Combate Naval de Atacames

Desde que, el 29 de septiembre de 1513, Vasco Núñez de Balboa, armado con el pendón de Castilla, penetró a pie calzado en aguas del llamado Mar del Sur, tomando posesión en nombre de los reyes Fernando y su hija Juana (Isabel había muerto años atrás), el océano Pacífico, durante más de dos siglos, iba a permanecer como un lago español, puesto que españoles eran los primeros que lo exploraron, tomaron conciencia de sus inmensas dimensiones y establecieron sobre sus aguas enclaves y rutas para recorrerlo del uno al otro confín.


Por supuesto, ello no quita que en las infinitas islas de este océano vivieran millares de nativos precedentes -cuyas hazañas de navegación están aún por descubrir- ni que los rivales a la sazón del imperio español (holandeses e ingleses) realizaran desde oriente y occidente atrevidas incursiones en busca de un pedazo en el reparto, que, al principio, hubieron de conformarse con ver bastante escaso.


En un primer momento, de 1520 a 1567, mientras las expediciones de Magallanes, García Jofre de Loaisa, Saavedra, Hernando de Grijalva, Ruy Lope de Villalobos, Miguel López de Legazpi, Andrés de Urdaneta y Álvaro de Mendaña efectuaban el difícil trabajo de abrir camino, balizar las rutas, trazar mapas, encontrar nuevas islas inexploradas (a muchas de las cuales nunca se pudo volver) y añadir a la corona del nieto de Isabel la Católica -Carlos I- importantes propiedades como las islas Filipinas, Marquesas, Salomón, Marianas y un largo etcétera, el estrecho de Magallanes, a sus espaldas, quedaba desguarnecido, proporcionando a los oportunistas de siempre una vía de penetración por la que irrumpir y crear grandes dificultades en las florecientes y prometedoras ciudades españolas bañadas por las aguas del océano Pacífico.


Sólo Sarmiento de Gamboa, piloto real, llevaría a cabo un intento para custodiar paso de semejante importancia estratégica; iniciativa condenada, por desgracia, al fracaso.

Así fue como un viejo conocido Francis Drake, en 1578, tras haber perdido dos de las cinco naves confiadas para una gran expedición, penetró por el estrecho de Magallanes sin más dificultades que las propias de la navegación con el Pelican (luego rebautizado Golden Hind), Elizabeth y el Marygold, y tras superar temporales que dejaron solo al Pelican -pues el Marygold se hundió y el Elizabeth desertó- avizoró sin llegar a surcarlo el estrecho que injustamente lleva su nombre.


Luego, rehaciéndose de tan serios traumas, pasó a ocuparse de la "tarea" encomendada, asaltando el puerto de El Callao y Lima (donde saqueó palacios e iglesias), Santa, Trujillo y Payta; en Arica se apoderó de un cargamento de plata de las minas del Potosí, y luego capturó una nao, Concepción, con 360.000 pesos acuñados.



Al año siguiente, 1579, tras acechar el paso del galeón de Acapulco, llegó a California, entró en la bahía de San Francisco y por fin, atravesando el vasto océano Pacífico, emprendió rumbo a casa, llegando a Plymouth en septiembre de 1580 para continuar con su prometedora carrera naval.



No sin antes proclamarse falsamente como primer circunnavegador del globo, más de medio siglo después de que lo hiciera Juan Sebastián Elcano con la nao Victoria, mentira colosal e ignominiosa que los historiadores británicos han mantenido contumaces prácticamente hasta finales del siglo XX, cuando historiadores norteamericanos, al fin, pusieron las cosas en su lugar.

Detrás de este gran navegante y asaltador de enclaves pioneros indefensos llegó, en 1587, otro de su misma calaña, Thomas Cavendish.


Con tres embarcaciones y 123 hombres cruzó el estrecho de Magallanes, encontrando 15 hombres y 3 mujeres supervivientes del "puesto de vigilancia" ideado por Sarmiento, a los que ofreció inútilmente rescatar.


Irrumpió así indetectado en el océano Pacífico, pero, al empezar a recorrer hacia el norte las costas chilenas y peruanas, bien pronto comprobó que no lo iba a tener tan fácil como sir Francis, la base de cuyo éxito había sido (como la de los forajidos) la sorpresa.


Logró saquear Arica y Payta, pero en Puerto Quintero -al norte de Valparaíso- se le rechazó con siete muertos, y en Puna sus barcos fueron atacados con piraguas, que dejaron 27 ingleses sobre el terreno.


Pero, finalmente, logró un golpe de suerte capturando la nao de Acapulco Santa Ana, con 700.000 pesos a bordo, que quemó después de transbordar su tesoro; hecha así su fortuna, emprendió como Drake el regreso por el oeste, tocando Molucas, Borneo y el cabo de Buena Esperanza en un largo periplo de regreso que le permitió alzarse con el título de tercer cincunnavegador del globo.
Para entonces -1588- tenía lugar la campaña de la Armada Invencible, seguida, como sabemos, de la de la Contraarmada y la guerra total entre España e Inglaterra que duraría largos años; perfecta justificación para que los piratas de antaño, proclamados ahora "corsarios" -aunque siempre tuvieran, por encima o debajo de la mesa, patente de corso de la reina Isabel Tudor- iniciaran ahora una completa ofensiva contra España en todos los mares.


El propio Cavendish volvió a partir al asalto en 1592 con seis barcos, pero, tras perder la mitad de la expedición en las costas del Brasil, acabó él mismo por perecer en un temporal, no lejos de Pernambuco.

Otros, sin embargo, habían partido también a la ofensiva; entre ellos, sir Walter Raleigh, íntimo de la reina, el veterano de la Invencible Martin Frobisher, Cumberland -que capturó, al precio de 92 hombres muertos, la nao portuguesa Cinco Chagas de Francisco de Meló y fue rechazado por la San Felipe de Luis Coutinho- y el inefable John Hawkins, protagonista de Veracruz, todavía en la brecha y cuyos barcos, dispersos por un temporal, fueron apresados en su gran mayoría por la armada de don Pedro de Zubiaur.


Al regresar a la patria con tan poca fortuna, sir John decidió esta vez tomar un descanso y ceder los trastos, para la próxima expedición, a su hijo Richard, habido de su unión con Katherine Conson.



Pertrechó para ello tres naves, la Dainty ("Golosina"), galeón de unas 500 toneladas armado con 30 cañones, bautizada por la propia reina; una nao de pertrechos de un centenar de toneles y ocho cañones, y el patache Fantasy.


Dados los precedentes de Drake y Cavendish (además de la vigente situación de guerra total), no se trataba de potentes efectivos.


Pero, seguramente, los Hawkins menospreciaron la capacidad española para defender las remotas costas del Pacífico; considerando, además, que la ofensiva atlántica debía mantener a la defensiva los barcos españoles supervivientes de la Armada Invencible en las costas peninsulares e insulares, se trataba por tanto de un buen momento para irrumpir por tercera vez en el "Mar Español", a la búsqueda de oro y riquezas.

La idea no fue buena, desde luego, ni acabaría bien; pero lo cierto es que Richard Hawkins demostraría ser digno enemigo, convirtiendo a la Dainty en objeto y protagonista, al longo de las costas del Pacífico sudamericano, de una persecución digna de película, verdadera "road movie" marítima emocionante y en la que ambos rivales se mostraron hábiles en sus designios, perspicaces como cazadores, tenaces en sus propósitos, valientes en el combate y, finalmente, dignos vencedores y derrotados; por ello nos ha parecido que el épico encuentro de Atacames.



En la época en que se da este hecho -1593- en el océano Pacífico había muy pocos barcos, y uno solo podía valer por toda una flota, como sucedió con la Victoria y la Trinidad vueltamundistas, el Golden Hind de Drake, el San Pedro de Urdaneta, la Desire de Cavendish o el Todos los Santos y el San Jerónimo de Mendaña.



Pero, a estas alturas, ya se estaba gestado en El Callao la que habría debido ser gran escuadra de estos mares, la Armada del Mar del Sur, de tan bello y evocador nombre como siempre recalando finalmente en la bahía de Valparaíso, donde los hombres de Hawkins afilaron las garras para lanzarse al ataque.



En este puerto chileno no había galeón de guerra ni defensa alguna, así que cayeron fácilmente en poder de la Dainty cuatro barcos mercantes por cuyo rescate obtuvo Hawkins nada menos que 25.000 ducados; de uno de ellos, además, secuestró por la fuerza al piloto Alonso Pérez Bueno, al que sumó a su cuarto de derrota.


A mediados de mayo, satisfechos con el productivo golpe, zarparon al fin los corsarios ingleses de Valparaíso con rumbo norte, perdiéndose en las extensiones oceánicas; pero, en su estela, salió también uno de los barcos liberados, el de Juan Martínez Leyva, para dar aviso en El Callao.

La alarmante noticia no cogió desprevenido al virrey del Perú, don García Hurtado de Mendoza, marqués del Cañete, que, siguiendo instrucciones de una ordenanza de 1591 en previsión de nuevos ataques a las costas del Pacífico, ya tenía preparados cinco galeones del rango de la Dainty (500 toneladas y entre 25 y 30 cañones) y otros tantos buques menores en diferentes grados de alistamiento: eran dos capitanas, la almiranta San Andrés, la Santa Ana y el San Juan, cuatro pataches y un último buque singular, la galibraza, híbrido a más no poder pues resultaba cruce entre galeota y galera, barco velero y de remo: en otras palabras, una embarcación ágil, de gran movilidad y poder atacante.



La simple disposición de estas fuerzas, inexistentes cuando llegaron a estas costas Drake y Cavendish, auguraba negro futuro para el hijo de John Hawkins y los suyos.



Sin perder un momento, quedaron a son de mar la capitana San Pedro y San Pablo al mando de Andrés Gómez, la almiranta bajo Alonso de Vargas Carvajal, el San Juan y los cuatro pataches cargados hasta los topes de tropas de abordaje.



Esta flotilla perseguidora casi cuadriplicaba en fuerza a la Dainty, pero, sin embargo -y precisamente por su numerosa tropa- era mucho más dependiente de tierra que su objetivo, que podía mantenerse en la mar escondido durante largo tiempo. Habría sido mejor enviar un gran navío rápido, con los mejores hombres, y varios pequeños de apoyo y enlace para llevar a cabo la cacería con eficacia y flexibilidad.



Al mando de un pundonoroso guerrero, don Beltrán de Castro y de Las Cuevas, cuñado del virrey, zarpó esta armadilla española el 24 de mayo de 1594 de El Callao mientras don García seguía tomando medidas como dar aviso de la presencia del "depredador" al istmo de Panamá y virreinato de la Nueva España, y el envío de ágiles correos de alarma por todo el litoral mediante indios chasques.

Pero, el 3 de junio, llegaba a Lima el mensaje de que la Dainty había sido avistada pasando frente a Arica; en otras palabras, Hawkins daba por terminado su crucero por las costas chilenas y emprendía el del litoral peruano, situándose a unas trescientas leguas de El Callao.



De nuevo don García reaccionó prestamente, enviando un esquife para avisar a don Beltrán y preparando los dos galeones restantes y la galibraza para salir al encuentro del peligroso incursor si se presentaba ante El Callao.


Las noticias fueron llegando, los días siguientes, con cuentagotas: el pirata se había detenido en las islas Chinchas, a sólo 110 millas náuticas de El Callao, para realizar algunas reparaciones.


El esquife enviado a don Beltrán le encontró el día 4, replegándose así la armadilla sobre El Callao.


Parecía factible poder alcanzar a la Dainty en su temeraria aproximación al principal puerto español del virreinato del Perú, sede ahora de la recién nacida Armada del Mar del Sur.


Llevar hasta allí al inglés sin informarle de lo que le esperaba debe ser éxito a anotar en la cuenta del piloto secuestrado, Alonso Pérez; Hawkins fue imprudente confiando la derrota a quien, lejos de mostrarle ningún tipo de lealtad, acabó por meterle en la boca del lobo.


La consecuencia de estos aciertos y desaciertos llegó el domingo, día de la Trinidad: la Dainty fue avistada al amanecer por la armadilla de don Beltrán.


Pero, cuando los buques españoles hacían por su enemigo, entró por su lado un tremendo chubasco, que sorprendió con todo el trapo tendido, en persecución, a los San Pedro y San Pablo y San Andrés, capitana y almiranta de don Beltrán, desmantelando las arboladuras de ambos galeones.

Impotente, el español tuvo que ver cómo la nave inglesa se zafaba ante sus misma narices, perseguido aún por el San Juan. Hawkins y los suyos debieron verlo tan difícil, que optaron por alijar su buque largando por la borda gran parte de la rapiña y botín logrado en Valparaíso.


Sólo así, al anochecer, y para frustración de todos, la Dainty logró mantener la distancia y escabullirse entre las sombras.


El regreso de don Beltrán a El Callao con dos buques desarbolados y sin haber cobrado al inferior enemigo fue tan duro para el general que, avergonzado, no quiso bajar de su barco hasta que supo que el marqués le mantenía la confianza.


La escurridiza nave inglesa, mientras tanto, había seguido hacia el norte para poner agua de por medio; singlando unas cincuenta millas diarias, la semana siguiente recaló sobre la isla de Lobos y Huanchaco, donde Alonso Pérez fue desembarcado sin represalia alguna el 16 de junio, y, tras realizar aguada y alguna rápida reparación, la Dainty siguió con rumbo norte para doblar el cabo Blanco y navegar frente al golfo de Guayaquil, San Lorenzo y Manta, que tal vez ofrecieran mejores perspectivas.


Hizo bien en no demorarse, porque don Beltrán, tomando la recompuesta almiranta San Andrés de Vargas y la galibraza al mando de Lorenzo de Heredia, había zarpado sin tardanza de El Callao y, prácticamente, le pisaba los talones.


El 20 de junio, la Armada del Mar del Sur llegaba exhausta a Payta, donde se enteró que Hawkins acababa de pasar por allí, navegando casi 400 millas hacia el norte durante la siguiente semana, ya con la certeza de que la Dainty, no menos agotada, estaba fondeada en la bahía de Atacames con un pequeño buque que había apresado.

El 30 de junio, Hawkins se despertó con la visión de sus enemigos: le habían atrapado. Optó por atacar precipitadamente, pero fue rechazado por una tremenda "salva española" de mosquetería y los cañones de la San Andrés; mientras tanto, la galibraza había represado la captura de la Dainty; a bordo de ésta última, los apenas 120 marineros ingleses comprendieron que sus andanzas habían terminado.


Aún así, intentaron de nuevo la escapatoria; esta vez, sin embargo, no hubo chubasco salvador, sino que, con el escasísimo viento, ambos grandes navios se tantearon por la bahía componiendo el difícil baile de tratar el español de llegar a distancia de tiro y el inglés de escapar.


Por fin, el 2 de julio, llegaba el acto definitivo, logrando la almiranta de don Beltrán alcanzar la esquiva nave inglesa.


Tras una andanada por estribor y descarga de mosquetería, don Beltrán invitó a Hawkins a rendirse y éste se negó, por lo que hubo una nueva andanada y el español pasó al abordaje y lucha cuerpo a cuerpo.


Se combatió muy duro y, gracias al Poema de Santa Rosa, del conde de La Granja, conocemos los nombres de los destacados protagonistas españoles:

Resolviéndose así el combate favorable a las armas españolas, y quedando la Dainty en poder de los vencedores, que la rebautizaron Nuestra Señora de la Visitación, alias La Inglesa Richard Hawkins, herido de dos balazos, fue capturado por Francisco de La Cueva y el capitán Del Pulgar, y llevado a la presencia de don Beltrán, que mandó curarlo; volvería sano y salvo a Londres en 1602.


Mas no lo hicieron los 27 ingleses caídos en la refriega, quedando los noventa restantes prisioneros.


Con su captura, la armadilla se dirigió a Panamá, desembarcando en el istmo a todos los supervivientes de la Dainty.


Luego, don Beltrán, con Hawkins como prisionero de lujo y la nave apresada, regresó a El Callao, donde hizo entrada triunfal el 8 de diciembre de 1594, tomando la población la victoria como justa revancha por los saqueos y crímenes de Drake y Cavendish.


En realidad, las consecuencias eran mucho más importantes: las costas españolas del océano Pacífico, hasta entonces indefensas, pasaban a estar guarnecidas por el embrión de una nueva armada que España había sido capaz de lanzar a la mar en las aguas más remotas del globo.


Lo que significaba que, para sorpresivos y audaces ataques procedentes del estrecho de Magallanes, sencillamente, se había acabado el cuento.


Así sucedería en 1598 con los holandeses Mahu y Oliver Van Noort (enfrentado éste en Filipinas a la escuadra española) en 1615 a Van Spielbergen (rechazado por la Armada del Mar del Sur en el Cañete) LUermitte en 1629 en El Callao y Brother en 1643 en Valdivia, ninguno de los cuales tendría éxito.


Fuente: 22 Derrotas Inglesas de Víctor San Juan