Avisos de hélice

Durante la segunda mitad de 1874, y ante la acuciante necesidad de nuevos buques motivada por la última Guerra Carlista (1872-1876), el entonces ministro de Marina, contralmirante D. Rafael Rodríguez Arias, encargó a Forges et Chantiers de la Mediterranée la construcción en su astillero de La Seyne (Tolón) de trece buques con casco de hierro: un monitor, dos avisos de hélice y diez cañoneros con torreta blindada, unidades a las que se añadirían en 1875 otros dos avisos de hélice.


(Marqués del Duero. Planos de Julio Pillet)


Los cuatro avisos contratados por el gobierno español al arsenal francés, han sido los únicos buques de este tipo que han prestado servicio en la Armada Española en el transcurso de su dilatada y rica historia.

Construidos en dos series diferentes, tal y como señalamos arriba, la primera serie estaría formada por el Fernando el Católico y el Marqués del Duero, la segunda, por el Jorge Juan y el Sánchez Barcáiztegui.

Fácilmente reconocibles por su acusado espolón de proa, nuestros cuatro avisos eran pequeños, estaban mal protegidos y peor armados, como casi todos los buques que se construyeron en aquella época, sin embargo desplegaron una intensísima actividad, prestando notables servicios a España, siendo además un excelente banco de pruebas para los jóvenes oficiales de la Armada Española.

Su fín……., trágico. Nacieron en una época violenta y murieron en otra igual. El Sánchez Barcáiztegui se fue a pique tras recibir la embestida de un vapor, 31 marineros españoles le acompañarían; el Fernando el Católico y el Jorge Juan, viejos, desgastados y utilizados como pontones inmóviles, verían con impotencia como el enemigo ocupaba impunemente nuestra tierra, aún así, supieron mantener con honor nuestro pabellón. Los dos serian hundidos por sus tripulaciones para evitar su captura; el Marqués del Duero escribiría una de las páginas más gloriosas de la Armada Española, página que sin embargo ha permanecido oculta en lo más recóndito de la historia. En una época de grandes, fuertes, protegidos y poderosamente armados barcos de guerra, nuestro pequeño aviso de 500 toneladas y casco de hierro, desplegado en medio de una vieja y desgastada escuadra española, aguanto estoicamente durante más de dos horas el aluvión de acero que se le vino encima, sin dejar de hacer fuego con el único cañón que portaba. Finalmente seria hundido por su tripulación.

Lamentablemente, y ya es una experiencia que acarreo con paciencia, muy poco se sabe de nuestros barcos, quizás porque eran pequeños y viejos, frente a los más grandes y poderosos Pelayo, Carlos V, Colón y los cruceros del Nervión. Lo cierto es que ha sido una larga y costosa (en tiempo) búsqueda de datos. El resultado final no me desagrada, pero no ha colmado mis expectativas. Quizás el tiempo y la paciencia logren dar unos resultados más fructíferos.

Nuestros barcos se lo merecen, de verdad que sí, se lo merecen.

Fernando el Católico y Marqués del Duero.


(Aviso Fernando el Católico)

Destinados a misiones de enlace de la Escuadra y a la vigilancia y represión del contrabando de armas, la primera pareja de avisos de hélice fue contratada el 5 de noviembre de 1874. Recibieron los nombres de Fernando el Católico y Marqués del Duero, siendo botados los días 3 de marzo y 3 de mayo de 1875, respectivamente. Llegados al Cantábrico en junio y julio siguiente, desempeñaron una incesante actividad al servicio de las Fuerzas Navales del Norte hasta la terminación de la campaña, en marzo de 1876. Poco después ambos pasaron a estacionarse en Ultramar, desempeñando las funciones propias de los cañoneros coloniales: el Fernando el Católico en las Antillas y el Marqués del Duero en Filipinas, aguas donde permanecerían hasta el final de sus días.

En su libro Buques de vapor de la Armada Española, del vapor de ruedas a la fragata acorazada 1834-1885, D. José Lledó Calabuig nos da esta somera descripción de estos dos avisos:

Características principales

Casco de hierro.

Desplazamiento.- 500 toneladas.
Eslora.- 48 metros.
Manga.- 7,80 metros.
Puntal.- 4,10 metros.
Calado.- 3,50 metros.

Máquina.- de 137 caballos nominales y 550 indicados.
Velocidad.- 12 nudos.
Carbón.- 100 toneladas.

Armamento.- 1 cañón rayado Palliser de 16 centímetros y 2 rayados de 12 centímetros.

Dotación.- 96 hombres

Aviso Fernando el Católico



Entregado a la Armada el 20 de abril de 1875, en junio se incorpora a las Fuerzas Navales del Norte al mando del contralmirante Polo de Bernabé, sustituto del capitán de navío de primera D. Victoriano Sánchez Barcáiztegui, muerto el 26 de mayo a bordo del vapor Colón. Empeñado en las operaciones de bombardeo de la costa, el aviso desplego una intensa actividad:

21-07-1875.- Bombardea Lequeitio.
22-07-1875.- Vuelve a bombardear la misma población.
24-07-1875.- En compañía del vapor de ruedas Ferrolano bombardea Bermeo, Mundaca y Ondárroa.
26-07-1875.- En compañía del Ferrolano y de la corbeta Consuelo, bombardean Lequeitio, Mundaca y Bermeo.
27-07-1875.- El aviso bombardea Lequeitio, Ondárroa y Elanchove.
20-11-1875.- Las baterías carlistas de San Marcos bombardean Pasajes, respondiendo al fuego el Fernando el Católico. La artillería carlista alcanza al buque, causándole dos muertos, cuatro heridos y ligeras averías.

En el transcurso de estas operaciones, entre junio de 1875 y abril de 1876, el buque estuvo mandado por los siguientes oficiales de la Armada: Teniente de navío de 1ª D. Francisco Liaño (primer comandante que tuvo el buque); Capitán de fragata D. Alejandro María de Ory; Teniente de navío de 1ª D. Antonio Eulate (futuro comandante del crucero acorazado Vizcaya) y nuevamente por el Teniente de navío de 1ª D. Francisco Liaño.

Destinado a las Antillas, él Fernando el Católico zarpa de Cádiz con destino a Cuba el 10 de junio de 1876 y tras una intensa vida desempeñando las funciones propias de los cañoneros coloniales, el Fernando el Católico fue dado de baja el 9 de abril de 1894, quedando afecto como pontón artillado y depósito de minas de la Brigada Torpedista del Apostadero de la Habana. La Guerra del 98 le sorprendió en el puerto de Casilda; allí rechazó el 20 de junio el ataque del crucero auxiliar enemigo Yankee, y de nuevo el día 23 a los Dixie y Yankton, teniendo el pontón en este último encuentro un herido grave. Finalmente fue hundido por su dotación en el mes de julio junto con la lancha cañonera El Dependiente, al evacuar el Ejército la localidad ante la necesidad de reagrupar fuerzas ante la invasión.

Aviso Marqués del Duero



Recién entregado a la Armada, en julio de 1875, se incorpora a las Fuerzas Navales del Norte, desempeñando una gran actividad en aguas cantábricas bajo el mando del capitán de fragata D. José Ramos Izquierdo.

En abril de 1876 el Marqués del Duero deja de pertenecer a las Fuerzas Navales del Norte y es destinado al Apostadero de Filipinas, zarpando de Cádiz con ese destino en julio de 1876, destinado a la División Naval del Sur con base en la isla de Zamboanga.

El 24 de julio de 1880, el aviso español inicia un periplo que le llevaría hasta Siam (actual Tailandia), Annam (en el actual Vietnam), Saigón, Singapur, Hong Kong y Cantón. La visita del buque español obedecía al deseo del gobierno español de mejorar las relaciones, tanto diplomáticas como comerciales con aquellas tierras.

La crisis de las islas Carolinas en 1885, originada por la declaración de soberanía por parte del Imperio Alemán de las mismas, obligo al gobierno español a hacer efectiva la ocupación de las islas a partir de 1886, y para ello, en febrero se aprobó el R.D. de 19 de febrero de 1886, relativo a la ocupación efectiva de las Carolinas, cursando las órdenes oportunas para que el aviso Marqués del Duero llevase a cabo la exploración detallada de las islas, y tomase posesión de ellas; y en marzo se aprobó el R.D. de 8 de marzo de 1886, relativo a la formación de la colonia, por lo que en el mes de junio se cursaron las órdenes pertinentes para que el crucero Velasco y el buque de transporte de guerra Manila, se sumasen a las tares de reconocimiento y toma de posesión que estaba llevando a cabo, desde cuatro meses antes, el Marqués del Duero.

Entre abril y mayo de 1887, nuestro buque participó en unión de la goleta Sirena, cañoneros Mariveles y Lezo y transporte Cebú, en una expedición contra los piratas moros de Maibung y Tapul, del grupo de Joló.

El 20 de abril de 1891 el Marqués del Duero y el crucero Don Antonio de Ulloa apoyan con fuerzas de desembarco las operaciones del ejército, que al mando del general Weyler, se desarrollan en Parang-Parang (Mindanao).

De la constante actividad desplegada por nuestro buque en el Archipiélago Filipino, tanto en la lucha contra la piratería como contra las constantes sublevaciones, baste como prueba este relato extraído del periódico El Imparcial con fecha 5 de noviembre de 1895:

<< Lo de Joló. La captura y muerte de los sublevados.

Recordarán nuestros lectores el triste suceso ocurrido en Tataan (Joló) donde los soldados del destacamento se sublevaron (soldados indígenas), dando muerte a su capitán, y embarcándose después huyeron a Borneo.

El correo de Filipinas ha traído los siguientes pormenores acerca de la captura de los sublevados:

El día 4 de septiembre salieron el Marqués del Duero y el cañonero Petrel, pertenecientes a la Compañía del Norte de Borneo, conduciendo este último 20 individuos de policía inglesa, y después de enterarse que en el río Tunku se hallaban 24 soldados españoles cometiendo toda clase de desmanes y atemorizando a la gente del país, que se disponía a emigrar ante su peligrosa vecindad, trasládose al Petrel la compañía de desembarco del Marqués del Duero, al mando del teniente de navío D. Carlos Suances y del alférez de navío D. Antonio Ristori.

De acuerdo con el jefe de la policía inglesa, permaneció la compañía en el cañonero mientras el jefe de aquella se trasladó con su gente a tierra, con el objeto de tratar de atraerlos y apoderarse de ellos.

Por la tarde regresó de nuevo al cañonero, fracasada su gestión por la resistencia que oponían, principalmente los dos cabos, los cuales, armados con los revólveres de los oficiales del destacamento, amenazaban con la muerte a todo el que hablara de abandonar sus posiciones.

En vista de ello, la compañía de desembarco se dispuso a efectuar éste; pero ante el temor de que los perseguidos trataran de huir por mar, favorecidos por la oscuridad de la noche, parte de ella al mando del alférez de navío Sr. Ristori, se apostó en un bote a la boca del río, y mientras el resto, al mismo tiempo que vigilaba la costa, permanecía con los botes listos, para acudir en auxilio de la primera, una vez iniciado el fuego.

A las cuatro de la mañana, convencidos ya de que no huían, se traslado a tierra toda la compañía, y emboscándose en el mangle, espero la amanecida. Mientras tanto, el jefe de la policía había continuado sus gestiones y conseguido a esta hora que los sediciosos viniesen hasta la playa para conferenciar con él después de convencerse por sus propios ojos que no eran ingleses.

Apenas en la playa, la policía inglesa se retiro para dejar lugar a la compañía del Marqués del Duero, compuesta de 20 hombres, que avanzó ordenadamente en dos columnas hacía los sediciosos con las armas preparadas, y el Sr. Suances, avanzando, les intimó la rendición. Los sediciosos, creyéndose tal vez cortados en su retirada, después de retroceder un momento, avanzaron de nuevo hacía la compañía, insultándola y negándose a entregarse.

La primera sección de la compañía hizo entonces fuego, cayendo al suelo tres individuos, y el resto se precipitó en el agua con objeto de ganar el bosque y hacerse allí fuertes; pero no consiguieron su intento, y a pesar de su resistencia tenaz, logróse al cabo capturar a siete, mordiendo el polvo el resto de los insurrectos.

La captura de los siete fue hecha con gran exposición, pues entre perseguidores y fugitivos, las balas silbaban, siendo un verdadero milagro no tener ni una baja.

El Marqués del Duero, cumplida su misión, regresó a Joló y de allí a Zamboanga a poner en conocimiento del jefe superior del archipiélago el rápido desenlace y feliz éxito de la delicada misión que le había llevado a las aguas de Borneo.

Sabido es, pues lo dijo el telégrafo, que los prisioneros fueron después pasados por las armas.>>

En la mañana del 30 de abril de 1898, la escuadra del contralmirante D. Patricio Montojo fondeaba en Cavite tras regresar de Subic. Desplegados los buques españoles, el Marqués del Duero quedo situado cerca de los cruceros D. Juan de Austria y D. Antonio de Ulloa. A las 05:00 horas del 1 de mayo, el Reina Cristina rompía el fuego sobre la escuadra enemiga. Tras cerca de dos horas de combate, la escuadra norteamericana se retira, Montojo ordena a los buques que le quedan retirarse a la ensenada de Bacoor, allí llega nuestro aviso acompañado del D. Juan de Austria, Isla de Cuba e Isla de Luzón. A las 11:15 la escuadra enemiga reanudo el combate, batiendo por elevación la ensenada de Bacoor y el arsenal. Cumpliendo las órdenes del comandante de la escuadra los buques españoles abren los grifos y son hundidos por sus tripulaciones. Desaparecía de esta manera el único aviso español que prestó servicio en el Pacífico.

Jorge Juan y Sánchez Barcáiztegui


(Aviso Sánchez Barcáiztegui)

La utilidad demostrada por los avisos de hélice Fernando el Católico y Marqués del Duero durante la campaña del Norte, llevó a contratar con el astillero francés Forges et Chantiers de la Mediterranée de La Seyne, Tolón (el mismo que construyo los anteriormente citados) dos buques mayores y mejor armados, que recibirían los nombres de Jorge Juan y Sánchez Barcáiztegui, construidos bajo la dirección del ingeniero de la Armada D. Joaquín Togores. Las quillas de ambos se colocaron el 23 de noviembre de 1875, siendo botados el 23 de marzo de 1876 y quedando listos para prestar servicio el 12 de julio siguiente. Para entonces la contienda Carlista había llegado a su fín, pero esta pareja de flamantes avisos tenían utilidad como buques coloniales, así que pasaron inmediatamente de estación a las Antillas, donde permanecerían el resto de sus vidas marineras, clasificados primero como buques de segunda clase y luego como cruceros de tercera no protegidos, aunque en la práctica no pasaban de ser unos cañoneros de buen tamaño.


Características principales

Desplazamiento.- 935 toneladas.
Eslora.- 62 metros en la flotación.
Manga.- 9,03 metros
Puntal.- 5,55 metros. La altura del tope sobre el nivel del mar era de 29,55 metros.
Calado.- 3,75 metros.

Propulsión.- Tres calderas y seis hornos que le proporcionaban una potencia de 1.000 caballos; una hélice. Arboladura de tres palos con aparejo de brick-barca y una superficie velica de 834 metros.
Velocidad.- 13 nudos.
Consumo.- 24.000 kilos de carbón en singladuras de 24 horas.
Capacidad de carboneras.- 130.000 kilos de carbón.

Armamento.- 3 cañones Parrot (otras fuentes indican Plasencia) de 16 centímetros (162 milímetros exactamente), montados uno en cada banda, en reductos y el tercero en el castillo. Estas piezas poseían freno de inercia, que funcionaba al deslizarse la pieza tras el disparo por unos raíles; 2 cañones Krupp de 7,5 centímetros; 2 ametralladoras. Ya en las Antillas, las piezas principales les fueron cambiadas por cañones Hontoria de 12 centímetros, más pequeños y manejables.

Aviso Jorge Juan



El 3 de enero de 1877 el Jorge Juan logra dar caza al vapor correo Moctezuma, tomado por insurrectos cubanos, sobre la costa de Nicaragua, pudiendo capturar en tierra a 20 de los asaltantes, luego de que éstos incendiaran el vapor para evitar su recate por nuestro buque. De esta manera relata La Ilustración Española y Americana este episodio de la historia del Jorge Juan:

La Ilustración Española y Americana.

Madrid, 15 de febrero de 1877.

Incendio del Vapor Moctezuma.

¿Quién ignora el hecho osado de la captura del vapor mercante Moctezuma?

Al salir este buque de Puerto Plata llevaba a bordo, como pasajeros, varios cubanos, a las órdenes de Leoncio Prado y del mulato Morey, y estos, cuando el vapor navegaba en alta mar, lanzáronse armados, a una señal convenida, sobre la descuidada tripulación, resultando muertos en la lucha el capitán, el timonel, un camarero y uno de los pasajeros, y herido gravemente el mayordomo.

Por medio de este reprobado hecho se hicieron dueños del barco, izando en él la bandera de la insurrección; pasaron por delante de Jamaica, donde desembarcaron algunos, y llegaron después al cabo de Gracias a Dios, en la república de Nicaragua, siendo protegidos por el gobernador de la plaza; fondearon luego en la ensenada de Bragman, cerca de la desembocadura del río Tiputi, comerciando con los indígenas; y tres días más tarde, cuando ya habían recibido un aviso de San Juan de Nicaragua, en que se les anunciaba que eran activamente perseguidos por buques de guerra españoles, sorprendiólos el vapor Jorge Juan.

Este, que salió de la Habana para buscarlos, reconoció infructuosamente la parte N.E. de las costas de Honduras y Mosquitos, pero recibió noticias exactas en el Cabo de Gracia y se dirigió en el acto a su encuentro: avistóle el 3 de enero; hizo el zafarrancho de combate; gobernó sobre el Moctezuma, y observó en seguida que este buque era presa de las llamas. Los tripulantes le habían incendiado, y después, huyendo en los botes, llegaron a tierra y se internaron en la manigua, abandonando a 20 individuos de la antigua tripulación, que fueron recogidos por el Jorge Juan.

Entre los días 5, 6 y 7 de septiembre de 1888, un tremendo ciclón de abatió sobre Cuba y Puerto Rico. Fondeado en la Habana, el Jorge Juan resistió los embates del mismo, pereciendo ahogados dos de sus tripulantes.

El 8 de julio de 1891 S.M. la Reina firmaba un Real Decreto, nombrando nuevo comandante del crucero Jorge Juan al capitán de fragata D. Antonio Eulate, futuro comandante del crucero acorazado Vizcaya.

El 20 de mayo de 1892, el comandante del Apostadero de la Habana comunicaba por cable al ministro de Marina lo siguiente:

<<Excmo. e Ilmo. Señor: Por comunicaciones recibidas del comandante principal de marina de Puerto Rico y del crucero Jorge Juan, este buque que salió de la Guaira el día 6 del actual, conduciendo 107 españoles de ambos sexos que el señor ministro de España en Venezuela pone a disposición del gobernador general de Puerto Rico, entre ellos a D. Antonio Fernández por haber sido detenido dos veces a causa de mezclarse en asuntos políticos y a ruego de las autoridades de aquella república, quienes suplican a dicho gobernador no se le permita regresar a aquel país mientras duren las presentes circunstancias. En la derrota a dicha isla varó el Jorge Juan la noche del 8 en un bajo de arena mal situado en el plano, al sur de Punta Arenas; que tomadas las disposiciones que el caso requería, lo comunicó al comandante principal de Puerto Rico, el cual dispuso la salida del aviso Fernando el Católico, pero que el Jorge Juan salió de la varada con sus propios recursos y sin necesidad del auxilio del aviso.

Llegado el Jorge Juan a Puerto Rico y reconocido, se halló que no se había resentido nada, según tuvo también ocasión de comprobar en su navegación hasta dicho puerto.

Repostado de carbón y dos meses de víveres, salió el 13 para Puerto Cabello, según las instrucciones que tenía el ministro de España en Venezuela, llegando a dicho puerto el 18.

Réstame sólo manifestar a V.E.I. que en la noche del 7, a la una y media de ella, en el viaje de la Guaira a Puerto Rico se arrojó al agua el práctico de costas D. Gaspar Radamaker, siendo imposible salvarlo, a pesar de haberlo intentado por todos los medios hábiles, y por lo cual se instruye la correspondiente sumaria.>>

El 27 de agosto de 1892, con motivo de la Guerra Civil declarada en Venezuela, la Gaceta de Madrid informaba que el crucero Jorge Juan, fondeado en Curaçao, abandonaba ese puerto con destino a Puerto Cabello, en vista del bombardeo a la que estaba siendo sometida esa última ciudad y para proteger los intereses españoles así como a la colonia residente.

El 25 de enero de 1893, S.M. la Reina firma un Real Decreto, nombrando nuevo comandante del crucero Jorge Juan, al capitán de fragata D. Federico Fernández de Parga, asimismo, se nombra segundo comandante del buque, al teniente de navío de primera D. Rafael Pavía. Por otro Real Decreto de 29 de junio de ese mismo año, se nombra comandante del buque al capitán de fragata D. José González de la Cotera.

El 5 de junio de 1896, fuerzas del Ejército de Cuba, al mando del general Linares, se apoderan de la ensenada de Marabí, en poder de los insurrectos. Las fuerzas expedicionarias españolas, compuestas por tropas de los batallones de León y Talavera, guerrillas y artillería montada, embarcan en la goleta Anita y en los cañoneros Alvarado, Pizarro y Pinzón el día 1 de junio, siendo protegidos los buques españoles por el crucero Jorge Juan. Al amanecer del día 2 desembarcaron en lanchones protegidos por botes y barcos en la playa de Toar. Roto el fuego por el enemigo, contestaron a este los buques españoles. Al amanecer del día 4 se tomaron las alturas de Saguas, finalizando las operaciones el día 5.



Tras una intensa vida naval en aguas cubanas, en la llamada Guerra Chica, el Jorge Juan, quedó convertido en 1897 en pontón y almacén de minas, pasando al puerto de Nipe donde le sorprendería la guerra con Estados Unidos en 1898, prácticamente inservible. El 21 de julio de 1898, junto a la lancha cañonera Baracoa amarrada a su costado, son atacados por una formación americana integrada por el Annapolis, Topeka, Wasp y Leyden, decidiendo su comandante, el teniente de navío Sr. Gómez Marassi, hundir el barco antes que rendirlo.

Aviso Sánchez Barcáiztegui



Inmediatamente destinado en aguas de las Antillas, entre noviembre y diciembre de 1876 participaría en la intensa búsqueda del vapor Moctezuma reconociendo las costas del Golfo de Paria, sin resultados positivos.

A principios de 1893, en la Habana, el Sánchez Barcáiztegui recibió con una salva de 21 cañonazos y posteriormente escolto al vapor correo Reina Cristina, a bordo del cual viajaba la Infanta Eulalia de Borbón. Se da la curiosa coincidencia de que el buque que embistió al aviso dos años después, el Conde de la Mortera, era otro de los buques encargados de recibir y dar escolta al Reina Cristina.

La noche del 18 al 19 de septiembre de 1895 el Sánchez Barcáiztegui se va a pique en la salida de la bahía de la Habana tras ser abordado por el vapor correo Conde de la Mortera. Nuestro buque se dirigía a interceptar un buque filibustero con armas y municiones para los insurrectos, tras haberse recibido información secreta y urgente en este sentido. Entre las 31 víctimas mortales del hundimiento, cabe destacar las del Comandante General del Apostadero de la Habana, contralmirante D. Manuel Delgado Parejo, y la del comandante del buque, capitán de fragata D. Francisco Ibáñez Valera.

La dotación

Comandante.- Capitán de fragata D. Francisco Ibáñez Varela.
Segundo comandante.- Teniente de navío de 1ª D. Federico López Aldazábal.
Alféreces de navío.- D. Abelardo Soto y Moreira; Sr. Junco y Sr. Cantó.
Médico.- D. Faustino Martínez Díez.
Contador.- D. Gabriel Pueyo Fernández.
Maquinista mayor.- Sr. Zerzuela.
Tripulación.- 153 hombres


(Capitán de fragata D. Francisco Ibañez Varela)


(A la izquierda el contador D. Gabriel Pueyo. A la derecha el médico D. Faustino Martínez)

Con fecha 22 de septiembre de 1895, la Ilustración Española y Americana, en su editorial, se quejaba amargamente de la tragedia del Sánchez Barcáiztegui y de los últimos desastres acontecidos en nuestra Armada. Más adelante, en un artículo, nos narraba la manera en que se fraguo el hundimiento del crucero. He considerado que merece la pena, pese a su tamaño, traer a estas páginas tanto el editorial como el artículo.

La Ilustración Española y Americana.

Madrid, 22 de septiembre de 1895.

Crónica General

La exclamación ha sido unánime. ¿Qué mala sombra, que influencia endemoniada o qué espíritu enemigo se complace en perturbar y destruir nuestra Armada en este siglo, y especialmente en los últimos treinta años? Nos habíamos consolado, y aún enorgullecido, del desastre de Trafalgar, que compensaba en gloria las pérdidas de vidas y navíos; pero lo que duele, sin compensación alguna, es que continúe años y años aquella batalla naval, en lo que tuvo de desastrosa, y no contra ingleses y enemigos declarados, sino contra toda clase de calamidades. Un día interviene la Marina en la política y derriba un trono; se desencadenan en la patria dos guerras civiles; más adelante Cartagena enarbola bandera rebelde, y buques de guerra españoles tienen que ser declarados piratas, y cañonean nuestros puertos, y uno embarranca y se pierde en poder de los cantonales, otro se rinde a los prusianos que le capturan, y cuando el general López Domínguez entra en la plaza de Cartagena la ciudad y el Arsenal están convertidos en ruinas. Votan las Cortes un crédito respetable para la reconstrucción de la Escuadra, y se agota el crédito, y la Marina española no tiene ni buques pequeños para impedir en Cuba los desembarcos de insurrectos; imprevisión disculpable en regiones pacíficas, imperdonable allí donde se ha tenido la experiencia de otra guerra. Se envía a Cuba el cañonero Filipinas, recién botado al agua, y las máquinas se descomponen en el camino, impidiéndole avanzar; se envía a Tánger un crucero magnífico para que regrese a su país una embajada que era de confianza, y no se ha vuelto a saber nada del Reina Regente; luego perdimos el Gravina; y, como si no fuera bastante, choca contra un escollo conocido el cañonero Tajo y se fue a pique; otro hermoso acorazado, el María Teresa, también recién nacido, tiene la desgracia de averiarse; para aumento de males, el Ferrol se cree perjudicado y se coloca en actitud hostil por si debe repararse allí, o donde fue construido el buque, la avería. Final y más reciente, el crucero de tercera clase Sánchez Barcáiztegui choca, al salir de la bahía de la Habana, contra un vapor mercante, el Mortera, y se va a pique, pereciendo el comandante general del Apostadero de la Habana contraalmirante D. Manuel Delgado Parejo, el comandante del crucero D. Francisco Ibáñez y hasta treinta y un hombres, entre oficiales y demás tripulantes. Es indudable que la Marina española de guerra padece algún aojamiento. No sólo están los duendes en el subsuelo del convento de la Concepción Jerónima de la calle Sagasti; también golpean en los subterráneos de la antigua residencia de Godoy, o sea nuestro Ministerio de Marina. ¿Qué le hemos de hacer? Pedir créditos nuevos y ¡buques! ¡buques! Como en el soneto de Palacio se piden ¡picadores! ¡picadores! Y echarlos al monstruo. Este monstruo es la desgracia, que se coloca en el timón de nuestros buques para que choquen, embarranquen o desaparezcan, o inspira lo peor a cuantos tienen relación con nuestra Armada para que continuemos por mar poco menos que indefensos. Parecerá duro este exordio, tratándose de una nueva desgracia naval y de treinta y un victimas del agua, del choque y de los tiburones. ¡Dios haya acogido en su seno el alma de tantos infortunados españoles! Es lo único que puede expresar nuestro sentimiento, en lo que se refiere a las personas, y en lo relativo a la perdida material y el malogro acaso de una captura o servicio de importancia, como la desgracia nos halla ya curtidos, resignarnos.


(Vapor correo Conde de la Mortera)

Los 31 marinos españoles muertos en el naufragio del Sánchez Barcáiztegui fueron los siguientes:

• Contralmirante.- D. Manuel Delgado Parejo.
• Capitán de fragata.- D. Francisco Ibáñez Valera.
• Alférez de navío.- D. Abelardo Soto Moreira.
• Primer médico.- D. Faustino Martín Díaz.
• Contador de fragata.- D. Gabriel Pueyo Fernández.
• Primer maquinista.- D. Camilo Vázquez Andrade.
• Tercer maquinista.- D. Enrique Olert y Molins.
• Segundo condestable.- D. Manuel Oneto Sainz.
• Sargento de Infantería de Marina.- D. Andrés López Pereira.
• Obrero carpintero.- D. Juan Dopico.
• Marineros de segunda.- D. Cristóbal López Pita; D. Juan Más Reselló; D. José Chapela Galdo; D. José Navarro González y D. José Montero Corral.
• Fogoneros de primera.- D. Isidro Bautista Campillo; D. José Bouza Cabanas; D. Francisco Carvallo y D. José Fernández Real.
• Fogoneros de segunda.- D. Juan Peña Coto; D. Juan Francisco González; D. José Fernández Díaz y D. Bernardo Suarez.
• Soldados de Infantería de Marina.- D. Francisco Gómez; D. Santos Purón; D. Francisco Ruíz López; D. Pedro García López; D. Francisco Martínez Campos; D. Constantino Moreira; D. José López Silveiro y D. José Erego Núñez.


(Grupo del personal subalterno superviviente del Sánchez Barcáiztegui)

Dos versiones distintas del naufragio del Sánchez Barcáiztegui se han barajado, la primera, sostiene que el buque español salía de la rada del puerto de la Habana con las luces apagadas, en un intento de burlar a la inteligencia insurrecta; la segunda, sostiene que en los momentos críticos en los que el buque se jugaba su suerte, la fatalidad quiso que un fogonero del mismo fuese cogido por la correa de transmisión de la dinamo, lanzándolo contra el techo y saltando la correa, motivo por el cual se apagaron todas las luces del barco, debiendo señalarse que las luces de situación, que indican el sentido de la marcha, también eran eléctricas, quedando por tanto el buque fuera de la vista del vapor Conde de la Mortera. Esta segunda versión fue avalada por varios de los miembros de la tripulación del crucero español, entre ellos, el marinero de segunda D. Tomás López Villarmea, quien aseguro que el fogonero encargado del manejo de la dinamo, le pidió una caja de mixtos y un hachote para reparar la avería, comprobando que la correa estaba desclavada.

Fuentes:

• Buques de la Armada Española a través de la fotografía (1849-1900). Juan Luis Coello Lillo y Agustín R. Rodríguez González.
• La Guerra del 98. Las campañas de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Agustín R. Rodríguez González.
• Buques de vapor de la Armada Española. Del vapor de ruedas a la fragata acorazada, 1834-1885. José Lledó Calabuig.
• El Imparcial.
• La Ilustración Española y Americana.
• Las operaciones navales en las Guerras Carlistas. Juan pardo San Gil.
• La catástrofe del Sánchez Barcáiztegui y la pérdida del Cristóbal Colón.
• Los planos del inicio del trabajo son obra de Julio Pillet.

Un saludo.

Muy buen trabajo, sin duda. Felicitaciones.



El incidente del Sanchez barcaiztegui dio lugar a una pequeña guerra con lances de sainete:


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