A mediados de 1942, cuando las fuerzas del Eje habían alcanzado su mayor expansión, las dificultades para los aliados eran múltiples y variadas. Los submarinos alemanes obstaculizaban de forma extraordinaria el tráfico de mercancías y armamento entre Estados Unidos y Gran Bretaña. Aunque los ingleses disponían de una excelente fuerza aérea, que había demostrado su valía combatiendo con éxito a la Luftwaffe, la falta de portaaviones o de aeroplanos de largo alcance hacía casi imposible la localización y hundimiento de los u-boot germanos.


Además, en esos momentos se creía que para llevar a cabo el proyectado desembarco aliado en Europa era aconsejable contar con varios portaaviones que sirvieran de base a los ataques aéreos. Por su parte, la industria de guerra estadounidense acababa de ponerse en marcha y el destino de su limitada producción era el Pacífico, en el que la utilización de portaaviones era totalmente imprescindible para hacer frente a la flota japonesa.


Por lo tanto, Winston Churchill y el almirante Lord Mounbatten estudiaron a fondo la capacidad aliada para construir más buques de este tipo. Llegaron a la conclusión de que la producción de hierro y acero era insuficiente para emplearla en este propósito, por lo que era necesario encontrar algún otro material que pudiera sustituirlos y que fuera fácil de conseguir.


Ante este reto, un científico inglés llamado Geoffrey Pyke tuvo una idea genial: utilizar el hielo como material para construir grandes pistas de aterrizaje en el mar. Se trataba de construir, ni más ni menos, ¡que un portaaviones de hielo!


Naturalmente, al principio la idea fue acogida con grandes dosis de escepticismo, pero como no había nada que perder, Churchill ordenó en diciembre de 1942 iniciar los estudios preliminares.


El nombre escogido para el proyecto fue Habacuc (“Habkakuk” en inglés). El hielo utilizado en las primeras pruebas procedía de icebergs capturados en el Atlántico Norte. Pese a su aparente dureza, no era capaz de soportar el peso de los aviones. Se recurrió al hielo artificial, pero sorprendentemente resultó aún más quebradizo.

Había pasado ya un mes y los técnicos se encontraban como el primer día, por lo que se planteó suspender el programa. Sin embargo, una noticia les llenó de esperanza e ilusión: en un instituto de Estados Unidos dos científicos habían descubierto un método para endurecer el hielo hasta extemos impensables, haciendo posible que incluso se pudiera trabajarlo en un torno como si de una pieza de acero se tratase. Aunque resulte difícil de creer, la clave era algo tan sencillo como añadir un 14% de serrín al agua mientras que ésta se congelaba.


Los científicos británicos no podían creer que la solución a todos sus problemas fuera simplemente un puñado de serrín, pero así lo hicieron y se quedaron gratamente sorprendidos del resultado. A ese nuevo material de construcción decidieron bautizarlo con el nombre de pykrete, en honor a Geoffrey Pyke, el inspirador de todo el proyecto y jugando con la palabra que designa el hormigón en inglés, concrete.


Para mantener el proceso de fabricación en el más absoluto secreto, los técnicos se trasladaron a una industria privada en Canadá rodeada de bosques y lagos que proporcionarían grandes cantidades de materia prima para la obtención del pykrete. En poco tiempo se dispuso de los primeros prototipos, que fueron botados en el lago Corner Brook, en Terranova, un lugar en el que durante esa época del año el termómetro se mantenía constante en 15º bajo cero, la temperatura considerada idel para mantener el pykrete en perfectas condiciones.

El éxito de estos ensayos corría parejo al diseño del futuro monstruo de hielo. Las paredes serían de unos 12 m de grosor. Su desplazamiento sería de más de 2 millones de toneladas. Tendría la típica forma de los portaaviones, siendo su pista de unos 600 m de longitud y de casi 100 de anchura, y sería capaz de albergar 200 aviones de caza o 100 bombarderos. La tripulación estaría formada por unos 3.500 hombres.


La cuestión más peliaguda era sin duda cómo evitar que se fundiese el hielo. Por ello se disponía de una red de tuberías refrigerantes que harían posible mantener la temperatura en 15º bajo cero. Además, todo el hielo estaba rodeado de un tejido impermeable que evitaría la pérdida de agua.


Los británicos se habían propuesto conseguir tener avanzado el proyecto cuando llegase la reunión prevista entre el presidente norteamericano Franklin D. Rooselvelt y Churchill, a celebrar en Quebec, precisamente en el mismo país, Canadá, en el que se estaban realizando los ensayos. El objetivo se cumplió y el Primer Ministro pudo presentarse en la conferencia con los planos del Habacuc bajo el brazo.


En esta reunión los británicos demostraron la dureza del nuevo material, pues un bloque de hielo tratado con serrín fue golpeado con un hacha y no sufrió ningún daño; luego se le disparó con un revolver y la bala no consiguió perforar lo más mínimo el bloque… La demostración provocó el entusiasmo entre los asistentes. Todos coincidieron en que había que proporcionar los medios necesarios para disponer del portaaviones de hielo lo más pronto posible. Pero paradójicamente, la conferencia de Quebec supondría a la larga el principio del fin para el proyecto. Según se acabó acordando en la reunión, Lord Mounbatten se convertiría en el comandante supremo aliado en la guerra contra Japón, por lo que poco tiempo después tendría que hacer las maletas y marchar al Extremo Oriente. Sin la fuerza motriz del ilustre militar, uno de los principales impulsores del Habacuc, el plan perdió su prioridad y se redujo el personal y los medios disponibles para su ejecución.

Aún así los trabajos continuaron adelante, pese a que el desarrollo favorable de la guerra iba eliminando poco a poco los motivos que ahbían impulsado el proyecto. La industria de guerra en Estaod Unidos producía cada vez más barcos y aviones, a la vez que dejaban de existir problemas para conseguir hierro y acero. Mientras tanto, las rutas del Atlántico eran más seguras gracias a la eficacia de la lucha antisubmarina, lograda gracias a la navegación en convoyes y el empleo de aviones de largo alcance.


Por otra parte, la Luftwaffe se encontraba muy mermada de efectivos y no había temor a que pudiera disputar a los aliados el espacio aéreo sobre las playas francesas, por lo que los aviones norteamericanos y británicos podrín despegar tranquilamente de los aeródromos situados en suelo inglés sin necesidad del apoyo de ningún portaaviones cercano a la costa. Así pues, la necesidad de contar con un buque de este tipo pasaba a ser secundaria.


De todos modos, en marzo de 1944, un Habacuc de bolsillo de 18 m de largo, 9 de ancho y un desplazamiento de mil toneladas conseguía navegar sin demasiados problemas por el lago Patricia, en Canadá. Para evitar que algún espía alemán pudiera descubrir el plan, pese a ser algo bastante improbable, el barco experimental fue camuflado como una casa flotante. Con esta prueba se demostraba que la idea de construir un portaaviones de hielo no era en absoluto descabellada, y que las visionarias ideas de Geoffrey Pyke podían convertirse en realidad.

Pese al éxito de los ensayos, el Habacuc estaba sentenciado. Los técnicos aventuraron que hacían falta todavía un par de años para que el portaaviones helado fuera una realidad, un plazo de tiempo en el que se estimaba que la guerra hbría ya finalizado, o al menos que se estaría muy cerca de derrotar a alemanes y japoneses. Pero el argumento más sólido contra el gigantesco portaaviones era el económico: se concluyó que no era aconsejable continuar empleando más medios en el desarrollo de un proyecto tan incierto, cuando era mucho más sencillo y barato construir portaaviones convencionales en los astilleros norteamericanos, que funcionaban ya a pleno rendimiento. Se calculaba que, una vez que todas las pruebas hubieran finalizado con éxito, la construcción del Habacuc emplearía a unos 8.000 trabajadores durante 8 meses, con un coste final de unos 70 millones de dólares, unas cifras desmesuradas que sobrepasaban todas las previsiones.


Por lo tanto, el ensayo en el lago Patricia había supuesto el canto del cisne del Habacuc. En abril de 1944 los ténicos que trabajaban en el desarrollo del portaaviones fueron asignados a otros centros de investigación en los que se estudiaban las ideas destinadas a facilitar el desembarco en Normandía, previsto para ese mismo año. Aún así, el pequeño portaaviones experimental fue mantenido con vida durante el verano gracias a su sistema de refrigeración, pero el paso de l.os meses aconsejó dejarlo fundir.

Interesante, y como sufririan las tripulaciones el frio a bordo?