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 Tercios: la forja de la leyenda. 
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Capitán de Navío
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Nuevo mensaje Tercios: la forja de la leyenda.
Introducción al Tema.

Tenemos una gran deuda histórica con unos excelentes hombres y soldados que llevaron con orgullo la soberanía española en diversas y lejanas tierras, defendiendo con orgullo y determinación sus banderas y el honor, el suyo y el de esa patria tan ingrata que no sólo les pagaba tarde y mal, sino que les condenó al olvido e incluso al insulto de una falsa leyenda negra que, ¡paradojas de la vida!, han tenido que ser precisamente autores extranjeros, de todas aquellas naciones que fueron en su momento sus enemigos, quienes se han encargado de rehabilitarles con la historia y hacerles la justicia de un reconocimiento por sus muchos méritos y hazañas, que aquí, en su propio país, les fue siempre negado.


El proceso de la creación de los Tercios. Comienza la historia.

A. La unión de Isabel y Fernando, y el comienzo de una nación unida y moderna.

A finales del siglo XV había en Europa dos ejércitos bien entrenados y capacitados, el suizo y el castellano-aragonés. Los suizos lo eran por haberse puesto militarmente, desde hacía ya un tiempo, a disposición de otros reinos europeos a cambio de una paga; su actuación como ejército mercenario había logrado el respeto y admiración de toda Europa, y su nivel de capacitación había logrado tales cotas que se le consideraba un ejército innovador, moderno e imbatible en el campo de batalla.

El ejército de Isabel y Fernando era ciertamente casi un desconocido más allá de los Pirineos, pero sus luchas contra los árabes hasta lograr su total derrota, a fines del siglo XV, además de las luchas internas que durante dicho siglo tuvieron lugar, principalmente durante su segunda mitad, y que habían protagonizado la vida de Castilla y Aragón, primero con una guerra entre ambos reinos, y posteriormente con la guerra civil sucesoria en Castilla entre los partidarios de Isabel, la hermana del rey, y de Juana “La Beltraneja”, supuesta hija del rey y llamada así en “honor” a su probable padre verdadero, habían logrado desarrollar un poderoso y adiestrado ejército, muy ducho en el arte de la guerra, con fuerte determinación y brioso carácter, y con un gran espíritu lucha y confianza en la victoria.

Fueron hombres y soldados que sorprendieron y maravillaron a toda Europa, ganándose el respeto y admiración que les fueron esquivos en su propia tierra.

Fueron los Tercios Viejos, el mejor ejército de su época, aquél que sirvió para que se sustentase todo un imperio como nunca lo ha habido, aquél que llevó a España al mayor esplendor de toda su historia, y a una presencia e influencia tales que alcanzaron cotas jamás alcanzadas ni antes ni después, aquél que modificó el arte de la guerra logrando el paso dado con todo acierto de una forma de combatir medieval a otra moderna, que sirve incluso de base para los ejércitos actuales, cinco siglos después.

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Comandante del navío: Nuestra Señora de Begoña R. O. del 6 de abril de 2010.

Nuestra mayor gloria no está en no caer nunca, sino en levantarnos cada vez que caemos (Confucio).

No preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregunta lo que tú puedes hacer por tu país (John F. Kennedy).

Si llegas a saber que mi navío ha sido hecho prisionero, di que he muerto (Brigadier Cosme Damián Churruca y Elorza).


28 Mar 2010 12:29
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Nuevo mensaje Re: Tercios: la forja de la leyenda.
Fueron tres los personajes que lograron que tal proceso tuviera lugar, tres personajes que ejercieron una profunda influencia en la historia de España, personajes que en el fondo son grandes desconocidos para todos nosotros.

Dichos personajes fueron el rey Fernando el Católico, el Cardenal Cisneros y el Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, sobre todo este último.

El rey Fernando fue, junto a su esposa la reina Isabel, el muñidor de la unidad de España, lograda a pesar de los intereses y del esfuerzo en contra de muchos.

Ambos reyes consortes vieron con inusitada antelación la formación de una nueva nación a partir de lo mucho bueno que ambos tenían en sus respectivos reinos.

Una nación que pronto se haría un importante lugar no sólo en Europa sino, tal como sus descendientes pronto demostraron, un importante lugar en el mundo.

Pronto se dieron cuenta que, efectivamente, el mundo estaba sufriendo un significativo cambio, y que se estaba asistiendo al paso de una edad a otra, abandonando la edad media y entrando en otra era más moderna, afectando a múltiples facetas de la vida, la económica, la sociedad, la política, la educativa, la religiosa y, como no, la militar.

El primer paso que tuvieron forzosamente que dar fue la consolidación de Isabel como reina de Castilla, para lo que tuvo que producirse una guerra civil con los castellanos divididos en dos bandos, el que apoyaba a Isabel como heredera legítima al trono de su hermano y el que apoyaba a Juana, la hija sobre cuya paternidad se habían sembrado innumerables dudas.

El partido de Isabel era apoyado por los aragoneses, y el de Juana por los portugueses, ambos debidos a sus respectivos maridos.

La batalla de Toro decide la contienda a favor del partido de Isabel, aunque hubo un momento de peligro cierto cuando tropas francesas enviadas por su rey Luis XI, que ve una excelente oportunidad para poder desembarazarse así de parte de la presión que los aragoneses empiezan a hacerle sentir en Italia, intentan entrar en la península a través de Fuenterrabía, pero son detenidos en seco por un País Vasco que casi desde el principio se había puesto del lado de Isabel y Fernando, apoyando firmemente su causa.

Terminada la contienda civil, pronto los esposos establecen un pacto definitivo entre ambos, aunque ya habían empezado a elaborarlo años antes, mediante el cual sientan la absoluta igualdad entre ambos, y por tanto, entre sus reinos.

Se estaba dando así el primer paso firme y serio para lograr la unidad de este país.

Y el medio del que se valieron fue la consolidación del poder monárquico y la puesta en marcha de diversas medidas tales como la creación de un Consejo Real, la regulación de la Real Hacienda, la creación de la Santa Hermandad, la incorporación de los Maestrazgos de las Órdenes Militares a la corona, la organización de la Inquisición otorgándole un carácter más político y no tan religioso, y diversas medidas para solucionar el problema del campesinado en las diversas tierras de sus respectivos reinos, tanto en lo económico como en lo relativo a su seguridad, así como otras dirigidas a asegurar el orden interno de ambos reinos, principalmente el castellano, llamando al orden a la nobleza y subordinándola, sin género alguno de duda, al poder real.

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28 Mar 2010 12:31
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Nuevo mensaje Re: Tercios: la forja de la leyenda.
Se dio un fortísimo impulso al desarrollo económico de ambos reinos, y se sanearon las finanzas.

Se dotó a la sociedad de la época de un espíritu de nación como no se había sentido hasta entonces, y prueba de ello es que algunos de los personajes influyentes que habían luchado en el bando de Juana, enemigos declarados en el campo de batalla, se les había otorgado confianza, poder y puestos de responsabilidad en el gobierno de los reales esposos.

Se trataba de construir un estado moderno, y allí tenían cabida todos aquellos que estaban dispuestos a luchar, en buena lid, por ello.

Isabel y Fernando vieron entonces llegado el momento de atacar el reino de Granada, el último bastión musulmán que quedaba en la península.

Con ello intentaban lograr varios objetivos: en primer lugar, que el concepto de unidad de nación coincidiera en el sentimiento general de la gente y en lo geográfico; en segundo lugar, dar un objetivo de lucha común a todos, castellanos y aragoneses, castellanos que habían militado en el partido de Isabel y los que lo habían hecho en el bando de Juana; en tercer lugar, la puesta en marcha de una nueva cruzada, la última de la historia, con la derrota del infiel en territorio que fue anteriormente cristiano; en cuarto lugar, la anexión de unos territorios ricos y con buena costa, lo que no haría sino incrementar la riqueza de las arcas del estado y la presencia y la influencia castellano-aragonesa en el Mediterráneo; en quinto lugar, la unidad religiosa en toda la península, completada con la expulsión de los judíos (lo que trajo asimismo como otra consecuencia un mejor saneamiento de las arcas del estado); y en sexto lugar, adiestrar y optimizar aún más el formidable ejército que se iba formando, capacitándolo para futuras tareas, sobre las que los reales esposos, y sobre todo Fernando, ya estaban pensando y diseñando.

La verdad era que, realmente, las tareas de reconquista de los últimos años, las pocas que se habían realizado, habían sido obra de nobles de frontera andaluces, principalmente, relegando al olvido aquellas metas y objetivos de lucha hasta el final contra el infiel, hasta echarle por completo de la tierra hispana.

No podía olvidarse que la lucha contra los musulmanes había tenido mucho que ver con la fundación y consolidación de ambos reinos, el de Castilla y el de Aragón.

Por ello pensaban los reales esposos que había que volver a los objetivos fundacionales de ambas coronas y proclamar de nuevo la guerra contra el Islam, hasta hacer desaparecer su presencia en el territorio de la península ibérica.

Así las cosas, el reino musulmán de Granada cayó tras diez años de luchas, terminado con una presencia en tierras españolas que había durado setecientos ochenta años, casi ocho siglos.

Con ello lograron otro hito histórico, dar por finalizada la Reconquista de los territorios de la península que habían sido ocupados por los musulmanes.

La unidad física, geográfica, de las tierras de España había sido por fin consumada.

Ese mismo año, y como prueba del verdadero talante moderno, innovador, de estos reyes, la corona da el visto bueno a la empresa de Cristóbal Colón de inaugurar una nueva vía marítima hacia las ricas tierras del extremo oriente, un proyecto vanguardista y de enorme riesgo.

Pero los reyes creen en él y depositan sus esperanzas sabedores de que un éxito en el mismo iba a proporcionarles una sólida base para sustentar el crecimiento y desarrollo del nuevo estado moderno que estaban alumbrando.

Los reyes se habían repartido las tareas de gobierno que, en líneas generales, hacía que uno de ellos, Isabel preferentemente, se hiciese cargo de las políticas internas, y el otro, sobre todo Fernando, fuera el responsable de las políticas externas.

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28 Mar 2010 12:33
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Nuevo mensaje Re: Tercios: la forja de la leyenda.
Ateniéndose a ello, Fernando creyó llegado el momento de dedicar su atención al mediterráneo, principalmente a Italia, a lo que sentía una enorme deuda sobre todo dado su carácter de rey de Aragón, país que desde hacía mucho tiempo tenía enormes intereses depositados en dicho mar y en dichas tierras.


B. Política de expansión mediterránea de la corona de Aragón a finales del siglo XV.


La política de expansión y consolidación mediterránea de Fernando El Católico comenzó en el norte de África tomando en primer lugar la plaza fuerte de Melilla (1.497), a la que siguieron años después la de Mers El Kebir (1.505) y de Orán (1.509), y consolidando los protectorados de Bugía, Trípoli y Argel, todo ello a costa de triunfos sobre el imperio Turco, señor hasta entonces de aquella parte del Mediterráneo, y alcanzó acuerdos con la corona portuguesa, que en esos momentos controlaba Ceuta y Tánger.

En gran parte de tales empresas contó con la inestimable colaboración del Cardenal Cisneros.

Consolidada esta posición, la mirada de Fernando se dirigió a Italia, donde desde hacía ya años controlaba los territorios de Cerdeña y Sicilia, aunque la primera a costa de grandes sacrificios y esfuerzos. Había alcanzado anteriormente un acuerdo (el tratado de Barcelona, firmado en el año 1.493) con la corona francesa mediante el cual ésta podría actuar a su conveniencia en el norte de Italia, territorios en los que no estaba interesado el Rey Católico, a cambio de la devolución a la corona aragonesa del Rosillón y una gran parte de la Cerdeña, perdidos ambos por el padre de Fernando unos años antes.

Sin embargo el rey francés, Carlos VIII, vio llegada una gran oportunidad para recuperar un territorio, el de Nápoles, que había pertenecido anteriormente a la casa de Anjou, desde el siglo XIII hasta que Alfonso V, tío de Fernando El Católico, lo había conquistado en nombre de la corona de Aragón en el año 1.422.

El rey Carlos buscaba la consolidación de la presencia e influencia francesa en esta parte noroccidental del mar Mediterráneo, convirtiéndolo en un mar francés. Para ello era perentorio ultimar la conquista de Nápoles, lo que a su vez no haría sino devolver a la corona francesa lo que durante muchos años fue suyo.

Por ello, Carlos VIII dio comienzo en 1.494 a la reconquista de Nápoles enviando hacia allí a un poderoso ejército invasor que contaba con significativos contingentes de mercenarios suizos y alemanes, en esos momentos considerados los mejores soldados de Europa.

El rey francés había visto una gran oportunidad para volver a recuperar lo que en un tiempo fue suyo, debido a que acababa de fallecer el rey de Nápoles Fernando I, hijo natural de Alfonso V de Aragón, y por tanto primo de Fernando El Católico, a quien le sucedía su hijo Alfonso II, un rey que no contaba con las simpatías de sus súbditos napolitanos.

Carlos VIII supo ver también la oportunidad que con el distanciamiento que existía entre Alfonso II de Nápoles y otras casas nobles y ciudades-estado italianas, se le presentaba.

Así, ante la indiferencia o debilidad de algunas (Florencia y Venecia), y el apoyo más o menos manifiesto de otras (Milán, Génova, la casa de Ferrara, la casa de Colonna, la casa de Orsini).

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28 Mar 2010 12:35
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Nuevo mensaje Re: Tercios: la forja de la leyenda.
Carlos VIII paseó su poderoso ejército de manera triunfal por buena parte de la mitad norte de la península italiana, recibiendo honores y aclamaciones en una gran cantidad de ciudades.

De hecho, en muchas de éstas fue vitoreado como libertador y señor natural. Turín, Milán, Florencia y Roma le agasajaron especialmente, e incluso el Papa Alejandro VI (el valenciano Rodrigo Borja, el patriarca fundador de la dinastía de los Borgia) tuvo que buscar refugio en el castillo de Sant’Angelo, además de ceder al rey Carlos VIII cuantos medios y recursos éste le exigió para culminar con éxito su invasión.

La amenaza era de tal calibre que en Castilla y Aragón se temió por la propia Sicilia, por lo que se vieron obligados a enviar de inmediato una escuadra para reforzar las defensas de la isla. Mientras, las tropas de Nápoles habían sido ya derrotadas por las del rey francés a orillas del río Garellano, en la batalla de San Germano, en la frontera del reino de Nápoles.

La corte napolitana huyó entonces a refugiarse a Sicilia, implorando la protección de los Reyes Católicos a cambio de ceder a éstos el control de la región de Calabria.

Al mismo tiempo, el rey francés hacía su entrada en la ciudad de Nápoles en febrero de 1.495, procediendo inmediatamente a ocupar todo el reino, a la vez que manifestaba sus deseos de verse coronado emperador, lo que logró poco después, en mayo de dicho año.

Ante esto el rey Fernando, que en modo alguno había estado ocioso ni había perdido el tiempo, había terminado de culminar ese mismo año (1.495) la Santa Liga, a la que, gracias a unas excelentes dotes diplomáticas de las que siempre disfrutó (uno de sus cuatro pilares básicos, junto a su excelente visión anticipatorio de las cosas, el saber elegir y rodearse de excelentes colaboradores, y su matrimonio de una gran oportunidad política con Isabel), supo atraerse a aliados tales como el emperador Maximiliano, el Vaticano (el Papa Alejandro VI), y diversas ciudades-estado italianas, tales como Milán y Venecia, aquélla arrepentida de haberse puesto inicialmente del lado francés, y ésta saliendo por fin de su indiferencia e inactividad.

Para ello se había sabido rodear de personajes excelentes e irrepetibles que habían elevado a la diplomacia española a unas cotas jamás alcanzadas.

Fueron, entre otros, Antonio de Fonseca, Garcilaso de la Vega, Pedro de Ayala, Juan de Deza, Juan de Albión, Lorenzo Suárez de Mendoza y Figueroa, Rodrigo de Puebla, Francisco de Rojas, y otros muchos que lograron atraerse a la causa de Castilla y Aragón a aliados poderosos y estables, que contribuyeron de manera significativa y definitiva a establecer y consolidar el poderío español que se avecinaba y que culminaría en el establecimiento del imperio español.

Lo que estaba en juego, por tanto, importaba y mucho al rey católico.

En definitiva, más que luchar sólo por un pedazo de tierra italiana, rica y floreciente, que también se luchaba por ella, el objetivo principal de la contienda era ejercer el control sobre el Mediterráneo.

Para Fernando suponía incluso más que para el rey francés, ya que bajo el dominio castellano-aragonés se encontraba también buena parte del norte de África, con lo que para la corona francesa era controlar la parte noroccidental de mar, para Fernando era controlar toda la parte occidental del mismo, incluyendo el paso del estrecho de Gibraltar y el paso entre Sicilia y África, con lo que la influencia francesa quedaría reducida a un escasa presencia.

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28 Mar 2010 12:36
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Nuevo mensaje Re: Tercios: la forja de la leyenda.
La corona de Castilla y Aragón poseería buena parte de la actual costa francesa, toda la actual costa española, las islas Baleares, Cerdeña y Sicilia, buena parte de la costa norte africana, y una gran parte de la costa occidental italiana.

Podría afirmarse que estaríamos ante un verdadero lago español, que controlaría además el paso desde y hacia el atlántico.

Por ello era vital para el rey católico controlar Nápoles, y evitar que estuviese en otras manos que no fuesen españolas.

Para ello, y desde el punto de vista militar, el rey Fernando supo dar otro importante y acertado paso.

Envió un ejército al mando de Gonzalo Fernández de Córdoba, quien precisamente por su comportamiento y resultados que en la campaña que se avecinaba iba a alcanzar, sería llamado “El Gran Capitán”.




C. La Primera Campaña en Italia del Gran Capitán. El comienzo del cambio. Seminara.


Cuando se hizo pública la creación de la Santa Liga, Carlos VIII comprendió el peligro que le acechaba de poder quedarse encerrado en Italia, por lo que tomó la decisión de volver a Francia, no sin antes dejar un poderoso ejército de ocupación en Nápoles al mando de uno de sus más capacitados generales, el Duque de Montpensier, Gilbert de Borbón, apoyado por un excelente contingente de 6.000 soldados suizos, la mejor tropa que existía en aquellos tiempos, una excelente artillería y una soberbia caballería, los tres ejes de la columna vertebral del ejército francés y clave de su táctica que tantos triunfos le había proporcionado hasta la fecha.

Asimismo dispuso el rey francés que una poderosa escuadra abasteciese de armas, víveres y otros pertrechos a dicho ejército.

Una vez dispuesto todo esto, Carlos VIII comenzó su retirada hacia Francia, topándose en el camino con un ejército mixto formado por tropas de Milán y de Venecia, al mando del Marqués de Mantua y del Conde Caiazo.

Ambos ejércitos se encontraron (6 de Julio de 1.495) en Fornovo, siendo la jornada favorable al rey francés que pudo así regresar a su país.

Mientras, las tropas castellano-aragonesas, con el apoyo de marinos vascos, al mando del Gonzalo Fernández de Córdoba habían desembarcado en Calabria, donde se les unieron sendos contingentes napolitanos y calabreses.

Asimismo se les unió una tropa tudesca al mando del Marques de Pescara, quien a partir de ese momento sería un fiel y extraordinario vasallo de la corona castellano-aragonesa, y que alcanzaría un protagonismo esencial para los intereses de España tanto en tierras italianas como flamencas.

Gran parte del poder e influencia española, y de la formación y consolidación del imperio español, se deben a este personaje.

Todas estas tropas al mando del Gran Capitán se encuentran (21 de Junio de 1.495) con las francesas al mando del Señor de Aubigni en Seminara.

El grueso del ejército francés lo componían, como siempre, cuadros disciplinados y adiestrados de piqueros suizos y una excelente caballería, los pilares sobre los que se basaba su táctica de combate.

El ejército de Don Gonzalo lo formaban cuadros de infantería española y caballería ligera, así como los contingentes napolitanos y calabreses.

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28 Mar 2010 12:38
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Nuevo mensaje Re: Tercios: la forja de la leyenda.
Al poco de iniciada la batalla, y tras una carga de la caballería española y su retirada táctica para reagruparse y atacar de nuevo, las tropas napolitanas y calabresas huyen del campo de batalla, no sabiendo interpretar adecuadamente la táctica española que tantos éxitos les había proporcionado ante los musulmanes en la península.

Los franceses atacaron en campo abierto a los contingentes italianos, haciendo entre ellos una verdadera escabechina. Mientras, la infantería y la caballería españolas, en perfecta formación, iniciaron su retirada bajo el mando del Gran Capitán, hasta llegar a los muros de Seminara, donde lograron encontrar seguro refugio.

Esta derrota, la única con la que cuenta Gonzalo Fernández de Córdoba, tuvo una importancia capital, a la postre, en la formación y en la táctica de combate de los Tercios Viejos.

De hecho, el Gran Capitán tuvo motivos serios de reflexión, ya que identificó varios puntos débiles de gran significado.

El primero de ellos era que los contingentes de tropas aliadas debían actuar bajo mando español, estando por tanto al servicio de su plan estratégico; el segundo, que dichas tropas debían conocer y estar familiarizadas con las tácticas de combate de las tropas españolas; el tercero, que la clave de la táctica española debía residir en cuadros españoles fundamentalmente; y el cuarto, que en la actualidad, los cuadros españoles, formados por infantería y caballería ligera, tal como estaban concebidos, no tenían la potencia suficiente como para detener y derrotar a la poderosa infantería pesada francesa, integrada sobre todo por tropas mercenarias suizas y alemanas.

Pero el Gran Capitán se dio cuenta de más cosas. Así pudo ver que la táctica francesa se apoyaba principalmente en su caballería, a la que se hacía ser el centro vital de la misma, y sobre la que gravitaba todo el resto del ejército francés.

Era una táctica que, a un hombre como él, que representaba los valores y espíritu del renacimiento, se le antojaba propio de la edad media, y por tanto desfasado ante los nuevos tiempos modernos que estaban haciendo acto de presencia.

Don Gonzalo fue consciente de que sus tropas de infantería y caballería ligera, que tan útiles se habían mostrado en las luchas contra los árabes en suelo hispano, poco podían hacer contra los suizos, dado que no contaban con potencia suficiente.

Necesitaba tiempo para reflexionar sobre todo ello, y por tanto dispuso una retirada estratégica de su ejército durante un tiempo, para lo cual buscó refugio en Reggio, en el corazón de la región calabresa.

Allí, alejado de la presión, y con tiempo por delante, repasó las características y las circunstancias que habían rodeado las batallas hasta entonces.

Quizás todo empezó en la batalla de Crécy, en el año 1.346, cuando un ejército inglés de cerca de 10.000 hombres, formado principalmente por muchos arqueros y por menos caballeros, logró derrotar por completo a un poderoso ejército francés, de cerca de 40.000 hombres, compuesto principalmente por caballeros, apoyados por una ligera fuerza de infantería y de ballesteros genoveses mercenarios.

Dicha batalla supuso el fin de toda consideración de invencibilidad que hasta entonces había disfrutado sobre el campo de batalla, y durante toda la Edad Media, la caballería pesada.

Hasta ese momento, esta tropa era, no sólo quien había protagonizado principalmente las batallas, siendo el verdadero eje central sobre el que éstas giraban y se decidían, sino quien había demostrado ser el factor decisivo a la hora de alzarse con la victoria sobre el enemigo.

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28 Mar 2010 12:41
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A partir de Crécy se supo ya cualquier tropa de infantería, adiestrada y decidida, actuando con fuerte determinación y coordinadamente, y estando bien dirigida, podría alzarse con la victoria.

En el caso de Crécy fueron los arqueros, una tropa que hasta entonces había desempeñado funciones meramente auxiliares y de apoyo a otras tropas con mayor protagonismo.

De hecho, esta batalla demostró como un contingente de arqueros bien entrenado era capaz de lanzar seis proyectiles sobre el enemigo en un minuto, por lo que una fuerza de 10.000 arqueros, con buen adiestramiento, era capaz de disparar y de hacer llegar a cualquier tropa enemiga que se le acercase hasta 60.000 flechas en el escaso espacio de un minuto.

Por ello su papel fue adquiriendo mayor importancia en batallas sucesivas.

Hablan los caballeros de la época, en diversas crónicas de aquellos tiempos, de verdaderas nubes de flechas dirigidas hacia ellos que oscurecían el cielo, de sentir un miedo cerval y de cómo se ocultaba el sol aunque el día fuera claro y radiante.

Aunque en lo que hacían más énfasis, y lo recordaban con verdadero horror, era el ruido que los proyectiles hacían al acercarse, ese silbido tan característico que emitían las nubes de flechas que iban dirigidas contra ellos, un silbido anunciador, mensajero, de la muerte.

La táctica tuvo por tanto que acomodarse a las nuevas características de la batalla. Primero, no todos los países disponían de tan excelentes arqueros como los ingleses.

Aunque lo que sí había quedado suficientemente demostrado era la vulnerabilidad de la caballería pesada, sus posibilidades de poder ser derrotada por una fuerza de infantería, aparentemente más débil.

Había ya llegado el momento para la sustitución del papel protagonista y decisivo en el campo de batalla que había disfrutado la caballería pesada hasta entonces.

Definitivamente, ya no iba a seguir siendo la tropa que iba a decidir el signo de la batalla.

Había dos caminos para seguir.

Por un lado el empleo de contingentes de arqueros, aunque éstos necesitaban de una buena protección para hacer su trabajo con seguridad.

Para ello estas tropas necesitaban no sólo de estacas que clavaban en tierra para protegerse de los ataques de la caballería, como hasta entonces habían hecho, sino de algo más, de tropas de infantería que les dieran suficiente cobertura defensiva, o bien tropas de caballería con cometidos asimismo defensivos.

Había otro camino.

Contingentes de tropas de infantería que fueran capaces de hacer frente con éxito a los ataques de la caballería pesada, sin necesidad de emplear arqueros.

Hubo dos pueblos que desarrollaron tal arte defensivo, ambos poblados de montañas en los que desde siempre tuvo mayor importancia el ejercito de a pie que la caballería. Fueron los suizos y los escoceses.

Ambos se inspiraron en las falanges macedonias para depurar su táctica de combate, y así surgieron los piqueros, los soldados armados de picas, lanzas temibles de extraordinaria madera, rematadas en puntas muy eficaces y mortíferas.

Su táctica era sencilla y terriblemente eficaz a un tiempo. Se disponían en cuadro, al estilo de la falange, con las primeras líneas armadas de picas, y las líneas centrales llenas de arqueros y ballesteros.

Las líneas de piqueros dirigían sus picas hacia el enemigo, siendo capaces con ello de detener el ataque de una poderosa carga de caballería, así como de parar en seco el ataque de una adiestrada infantería.

Y en un momento determinado, hacían su aparición los arqueros y ballesteros desde el interior de las líneas de piqueros para atacar a conciencia a las tropas detenidas por las picas, o bien empezaban a actuar los alabarderos, que con sus temibles armas hacían verdaderas escabechinas entre las líneas enemigas.

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28 Mar 2010 12:43
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Pero no se quedaba ahí la táctica suiza.

Dichos cuadros eran capaces de maniobrar de una manera cohesionada, y en cualquier dirección, de manera coordinada incluso con otros cuadros adyacentes, dotándose de un altísimo grado de movilidad, lo que les hacía prácticamente imbatibles.

Los suizos disponían además de otra gran ventaja sobre los escoceses y otras tropas, una férrea disciplina, lo que les convertía en esos momentos en el mejor ejército del mundo.

Don Gonzalo repasó el primer cambio hacia un ejército moderno, paso dado por Carlos VII de Francia, cuando en 1.439 creó las Compañías Reales de Ordenanza, compuestas por tropas de caballería y de soldados de infantería, pero éstos con responsabilidades muy superiores a las que habían estado ceñidos durante varios siglos, de cobertura de la caballería, asedios, esquilmado de villas y tierras, etc.

Además, el monarca francés ideó el pago de estas tropas a través de los impuestos, dotándoles de pagas regulares, periódicas. Carlos VII dotó a tales Compañías de una dotación fija de hombres, y de una dotación propia de armas y armaduras.

Pero los ejércitos seguían padeciendo de determinados males. Uno de ellos era la logística, esto es, la provisión de medicinas y alimentos, y la reposición de armamento.

Hasta entonces, por ejemplo, la comida de la que se abastecía habitualmente un ejército era de las tierras que ocupaba o las que atravesaba.

Los campesinos ciertamente no distinguían entre un ejército enemigo y el ejército propio, tal era el destrozo que ambos ocasionaban, sin miramiento ni cuidado algunos, hasta el agotamiento total de alimentos y forraje de la zona.

Existía también un importante problema sanitario y de salud pública.

El agua era un bien ciertamente muy escaso, agravándose la situación debido a las aguas residuales que producían en gran volumen los hombres y animales pertenecientes a un ejército concentrado.

La aparición de enfermedades tales como la disentería, la peste, etc. (la sífilis todavía no había llegado desde las Américas), diezmaba en muchas ocasiones a las tropas mucho más que las propias batallas.

Y en no pocas ocasiones era un factor decisivo para el signo de éstas.

Otro grave problema de aquel entonces, y que la mayoría de la gente no sabía ver, era la dificultad existente en la jerarquía de mando de los ejércitos, donde no había autoridad delegada correspondiente a una cadena de mando establecida.

No había una línea de mando piramidal clara, y lo que sí había eran graves defectos de indisciplina, provocados casi siempre por nobles con gran poder y gran capacidad para aportar dinero, hombres y armas, pero que no estaban sujetos ni a la disciplina ni a la autoridad, y mucho menos si no se encontraba presente el Rey.

Todo ello a su vez agravaba la transmisión de las órdenes y la fijación de objetivos tácticos, lo que complicaba acciones coordinadas eficaces durante las batallas.

De hecho, no existía el concepto de planificación de las maniobras a ejecutar durante la batalla, o como previsión de futuras acciones o reacciones del enemigo.

El poco apoyo del que disponían los mandos (el concepto de “estado mayor” estaba todavía muy verde) no hacía sino complicar el escenario descrito.

Todo ello daba mucho qué pensar al Gran Capitán.

La cosa se complicaba ya que quien tenía precisamente enfrente eran tropas suizas, quienes precisamente ya habían comenzado a modernizar el arte de la guerra, solucionando buena parte de los problemas analizados por Don Gonzalo.

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Nuevo mensaje Re: Tercios: la forja de la leyenda.
Éste pronto comprendió enseguida que la fortaleza de los suizos era a la vez su gran debilidad, como tantas veces pasa.

Así, el que formasen en cuadros tan apretados y densos facilitaba el ataque con artillería, la cual empleando fuego graneado podría producir una alta devastación y gran mortalidad.

El que además fuese una tropa tan disciplinada, entrenada para resistir impertérrita cualquier ataque enemigo, por poderoso que fuera, facilitaba aún más su propia destrucción al no abandonar fácilmente el campo de batalla.

Todo dependía, reflexionaba Don Gonzalo, de concentrar un fuerte poder destructor artillero.

Sin embargo en esos momentos todavía no disponía del mismo. Por tanto tuvo que echar mano de lo que contaba en aquel entonces, de sus tropas ligeras.

Y aprovechando la debilidad de éstas, la convirtió en su gran fortaleza.

Así dispuso a estas tropas, llamadas rodeleros, para que al amparo de los piqueros de las tropas del Gran Capitán, y cuando éstos estuviesen trabados con los piqueros suizos, aprovechándose de su agilidad como tropa ligera, se acercasen por debajo de las picas a las tropas suizas, y allí, espada en mano, herir con saña a cuanto suizo se les pusiera por delante.

Don Gonzalo entrenó en esta táctica a sus tropas y no fue hasta que estuvo seguro de ellas cuando se dispuso a dar la batalla de nuevo al ejército francés, batalla que tuvo lugar con la toma de Atella, ciudad que llevaba ya un tiempo asediada por las tropas españolas y sus aliados italianos, pero que estaba muy bien defendida por Montpensier y D’Allegre, y sus aliados italianos, suizos y gascones, quienes habían creado un fornido cinturón de seguridad en torno a la ciudad.

Don Gonzalo dotó además de un fuerte estado mayor a sus capitanías, conocedor de su gran importancia, y dado que era algo en lo que creía firmemente desde sus tiempos mozos de ayudante del Príncipe Alfonso.

¡Cuántas veces, numerosísimas, había tenido que hacer él labores de estado mayor, siendo testigo directo de la importancia tan vital para decantar el resultado de la refriega!

Otra cosa que siempre distinguió al Gran Capitán fue su asombrosa capacidad para detectar rápidamente los puntos débiles y los aspectos más críticos de sus enemigos.

Quizás fuera por los encargos que durante la guerra de Granada le fueron encargados, sobre todo referentes a espionaje e información sobre el enemigo.

Por tanto, rápidamente supo ver dónde estaba el verdadero talón de Aquiles del ejército francés: en unos molinos que, fuera del perímetro de la ciudad, abastecían a ésta de harina y agua, y que estaban fuertemente defendidos por tropas suizas y gasconas.

Y hacia allí se encaminó, el 1 de Julio de 1.496, con un ejército entrenado, disciplinado, provisto de cuatro capitanías de infantería desplegadas en profundidad, situándose los piqueros como núcleo central del ataque español, los rodeleros por delante en primera línea, bien cubiertos por los piqueros, con algunos arcabuceros entremezclados, y con la caballería ligera entre este ataque y la ciudad, previendo una posible salida de ayuda de las tropas que estaban acantonadas dentro de Atella, y con funciones a la vez de reserva táctica.

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28 Mar 2010 12:47
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Nuevo mensaje Re: Tercios: la forja de la leyenda.
Don Gonzalo ordenó un ataque frontal, y hacia allí se dirigieron las tropas españolas con fuerte determinación y con movimientos coordinados y flexibles, fruto de su gran entrenamiento.

Otro de los aspectos fundamentales de las tropas del Gran Capitán era su fuerte espíritu de cuerpo, su gran moral de combate y de victoria, que les hacía marchar con firme determinación hacia el enemigo, sin vacilación alguna, en busca de la victoria.

Esto se veía magnificado por un clamoroso silencio que mantenían las tropas españolas en su ataque que, según dicen, provocaba mucho más temor que los gritos y ruidos que usualmente se daban.

La batalla dio comienzo con las descargas de arcabuces y de ballestas con que los gascones pensaban detener el avance español.

Las tropas del Gran Capitán siguieron su ataque con fuerte determinación y fe en la victoria, lo que supuso la desbandada de los gascones, quienes tuvieron que buscar refugio en los cuadros suizos.

Pronto se trabaron las picas de españoles y suizos, momento aprovechado por los rodeleros para, protegidos por sus escudos, y aprovechándose de su ligereza de movimientos, se aproximaron a las líneas suizas por debajo de las picas, tal como habían entrenado tantas veces, y allí procedieron a malherir a todo suizo que encontraron por delante.

El cuadro suizo se desmoronó por completo, y por primera vez en muchos, muchos años, los suizos abandonaron de manera desordenada el campo de batalla, arrojando sus armas, abandonando heridos, y huyendo hacia Atella, buscando refugio tras sus muros.

Pero mientras corrían hacia la ciudad, la caballería ligera española lanzó un ataque despiadado sobre los suizos, matando a muchos de ellos, y logrando que tan sólo unos pocos consiguieran por fin ponerse a salvo.

No sólo se había quebrado la invencibilidad legendaria de los suizos, su buena asentada fama de imbatibilidad, sino que también se había asistido al comienzo del cambio que se estaba produciendo en los teatros de operaciones europeos tanto en la forma de combatir como en quien iba a hacerse cargo a partir de entonces con el protagonismo de los campos de batalla.

Fue precisamente en la batalla de Atella donde Don Gonzalo fue empezado a ser llamado “El Gran Capitán” por sus propias tropas.

Don Gonzalo recuperó todo Calabria y logró expulsar completamente a los franceses.

Una vez consumado esto, y logrado alcanzar los objetivos encargados por los Reyes Católicos cuando le enviaron a Italia, el Gran Capitán regresó a España en 1.498 revestido de honores y gloria, y con un enorme prestigio.

Las batallas ya nunca serían como antes.

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Nuevo mensaje Re: Tercios: la forja de la leyenda.
D. La Segunda Campaña en Italia del Gran Capitán. La consagración del cambio. Ceriñola.


En el año 1.500 Don Gonzalo, apenas transcurridos dos años desde su regreso a España, volvió a ser enviado a tierras italianas, esta vez para vigilar la aplicación del tratado de Chambord-Granada, firmado poco antes, entre las coronas española (los Reyes Católicos) y francesa (Luis XII) para el reparto de Nápoles, pero de muy distinta interpretación entre ambos reinos, lo que provocó no pocos incidentes a lo largo de los tres años siguientes.

Los franceses, aprovechando su superioridad numérica, creyeron llegado el momento por fin de satisfacer su vieja aspiración histórica de quedarse con todo Nápoles, a la vez de vengarse de las derrotas que unos años antes les había inflingido el reino español. Por ello, se dispusieron para la guerra. Estamos en el año 1.503.

Don Gonzalo, muy consciente de su situación, adoptó una posición defensiva, acantonándose en Barletta, que fijó como su centro de operaciones.

El ejército francés, lo mejor y más escogido de las tropas de Luis XII reforzados por escuadrones lombardos, napolitanos y suizos, estaban dirigidos por la élite de los mandos militares de Francia, como el Señor de Aubigny, Luis de Ars, Ives D’Allegre, Gaspar de Coligny, el Señor de la Palisse, y el coronel suizo Chandieu, comandante de las tropas suizas, todos ellos bajo el mando de Luis D’Armagnac, Duque de Nemours y Virrey de Nápoles.

Pero no se quedó quieto el Gran Capitán. Siempre aprovechó cualquier oportunidad que se le presentaba para ir menoscabando las fuerzas francesas, previendo la batalla definitiva cuando se le presentase la ocasión.

De hecho se cuenta que el propio Nemours le propuso dirimir la cuestión sin pérdida de tiempo en el campo de batalla, lo que Don Gonzalo rehusó inmediatamente, respondiéndole que él mismo elegiría la ocasión que creyese más oportuna para la contienda, y que no iba a aceptar ningún momento no elegido por él mismo.

Y así el Gran Capitán instauró la realización de grandes golpes de mano gracias a la flexibilidad y agilidad con que había dotado a sus tropas. Básicamente fueron tres: la emboscada de Barletta, el asalto a Ruvo y la segunda batalla de Seminara. Todo ello mientras seguía evitando por ahora la confrontación directa y general con el grueso de las tropas de Nemours.

Cuando el grueso de las tropas francesas se estaba desplazando hacia su campamento de Canosa, Don Gonzalo ordenó a uno de sus capitanes, Don Diego de Mendoza que con su caballería atacase la retaguardia francesa, y que cuando ésta respondiese, volviesen grupas atrayendo a las tropas enemigas hacia una emboscada donde estarían esperándoles dos cuerpos de infantería, situados uno a cada flanco de los franceses.

Así, los franceses que participaron en la refriega fueron muertos o hechos prisioneros, regresando las tropas españolas rápidamente a su refugio de Barletta, y socavando la moral del ejército francés, además de restarle efectivos.

Al cabo de un tiempo, y gracias a sus dotes diplomáticas, de las que ya había dado suficiente muestra dirigiendo la negociación para la capitulación del Rey de Granada Boabdil, logró que la ciudad de Castellaneta, harta del comportamiento francés, se pasase el bando español, lo que propicio que el Duque de Nemours saliese con el grueso de sus tropas para volver a tomarla, dado el carácter estratégico tan importante que para los intereses franceses tenía esta plaza.

En esos momentos, el Gran Capitán ordenó a sus tropas hacer otra salida relámpago de Barletta para dirigirse a Ruvo, ciudad que se había quedado mientras tanto con un contingente francés de ocupación al mando del Señor de la Palisse, y un tanto desguarnecida por tanto.

Tras una marcha nocturna de casi 25 kilómetros, al amanecer, y tras un intenso fuego artillero que abrió una brecha en los muros de la ciudad, la infantería española fue al asalto de Ruvo, haciéndose en unas horas, y tras una intensa lucha, con el control de la ciudad, tomando más de seiscientos prisioneros franceses, entre ellos el propio Señor de la Palisse, y más de mil caballos, que significaron una excelente noticia para reforzar la caballería española, y debilitar significativamente la francesa.

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28 Mar 2010 12:51
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Nuevo mensaje Re: Tercios: la forja de la leyenda.
Se dice que el propio Don Gonzalo veló en persona porque no se cometiese ningún desmán, ni contra personas, sobre todo mujeres, ni contra propiedades.

Al cabo de unas horas, el contingente español regresó rápidamente hacia su cuartel de Barletta con sus prisioneros y los caballos franceses.

Al poco llegó el Duque de Nemours, quien había tenido que desistir de su marcha a Castellaneta ante las noticias preocupantes que le llegaban de Ruvo.

Había perdido una importante plaza, un buen contingente de tropas, más de mil caballos fundamentales para su caballería, y un capaz general.

Las acciones relámpago de los españoles le estaban ciertamente haciendo mucho daño.

Sin embargo aún faltaba otro impresionante golpe de mano del ejército español.

A los pocos días de Ruvo, el 21 de Abril, y mientras aún seguía rumiando la burla que había sentido el Duque de Nemours, un contingente español de 3.000 soldados fuertemente pertrechados fue desembarcado en Rijoles, al mando del capitán Don Francisco de Andrade, quien siguiendo órdenes de Don Gonzalo, atacó a un contingente francés al mando del Señor de Aubigny, a quien le sorprendió en la batalla de Seminara, el mismo lugar donde unos años antes había asistido a la única derrota del Gran Capitán.

En esta ocasión las tropas españolas hicieron más de 2.000 muertos franceses, y tomaron varios cientos de prisioneros, entre ellos el mismísimo Señor de Aubigny.

Con ello inflingieron otro golpe tremendo a la moral del ejército francés, así como la pérdida de una gran cantidad de tropas y de uno de sus mejores y capaces generales.

El escenario deseado por el Gran Capitán se estaba acercando.

El momento se produjo cuando a las tropas de refresco que acababa de traer Andrade, se juntaron 2.000 soldados alemanes enviados por el emperador Maximiliano.

Fue entonces cuando Don Gonzalo creyó llegado el momento de pasar a la ofensiva y de presentar una batalla decisiva y, esta vez sí, general.

Así, el 27 de Abril, con un ejército de 6.000 hombres de infantería, 500 arcabuceros y unas 1.600 tropas de caballería, junto a un tren de artillería de 13 piezas, salió de su refugio de Barletta, y se dirigió a Cannas, el mismo escenario en el que siglos antes Ánibal había inflingido la mayor derrota a Roma.

Se iba a enfrentar a un poderoso ejército francés provisto de una caballería de élite, de un formidable e imbatible cuadro suizo, las mejores tropas por aquel entonces, de un magnífico tren de artillería, el mayor empleado hasta la fecha y compuesto de 26 piezas, y de unos mandos enemigos prestigiosos y ansiosos de la búsqueda de la victoria y de saciar su sed de revancha por las recientes derrotas y humillaciones que les había inflingido el ejército de Don Gonzalo.

Las tropas españolas llegaron al campo de batalla elegido por el Gran Capitán, en las cercanías de la ciudad de Ceriñola, antes que las francesas, dedicándose a preparar el terreno, fundamentalmente en dos sentidos; por un lado, preparando toda la zona por donde presumiblemente iba a tener lugar la esperada aproximación y carga de la caballería pesada francesa, eje central de la táctica del enemigo y llave para su triunfo; por otro lado, preparando una trinchera ahondando un canal seco que había creado un profundo barranco y que corría por la parte más baja de casi toda la loma en cuya cima se encontraba Ceriñola, y donde se había situado el ejército español, y apilando la tierra sacada engrandeciendo un talud que hacía aún más acusado y dificultoso el ángulo ascendente para sobrepasar tal obstáculo.

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28 Mar 2010 12:55
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Nuevo mensaje Re: Tercios: la forja de la leyenda.
Don Gonzalo dispuso los 6.000 hombres tras el foso, en el arranque ascendente del talud, situando los 2.000 lansquenetes alemanes en el centro, 2.000 rodeleros y alabarderos a su derecha, y los restantes 2.000 infantes a su izquierda.

El centro estaba bajo el mando de Hans von Rabenstein, el ala derecha bajo Pedro Navarro, asistido por Pizarro, Villalba y Zamudio, y el ala izquierda bajo García de Paredes.

Entonces el Gran Capitán distribuyó los 500 arcabuceros en dos capitanías de 250 hombres cada una, por delante de las tres secciones de infantería, pero por detrás todavía del foso, protegidas por él.

Dividió por último la caballería en dos escuadrones, situando uno en cada flanco, el derecho bajo el mando de Diego López de Mendoza, y el izquierdo bajo Próspero Colonna, cada uno con 400 caballeros, y estando los 800 restantes situados como caballería ligera en el extremo izquierdo de la disposición española, tras la caballería pesada de Próspero Colonna, y bajo el mando de Pedro de Paz y Frabrizio Colonna.

La artillería se dispuso tras todas estas tropas, aprovechando un lugar llano que estaba situado bien alto en la loma, bajo el mando compartido de Diego de Vera y del Conde de Mochito, y que dominaba gran parte del campo de batalla, en la zona de aproximación del ejército francés, aunque algo ladeada hacia la izquierda, por ser éste el flanco que quedaba más al descubierto y menos protegido por las obras de fortificación realizadas.

Don Gonzalo se colocó en medio de su ejército, desde donde podía controlar bien sus propias tropas y podía observar perfectamente los movimientos y evoluciones del enemigo. Dispuestas así las tropas, los españoles se pusieron a esperar la llegada del ejército francés.

Éste hizo su aparición y tuvo que enfrentarse con un dilema, ¿debía atacar inmediatamente, o bien debía hacerlo al día siguiente?.

Estábamos en el día del 28 de Abril de 1.503, y tras una fuerte discusión de los generales franceses, desoyendo los deseos del Duque de Nemours que prefería combatir al día siguiente, y que por ello fue tachado de cobarde y amenazado con delatarle al Rey, el ejército francés se dispuso para la batalla sin más dilación.

El centro lo ocupaba el impresionante cuadro suizo, reforzado por infantería gascona, al mando del coronel suizo Chandieu, y que constaba nada menos que 7.000 hombres.

Por delante de ésta se había colocado el impresionante tren de artillería, formado por 26 cañones, de excelente factura, y bajo el mando de Renault de Saint Chamand.

En retaguardia se habían colocado 400 hombres de armas acompañados de sirvientes y ayudantes, bajo el mando de Ives D’Allegre. Y en la vanguardia se encontraba la flor y nata de la caballería francesa, cerca de 1.500 caballos constituidos en torno a 250 lanzas, bajo el mando del propio Duque de Nemours, asistido por Luis de Ars, donde se hallaban las tropas que la Gendarmerie, lo mejor de lo mejor de la caballería francesa, había enviado a apoyar al Duque.

La batalla dio comienzo con un intenso fuego artillero francés, con el fin de ir debilitando las posiciones defensivas españolas que pronto iban a ser atacadas por una poderosa carga de la caballería francesa.

Sin embargo, como otras muchas veces había ocurrido, la impaciencia de ésta y el lanzamiento precoz de su carga hizo callar bien pronto su propio fuego artillero, por miedo a herir a sus propias tropas, no pudiendo aprovechar su potencia real de fuego y capacidad de daño.

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28 Mar 2010 12:57
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Nuevo mensaje Re: Tercios: la forja de la leyenda.
Pronto se vio que el trabajo concienzudo que habían realizado las tropas españolas en el terreno de batalla estaba dando sus buenos frutos dados los daños que ya empezaban a aparecer en la caballería de línea francesa, y que se completaban con los primeros disparos de la artillería española.

Pronto los obstáculos que las tropas del Gran Capitán habían colocado en la zona de ataque de la caballería enemiga, y el fuego ya nutrido de la artillería española, empezaron a desorganizar las líneas francesas, a desbaratar el ataque y a diezmar hombres y caballos.

En esos momentos ocurrió uno de esos episodios que nos dicen de qué material están hechas las personas, y que pueden decidir ciertamente una batalla.

Por caprichos del azar, se produjo una explosión de una gran parte de las reservas de pólvora de la artillería española.

Esto, que hubiera podido haber sido interpretado como un signo poco favorable para la suerte de los españoles, además de meterles el miedo en el cuerpo por la pérdida considerable de sus reservas de pólvora, amén de haberles hecho perder la concentración en la batalla, en un momento crítico, al haberse producido una fortísima explosión a sus espaldas, fue aprovechado por el propio Don Gonzalo para afirmar que ese tremendo estruendo era la antesala de la celebración del triunfo, por lo que no sólo tranquilizo a sus hombres, a quienes contagió con su buen humor, sino que también les infundió moral y fe en la victoria.

El ataque francés empezó a perder coordinación y orden, no siendo el de Nemours consciente de lo que estaba sucediendo a espaldas suyas.

Por ello, siguió la carga de la caballería pesada francesa, seguros de la victoria al estar juntas las dos mejores tropas del momento, ellos y la infantería suiza.

Los españoles aguardaron prestos para el combate sin hacer nada, ni siquiera hablar, hasta que los franceses se encontrasen a tiro.

El impresionante silencio de las filas españolas tenía un algo de aterrador, que los sobrevivientes franceses lo recordarían posteriormente.

Cuando se encontraban a unos cincuenta metros, el Gran Capitán dio la orden de disparar contra el enemigo. La descarga fue brutal y mortífera, cayendo muertos y heridos un elevado número de franceses, entremezclados unos con otros.

Asimismo, los caballos heridos tanto por los disparos de los españoles como por las trampas colocadas, se negaban no sólo a seguir adelante, sino a obedecer siquiera a sus dueños.

Pronto además los caballeros franceses comprobaron con horror la trampa del foso preparada delante de ellos, y a la que caían sin remisión.

En esos momentos se dio la orden en las filas españolas de realizar una segunda descarga contra las maltrechas filas francesas, plagadas de soldados heridos, caídos, desorientados, sin control sobre sus caballerías.

El efecto fue aún más devastador que la primera descarga, poniendo fuera de combate a un gran número de efectivos franceses.

La caballería francesa sobreviviente efectuó nuevas maniobras, en un desesperado intento de penetrar las líneas de Don Gonzalo, quienes se mostraban en todo momento compactas y muy disciplinadas.

Mientras, los mandos franceses iban cayendo, e incluso el Duque de Nemours se encontraba malherido.

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28 Mar 2010 12:58
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Nuevo mensaje Re: Tercios: la forja de la leyenda.
En ese momento se dio la orden entre las filas españolas de efectuar una tercera descarga, con la que se devastó las filas francesas y paró definitivamente el ataque enemigo.

La caballería francesa, la mejor tropa continental del momento, con permiso de la infantería suiza, había sido parada en seco y humillada por un contingente de tropas de pie, armada con arcabuces.

Era la primera vez que tal hecho lo veía la historia.

Mientras, el Duque de Nemours agonizaba, y viéndose el gran desconcierto existente entre los mandos franceses, el mando pasó al Chandieu, el coronel suizo, quizás el oficial al mando no sólo más capaz en aquellos momentos, sino también el que estaba demostrando mayor entereza y aplomo.

El cuadro suizo comprendió que había llegado la hora de su protagonismo.

Por ello, avanzó con su legendaria decisión y orden hacia las filas españolas, con verdaderas ganas de acabar pronto la tarea, ya que el día estaba acabando, y la luz era cada vez más escasa.

Pronto se haría de noche, por lo que los siete mil hombres que formaban dicho cuadro avanzaban con firme determinación y cuidada disciplina bajo el mando de su coronel.

La verdad es que el avance hubiera hecho mella en cualquier ejército del momento.

Tras haber sido testigos del descalabro de las sucesivas cargas de la caballería, marchaban en un impresionante orden y con estudiada lentitud, sin importar lo que había sucedido a su alrededor.

Su talante y actitud hubiera impresionado a otro enemigo con menos presencia de ánimo, pero el espíritu que infundía el Gran Capitán era tal, que las tropas españolas esperaban el temible ataque suizo, la tropa más letal del momento, con total entereza y disposición.

Se ordenaron y efectuaron tres descargas de los arcabuceros españoles, que abrieron brechas en las filas suizas, las cuales pronto se reorganizaron.

Tras ello, los arcabuceros españoles se retiraron y les tocó el turno a los lansquenetes alemanes, quienes imperturbables esperaron la llegada de los suizos.

Cuando éstos por fin llegaron a tomar contacto con las tropas de Don Gonzalo, se encontraban ya afectados tanto por la distancia recorrida como por las descargas de la arcabucería española, que habían hecho buena mella entre los helvéticos, quienes habían perdido gran número de efectivos y además de los buenos, de sus veteranos.

Los disparos españoles no habían sido hechos al azar como bien pronto comprendieron.

Los suizos pronto además comprendieron lo difícil de su situación al estar en el foso y en la parte baja del terraplén.

Su desconcierto fue acrecentándose, y alcanzó su cenit cuando el Gran Capitán, haciendo gala de su liderazgo, de aquél que sabe cuando llega el momento oportuno de hacer algo, dio la orden de ataque generalizado de toda la línea española.

Así, las tropas al mando de Próspero Colonna atacaron sin piedad, en el ala derecha, a lo que quedaba de maltrecho de la otrora orgullosa caballería francesa, quien había intentado desviar su ataque intentando realizar una maniobra de flanqueo de las tropas españolas, y a quien puso por fin en loca desbandada.

Tan irracional fue ésta que los pocos efectivos franceses que lograron escapar a caballo atropellaron a una de las alas del cuadro suizo, quienes no sabían bien qué hacer, si apartarse, huir, o enfrentarse a sus aliados vencidos por los españoles y por el pánico.

Este momento de indecisión de los suizos fue aprovechado por Colonna para desviar su ataque y penetrar oblicuamente en el cuadro suizo, abriendo una brecha en el mismo.

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28 Mar 2010 13:00
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Nuevo mensaje Re: Tercios: la forja de la leyenda.
En el otro ala, por la izquierda, Navarro y García de Paredes condujeron a sus efectivos, tres mil hombres, a un ataque al otro flanco de los suizos.

Y allí pusieron a funcionar a sus rodeleros, hombres adiestrados y feroces, cuyo cometidos era introducirse entre el bosque de lanzas, alabardas y picas, y por debajo de las mismas, casi arrastrándose por el suelo, alcanzar las líneas suizas y allí, empleando sus cortas espadas, hacer buena escabechina metiendo el filo en cualquier lugar donde hubiera carne.

Mientras, Chandieu, al igual que el Duque de Nemours, moría, por lo que el mando francés quedó decapitado, sin oficiales capaces que pudieran hacerse cargo de lo que todavía quedaba del considerado hasta entonces mejor, más poderoso y más capacitado ejército de Europa.

Don Gonzalo vio llegado el momento de acabar con la jornada por lo que lanzó la carga de la caballería, que terminó por arrasar el campo suizo, cuyos efectivos huyeron a la desbandada, dejando armas, banderas, y compañeros heridos y muertos.

Fue tal la humillación sufrida que ya nunca volvieron los cuadros suizos a ser los de antes, tal fue la falta de confianza que a partir de ese momento arraigó en sus corazones.

La jornada terminó efectivamente cuando la carga española de caballería alcanzó las últimas líneas francesas y apoderándose de la enseña del Duque de Nemours y del rey de Francia.

Tan solo la llegada de la oscuridad salvó lo que quedaba del ejército francés de haber sufrido una verdadera masacre.

Don Gonzalo, dando por concluido el día, abandonó el campo de batalla dirigiéndose a Nápoles, tras dar cristiana sepultura a sus caídos, y atención médica adecuada a sus heridos, ciudad a la que llegó el 16 de Mayo y en la que hizo una entrada verdaderamente triunfal.

Los efectivos sobrevivientes del ejército francés se cobijaron en las plazas de Venosa y Gaeta, siendo tal la repercusión de la victoria de Don Gonzalo que, a fines de Mayo, todo el reino de Nápoles, con la excepción de ambas plazas, estaba bajo el dominio de las tropas españolas, y sin presencia alguna, ni siquiera testimonial, de los franceses en el resto de todo el territorio.

El triunfo del Gran Capitán, y de su innovadora y revolucionaria forma de entender y hacer la guerra, estaba dando excelentes frutos.

Pero Luis XII no podía permitir ni tal humillación a sus armas, ni tampoco abandonar sus deseos de anexionarse el reino de Nápoles. Seguía confiando no sólo en la potencia de su ejército, sino también en su forma de hacer la guerra.

Estaba en el convencimiento de que el azar, y no otra cosa, es lo que había hecho fracasar a sus tropas en Ceriñola.

Por todo ello dispuso una nueva estrategia muy agresiva y confiada para hacer morder el polvo a las tropas españolas, y sobre todo hacerse con el control definitivo de Nápoles.

En primer lugar, envió dos ejércitos a España, uno por el valle del Roncal y otro por el Rosellón, con el fin de distraer la atención de las tropas españolas.

Mientras, un poderoso ejército, al mando del Marqués de La Tremouille, se puso en marcha para alcanzar el Milanesado, auxiliar a los restos del ejército francés derrotado en Ceriñola, y derrotar definitivamente a las tropas de Don Gonzalo.

Sin embargo tal estrategia fracasó estrepitosamente.

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28 Mar 2010 13:02
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Nuevo mensaje Re: Tercios: la forja de la leyenda.
En efecto, debido a los lazos de amistad entre la casa real Navarra y el Rey Católico y las tropas mixtas de navarros y aragoneses, apoyados por tropas enviadas por la Reina Isabel, que se aprestaron a defender con determinación los pasos pirenaicos, el ejército del Roncal no penetró en territorio español. Mientras, el ejército del Rosellón fue detenido y vencido por el propio Rey y el Duque de Alba.

Luis XII pronto comprendió que su esfuerzo, para tener éxito frente a las tropas españolas, debía ser mucho mayor. Por ello dispuso que nuevas tropas de refresco, al mando del Marqués de Saluzzo, se dirigieran por mar a prestar socorro a Gaeta, ciudad que estaba siendo sitiada por tropas al mando del Gran Capitán, y que guardaba tras sus muros lo que quedaba de las tropas francesas derrotadas en Ceriñola, siendo el último bastión de la presencia francesa en Nápoles.

Su toma, se había convertido pues, en objetivo estratégico de Don Gonzalo.

El Rey francés no contento con esto, y siendo consciente de tener que realizar un mayor esfuerzo, ordenó que se proveyese dinero y recursos de todo tipo para el ejército del Marqués de La Tremouille, en su avance hacia tierras italianas.

El poderoso ejército francés estaba formado por el contingente de cuatro mil efectivos que habían desembarcado cerca de Gaeta al mando del Marqués de Solluzzo, y unos treinta mil hombres al mando del Marqués de La Tremouille, entre quienes se contaban un impresionante cuadro de tropas suizas, que alcanzaba las ocho mil unidades, un poderosísimo tren de artillería compuesto por 36 piezas, y nueve mil efectivos de caballería.

Se decía que nunca antes se había logrado reunir un contingente artillero de tales características y potencia de fuego.

Las tropas españolas, al mando directo de Don Gonzalo, alcanzaban nueve mil unidades de infantería y tres mil de caballería.

Entre sus tropas había, junto a los españoles, italianos y alemanes, tal como había sucedido en Ceriñola.

Por ello, dadas las diferencias numéricas en contra, y siendo consciente de su debilidad en esos momentos, el Gran Capitán abandonó el ataque a Gaeta, y busco un terreno propicio para ayudarle a conseguir la victoria.

Era bien consciente de que, si lograba derrotar al nuevo ejército francés enviado a tierras italianas, lograría consolidar definitivamente la posición de la corona española en Nápoles, y una nueva forma de entender y hacer la guerra.

Por ello, Don Gonzalo se dirigió a orillas del río Garellano, pensando en que dicho terreno sería propicio para sus planes.

La elección cuidadosa del terreno para dar una batalla se estaba convirtiendo en un arma poderosa para alcanzar la victoria frente a ejércitos más numerosos y, sobre el papel, más poderosos.

Pensó el Gran Capitán que el río haría de accidente natural que pudiera serle de gran utilidad para alcanzar la victoria.

Sin embargo era necesario preparar el terreno, tal como hizo anteriormente en Ceriñola. Don Gonzalo pronto se fijó en que en el cercano convento de Montecasino había una guarnición de tropas francesas e italianas.

Como quiera que no se deseaba tener tropas enemigas que pudieran afectar la estrategia y la posición que los españoles iban a enfrentar al ejército francés que se acercaba, ahora al mando del Marqués de Mantua, segundo del Marqués de La Tremouille, por enfermedad de éste, Don Gonzalo envió un contingente mixto de infantería y artillería, al mando de Pedro Navarro, para tomar el casino y así conjurar tal peligro.

Estaba a punto de empezar la batalla de Garellano, el siguiente paso para la gloria del Gran Capitán y de las armas españolas.

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28 Mar 2010 13:05
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Nuevo mensaje Re: Tercios: la forja de la leyenda.
E. Comienza la leyenda. Garellano.



Tras un intenso fuego artillero de las piezas españolas, que habían sido trasladadas con enorme esfuerzo hasta una posición ventajosa, las tropas de infantería entraron al asalto en el convento, haciéndose con el control del mismo.

Una vez asegurada esta posición, Don Gonzalo se dedicó a fortificar sus posiciones en una de las orillas del río, con el fin de impedir el paso de las tropas francesas, distribuyendo sus efectivos con tal fin a lo largo del río, distribuyéndoles en distintas posiciones defensivas.

En efecto, al cabo de pocos días se presentó el ejército francés, conducido por el Marqués de Mantua, intentando cruzar el río el 13 de Octubre, a la altura de Ceprano, donde existía un vado, en el extremo del ala derecha del dispositivo defensivo de Don Gonzalo.

Los franceses, una vez al otro lado del Garellano, se dispusieron a atacar las posiciones defensivas españolas, un contingente al mando de Villalba, Pizarro y Zamudio, que resistieron con probada eficacia los sucesivos asaltos a sus posiciones de las tropas francesas, mientras se acercaban los refuerzos enviados por Don Gonzalo, tanto de infantería a través de terreno montañoso y bajo el mando de Navarro y Paredes, como de caballería por terreno llano, y bajo el mando de Colonna, logrando entre todos rechazar definitivamente este primer ataque enemigo, y logrando que volviesen a repasar el río, hasta sus posiciones de partida.

A la vista de la imposibilidad de lograr una brecha por esta vía, el Marqués de Mantua decidió dirigirse a Aquino, pero el Gran Capitán, oliéndose la jugada, ordenó a sus tropas colocarse entre Aquino y las localidades de Ponte Corvo y San Germán, logrando con ello pretender encerrar las fuerzas francesas desplazadas, aprovechando el río y los pueblos de San Germán, Montecassino, y Rocaseca.

Era una estupenda jugada doble: conjurar el peligro que el movimiento del Marqués de Mantua pretendía, y a la vez, ponerle a éste en un serio peligro.

¡¡Se estaba jugando una extraordinaria batalla desde el punto de vista táctico!!

Sin embargo, los franceses siendo conscientes del peligro, lograron evitarlo cruzando el río, adelantándose a los deseos españoles.

Lo hizo aprovechando el puente de Ponte Corvo, aunque no pudieron evitar que nuestra vanguardia atacase la retaguardia francesa, originando una alta mortalidad entre sus filas.

Tampoco nuestra vanguardia pudo evitar, sin embargo, que el ejército francés se fortificase al otro lado del río.

El ejército español regresó a San Germán, a esperar confiado en su férreo sistema defensivo.

Al poco, el Marqués de Mantua quiso tomar la iniciativa. Para ello se dispuso a sitiar una posición española situada en la margen derecha, llamada Roca Guillermina.

Y a la vez, en un ataque combinado francés, dispuso que unas tropas tendiesen un puente, a no demasiada distancia, realmente, a la altura de Roca Andrea.

El Gran Capitán siendo consciente de ello, ordenó a García de Paredes que controlase y neutralizase aquel intento.

Éste, dando muestras de lo extraordinario militar que era, tomó la posición a lo largo de la jornada, impidiendo que se tendiese el puente, y por tanto, abortando el posible paso francés por aquel punto del río.

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28 Mar 2010 14:44
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Nuevo mensaje Re: Tercios: la forja de la leyenda.
El de Mantua no se dio por vencido y vio la posibilidad de cruzar el río a la altura de Ponte Sessa, con el fin de sorprender a los españoles.

Su plan era sencillo y terriblemente eficaz. Marchar río abajo, buscando su desembocadura, y construir allí un puente con barcas al lado del puente ya existente, destruido previamente por las tropas españolas.

Allí, cruzar el río, y marchar río arriba por la orilla opuesta, para atacar y tomar por sorpresa a las tropas del Gran Capitán en San Germán, atacándoles además con la potente artillería situada en una colina cercana.

Pensaba, con mucho acierto, que podría dar así un golpe mortal a las tropas españolas, y ganarle la partida al Gran Capitán.

El plan se iba desarrollando conforme los planes franceses, iniciándose el 6 de noviembre. Las tropas del Marqués de Mantua lograron cruzar el río y tomar por sorpresa a la guarnición española que allí debía estar vigilando la zona y el paso del río. Estas tropas las comandaba Pedro de Paz.

Sin embargo, una vez superada la sorpresa, estas tropas se comportaron de manera magnífica, haciendo una defensa extraordinaria, conservando la posición.

Al poco, llegaron tropas de refresco de Pedro Navarro, quien acudía en auxilio de Pedro de Paz, seguidas por el propio Gran Capitán, quien iba al frente de algunas tropas, cabalgando veloz y, dicen las crónicas, blandiendo una alabarda.

Pero los franceses estaban obstinados en tender el puente, consiguiendo su logro, sobre barcas. Les ayudó el fuego de su potente artillería, que había logrado posicionarse en una muy ventajosa posición. Este apoyo fue decisivo para que los pontoneros lograran culminar su trabajo con éxito.

Los franceses estaban por fin logrando cruzar el río, tomando incluso una trinchera española muy cercana al cauce.

El combate que entabló a continuación fue terrible, cuerpo a cuerpo, por lo que los franceses fueron incapaces, a consecuencia de ello, de sacarle más partido a su propia artillería, por miedo a disparar contra su propia gente.

Se dice que los españoles, comandados por sus jefes y oficiales, dieron una muestra soberbia de valor y determinación, dispuestos a vencer o morir por su Gran Capitán.

Al cabo de un buen rato, la resistencia francesa empezó a flaquear, sobre todo gracias al magnífico empuje que García de Paredes estaba impulsando a sus tropas.

Los franceses se vieron forzados a volver a cruzar el río, esta vez en sentido contrario, volviendo a sus posiciones iniciales, por el mismo puente de barcas que habían construido hacía bien poco.

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28 Mar 2010 15:10
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Nuevo mensaje Re: Tercios: la forja de la leyenda.
Los franceses regresaron a sus posiciones iniciales, no sin antes dejar el campo bien cubierto de cadáveres, de hombres y caballos, a los que abandonaron en su frenética huida.

El río, a su vez, iba también bien servido de cuerpos franceses y de caballos, que arrojaba al mar cercano, sobre todo de aquéllos que intentaron en su histérica huida, cruzar a nado el río hasta la otra orilla.

Esta victoria española fue táctica, brillante y valerosa, pero táctica. El ejército francés era todavía muy poderoso, estaba firmemente asentado, y sus amenazas seguían vivas.

Sin embargo, el Marqués de Mantua se había tenido que tragar sus palabras, dichas unos días antes a Ivo de Alegre:

“No sé cómo os dejasteis desbaratar en Ceriñola por aquella canalla”.

Se dice que tras este combate, Ivo de Alegre le respondió así al de Mantua, haciéndole tragar sus propias palabras:

“Estos son los españoles que nos desbarataron; considerad ahora lo que es esa canalla de que hablabais”.

Pero algo peor había ocurrido para los franceses: el Marqués de Mantua había perdido su prestigio y su áurea de triunfador.

Sus subordinados y soldados le odiaban por la extrema dureza de su mando (era otro de los que piensa que a la gente se la dirige con el látigo y los castigos, y que son chusma que no sirve para otra cosa que ser mandados).

Sus subordinados inmediatos le obedecían con un disgusto cada vez más visible y manifiesto, y las discusiones estaban a la orden del día, hasta que se llegó al cuestionamiento de las órdenes y a las disensiones claras y bien públicas, ya no ocultas como era al principio.

Se olvidan de aquella otra frase que en España nos ha sonado siempre mucho (aunque la verdad, tampoco la hemos hecho mucho caso):

“Qué buen vasallo sería si tuviera gran señor”.

Así que el Marqués de Mantua se vio obligado por todo ello a ceder el mando del ejército francés al Marqués de Saluzzo, otro italiano, abandonando el ejército, ése al que tanto le odiaba, y al que no había sabido conducir al éxito.

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28 Mar 2010 15:21
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Nuevo mensaje Re: Tercios: la forja de la leyenda.
Se puso entonces a llover a verdaderos cántaros, convirtiendo todos estos campos de batalla en unos inmensos y casi impracticables lodazales, algunos incluso verdaderos pantanos.

El campamento del Gran Capitán estaba situado por debajo del francés, por lo que quedó más afectado.

A ello había que sumar las penalidades que sufría el ejército español como consecuencia de la falta de paga. ¡Siempre lo mismo!

De hecho, hubo momentos muy complicados, con conatos (o algo más) de amotinamiento.

Algunos oficiales y soldados mostraban sus opiniones abiertamente, diciendo que se debía levantar el campamento, abandonar aquellas posiciones y volver a Capua, a invernar allí.

El Gran Capitán tuvo que intervenir, apaciguando los ánimos tan caldeados. Lo hizo con energía y firme determinación, afirmando que se negaba a abandonar allí al ejército francés, no sin antes intentar un ataque decisivo…y definitivo.
Añadió:

“Más quisiera la muerte dando dos pasos adelante, que cien años de vida dando un solo paso atrás”.

A la vez, el Gran Capitán hizo un gran trabajo diplomático. Logró captar para el lado español a los Ursinos, una muy poderosa familia italiana, cuyo jefe, Bartolomé Albiano, se presentó en el campamento español, ante el Gran Capitán, con un contingente de refuerzo de 3.000 hombres.

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28 Mar 2010 15:49
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Nuevo mensaje Re: Tercios: la forja de la leyenda.
En esos momentos, el Gran Capitán supo que el momento del ataque definitivo había llegado por fin.

Ordenó cruzar el río de manera simultánea por dos sitios, con el fin de atrapar a los franceses en medio.

De esta manera, con un ataque combinado, perfectamente coordinado, de una brillantez táctica que ha sido motivo de estudio en muchas Academias Militares de muchos países, el ejército francés fue totalmente destruido.

La derrota francesa fue tan enorme, fue de tal envergadura, que provocó la llamada Capitulación de Gaeta, el 1 de Enero de 1.504.

El Gran Capitán hizo su entrada triunfal en Nápoles por segunda vez en poco tiempo, tras la victoria de Ceriñola. Todo el pueblo le recibió, así como las autoridades locales, tratándole como a un verdadero rey.

Fernando estaba, desde España, siguiendo muy atentamente todos estos acontecimientos. No sólo los resultados de las batallas, sino también el desarrollo y consolidación de un potente, soberbio y eficaz ejército,…así como el comportamiento y actitud de sus súbditos para con el Gran Capitán.

En Francia, la noticia de Garellano, tras la de Ceriñola, y la capitulación de Gaeta, provocaron un completo abatimiento tanto al rey como a toda la corte y a todo el pueblo. Y una gran sensación de derrotismo. Sobre todo cuando además llegaron tan malas noticias desde el Rosellón.

Luis XII se convenció así de la inutilidad de continuar con esta lucha. Por ello, abrió las negociaciones con España, dando por conclusión un tratado de paz el 11 de Febrero de 1.504, ratificado por los Reyes Católicos en Santa María de la Mejorada en Marzo.

En virtud de dicho tratado, el reino de Nápoles pasó definitivamente a poder de España.

Y el mundo empezó a conocer una fuerza militar excepcional, que dominaría Europa en poco tiempo, durante muchísimo tiempo, siendo unos de los pilares fundamentales en los que se aposentaría el desarrollo y consolidación del Imperio Español, el más grande que vieron nunca los siglos.

Además, se estaban poniendo las bases de otra cosa de un gran significado, cuando se pensó en ¿por qué no embarcar a esta magnífica y poderosa tropa, sirviendo también en los barcos y las flotas de su Majestad?

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28 Mar 2010 15:49
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Nuevo mensaje Re: Tercios: la forja de la leyenda.
Sin embargo, a pesar de los excelentes hombres que este país siempre ha tenido, ¡qué poco se lo hemos reconocido!

Parece que la relación entre el Gran Capitán y el Rey Católico nunca fue bien del todo.

El general y virrey contó siempre con la protección y admiración de la reina Isabel, pero también con el recelo y desconfianza del rey Fernando.

A éste no le gustaba ni la protección que el Gran Capitán gozaba por parte de la reina, ni tampoco la admiración y respeto que se le tenía por tierras italianas.

De hecho, parece que voces ciertamente interesadas, le advertían al rey acerca del peligro que podría suponer un Gran Capitán tan admirado en Nápoles, y además, tan poderoso, con un ejército que le admiraba y le seguiría hasta la muerte, un ejército que acababa de demostrar su poder letal, su terrible eficacia y su férrea determinación por la victoria.

Además, Fernando era muy desconfiado con todos. Sobre todo tratándose de cuestiones de control de los gastos. Y en esto, tampoco lo tenía claro con el Gran Capitán.

Así que cuando falleció Isabel, creyó Fernando que había llegado la hora de ajustar las cuentas, las económicas y las no económicas.


Así que llamó a capítulo al Gran Capitán.

Don Gonzalo Fernández de Córdoba acudió al llamado, como no podría ser de otra manera. Y dicen que acudió con las cuentas bien detalladas de los gastos incurridos durante sus victoriosas campañas de Italia, que habían conducido a la conquista del reino de Nápoles.

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28 Mar 2010 21:31
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Nuevo mensaje Re: Tercios: la forja de la leyenda.
La verdad es que Don Gonzalo estaba bien molesto por lo que consideraba una verdadera mezquindad del rey.

Sobre todo a él, que tanto había luchado y esforzado por su rey, y a quien le había ganado todo un reino.

Acudió con gran detalle de todos los gastos. El Gran Capitán se mostraba en esto tan y a tan gran altura como lo era en el campo militar y político.

Por tanto, y dueño de una gran sentido del humor y una fina ironía, respondió con las famosas cuentas (están depositadas en el archivo de Simancas, lugar precioso, hermoso donde los haya, y donde he tenido la fortuna de vivir durante bastantes años), que la leyenda (algo de urbana, quizás) se encargó de mitificar y magnificar.

Así que la respuesta de Don Gonzalo fue más o menos así:

"Por picos, palas y azadones para enterrar a los muertos del adversario, cien millones de ducados; por limosnas para que frailes y monjas rezasen por los españoles y por las armas españolas, doscientos mil setecientos treinta y seis ducados, y nueve reales; por guantes perfumados para que los soldados no oliesen el hedor de los cadáveres de tantos de sus enemigos tendidos en el campo de batalla, cien mil ducados; por reponer y renovar las campanas averiadas y destruidas por el uso continuo a causa del continuo repicar todos los días por nuevas victorias conseguidas sobre el enemigo, ciento setenta mil ducados; y, finalmente, por la paciencia de tener que descender a estas pequeñeces del rey, a quien he regalado un reino, cien millones de ducados".

¡Excelente!, ¡magnífico!, y sobre todo, una estupenda lección!!!

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Traducción al español por Huan Manwë para phpbb-es.com