Almirante García de los Reyes» comenzó a desplegar una intensísima actividad, tomando el relevo del veterano «G-7» como unidad puntera de nuestra Arma Submarina.


La flotilla quedaba completada por el trío de submarinos «D», a cuya pareja más reciente, los «D-2» y «D-3», se sometió a una modernización parcial de sus equipos y a una mejora de sus líneas hidrodinámicas con cargo al Programa de Modernización de Buques de la Armada, a fin de mejorar el adiestramiento antisubmarino de nuestros buques de superficie y helicópteros navales.


La terminación de los trabajos en estos anticuados y problemáticos buques se demoró hasta 1963, pero su entrega permitió liberar al «A. G. de los Reyes» de buena parte de sus tediosas misiones de adiestramiento e instrucción, pasando a emplearse en tareas más específicas de la fuerza submarina, como el desarrollo y consolidación de una doctrina táctica ofensiva, bastante descuidada en la década anterior debido a la obsolescencia técnica de los submarinos entonces en servicio y a las perentorias necesidades de adiestramiento de nuestras fuerzas navales en cometidos antisubmarinos.

En 1961 la Armada decidió aplicar un nuevo sistema de numerales a todas las unidades de la Lista Oficial de Buques, basado en la asignación de una decena a cada clase o modelo de buque precedida de una letra que indicaba su tipo.


Así pues, en el caso del «A. G. de los Reyes» el numeral E-1 fue sustituido a partir del 15 de junio de 1961 por el nuevo S-31, es decir, «submarino serie 30, primera unidad», correspondiendo las series 00, 10 y 20 a las unidades más antiguas.


Precisamente este nuevo numeral se convertiría andando el tiempo en origen del cariñoso mote aplicado al «A. G. de los Reyes» por nuestros marinos, el «treinta y único».


Realmente estuvo justificado, ya que además de ser en muchas ocasiones el único submarino operativo de la Flotilla, nunca llegó a tener hermanos gemelos de su misma serie, puesto que los cuatro tipo Guppy IIA adquiridos a comienzos de los setenta fueron, pese a su adscripción a la serie 30 como S-32 a S-35, lo suficientemente diferentes como para justificar su inclusión en una serie nueva (que en aquel momento hubiese sido la «70», luego utilizada para los buques del tipo «Agosta» o clase «Galerna»).


A comienzos de los años sesenta volvieron a aparecer noticias referentes a que otro submarino de la clase «Balao» iba a ser transferido a España en breve, y algo de cierto había ya que varios submarinistas fueron enviados a los EE UU con este motivo, pero en 1962 el Congreso de aquella nación decidió no autorizar la cesión del que hubiese sido S-32, quedando todo pendiente de las negociaciones para la renovación de los Acuerdos de 1953 cuya vigencia terminaba en 1963), en las que finalmente no se incluyó ningún submarino, desapareciendo así las últimas esperanzas de obtener un compañero para el A. G. de los Reyes.


A lo largo de su carrera operativa con nuestra enseña nacional, el «Almirante García de los Reyes» fue protagonista de gran número de ejercicios y maniobras, muchos de ellos en conjunción con unidades de la US Navy, convirtiéndose en un buque muy querido por nuestros submarinistas gracias a su bondad, fiabilidad, resistencia, autonomía y habitabilidad.

Hasta la incorporación en el verano de 1971 del S-32 «Isaac Peral» (ex «Ronquil», SS-396), en origen también compañero de la clase «Balao» y el primero del cuarteto de Guppy IIA procedentes de la marina norteamericana, el abnegado «A. G. de los Revés» no sólo fue el submarino más activo de la flotilla sino también el más moderno y eficaz, gracias a sus sensores acústicos y radáricos, que, aunque no todo lo recientes que se hubiera deseado, sí resultaban claramente superiores a los instalados en nuestros restantes submarinos, incluidos los «S-21» (ex «D-2») y «S-22» (ex «D-3»).


No es exagerado afirmar que la historia del Arma Submarina española en la década de los sesenta fue la historia del «A. G. de los Reyes», el popular «treinta y único».


Su continua actividad se vio interrumpida en tres ocasiones, de las que las dos primeras se debieron a la necesidad de proceder al cambio de su batería gastada, aprovechándose de paso para efectuarle una revisión y recorrido generales.


La primera se llevó a cabo en el Arsenal de Filadelfia en vez de en Cartagena, ante la falta de respetos disponibles en nuestro país y la poca experiencia de los técnicos de la Armada y de la Empresa Nacional Bazán en trabajos relacionados con este tipo de buque, que al ser único en nuestras fuerzas navales imponía una carga logística más pesada de lo habitual.


El «A. G. de los Reyes» zarpó hacia el Nuevo Continente en 1964, quedando listo para prestar servicio en mayo del año siguiente y con algunas mejoras y adiciones en sus equipos de a bordo.


Pocos meses después, en diciembre de 1965, recibía su bandera de combate en Cartagena donada por la Capitanía General de la Zona Marítima del Mediterráneo.


La segunda gran carena y cambio de baterías tuvo lugar esta vez en Cartagena, durante los años 1971-1972, ya que para entonces se habían dado grandes pasos en el mantenimiento de los buques de guerra procedentes de la ayuda americana, aunque se desistió de efectuar la sustitución de sus equipos de detección por otros más modernos, puesto que la incorporación de los Guppy IIA ex norteamericanos y los «Delfín», de proyecto francés y construcción nacional, en la primera mitad de los años setenta pronto obligaría a retirar al gastado «A. G. de los Reyes» de las filas de la Armada.

Emprendió así el submarino la que parecía recta final de su brillante carrera, claramente desfasado ante los avances de la tecnología, con problemas crecientes de suministro de respetos y, sobre todo, suplantado en las principales misiones por otras unidades más modernas.


El 16 de septiembre de 1974 se ordenó su pase a la situación de «disponibilidad», antesala de la baja definitiva, quedando fondeado en Cartagena con una dotación muy reducida y con la misión primordial de servir como fuente de respetos para sus compañeros de clase (práctica conocida en los medios militares como «canibalización»).


Pero esta tercera ocasión de inactividad no iba a ser la definitiva, ya que el destino intervino para conceder al «A. G. de los Reyes» una postrera oportunidad de seguir prestando servicios a la Armada.


El motivo sería la grave avería sufrida por el S-33 «Narciso Monturiol» (ex «Picuda», SS-382) en sus máquinas en la primavera de 1975, y que obligó a darlo de baja ante la imposibilidad de su reparación.


Las dificultades para obtener un nuevo submarino «Guppy» en los EEUU que permitiese mantener en 4 el número de buques de este tipo hicieron reconsiderar la situación del «A. G. de los Reyes», mantenido en aceptable estado, por lo que se optó finalmente por su reacondicionamiento a fin de tener en activo dos series de cuatro naves cada una (los «americanos» y los «Delfín»), volviendo al servicio a partir del 1 de septiembre de 1975.


La misión primordial del «A. G. de los Reyes» a lo largo de estos últimos años de su vida fue la de servir para las primeras tomas de contacto de las nuevas promociones de submarinistas con este duro medio, efectuando el adiestramiento básico como paso previo al embarque en las unidades más modernas de la flotilla.


Como su sonar estaba totalmente inútil tras su año de inactividad, y no era nada fácil obtener los numerosos recambios necesarios, un oficial submarinista propuso que se le instalara en un domo, sobre la cubierta, el sonar del pie de roda del ahora inmóvil S-33 «Narciso Monturiol».


Este era un modelo BQR-2, equipo bastante extendido en los submarinos estadounidenses de posguerra y en las modernizaciones «Guppy», conteniendo los numerosos elementos hidrofónicos de escucha en el interior de una estructura circular de casi dos metros de diámetro, de modo similar a los modernos dispositivos de detección electroacústica.

Pese a las reticencias iniciales sobre esta propuesta y al escepticismo de muchos una vez aprobada la instalación, lo cierto es que el sonar funcionó siempre bastante bien, mejorando la eficacia del «A. G. de los Reyes» en sus cometidos de adiestramiento.


Exteriormente se dispuso un voluminoso domo de líneas hidrodinámicas, de más de 1,5 m de altura sobre la cubierta y desplazado a babor, varios metros a proa de la vela, para acomodar los elementos de escucha, que afeaba bastante la estilizada línea del submarino, por lo que muchos le llamaban «el grano ».


El propósito de la Armada era mantener operativo al «A. G. de los Reyes» hasta la entrada en servicio del S-71 «Galerna», primero de los cuatro submarinos del tipo francés «Agosta» encargados a la factoría de Cartagena de la Empresa Nacional Bazán, y que se preveía quedase listo en 1981, pero los retrasos en su construcción hicieron que los efectivos del Arma Submarina se redujesen a lo largo de 1981 de 8 a tan solo 6 unidades, al darse de baja a los S-31 «A. G. de los Reyes» y S-34 «Cosme García» en abril y septiembre, respectivamente, sirviendo sus dotaciones para proveer los núcleos de las destinadas a los «Galerna» y S-72 «Siroco».


El 30 de diciembre de 1981 el «A. G. de los Reyes» efectuó su última singladura, siguiendo la costumbre del Arma Submarina de efectuar su inmersión final llevando a bordo a sus antiguos comandantes y oficiales, siendo recibido a su vuelta a la Base de Submarinos de Cartagena con el ensordecedor retumbar de las sirenas de los buques surtos en el Arsenal, como último acto de homenaje de la Armada y sus hombres al veterano buque.


El 2 de enero siguiente comenzó su desarme, dándose definitivamente de baja en la Lista Oficial de Buques el 1 de abril de 1982, fecha en la que cedió su nombre a la Escuela de Submarinos, que anteriormente carecía de él, como postrer recuerdo a la memoria de don Mateo García de los Reyes, verdadero «padre» de los submarinistas españoles.


Subastado para desguace a finales de ese mismo año, éste tuvo lugar en la factoría chatarrera de El Espalmador cartagenero entre febrero y marzo de 1983, a escasos metros de los inacabados túneles para submarinos realizados en los años cuarenta en el monte de Galeras.

Durante sus más de dos décadas de servicio en la Armada Española, el «Almirante García de los Reyes» navegó un total de 132.252 millas y efectuó más de mil inmersiones, con un tiempo total bajo las aguas de 10.257 horas.


Por último, debemos añadir que el «treinta y único» protagonizó la primera travesía en inmersión del Estrecho de Gibraltar por un submarino español, al pasarlo el 12 de febrero de 1969 desde aguas atlánticas con rumbo a su base de Cartagena.


No cabe duda que el «A. G. de los Reyes» ha escrito páginas notables en la historia reciente de la Armada y, sobre todo, en las del Arma Submarina.





Aznar de Carlos, Federico

Reinoso Martínez, José 25/10/1959

García Abajo, Jacinto 26/06/1962

Aldir Albert, Guillermo 18/11/1963

Segura Lacruz, Francisco 10/04/1966

Albert Ferrero, Celedonio Julio 15/07/1967

Martín Ivorra, Fernando 01/10/1968

Pemartin de la Rocha, Pedro 02/10/1970

Coello Roqueta, Carmelo 27/10/1975

Poblaciones Porta, José 15/11/1977

Urdiales Terry, Luis 19/11/1979






Fuentes, Compilación de;

-Buques de la Armada Española, la Ayuda Americana Juan Luís Coello

-Buques de la Armada Española del siglo XX, de Alejandro Anca.

-Buques de Guerra Españoles 1885-1971, de Alfredo Aguilera

-Murcia Digital, colección Casaús

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Gracias a las abundantes fotos que nos ha puesto a disposición el compañero Sotacómitre, me he animado a modificar la maqueta de de la casa Trumpeter a 1/144 del USS Gato para parecerse a nuestro añorado treinta y único. A esta escala el modelo mide unos 65 cm de eslora.

La transformación es fácil por dos motivos. En primer lugar, las clases USS Gato y USS Balao (a la que pertenece nuestro S-31) son casi idénticas externamente. En segundo, la transformación del programa de modernización "Fleet Snorkel" dejó los elementos estructurales básicos inalterados, al contrario que el programa "Guppy" que, en adición a los cambios del programa "Fleet Snorkel" implicó cambios importantes en las líneas del casco y en la planta propulsora. Los restantes submarinos S30 cedidos a España por la US Navy eran Guppys.

Básicamente los cambios que hice afectaron a la vela y a los elementos de cubierta.
La filosofía del modelo es que sirva también de juguete de piscina, para el "niño grande" y las niñas de la casa. La robustez ha primado por encima del detalle. Los periscopios y el snorkel estan retraidos.