¡Muy buenas noches!.
Siguiendo el hilo de las Cruces de la Real y Militar Orden de San Fernando, concedidas el 19 de diciembre de 1914 y el 7 de mayo de 1924, al Marinero de 1ª D. Baltasar López Pérez, a los Cabos de Mar D. Francisco Rodríguez Saleta y D. Juan Antonio Blanco Paz y, años después al Segundo Contramaestre D. Francisco Navarrete Ceniza, por haber salvado de un naufragio seguro provocado por temporales, os transcribo a continuación el que se publicó en la colección "España en sus héroes" y que hacía referencia al del 23 de diciembre de 1913. Asi mismo, en biografías sobre marinos, científicos etc...,os paso los datos biográficos que he podido conseguir sobre ellos.
"Laureadas a bordo de la corbeta "Nautilus"
Entre los años 1913 y 1921, en la corbeta de la Armada española “Nautilus”, se condecoró a 4 miembros de su tripulación, con la más alta condecoración que se concedía en España en aquellos años, la Cruz de la Orden de San Fernando, conocida como “la laureada”. No fue por acciones en campaña, siendo no obstante la de 1921, recalificada como tal. La lucha esta vez, fue contra la meteorología adversa en el mar. El comportamiento de estos hombres, evitó sin lugar a dudas, que se perdiera el buque y lo más preciado que este transportaba, vidas humanas.
23 de diciembre de 1913.
Un temporal sorprendió el 23 de diciembre de 1913 a la Corbeta “Nautilus” en navegación a 80 millas náuticas de la costa más cercana, en el paralelo de Finisterre. La situación crítica que envolvió al buque de la Armada española, era de atísimo riesgo ya que podía comportar la pérdida de la nave y de toda su tripulación. Fue gracias al comportamiento de tres heroicos marinos, que se evitó dicha desgracia. Sus nombres eran:
Cabo de Mar D. Juan Antonio Blanco Díaz.
Cabo de Mar D. Francisco Rodríguez Saleta.
Marinero de Primera D. Baltasar López Pérez.
Los hechos, quedaron recogidos y narrados de la forma siguiente en la colección “España en sus héroes y en un artículo titulado “Visperas de Nochebuena de 1913”, en el dedicado a la brava gesta de los marinos ya citados, según la transcripción los hechos vividos a bordo,tuvieron lugar de la forma siguiente (textual) (10):
El comandante de la corbeta, el Capitán de Fragata D. José Cervera Rojas, intercambiaba impresiones en el puente con su Oficial de Derrota el Teniente de Navío D. Miguel Ángel Liaño (4)
“…Me parece que lo tenemos encima.
Eso creo mi comandante.
Esperemos unos minutos por si el viento rola…,y si no tendemos que empelarnos a fondo.
Estoy completamente de acuerdo con usted.
Nordeste y viene empujando. No aguardemos más. ¡Oficial de guardia, maniobra general! ¡Viraremos por redondo!.
¡¡Corneta!!
El corneta que ha escuchado la orden del comandante, no aguarda más, y larga de sus pulmones, a través de la boquilla, el aire, previsor, ha acumulado mientras escuchaba el corto dialogo desarrollado en el puente. El “Tarariii” de atención ha puesto a la gente en guardia, sus músculos y nervios en la tensión, y la gente ha corrido a sus puestos de maniobra con la velocidad que exigen las circunstancias. Por que “la gente” –término tan marinero- sabe perfectamente qué es lo que se avecina, que es lo que puede pasar, y ha olido la maniobra con la anticipación suficiente para que la “ejecutiva” no se demore ni un segundo.
Es experta la dotación de la corbeta “Nautilus”, sabe, se puede decir, “más que Briján” como lo han sabido las dotaciones de los viejos clippers, de historiales victoriosos o trágicos y lo saben en nuestros días, los hombres de los buques-escuela españoles “Galatea” y “Juan Sebastián Elcano”, que han dejado en la historia de la Marina universal tantas páginas imborrables de alegría y de dolor.
-¡¡Gente al pie de la jarcia!!
Los tres palos de la corbeta acogen a sus hombres con la estática filosofía de las cosas “que son lo que son por cuanto cumplen su misión y su fin”, del principio filosófico; son los hombres que a cada palo han de dar vida, sentido, finalidad, maniobrando en ellos, en sus velas, en su complicada cabullería. al frente de cada palo, sus oficiales respectivos, Alféreces de navío D. Trinidad Matres, D. Guillermo Díaz del Río y D. Pedro Fontenla Maristany…,nombres que un cuarto de siglo después entrarían de lleno en la historia de la Marina moderna.
¡¡Listos para cargar el aparejo!!
Mal asunto. Ningún marino desconoce el viejo refrán. “…A mucho viento, poca vela…” Y como gatos, o como tigres. –mejor que tigres-, la gente de la “Nautilus” sube por las escalas bamboleantes, descalzos, decididos, a una altura inverosímil que parece aumentar con mal tiempo, en la negrura de la noche, bajo el azote del viento, donde unas velas, unas drizas, unas escotas húmedas y tensas aguardan el milagro de ser desatadas al conjuro de ese arte marinero que ideó nudos seguros como el acero y dóciles a la hora de ser desechos…
Tendremos que quedarnos cerrados a la capa.
No habrá otro remedio.
Vamos a preparar gavias bajas y cuchillos.
Enterado mi comandante.
A través del megáfono, siguen rugiendo las órdenes desde el puente. Ya no es posible la viva voz. El tremendo temporal se lleva las palabras sobre la inmensidad, la eternidad marina, negra y desafiante que rodea a os hombres de la corbeta “Nautilus”.
Vamos a virar.
¡¡Listos a virar por avante!!
El oficial de guardia lee el pensamiento de su comandante. Está todo tan previsto, tan medido; está todo tan estudiado por la técnica y la práctica en la conciencia de estos hombres, que el más simple gesto en el mando es interpretado fielmente en el segundo preciso. Aumenta la potencia y velocidad del viento. El barco, sometido a su enorme fuerza, se inclina violentamente, mientras obedece, como a desgana, al giro total al que le obligan los hombres de cubierta para que tome el viento “mura estribor”.
Mi comandante –apunta el oficial de derrota- , el chubasco está a punto.
No le pierdo de vista.
…,y va a ser…, de bigote.
Eso lo vamos a ver enseguida.
Los oficiales y contramaestres, repartidos con la marinería entre los tres palos, dan, a su vez, las instrucciones convenientes a gavieros, juaneteros, cabilleros de cada sitio de maniobra, pues la orden que llega del puente lleva consigo toda una teoría de órdenes, si de menor rango, de necesidad absoluta para dar cumplimiento exacto a la principal.
¡Zafa chafaldetes!
¡Encapilla!
¡Forte virar!
¡Arría escota de la mayor!.
Entremezcladas con otra serie de voces, nada académicas, aunque si muy marineras y necesarias para que la eficacia de la complicada tarea sea eficaz:
¡Barbate!
¡So maláge!
¡¡Zafa de una p…,vez!!
¡Maldita sea tu sangre!
¡Ya voy, don José! ¿no ve usté que no veo ná?
¡Malas puñalás te den!¡Ya te daré yo unas gafas cuando te eche mano!
¡Eh tú, so asaura!
¡Peazo e cacho de trozo!
¡Encapilla escota o te encapillo yo a ti!
¡Pero…,si es que m’he resbalao! ¡Una patá te vi a darque vas a llegar a Vigo antes de tiempo!
¡¡Aojalá!!, ¡Démela usté pronto, que ya está el chubasco aquí!
Y era verdad. Desfogó el chubasco de manera espantosa, impresionante, con potencia de catarata, de tal modo, que empezó llavándose la trinquetilla, desenvergando el velacho y dejando este sobre sus cuatro puños, lo que no era nada bueno, pues de rifarse –romperse- haría que el barco se fuera de orza. Comenzaba a notarse el desequilibrio a bordo, la tendencia del barco a campar por sus respetos o, por mejor decir, por los del propio viento, que empezaba a hacer de él una especie de perrillo faldero, una cosa a su merced.
Rápidamente, el comandante se hizo cargo de la difícil situación , y sus oficiales, que aguardaban anhelantes la esperada orden. Arrebató don José Cervera el megáfono de las manos del oficial de guardia y gritó con toda la fuerza de sus pulmones:
¡¡Cargar gavias bajas!!
¡¡Preparados para dar el triángulo de capa!!
¡Liaño! –al oficial de derrota- ¡Quedémonos con estay de gavia y cangreja en tres puños!
¡Enterado oficial de guardia!
En la complicada maniobra, complicada, difícil y rápida, tomaba parte con sus brazos y con sus almas toda la dotación. El viento, el agua de la fuerte lluvia, la mucha mar, empezaron a producir algunos accidentes. Los grandes balances de la “Nautilus”, que alcanzaban los cuarenta grados; los fuertes golpes de mar que inundaban la cubierta y caían sobre la gente con la potencia de “rocas líquidas”, las salpicaduras de una mar arbolada y empujada por un viento de altísima velocidad, llegaban a los rostros y las manos como cuchillas rotas de afeitar…Todos y cada uno de los muchos motivos que un temporal desatado origina a bordo, causas fueron para justificar la asistencia de cuarenta heridos en la enfermería.
Pese a tener colocados los pasamanos –cabos de protección que se trincan en cubierta para asirse a ellos- los accidentes se sucedieron mientras la corbeta “Nautilus”, hábilmente manejada por sus hombres, aguantaba, aguantaba…
Pero no mejoraba la situación, Había faltado la driza del estay de gavia, que fue arriado, quedando el barco únicamente con la cangreja y el triángulo casados al medio con contraescotas, un aparejo de refuerzo y velacho en sus cuatro puños… Y al cargar la gavia, faltaron los brioles, y los fuertes gualdrapazos (sacudidas) de esta vela, con sus escotines de cadena, rifaron ambas gavias, enredándose sus trozos en la maniobra, en la cabullería…
Esta nueva complicación, la peor de todas, entrañaba un peligro inminente. Estaba comprometida, necesariamente, la estabilidad del barco. Solo restaba hacer una faena, una faena difícil, peligrosa casi imposible, dadas las características del tiempo, los grandes balances de la corbeta, la alta velocidad y potencia del viento. Pero no había otro remedio. Nadie hablaba ya, todo era la espera angustiosa de la orden que habría de llegar del puente, la única orden que, de llevarse a efecto, podría salvar la situación. Y la orden llegó, firme, dura, tajante, taladrando las sombras de la noche, dominando los rugidos del viento y de la mar:
Degollar gavias!
¡Segundo, que suban dos voluntarios!...”
La orden del comandante, capitán de fragata don José Cervera Rojas era de todo punto imprescindible, la decisión que tomaba evitaría que la verga se rindiera, lo que haría peligrar, aún más, la ya peligrosa situación del barco. Pero no hubo necesidad de esperar mucho tiempo. Como un gato –mejor que un gato- o como un tigre- mejor que un tigre- , el cabo de mar Juan Antonio Blanco Paz, gaviero mayor, saltó a la jarcia, cuchillo en mano, cuchillo en boca, cuchillo donde podía ir en tan críticos, más no iba sólo; rozándole los pies descalzos con sus cabezas le siguieron el cabo Francisco Rodríguez Saleta y el marinero Baltasar López Pérez,, dando los tres al mismo tiempo, muestras de un valor nada común, pues tenían que enfrentarse a una maniobra de difícil, casi imposible ejecución, entre la vida y la muerte, tanto por el tiempo infernal desencadenado cuanto por el peligro de una posible gualdrapazo de la vela que podía matarles al instante, tirarles sobre cubierta, arrojarles al mar.
¡Vamos ya!
¡A por ella!
¡Que es nuestra!
¡Alegría y valor de los veinte años! Es necesario haber presenciado temporales de este tipo en un buque de vela – donde, quizá por nuevas técnicas, no hubo necesidad de llegar a tal extremo- para darse una idea cabal de lo que hacían Blanco Paz, Rodríguez Saleta y López Pérez.
Antonio Blanco Paz, Francisco Rodríguez Saleta y Baltasar López Pérez, se habían entregado íntegramente a la mar, y lo demostraban ahora ahora, sobre el escenario –en puerto vistoso, en la mar alucinante- de un buque escuela de Guardia Marinas, orgullo de la Armada española.
A estos tres hombres seguirían en circunstancias muy parecidas, los contramaestres don Francisco Navarrete Ceniza, don Santos Díaz, don José Rodríguez Seoane, el marinero Cruz Charcartegui –premiado el primero con la Cruz Laureada de San Fernando- modestos y honrados hombres de mar que, además de su valor, pusieron de manifiesto el dominio de su profesión y demostraron saber, y a conciencia, que “a navío desarbolado todos los vientos le son contrarios” que: “a mastelero roto, amárrese el timonel”, que “en noche cerrada, más vale vela aferrada”. Y tantos dichos más que son auténticos postulados, sin discusión ni demostración por claros y evidentes.
¡Ay!
¿Qué le pasa al señorito? ¿Se ha lastimado los dedos?.
¡Demonio!¡Me he cortado con el cuchillo!.
Era verdad.El cabo Blanco Paz acababa de herirse, pero eso no importaba; palo arriba, verga afuera, en busca de las gavias, cara a cara con los gualdrapazos que podían acabar con ellos; pero había tiempo de todo, hasta de reir, de bromear de casarse otra vez con la muerte, como auténticos legionarios de la mar.
¡Bueno hombre, que no es para tanto!.
¡Como se menea esto compadre! ¡Más que un tio-vivo!
¡A ver si os dejais de tanta cháchara!,
¡Agarrarse bien! –gritó desde abajo uno de los oficiales-.
Parecía imposible que, jugándose la vida en la inseguridad de las vergas, los rápidos y largos balances y los tremendos golpes que recibían aquellos valientes, tuviesen ánimos para tomar la maniobra como un juego de niños.
¡Con lo bien que estaría yo ahora en las Canteras de Puerto Real!
¡Aguanta ahí!.
¡Ya lo hago1 ¿Qué te crees? ¿Qué estoy jugando al trompo?.
¡Cerrad el pico y acabad de una vez!.
¡Ya vamos don Miguel! ¡Está casi listo!
¡Es que este idiota!.
Testigos del hecho toda una dotación de la corbeta “Nautilus”, dotación fuerte, sufrida, experimentada, harta de sufrir duros tiempos, a saber lo que es una mar en calma, picada, de fondo, tendida, arbolada, montañesa. Testigos, unos oficiales de excepción que supieron valorar, en su justa medida, el corazón y el temple de estos hombres, salvadores del buque y de su abnegada dotación aquel 23 de diciembre de 1913, logrando, con su hazaña, que, pese a estar casi desarbolados, con los botes de crujía destrincados, a punto el aparejo de respeto para envergarle en sustitución del que llevaba el barco, malparados por un temporal que ha hecho época en nuestra Marina, restablecer el equilibrio a bordo y que la “Nautilus” siguiera portándose tan bien como tenía por costumbre.
A las ocho de la tarde se había restablecido el servicio de mar, con los oficiales divididos en tres grupos para que siempre hubiese dos de guardia, y, asimismo, los contramaestres. Todo el día 24 quedó el barco “a la capa”, continuando los balances de cuarenta grados, y así toda la noche –Nochebuena- , que empezó a correrse el tiempo…”
Fuentes:
(10). “Vísperas de Nochebuena de 1913”, “España en sus héroes” “Cuatro laureados en la Nautilus”, Madrid, 1969.
¡Un cordial saludo!
Hannes Hunger.