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 Combate naval de Cabo Passaro (Historia) 
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La Guerra de la Cuádruple Alianza y el combate naval de Cabo Passaro



Antecedentes


Felipe V de España nunca reconoció en su fuero interno la validez de la firma que estampó, obligado por la fuerza, al pie de su renuncia al trono de Francia, renuncia que el propio Parlamento de Francia (la Corte Suprema) había declarado nula.


Tampoco se resignaba, según lo pactado en los tratados de Utrecht y Rastatt, a la pérdida de los territorios italianos y al abandono del dominio español en el Mediterráneo occidental. Había sido Francia la que entregó por su cuenta los dominios españoles en Italia a los austriacos en el Tratado de Rastatt, algo con lo que Felipe V no estaba conforme. No sólo se trataba de territorios vinculados a la Corona de Aragón mediados del siglo XIV o incluso antes, sino que eran los que más numerario habían aportado, tras la propia Castilla, a los esfuerzos bélicos de España a lo largo del siglo precedente.


El dominio austriaco sobre Italia, caracterizado por el despotismo y la arrogancia extremas de los enviados de Viena y por unos impuestos sumamente gravosos, hacía que los italianos contemplaran la dominación española con otros ojos y comenzaran a añorar a sus antiguos señores; otro tanto ocurría en la Sicilia saboyana.


Por todo ello, España estaba retrasando la ratificación de los tratados con Austria, y técnicamente, no existía aún paz entre España y Austria.


El día 14 de febrero de 1714 murió la reina María Luisa Gabriela de Saboya y el rey Felipe contrajo matrimonio con Isabel de Farnesio, sobrina del duque de Parma, gracias a las gestiones del enviado del mismo, el intrigante abate Julio Alberoni.


La nueva reina, “la parmesana”, impulsó a su marido a implicar a España en la liberación o reconquista de Italia y la satisfacción de las perennes ambiciones de la casa ducal de Parma.


Cuando empezó a tener hijos, el objetivo de la reina se concretó en colocarlos –ya que en aquel momento estaban lejos de heredar la corona española- en los ducados de Toscana y Parma, sobre cuya turbulenta sucesión tenía legítimos derechos, ante la próxima extinción de las respectivas familias ducales.


Así las cosas, el Reino Unido, Holanda y Francia firmaron el día 14 de enero de 1717 un acuerdo diplomático conocido como la Triple Alianza para asegurar el cumplimiento de lo pactado en el Tratado de Utrech.
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Si ignoras lo que pasó antes de que nacieras, siempre serás un niño. Marco Tulio Cicerón.


Hay criterios cerrados, de ásperas molleras, con los cuales es inútil argumentar. Miguel de Cervantes Saavedra.


Cuando soplan vientos de cambio, unos construyen muros, otros, molinos.

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14 May 2007 10:05
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Alberoni, ferviente nacionalista italiano, apoyaba las intenciones de la reina y las llevaba más allá. Creado Grande de España y nombrado primer ministro, posteriormente le fueron concedidos el capelo cardenalicio el día dicisiete de julio del año de 1717, el obispado de Málaga y el arzobispado de Sevilla que le fue concedido el día dieciséis de diciembre de 1717.


Convertido así en árbitro absoluto de la política española, el clérigo hizo prodigios en la economía y la organización interna de España, y comenzó a urdir una increíble serie de conspiraciones y preparativos secretos para devolver a España el dominio del Mediterráneo Occidental, merced a las insinuaciones –casi órdenes- de la corte de Parma, a quien debía toda su carrera política y encumbramiento personal.


Felipe V deseaba la guerra, instigado por el partido italiano de la Corte del que sus principales representantes eran el duque de Popoli y el marqués de San Felipe, y un desafortunado incidente diplomático, la prisión del inquisidor Molines, precipitó los acontecimientos: el día veintisiete de mayo del año de 1717 los austriacos apresaron en Milán a monseñor José Molines, recién nombrado Inquisidor General de España, que regresaba de Roma, por tierra y no por mar dada su avanzada edad y delicada salud. El inquisidor murió en prisión.


Ante tan brutal e insólito atentado, Felipe V montó en cólera. El rey consultó al duque de Popoli, gobernador de Madrid y ayo del príncipe heredero, y se decidió la guerra en Italia entre el dia diez al trece de junio del año de 1717.


Cabe mencionar al respecto que Alberoni señaló lo inoportuno del momento, pero el duque Francisco de Parma le exigió por correo secreto del día dos de julio de 1717, la intervención de España, con lo que al primer ministro, bajo la atenta mirada de la Farnesio, no le quedó otra que obedecer.


Reunidos reyes y ministro en El Pardo, se decidió que el objetivo sería Cerdeña, bajo dominio de Austria, como cabeza de puente ideal para tomar Sicilia que estaba en poder de la casa de Saboya y Nápoles en el de los invasores austriacos y posible pieza de intercambio en una eventual negociación.


El mismo día de la toma de esta decisión, nueve de julio del año de 1717, Alberoni enviaba un billete cifrado al duque de Parma informándole de ello.
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14 May 2007 10:08
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Desde el punto de vista internacional, el momento no podía ser más oportuno: los austriacos se hallaban empeñados en una costosa guerra contra el Turco, y no podrían atender dos frentes a la vez.
Además, la Gran Guerra del Norte y la suerte de Carlos XII de Suecia distraían la atención internacional. Para añadir mayor confusión y neutralizar a sus posibles enemigos, Alberoni apoyó al pretendiente al trono británico Jacobo III Estuardo y favoreció las intrigas del duque de Maine y las propias reclamaciones de Felipe V al trono de Francia para distraer al regente Felipe de Orleáns, enemigo personal de su primo el Borbón español.


Preparándose los bastimentos


Desde el punto de vista administrativo, en el año de 1714 se había constituido la Armada Real, suprimiendo las escuadras regionales y las que tenían destino especial, agrupando todos estos efectivos en ella.


El primer Intendente General de Marina, don José Patiño, estableció en el año 1717 unas nuevas Ordenanzas de Marina. La provisión de tripulaciones mediante el sistema de levas fue sustituida por el <<Reglamento para organizar la recluta de marinería>>, dado por Antonio de Gaztañeta Iturribalzaga en el año de 1717, y modificado por Aguirre y Arocena, que servirá como base al posterior sistema de la <<Matrícula de Mar>>.


Alberoni activó las construcciones navales ya iniciadas por sus desafortunados predecesores Jean Orry y Bernardo Tinajero, pero prefirió invertir los caudales destinados a nuevas construcciones en la adquisición de buques que le permitieran iniciar cuanto antes las campañas militares.


Se había iniciado ya la construcción en Guipúzcoa de seis navíos gemelos de sesenta cañones bajo las órdenes de Antonio de Gaztañeta y su ayudante Joseph del Llano. Las construcciones habían sido repartidas entre varios asentistas: Joseph Castañeda construiría en el barrio Vizcaya de Pasajes, el San Pedro; Felipe y Simón de Zelarain se harían cargo en Basanoaga (Rentería) del San Isidro y el San Juan Bautista; en la cuenca del Oria Gerónimo de Echeveste construye el San Luis y Joseph de Iriberri el San Fernando y el San Felipe.


Los buques entraron en servicio en el años 1716 y resultaron ser muy marineros: su velocidad media era de once a doce nudos, y llegaron a alcanzar velocidades de cuatro leguas por hora (unos catorce nudos).
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14 May 2007 10:13
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Las modificaciones en las arboladuras, desapareciendo los aparatosos torrotitos y arbolando botalón de foque, sin duda debieron favorecer la navegabilidad.


Su principal defecto era el armamento, de calibre notablemente menor al empleado por sus enemigos potenciales; que no es que fuera la culpa de Gaztañeta: era sencillamente lo que tenían disponible en esos momentos.


En San Feliú de Guixols, los buques fabricados eran de proporciones similares a los de Guipúzcoa y su porte algo mayor. Llegaron a botarse tres grandes navíos de línea, el San Felipe ó Real Felipe de 70 cañones en el año de 1716, el Cambí de 66 cañones en el año de 1718 y el Catalán de 62 cañones en el año 1719.


Durante este periodo, Gaztañeta dirigió la construcción, o dictó las proporciones de la mayoría de los navíos construidos para la Corona en la península.


Se dispuso en el mayor secreto la organización de la flota de invasión en el puerto de Barcelona. Alberoni supervisó personalmente todas las operaciones y la correspondencia para evitar filtración alguna.


Además del primer ministro, sólo los reyes, el duque de Popoli y el padre Daubenton -confesor real- sabían del destino de la expedición, y se cuidaban de no dar explicación alguna a los secretarios del Despacho Universal.


La habilidad de Alberoni y de Patiño fue prodigiosa. El marqués de la Mina, en sus memorias, se deshace en elogios ante el Cardenal y su ministro. En pocas semanas consiguieron poner a punto y mantener en secreto una armada que sorprendió y atemorizó a todas las potencias.


El día dos de julio del año de 1717 apareció inesperadamente en la rada de Barcelona la escuadra naval que venía desde Cádiz al mando de los jefes de escuadra don Francisco Grimao y don Baltasar de Guevara, mientras se completaban con urgencia los navíos en construcción de San Feliú y Guipúzcoa.


El mismo día se personó en Barcelona el genovés marqués Esteban de Mari, al mando del San Felipe y destinado a ser comandante de la expedición a Cerdeña. Los pertrechos y los bastimentos de transporte se reunieron precipitadamente en puertos próximos al de Barcelona, para evitar despertar sospechas, mientras se disponían los buques de transporte y el embarco de víveres y pertrechos.
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14 May 2007 10:16
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Las tropas también se dirigieron a toda prisa a la ciudad, tomadas de entre las guarniciones de la zona. Patiño, llegado el día cinco de julio, se encargó de organizarlo todo con su portentosa eficiencia. Para procurarse naves suficientes se procedió al embargo de todos los navíos extranjeros que se pudo, fletándolos a expensas de la Hacienda Real.


De similar manera se reclutaron las tripulaciones: el cónsul francés en Cádiz llegó a elevar una protesta formal por el embarco forzoso, si no secuestro, de trescientos marineros galos.


Ninguno de los que se embarcaban sabía dónde iban, y no se les había permitido disponer más que lo estrictamente necesario y personal. Tan sólo los jefes supremos –y no todos- sabían del destino de la flota.


Tanto secretismo no logró ocultar unos preparativos de tal magnitud. Aunque Alberoni asegurara que se trataba de una flota destinada a auxiliar a venecianos y austriacos contra otomanos, obteniendo así, de paso y forma muy sutil, la financiación propia de una cruzada, por parte del Papa Clemente XI, pronto toda Europa se inquietó por las verdaderas intenciones del gobierno español.


Austria, sintiéndose amenazada, se quejó al regente de Francia creyendo que éste conocía el secreto. Los ingleses temieron una invasión para apoyar la restauración de los Estuardo, y junto con los franceses no cesaron de solicitar a Madrid el cese de los preparativos.


El duque de Saboya, a la sazón rey de Sicilia, envió una serie de espías a Madrid (que fueron neutralizados en medio de un aluvión de bulos, especulaciones y rumores por toda Europa. Era el contraespionaje el que funcionaba así) y ordenó al virrey de Sicilia, conde Maffei, poner a la isla en estado de alerta.


Los austriacos, aterrorizados ante la debilidad de sus fuerzas en Nápoles, Cerdeña y Milán, se aprestaron frenéticamente a organizar como pudieron la defensa de estos territorios, mientras que el gobernador inglés de Menorca ponderaba amedrentado la posibilidad de que su isla fuera el objetivo de la invasión.


Realmente es asombroso -y lo fue para los que vivieron en aquella época- ver cómo una España desmembrada, humillada en Utrecht, devastada por la guerra, a la que Europa creía final y afortunadamente acabada, fuera capaz de disponer en tan solo cuatro años de tal aparato bélico, y de organizar una tras otra expediciones y proyectos que se superaban en magnitud.
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14 May 2007 10:19
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El marqués de la Mina lo resumía con gran acierto en los comienzos de su obra: <<asombró la Europa que resucitase un gigante que se consideraba exangüe por muchos años y que antes no podía convalecer>>. Una prueba inédita de esta relativa potencia naval y militar constituye el hecho de que en los mismos meses en que salió la armada española hacia el Mediterráneo, lo hacía otra desde Cádiz para velar por el comercio con Nueva España.


Se había logrado organizar una flota muy numerosa, de la que desgraciadamente no hay datos precisos y contrastados, y las fuentes difieren entre sí, pese a su cercanía a los hechos.


Si para Vicente Bacallar se componía de doce navíos de guerra y cien de transporte, Mina cuenta trece de guerra, tres galeras y noventa transportes, y el padre Belando <<Historia Civil de España>> da cifras más escasas, aunque pormenorizadas: nueve navíos de línea, quince de guerra, dos brulotes, dos galeotas, cuatro galeras, once navíos de transporte, treinta y cuatro tartanas, diez pinques y una saetía, sumando en total ochenta y ocho embarcaciones, casi todas de tipo mediterráneo.


Confrontando estos datos, podemos admitir que había al menos cien navíos, y entre ellos al menos doce buques de guerra; tradicionalmente, se considera que debían ser nueve navíos de línea y seis fragatas.


Como jefe de la flota iba el marqués de Mari que mandaba el recién estrenado San Felipe, con bandera de vicealmirante. Los jefes de escuadra a él subordinados eran don Baltasar de Guevara y don Francisco de Grimau; este último al cargo de las pocas galeras que aún subsistían en España.


Las tropas embarcadas eran unos nueve mil doscientos treinta y tres hombres, incluyendo ocho mil seiscientos cuarenta y ocho infantes y quinientos ochenta y cinco jinetes, organizados en 14 batallones de infantería y una compañía con trescientos dragones.


Los batallones de infantería eran 4 de la Guardia Española y otros 4 de la Guardia Valona, los mejores y más curtidos de la península, al mando del marqués de Aitana y del de Risbourg, respectivamente, 2 del regimiento de Murcia, comandados por el coronel don Juan Pacheco Portocarrero; 2 del de Burgos, al frente de don Isidro Usal de Gumbarda; el batallón irlandés del coronel Wachop y el de Hainaut de don Francisco Bustamante, a los que hay que añadir doscientos artilleros, una compañía de minadores con cincuenta hombres y sesenta obreros.
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14 May 2007 10:22
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Al frente de estas tropas y como jefe de la expedición se hallaba el noble valón Jean-François de Bette, marqués de Lede, y con él el teniente general don José de Armendáriz, los mariscales de campo conde de Montemar y marqués de San Vicente, y el caballero Louis de Bette, hermano del jefe de la expedición.


Enrique Graftán figuraba como mayor general de la infantería; Jaime Miguel de Guzmán Dávalos Spínola, conde de Pezuela (posteriormente marqués de la Mina) comandaba su propio regimiento de dragones (los Dragones de Pezuela); don Sebastián de Matamoros iba al frente de los artilleros y don José Blande era el jefe de los 6 ingenieros que dirigían la compañía de minadores. La artillería de campaña era también numerosa (entre 50 y 80 piezas, entre cañones y morteros), y disponían de víveres para más de tres meses de campaña.


Campaña de Cerdeña


El grueso de la expedición, cincuenta y nueve naves de guerra y transporte (incluidas las galeras) al mando del marqués de Mari, con Lede al frente de la tropa, zarpó el día veinticuatro de julio (aunque hay discrepancias sobre la fecha en las fuentes), habiendo terminado los preparativos el día antes.


El resto de la expedición, que se quedó a esperar a los 4 batallones de la Guardia Valona, procedentes de Tarragona (que no habían sido avisados con la suficiente anticipación) estaba compuesta por tres navíos de guerra, cinco transportes y doce tartanas, conducidos por el jefe de escuadra don Baltasar de Guevara.


Las tropas iban al mando del mariscal de Campo conde de Montemar. Se hicieron a la mar el día treinta de julio. Los dos jefes recibieron ese día pliegos de Patiño para que les abriesen en alta mar. En ellos se les señalaba el rumbo hacia el cabo Pulla, que mira a la bahía de Caller, en Cerdeña, en donde decía, que se hallaría el marqués de Mari, pero sin indicarles para qué habían de esperarle.


El rumbo y las circunstancias dé la navegación fueron distintas en ambos casos; La escuadra que partió primero navegó en dirección recta hacia la isla. A su paso por las Baleares les faltó el viento, «los dieron calmas». Los días avanzaban y ellos no. Sus provisiones de agua y paja disminuyeron considerablemente con este imprevisto accidente, hasta tal punto que algunos de los caballos perecieron y hubo que entrar más de una vez en los puertos de Alcudia y Palma para reponerse de agua potable otras pertrechos.


Los caballos muertos fueron reemplazados por algunos de los del regimiento de dragones de Chateaufort que servía de guarnición en Mallorca. De allí salieron el día cinco ó seis de agosto. No llegarán a su punto de destino, con evidente retraso, hasta el día veinte, habiendo tardado un mes en cruzar el Mediterráneo Occidental.
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14 May 2007 10:24
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La segunda escuadra tomó un rumbo distinto: bordearon el Golfo de León por la costa meridional francesa para bajar luego en dirección Cerdeña, dando fondo en la bahía de Cagliari el día nueve de agosto.


El viaje lo habían hecho en sólo diez días. Esta ruta debía ser más segura, y, posiblemente, más rápida si tenemos en cuenta que se escogió para dar alcance a la primera escuadra. En la decisión influiría la experiencia de Guevara.


Pero el cumplimiento de la orden de esperar a Mari, sin saber si donde habían de desembarcar era o no Cerdeña y la escasez de víveres, iba a crear complicaciones a los planes originarios de la corte madrileña.


La escuadra de Guevara se mantuvo a la expectativa; el día trece, la necesidad de agua y la negativa de los sardos a permitir el abastecimiento forzó el desembarco de ciento veinte granaderos para conseguirla por la fuerza; el quince de agosto se decidió en Consejo de Guerra esperar a Mari cuatro días más; el día diecinueve se dispuso el desembarco, pero no pudo realizarse por equivocarse el orden de las lanchas; equivocación afortunada, porque al día siguiente se les unía la flota de Mari.


Este retraso en las operaciones permitió a Cagliari, prácticamente desguarnecida, fortificarse, y al virrey austriaco pedir refuerzos; además, la nocividad del insalubre clima sardo aumentaba según avanzaba el mes.


La conquista de Cerdeña, efectuada en dos meses, podría haberse realizado en unos pocos días, y quién sabe si Sicilia y Nápoles hubiesen podido caer en manos españolas en una rápida campaña ese mismo año.


El desembarco se realizó final y fácilmente en la cala de San Andrés, a dos leguas de Cagliari y duró de la noche del día veintiuno a la madrugada del veintidós de Agosto.


Cerdeña opuso poca resistencia y el peor enemigo era el mal tiempo, que dio lugar a una campaña dura. La propaganda borbónica del marqués de San Felipe surtió buen efecto para ganarse los afectos de la población local, ya de por sí harta de los austriacos.


El sitio de Cagliari, iniciado el mismo día veintidós se prolongó porque las tropas españolas eran insuficientes para completar el cerco de la ciudad. El día seis de septiembre del año de 1717 zarparon del puerto de Barcelona dieciséis transportes escoltados por buques de guerra.
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14 May 2007 10:25
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Embarcadas al mando del marqués de Montealegre se hallaban un batallón del regimiento de infantería de Basilicata y tres escuadrones del regimiento de caballería del Rosellón.


Tras una rápida travesía, desembarcaron el día dieciséis en Cagliari; la superioridad española era ahora evidente. El virrey de Cerdeña, el caballero catalán marqués del Rubí escapó de la plaza en la noche del día diecisiete.


Los Dragones de Pezuela partieron de inmediato en persecución y batida del virrey, en la que dejó tras de sí numeroso armamento y equipo. Mientras, la tarde del día treinta se ofreció una generosa capitulación a la guarnición de la capital sarda, que fue aceptada la madrugada del día dos de octubre.


Tan sólo ciento veintidós hombres se embarcaron para Génova; el resto prefirió pasarse a las filas borbónicas. El día cuatro Lede entró en la ciudad: los calaritanos le rindieron honores de virrey y se cantó un solemne <<Te Deum>> en la catedral.


Tras rendirse la capital, sólo dos ciudades fuertes mantenían el dominio austriaco en la isla: Alghero y Castillo Aragonés. En ellas se refugió el virrey y a ellas se intentará conducir el auxilio que los austriacos habían mandado tardíamente.


Estos refuerzos tuvieron una suerte muy desafortunada: de los setecientos treinta y cinco soldados, de los cuales muchos de ellos estaban enfermos, enviados desde Milán al estrecho de Bonifacio, al mando del coronel marqués de Malaspina, sólo trescientos cincuenta lograron tras un mes, de esfuerzos y enfrentamientos, introducirse en las dos plazas, antes de la llegada del grueso de la flota y del ejército español.


Respecto del medio centenar enviados desde Nápoles, al parecer fueron emboscados por sesenta ó setenta paisanos, que fingiendo ser partidarios del Emperador, los llevaron a una trampa en un desfiladero y lograron su rendición.


Alghero capituló el día veinticinco de octubre, tras una semana de asedio, y las tropas españolas la ocuparon el día veintinueve; respecto de Castillo Aragonés, se rindió el día treinta y uno de octubre y fue ocupada al día siguiente.


Tan sólo quinientos hombres murieron en la campaña, la mayoría por causa del fatal clima sardo. Tras dejar siete batallones de infantería y casi toda la caballería como guarnición, el resto de las tropas se embarcaron de nuevo en la flota para regresar a España.
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14 May 2007 10:26
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Así concluyó la conquista del <<Regnum Sardinae>> por las armas españolas, tras dos meses y ocho días de campaña. Muy poco tiempo para las cortes europeas, pero demasiado para los propósitos de Madrid.


Reacción Internacional


Al percatarse las potencias beneficiadas por Utrecht, de las intenciones de España de intentar desmoronar el poder austriaco en la península itálica mientras tanto, las cosas marchaban bien al Emperador en su guerra con los turcos.


En el año de 1718 había tomado Belgrado y, gracias a la mediación de Gran Bretaña y las Provincias Unidas, que buscaban su amistad con desesperación, se firmó la Paz de Passarowitz, el día veintiuno de julio del año de 1718, con la recuperación por los turcos de Morea y la obtención por Austria del banato de Temesvar, Serbia y partes de Bosnia y Valaquia.


Cuando, en junio de ese mismo año, los españoles pusieron en marcha la campaña de Sicilia, el Emperador aceptó adherirse a la coalición y se constituyó la Cuádruple Alianza.


El duque Víctor Amadeo II de Saboya, hombre de singular astucia, propuso entonces a Alberoni ceder Sicilia y aliarse con España para tomar Nápoles a cambio del rico ducado de Milán y el apoyo militar y financiero suficiente para batir a las tropas del Emperador.


Alberoni, sin embargo, desconfiaba -con motivo- de las intenciones del saboyano y prefirió desistir de la alianza, pareciéndole más fácil continuar con el plan original y conquistar la Sicilia antes que el mismo saboyano la cediese al Emperador o se aliase contra España.


Víctor Amadeo, viendo fracasadas sus negociaciones, y aún sabiendo indefendible una isla guarnecida sólo con siete mil hombres, mandó el conde de Maffei que fortificase de nuevo las plazas, y juzgó conveniente intentar vencer a los españoles antes que servírsela en bandeja al Emperador, ni admitir aún sus tropas, porque para este último paso ya había tiempo.


Pensando en vender la isla a un buen precio, envió al marqués de Santo Tomás a Viena, y por confirmar más al Emperador, pidió para mujer de su hijo y heredero a una de las archiduquesas hermanas de Emperador.
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Ninguno de estos movimientos escapaba al conocimiento de Alberoni, y para fortalecer la posición española, sabiendo que se trataba en Londres una liga contra sus designios, procuró alentar la Gran Guerra del Norte para tener ocupado al Emperador, ofreciendo caudales de dinero al belicoso rey Carlos XII si hacía una guerra de distracción a las armas de la Casa de Austria.


Igualmente trató de sobornar al príncipe Ragotzi de Valaquia, que residía en Adrianópolis, si lograba que el Gran Turco le pusiera al mando de un cuerpo de treinta mil hombres para luchar contra los austriacos en Transilvania.


Alberoni también trabó correspondencia con el conde Vilio, agente del rey Estanislao Leczyinski de Polonia en Venecia, que ofrecía la amistad de su amo, y no dejó pieza sin tocar en toda Europa para lograr ventaja para España, pero todas estas diligencias resultaron, a la postre, inútiles.


Entretanto, el Emperador envió al rey Felipe una indecorosa propuesta de paz, exigiendo la devolución de Cerdeña y la renuncia a los Estados de la península itálica a cambio de reconocer la sucesión de Parma y Toscana y renunciar a sus pretensiones sobre España y las Indias.


Los ducados serían incompatibles con la Corona española, seguirían siendo feudos imperiales y seis mil suizos al servicio del Emperador ocuparían los Estados de los Presidios.


El proyecto fue muy mal recibido por la Corte española, por la arrogancia con que los austriacos les ofrecían este ultimátum, como quien promulgaba un decreto, sin haber consultado siquiera con el gobierno de España.


Respecto a la situación en la península itálica, en Nápoles, su gobernador, el conde Daun, estaba bien prevenido, fortificando las plazas del reino, donde prevenía un campo volante con las tropas que por el Trieste había recibido. En Milán y Módena se preparaban para defender la Lombardía si los españoles desembarcaban en el puerto de La Spezzia.


El Emperador trató asimismo de atraerse a los genoveses, pero éstos respondieron que no tenían fuerzas para oponerse a príncipe tan poderoso como el Rey Católico, y que ofrecían la más sincera neutralidad.


El cardenal Alberoni se reía de todas estas precauciones, porque creyó sorprender la Sicilia indefensa, en la creencia de que, como aquel reino no era parte de los Estados del Emperador, no lo defenderían los austriacos.
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Si ignoras lo que pasó antes de que nacieras, siempre serás un niño. Marco Tulio Cicerón.


Hay criterios cerrados, de ásperas molleras, con los cuales es inútil argumentar. Miguel de Cervantes Saavedra.


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Campaña de Sicilia


El éxito de la ocupación de Cerdeña inclinó al ministro Alberoni hacia el partido beligerante del rey, que estaba decidido a dar el segundo paso: recuperar la ínsula Trinacria, Sicilia.


Para ello se ordenó una leva de voluntarios y se formaron batallones bautizados con nombres de ciudades italianas: Mesina, Palermo, Valdesmasara, Valdenoto, Toscana, Liguria, Cerdeña e Italia.


Estos batallones, juntándose en Barcelona con los regimientos de la Guardia Real, Córdoba, Castilla, Saboya y Guadalajara, formaron un ejército de 36 batallones completos con unos efectivos de veinte tres mil cuatrocientos hombres, tres mil trescientos dragones procedentes de 6 regimientos: Batavia, Frisia, Tarragona, Edimburgo, Numancia y Lusitania y una caballería de dos mil ochocientos ochenta hombres procedentes de 8 regimientos: Borbón, Farnesio, Milán, Barcelona, Brabante, Flandes, Andalucía y Salamanca. Estaban apoyados por un parque de artillería de 150 cañones y 40 morteros, siendo necesarios para transpórtalos 1.500 mulos y dos compañías de ingenieros y minadores, al mando de don Próspero de Verboom, fundador del Real Cuerpo de Ingenieros, descrito por Bacallar como uno de los ingenieros <<más insignes de su siglo>>. En total, formaban un ejército de treinta mil hombres, que zarparon del puerto de Barcelona el día dieciocho de junio del año de 1718 con víveres para cuatro meses de campaña.


Estaba esta armada al mando del jefe de escuadra don Antonio Gaztañeta, buen marino y piloto, pero poco experimentado en la guerra; pero por ser el más antiguo le correspondía el mando.


A él le acompañaban como responsables subalternos los jefes de escuadra don Fernando Chacón, el marqués de Mari, y don Baltasar de Guevara.


Constaba la armada reunida por la habilidad de don José Patiño (según Vicente Bacallar) de veintidos navíos de línea, tres mercantes armados, cuatro galeras, a cargo del jefe de escuadra don Francisco Grimáu, al que acompañaba otro jefe de escuadra, don Pedro Montemayor; una galeota mallorquina, trescientos cuarenta transportes de tropas y pertrechos y dos balandras.


La flota se dirigió a Cerdeña, donde repostó provisiones el día veinticinco y se puso al mando del marqués de Lede. Tras este breve descanso, la flota se hizo de nuevo a la mar, y ente el día uno y el dos de julio las tropas españolas desembarcaron en la cala de Solano, cerca de Palermo, ante la actitud abiertamente favorable de la población hacia los españoles. Se oponía a los españoles una guarnición enemiga con un total de nueve mil setecientos hombres, bien atrincherada en las fortalezas sículas.
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El día tres, cuando las fuerzas españolas estaban a cuatro millas de la ciudad una delegación de nobles y diputados de Palermo se presentó ante el marqués, ofreciendo la lealtad de la ciudad. Ante esta amenaza el virrey de Sicilia, conde Maffei, se retira a Siracusa con mil quinientos hombres, dejando alguna guarnición en el castillo, y el duque de Saboya se une abiertamente a la Cuádruple Alianza, permitiendo que el Emperador austriaco destaque en Sicilia una parte del ejército que tenía preparado en Nápoles.


Palermo se rindió sin más oposición que la de algunos piamonteses atrincherados en reductos de las fortificaciones de la ciudad, y se toma un navío nuevo de 60 cañones que no había realizado todavía sus pruebas de mar y se hallaba anclado en la rada, pasando a la Real Armada: es el nombrado Santa Rosalía de Palermo.


A continuación se cercó Castellmare, guarnecida por cuatrocientos sesenta piamonteses, al mando del caballero Marelli, que capituló honorablemente. Con respecto a la ciudadela de Palermo, se rindió el día trece de julio, después de seis horas de bombardeo, para gran disgusto del duque de Saboya, que entró en cólera.


Entretanto, el pueblo de Catania se alzó en armas, aclamando al rey Felipe, tomando el castillo de la ciudad y haciendo prisionera a su guarnición.


Tras el éxito inicial, el ejército español se dividió en dos fuerzas: la primera, al mando del conde de Montemar, se dirigió hacia Trapani, Termini y Catania. La segunda, al mando del Marqués de Lede, se dirigió hacia Messina, punto de concentración de las tropas austriacas y piamontesas, donde también se dirigió la flota española.


Sin embargo, al llegar la Armada a la ciudad, el pueblo se levantó contra la guarnición, que se atrincheró en la ciudadela y el fuerte del Salvador y algunos baluartes secundarios, quedando el país en dominio español.


El día veintiocho de junio del año de 1718 se iniciaron los trabajos de asedio, bajo la dirección de Próspero de Verboom.


Don José Vallejo y el marqués de Villa Alegre partieron a bloquear a Siracusa, de donde salieron dos navíos ingleses fletados del conde Maffei rumbo a Augusta, sacando las cuatro compañías de infantería de la guarnición. En su huida, trataron de volar el castillo, sin mucho éxito. Desamparada la ciudad, la ocuparon los españoles, y repararon el castillo.
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En Mesina, el día doce de julio quedó instalado el tren de artillería, que comenzó a batir los muros de la plaza, con el apoyo entusiasta de la población civil. Ante el insistente cañoneo de la flota española, se rindieron tres castillos secundarios; Matagrifón, Gonzaga y Castalazo. Por su parte, los defensores hicieron sendas salidas el día veinte y el veintidós de julio, que fueron rechazadas por los españoles.


En este estado de cosas, dieron aviso los ministros de la península itálica a los jefes españoles que navegaba las aguas del Mediterráneo una escuadra británica, al mando del almirante George Byng, despachada con el fin de mantener el equilibrio continental y asegurarse de que <<los españoles no se apropiaran ilegalmente de Sicilia>>.


Había zarpado esta escuadra desde el día catorce de junio de sus puertos; constaba de veinte navíos de guerra, todos de línea; el mayor, que era el navío Barfleur, tenia noventa cañones; había dos de ochenta y de setenta y siete; los demás eran de sesenta, y el menor, que era el Rochester, tenía cincuenta cañones. Les acompañaban los brulotes Guastlant y Grifin y las bombardas Basilisk y Blast.


No eran grandes estas fuerzas; pero les pareció a los británicos que bastaban, porque ya habían enviado de antemano un oficial de marina a Cádiz y otro a Barcelona, con pretexto de negociantes, para que se informasen del armamento marino del Rey Católico, de modo que los británicos conocían hasta los últimos detalles de la flota española.


Cuando la armada británica llegó a las alturas de Alicante, despachó Byng a Madrid a su secretario con cartas en que le decía hallarse con su escuadra en el Mediterráneo, y que tenía instrucciones de su Soberano para tomar las medidas más proporcionadas para asegurar la paz y el entendimiento entre el Rey Católico y el Emperador, y en caso de persistir aquél en turbar la neutralidad de la península itálica y los Estados de éste, que tenía orden de embarazarlo con las fuerzas de aquella armada (sic).


A ello respondió secamente Alberoni que podía ejecutar el almirante Byng las órdenes de su amo como le pareciese.


Entretanto, se daba en Londres la última mano de repintura al tratado de la Triple Alianza, que se firmó el día dos de agosto a pesar de las desavenencias de los firmantes. Al conocer la entrada de los holandeses en la alianza, Aberoni quedó consternado, pero se obstinó en el dictamen de la guerra, animado de que no le faltarían caudales, porque acababan de llegar de Indias los galeones con doce millones de pesos.
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14 May 2007 10:34
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Declaró al enviado británico en Madrid <<que sólo podría el Rey Católico convenir en la paz, quedando por la España Sicilia y Cerdeña, y que el Emperador satisficiese al duque de Saboya con un equivalente, como también los daños ocasionados a los príncipes de Italia, de donde retiraría las tropas que excediesen a un cierto número, y que no se hablaría de la sucesión de Toscana y Parma, ni de infeudar estos Estados del Imperio>>, exigiendo además la retirada inmediata de la flota británica del Mediterráneo.


Respecto a la flota española, el día tres de agosto, una escuadra de tres navíos al mando de Baltasar de Guevara es destacada a la isla de Malta, sede de la Orden Hospitalaria.


El Combate de cabo Passaro


Así las cosas, dio fondo en Nápoles la armada británica el día cinco de agosto de 1718. En los agasajos y obsequios que hizo el gobernador austriaco, el conde Daun, al almirante Byng, pidió que escoltase a un ejército de treinta mil hombres a socorrer a la guarnición austro-saboyana asediada en Mesina; no se negó a ello, pero sus barcos eran de guerra, de modo que sólo pudo transportar a tres mil hombres.


Como el día siete llegó la orden de su amo Jorge I de atacar a la armada española, hizo vela hacia Mesina. Despachó un oficial al marqués de Lede, pidiéndole dos meses de tregua con los asediados. El marqués respondió no poder condescender a la suspensión de armas, porque no tenía orden ni instrucción para ello.


Ya sabía el británico que no iba a pactarse tregua alguna pero quiso dar esta otra aparente justificación al mundo, y enviar un explorador para saber dónde y cómo estaban ancoradas las naves españolas, ya que las informaciones enviadas por el conde Maffei le parecían insuficientes. En la mañana del día nueve de agosto llegaron a Mesina y fondearon a la sombra de los muros de la ciudad.


Las naves españolas estaban fondeadas en el estrecho, y recelando de la intención de los británicos como eran ya pocas, porque faltaba, como se ha dicho, la escuadra de Guevara, parecióles conveniente después de consulta de Patiño con sus capitanes y dio la orden de salir de lo angosto, con rumbo al cabo de Spartivento, para unirse a las que faltaban, porque habían de volver por allí, y en el ínterin descubrir más la intención del <<pérfido británico>>.

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El día diez, por la mañana, pasó el almirante Byng el estrecho, saludándole las naves de transporte que allí estaban dando fondo. Algunas cargadas de víveres para la armada, se las llevó consigo el comandante británico.


Aún le creían amigo, porque cuando el marqués de Lede le envió una protesta oficial a Byng, reprochándole que hubiese escoltado tropas del Emperador, respondió que esto no era acto de hostilidad, sino de protección a quien se amparaba en la bandera del Rey británico.


En palabras de Vicente Bacallar: <<No se puede negar algún género de engaño en el inglés y alguna cándida credulidad en los españoles, porque asegurados que venía aquella escuadra a embarazar la guerra, no se pasearía inútilmente por estos mares; y más que los ingleses abrazaban con gusto esta ocasión de destruir la armada española, porque no quieren ver por mar muy armado al Rey Católico, no sólo por los perpetuos celos del comercio, pero aún por no perder la alta actual prerrogativa de ser dueños de ambos mares>>(1).


Dos fragatas ligeras de los españoles avisaron a su jefe que venía tras de ellos la escuadra británica sólo con las gavias; éste fue otro de los muchos disimulos; y una corbeta suya avisó a éste que ya no estaban lejos los españoles, que no viendo hacer fuerza de velas del británico, se atravesaron mantenidos a la capa, como quien sabía de cierto que no eran aquéllos enemigos, hasta que, viéndoles venir a proa directa, tomaron el rumbo hacia el cabo de Spartivento sin cargar de velas, por no mostrar desconfianza ni temor.


En la simplicidad de esta conducta consistió toda la perfidia, porque don Antonio de Gaztañeta esperó a la capa a los enemigos superiores en fuerzas, y perdió tres días, en los cuales podía haberse retirado a Malta o dado la vuelta a Cerdeña.


Posteriormente dio por disculpa que así lo había mandado Patiño, que estaba entonces en Sicilia, y que él no había hecho sino cumplir sus órdenes. Éste decía que le había mandado salir del estrecho para salvarse, que no tenía forma de avisarle, ni aun noticia que enviar, y que una vez fuera de puerto tocaba a Gaztañeta obrar como creyera más prudente y oportuno.


No entramos en la cuestión si debía la armada española retirarse a sus puertos, luego ejecutado el desembarco, porque este fue error del cardenal Alberoni, confiado quizá en que la armada del Rey Católico podía resistir a la británica, sin advertir que, verdaderamente, no había en aquellas más que ocho navíos de guerra, para colmo armados con piezas de menor calibre que las británicas; los demás eran navíos viejos y mercantes artillados, armados con más piezas de cañón que las que la estructura de la nave podía aguantar al abrir fuego.
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Retiráronse a Spartivento los españoles; les faltó el viento antes que a los británicos, que llevaban su derrota en el nordeste, por cuya circunstancia, sumadas a la variedad de las corrientes y las maniobras de Byng.


Éste para estar seguro de que no se les escapaba la flota española envió en vanguardia a sus navíos más marineros, llevando luces de posición para que el resto de su flota pudiera seguirlos.


De tal manera, los navíos de ambas escuadras amanecieron el día once mezclados e interpolados. La flota española, desconcertada y dividida en tres grupos. La británica, con intenciones bien claras y aviesas, en perfecto orden de combate.


Fue este el momento en que Gastañeta desconfió, demasiado tarde, de las intenciones de los británicos y ordenó el formar la línea de batalla dando orden de remolcar los navíos de línea más retrasados, acercándolos al San Felipe del Real, que era el comandante; las galeras de España, aunque en calma, pudieron hacer hostilidad; no la quisieron empezar, y fueron tomando la costa.


Refrescó un poco el tiempo, y hallándose la escuadra del marqués de Mari, que formaba la retaguardia, muy separada del cuerpo de Gaztañeta y muy a la tierra con los navíos de su división, solicitó salir de la ensenada y juntarse al comandante, pero no pudo realizar esa maniobra.


Los británicos continuaban su rumbo con disimulo, haciendo fuerza de velas para dejar atrás cortados los navíos de Mari y ganarles el viento, lo que al final consiguieron, por estar más alejados de la costa.


Así, a la altura del Cabo Passaro o Passero, bien situados a barlovento, seis navíos británicos, volvieron la proa y cayeron rápidamente sobre la retaguardia, mandada por el marqués de Marí y compuesta por un navío de línea La Real, de 62 cañones, tres fragatas las: San Isidro, Tigre y Águila de Nantes, y algunos buques menores, la mayoría transportes.


Sin la menor esperanza, Mari tomó el partido de echarse a la costa, combatiendo contra siete navíos de línea británicos todo el tiempo que le permitió la situación de haber puesto la proa a tierra, y no pudiendo resistir más a fuerza tan superior, procuró desembarcar a sus hombres y salvar los equipajes poniéndolos en la arena y abarrancando las naves, de las cuales la Real es posteriormente apresada y reflotada, la San Isidro y la Tigre sufren igual suerte, y el Águila de Nantes es quemada.

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El resto de la escuadra británica fue a atacar el cuerpo principal de la española, compuesta de los navíos San Felipe el Real, Príncipe de Asturias, San Fernando, San Carlos, Santa Isabel, San Pedro y las fragatas Santa Rosa, Perla, Juno y Volante, que unidas tenían la proa a Cabo Passaro.


Trataron en medio de la confusión reinante de formar línea de combate, pero no pudieron. Cinco navíos de los enemigos atacaron a los de los españoles que quedaban más atrás; y como estos iban uno a uno, los fueron tomando, no sin resistencia a pesar de tan desigual combate.


Con el resto de las naves se adelantó Byng, a las dos de la tarde, y atacó al navío comandante español, el San Felipe el Real, en el centro de la deslavazada formación española, con siete navíos y un brulote.


El desarrollo del combate y consultadas varias fuentes, es más o menos de la forma siguiente:


Dos naves de línea combatían las primeras. Sufrió dos descargas San Felipe, sin disparar, hasta que los dos británicos le dieron el costado. Entonces respondió con sus andanadas, de forma que, antes que pasasen de ellas, habían recibido los enemigos dos descargas, y a fuerza de velas se adelantaron a repararse del daño. La comandanta británica continuó su curso, arribando con el Dorsetshire, que mandaba el contralmirante Delaval, y otros dos navíos de línea, por la popa de San Felipe, que sufrió las descargas sin poder responder al fuego enemigo; volvieron las dos naos primeras que le atacaron con los bordos, rendidas a ceñir sus costados, y le dieron sus cargas correspondiendo a ellas, y se retiraron un poco por ambas aletas de San Felipe, acribillándole con descargas de metralla, balas de fierro y plomo chicas, de suerte que no le dejaron aparejo pendiente, ni de labor u obenque, ni de brandal, que no cayese la mayor parte sobre la cubierta, ni vela entera.


Dos navíos británicos se le acercaron más por la parte de estribor para abordarle, pero no lo hicieron, porque aunque maltratado, el San Felipe todavía daba sus arribadas y orzadas, con una de las cuales hizo perder el curso del abordo a un brulote que le arrimaron para incendiarle, que con su bauprés le desbarató todo el guardapolvo del corredor alto y parte del espejo de popa.


Aunque Gaztañeta había perdido doscientos hombres, continuaba combatiendo, y recibió otra vez al brulote, protegido por las naves de Byng, cuya amura tapó con la aleta de la parte de estribor del San Felipe, y le dio una descarga.

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14 May 2007 10:46
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Don Antonio Gaztañeta, que se encontraba en ese momento al pie del palo de mesana, fue alcanzado por una bala que le atravesó la pierna izquierda de parte a parte y quedó clavada en el tobillo de la derecha.


Continuaba con todo a resistirse en el mismo lugar; y cuando una bala de cañón partió en dos a un pobre marinero, le dieron violentamente unos pedazos del cuerpo en el pecho y cara a Gaztañeta, que cayó al suelo, con sus propias heridas sangrando abundantemente.


Entonces le retiraron a curarle con el capitán don Pedro Dexpois, herido de un astillazo en la espalda. Cortó una bala la driza de la bandera al tiempo de arriarla, y finalmente se rindió la comandanta española.


Cayó luego, al cabo de tres horas, don Antonio Escudero, que mandaba la fragata Volante, de cuarenta cañones, cuando trataba de auxiliar al San Felipe, en combate contra tres enemigos. Aunque tenía su buque seis balazos <<a la lengua del agua>> (en la línea de flotación), por donde recibió tanta que empezaba a hundirse, los oficiales y marineros arriaron la bandera y se rindieron sin quererlo consentir el capitán.


Tres navíos de línea habían atacado al Príncipe de Asturias, de 72 cañones, que mandaba don Fernando Chacón. Resistió valerosamente hasta que, desbaratado el buque y obras fuera del agua, muerta la mayor parte de la tripulación, rotos todos los palos mayores, vergas, gavia y mesana, todo el velamen del aparejo y destrozadas todas las jarcias, herido su capitán de un astillazo en la cara, se rindió.


Lo mismo hizo la fragata Santa Rosa, que mandaba don Antonio González, después de haber peleado tres horas contra cinco navíos.


Tantas horas peleó también la Juno, al mando de Pedro Moyano, que perdió a la mayor parte de su tripulación.


Una después de otra, tres naves atacaron sucesivamente a la Perla, que mandaba don Gabriel de Alderete. Se defendía valerosamente, y pudo escapar gracias a la aparición de don Baltasar de Guevara, que volvía de Malta.


La fragata la Sorpresa, que mandaba don Miguel de Sada, aunque era de la división de la escuadra de Mari, como estaba más avanzada la atacaron los enemigos y, después de casi deshecha, la rindieron.


Lo propio sucedió al amanecer del día doce a la navío Santa Isabel, que mandaba don Andrés Reggio, atacada de cuatro navíos británicos.

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14 May 2007 10:51
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Los navíos españoles más adelantados, el navío de línea San Fernando, al mando de Jorge Cammock, el San Pedro, de 60 cañones, de Antonio Arizaga, las fragatas Puercoespín, Tolosa, San Juan el Chico y Flecha y una galeota a bombas pudieron retirarse a Malta y Cerdeña.


A tiempo que estaba combatiendo con los británicos San Felipe, llegó de Malta, como se ha dicho, don Baltasar de Guevara, con dos navíos de línea: el San Luis y el San Francisco Javier ó Hermíone.


Poniendo la popa a él, el San Luis pudo atravesarse entre los dos navíos que daban al San Felipe los costados, y hacer fuego a uno y a otro, hasta que viendo que arrió la bandera el San Felipe, dirigió la proa sobre el Barfleur, el navío del almirante Byng, que le seguía por popa, y, dándole el costado le hizo fuego.


Hizo lo mismo el navío San Juan Bautista, al mando de Francisco Guerrero, que seguía a las de Guevara, y se retiraron todas al amparo de la noche hacia poniente; por donde, con su abrigo, escaparon los navíos San Luis y San Juan, después de haber combatido a la almiranta británica.


Respecto al tercer grupo, el de las galeras de España que mandaba Grimau, como no podían defender a las naves redondas, se retiró a Palermo; se quemaron también la fragata Esperanza, un brulote y dos balandras.


Y esta es la triste derrota de la armada española, voluntariamente padecida en aguas del cabo Passaro, el día once de abril del año de 1718, donde, en palabras de Vicente Bacallar <<sufrió un combate sin línea ni disposición militar, atacando los ingleses a las naves españolas a su arbitrio, porque estaban divididas. No fue batalla, sino un desarreglado combate que redunda en mayor desdoro de la conducta de los españoles, aunque mostraron imponderable valor, más que los ingleses, que nunca quisieron abordar por más que lo procuraron los españoles. El comandante inglés dio libertad a los oficiales prisioneros, y envió uno de los suyos al marqués de Lede, excusando aquella acción como cosa accidental, y no movido de ellos sino de los españoles, que tiraron el primer cañonazo; cierto es que la escuadra de Mari disparó los primeros, ¡cuando vio que se le echaron encima para abordarle!>>.


En resumen, en un periodo de paz entre las dos naciones, y sin previa declaración de guerra, una flota española y construida casi de contrabando, en tiempo récord, con navíos mal artillados y desechos recuperados de todo el Mediterráneo, fue destruida por otra más numerosa, potente y, dicho sea de paso, menos escrupulosa, la británica, en un acto de verdadera piratería que probablemente constituye la mayor y más desvergonzada infamia sufrida por España en el siglo XVIII, sólo comparable a la ocupación de Gibraltar.
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Byng envió tres navíos y una fragata apresadas a Mahón, mientras su escuadra, para repararse los británicos de los daños padecidos, se entretuvo cuatro días cincuenta millas a la mar; después entraron furiosos, con los navíos rendidos, en Siracusa los días dieciséis y diecisiete de agosto.


En el Real Felipe, fondeado en el puerto siracusano, se cometieron, digamos que por parte de la chusma, todo tipo de vejaciones contra los oficiales españoles rendidos, desarmados y atados. Para colmo, el barco se les acabó incendiando y voló por los aires con los españoles a bordo.


Orden de Batalla (fuente Cesáreo Fernández Duro)


Escuadra Española:


Navíos. . . . . . . . . . . . .Comandantes. . . . . .Cañones. .Tripulación

San Felipe el Real *. . . Antonio Gaztañeta. . . . . 74. . . . .550

Príncipe de Asturias * . .J. E. Fernando Chacón. . 72. . . . .450

Santa Rosa *. . . . . . . . .Antonio González. . . . . . 64. . . . .450

La Real * . . . . . . . . . . .Marqués de Mari. . . . . . .62. . . . .450

San Luis +. . . . . . . . . .J. E. Baltasar de Guevara.60. . . . .450

San Fernando. . . . . . . .J. E. Jorge Cammock. . . .60. . . . .450

Santa Isabel * . . . . . . .Andrés Regio. . . . . . . . . 60. . . . .450

San Pedro. . . . . . . . . . Antonio Arizaga. . . . . . . .60. . . . .450

San Carlos *. . . . . . . . Príncipe Chalois. . . . . . . .60. . . . .450

La Hermiona. . . . . . . . Rodrigo de Bay. . . . . . . . 60. . . . .450

San Juan +. . . . . . . . . Francisco Guerrero. . . . . .60. . . . .450

La Perla. . . . . . . . . . . .Gabriel Alderete. . . . . . . 60. . . . .450

El Puerco Espín. . . . . . .M de Lande. . . . . . . . . . 50. . . . .350

San Isidro *. . .. . . . . . .Manuel Villavicencio. . . .50. . . . .350

El Burlandin. . . . . . . . . (no lo dice). . . . . . . . . . 50. . . . .350

El Tigre *. . . . . . . . . . . . .(no lo dice). . . . . . . . .50. . . . .350

La Sorpresa *. . . . . . . .Miguel de Sada. . . . . . . .40. . . . .350

La Galera. . . . . . . . . . . Francisco Álvarez. . . . . . 40. . . . .350

El Volante *. . . . . . . . . . Antonio Escudero. . . . . .40. . . . .300

Pingue Pintado. . . . . . . . .Gabriel Díaz. . . . . . . . .40. . . . .300

El Águila **. . . . . . . . .Lucas Masnata. . . . . . . . .36. . . . .300

La Juno *. . . . . . . . . . .Pedro Moyano. . . . . . . . .36. . . . .300

San Felipe. . . . . . . . . . .Francisco Liaño. . . . . . . 30. . . . .200

La Tolosa. . . . . . . . . . . .José Goicoechea. . . . . . .30. . . . .200

San Fernando el Pequeño. .Francisco Fort. . . . . . .28. . . . .200

La Esperanza **. . . . . .Juan Maria Delfino. . . . . .28. . . . .200

San Juanico. . . . . . . . . .M.Bataville. . . . . . . . . .22. . . . .150

El León. . . . . . . . . . . . . Casamara. . . . . . . . . . 20. . . . .180

La Flecha. . . . . . . . . . . . .Papachino. . . . . . . . . 18. . . . .180


Más 2 brulotes, 2 balandras y 7 galeras.


(*) apresados
(**) quemados
(+) no estaban presentes el día del combate.
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Si ignoras lo que pasó antes de que nacieras, siempre serás un niño. Marco Tulio Cicerón.


Hay criterios cerrados, de ásperas molleras, con los cuales es inútil argumentar. Miguel de Cervantes Saavedra.


Cuando soplan vientos de cambio, unos construyen muros, otros, molinos.

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Escuadra Británica:



Barfleur. . . . . . . . . . . . . AL. George Byng
. . . . . . . . . . . . . . . . . . .George Saunders. . . . .90. . . . .730

Shrewsbury. . . . . . . . . . .V.A.Charles Cornwall
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . John Balchen. . . . . . . 80. . . . 645

Dorsetshire. . . . . . . . . . C.A. George Delavall
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .John Furzer. . . . . . . . .80. . . . 645

Burford. . . . . . . . . . . . . .Charles Vanbrugh. . . . 70. . . . 440

Essex. . . . . . . . . . . . . . .Richard Rowzier. . . . . .70. . . . 440

Grafton. . . . . . . . . . . . . Nicholas Haddock. . . . .70. . . . 440

Lenox. . . . . . . . . . . . . . .Charles Strickland. . . . 70. . . . 440

Breda. . . . . . . . . . . . . . .Barrows Harris. . . . . . .70. . . . 440

Oxford. . . . . . . . . . . . . .Edward Falkingham. . . .70. . . . 440

Captain. . . . . . . . . . . . . Archibald Hamilton. . . . 70. . . . 440

Royal Oak. . . . . . . . . . . Thomas Kempthorne. . . 70. . . . 440

Kent. . . . . . . . . . . . . . . .Thomas Mathews. . . . . 70. . . . 440

Canterbury. . . . . . . . . . .George Walton. . . . . . . 60. . . . 365

Dreadnought. . . . . . . . . .William Haddock . . . . . 60. . . . 365

Rippon. . . . . . . . . . . . . . .Christopher O'Brien. . . .60. . . . 365

Superb. . . . . . . . . . . . . .Streynsham Master. . . . 60. . . . 365

Rupert. . . . . . . . . . . . . . Arthur Field. . . . . . . . . 60. . . . 365

Dunkirk. . . . . . . . . . . . .Francis Drake. . . . . . . . .60. . . . 365

Montagu. . . . . . . . . . . . . Thomas Berveley. . . . . 60. . . . 365

Rochester. . . . . . . . . . . . Joseph Winder. . . . . . . 50. . . . 280

Argyle. . . . . . . . . . . . . . Coningsby Norbury. . . . .50. . . . 280

Charles. . . . . . . . . . . . . Phillip Vanbrugh. . . . . . . 44. . . . 215


Más dos brulotes y algunos buques menores.

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Tras el combate



Elevó el embajador español en Londres, marqués de Monteleón, la más amarga protesta ante este acto de hostilidad inaudita. En esto que llegó la mencionada carta del almirante Byng, escrita con soberbia, en el propio desprecio que hacía de su gloria; el estilo era sucinto, como refiriendo un asunto de la menor importancia <<despachar a sucios spaniards>>, y dijo que había visto fuera del Faro, tomando el borde largo, la flota española, compuesta de veinte y seis naves de guerra, entre grandes y pequeñas; dos burlotes, cuatro galeotas de bombas y siete galeras.


Que destacó a los navíos Kent, Grafton, Burford y Superb para alcanzar a los españoles.


Que el día once, viéndose estos acercar a los británicos, algunos navíos con las galeras tomaron la costa, y que destacó al capitán Walton con el navío Cantorbery, para seguirlos, y que, ya a tiro, un navío español hizo una descarga contra el Argyle, mandado del capitán Norbury, que con el resto de su armada siguió al comandante español.


Que a aquellos cuatro navíos que seguían a los que se iban retirando, les dio orden de no tirar contra los españoles sino en caso en que ellos prosiguiesen en hacer fuego; y que, viendo que proseguían en hacerle, el Kent había atacado al San Carlos; el Burford a la Santa Rosa; el Grafton al Príncipe de Asturias, que le dejó después que sobrevinieron Breda y el insignia, y que todos rindieron a los navíos españoles, contra quienes peleaban.


Que después Kent y el Superbe atacaron a San Felipe con otros dos navíos; mantuvieron una especie de combate, siempre huyendo, hasta las tres de la tarde, en que el Kent se acercó a la popa de San Felipe y le dio una gran descarga, pero habiendo sotaventado el Superb, le atacó a sobre viento, para abordarle; mas habiendo el San Felipe dado un golpe de timón, huyó el bordo, y que al fin el Superb le obligó a rendirse.


Que un contralmirante español (se refiere Baltasar de Guevara) había hecho su descarga contra el Blarfleur, pero que luego tomó el viento, y que se fue con otro navío de sesenta piezas.


Que el almirante les había seguido hasta la noche, pero que habiendo tenido poco viento se escaparon, y que él volvió a la flota.


Que la nave Essex tomó a la Juno y el Montagu y Rupert al Volante.


Que el vicealmirante Coronavail siguió al Grafton para sostenerle, pero corría poco viento y se acercaba la noche; por esto pudieron escapar los españoles, a quienes perseguían.
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Que el contralmirante Delaval y el Kent habían seguido a dos navíos, bajo viento, y que uno de ellos fue rendido, como lo hizo Walton al que montaba el contralmirante marqués de Mari.


Que este marqués se salvó con su planta y sus mejores efectos, y los demás navíos que con él estaban los habían los ingleses apresado, quemado o echado a fondo.


Que de las veintiuna naves de su armada inglesa no se había perdido alguna; sólo había sido Grafton un poco maltratado.


Que, al fin, los españoles habían perdido veintitrés naves, una galeota, un burlote y otro bastimento con cinco mil trescientos noventa hombres de equipaje, setecientas veintiocho piezas de cañón, y que de todo su grande armamento sólo les quedaban a los españoles quince naves y las galeras, y que se habían llevado las presas a Puerto Mahón, habiendo quedado Su Majestad Británica dueño del mar.


Y Rule Britannia!



La Guerra Continua


La campaña de Sicilia:


La catastrófica derrota de Cabo Passaro no desalentó a las tropas españolas, que prosiguieron al asedio de la ciudadela de Mesina. Tras varios días de bombardeo constante y sangrientos combates, los tres mil quinientos supervivientes de la guarnición pactaron la rendición y se marcharon el día treinta de septiembre. Las bajas españolas ascendieron a cerca de ciento cuarenta muertos.


Esta victoria persuadió enteramente a los sicilianos de que los españoles quedarían dueños de la isla, cosa que deseaban ardientemente. Se celebró esta noticia con extraordinario júbilo en la corte del Rey Católico, porque parecía compensaba en parte la pérdida de la armada naval, y hacía inútil la victoria de los británicos para el fin del cardenal Alberoni, que acaloró cuanto pudo la guerra enviando grandes sumas de dinero para socorro y subsistencia del ejército de Sicilia, adonde desde Roma, Génova y Liorna se enviaban continuamente municiones y reclutas; pues aunque el que los británicos dominaran el mar, eran incapaces de impedir la llegada constante de pequeñas embarcaciones de transporte a las costas sículas.


Sin perder tiempo, el marqués de Lede, dos días después de la rendición de la ciudadela de Mesina, destacó para el asedio de Milazzo el regimiento de Castilla y las brigadas de Milán y de Borgoña, con alguna caballería.

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Dejando gobernador en Mesina al teniente general don Lucas Spínola con dos mil hombres de guarnición, siguió con el resto de las tropas.


Habían entrado ya en Milazzo tres mil austriacos de refuerzo, que ocupaban la ciudad baja; el castillo y el resto de la ciudad la tenían los saboyanos.


A pesar del asedio español, en la noche del trece al catorce de octubre desembarcaron impunemente ocho mil soldados austriacos, de tal manera que a primera hora del día quince de octubre los austriacos realizaron una salida, con objeto de romper el sitio antes de la llegada del grueso de las tropas españolas: fue la batalla de Milazzo.


La fuerza imperial estaba compuesta de 18 batallones de infantería austriaca, 1 batallón de infantería saboyarda y el regimiento austriaco de Dragones de Tixch. Los españoles contaban con 14 batallones de Infantería, 2 regimientos de Caballería los de Farnesio y Salamanca y 2 regimientos de Dragones los Batavia y Lusitania.


Gracias al sacrificio de los Dragones, los españoles pudieron organizar la línea, mientras que los imperiales se desorganizaban por haberse entregado al saqueo del campamento enemigo. De esta manera se produjo el contraataque español. La batalla fue una victoria completa de los españoles. Las bajas imperiales fueron de dos mil soldados muertos y heridos y mil prisioneros, por unos mil muertos y heridos a más de unos trescientos prisioneros españoles.


A pesar de la victoria, la guarnición de Milazzo, abastecida con suministros y apoyado con el fuego naval de la escuadra británica, resistió el sitio, en tanto que un ejército puso sitio a su vez a los españoles en Mesina.


Finalmente, en junio de 1719 el marqués de Lede se vió obligado a levantar el campo por falta de refuerzos, en tanto que los austriacos no dejaban de desembarcar en la isla.


Perseguido por los veinticuatro mil hombres del conde de Merci, el marqués de Lede se vio obligado a presentar batalla, dando lugar con ello a otra victoria española en el combate de Francavilla, teniendo lugar el día veinte de junio de 1719, donde se distinguió la artillería española por la eficacia de su fuego.


Los imperiales sufrieron tres mil quinientas bajas entre muertos y heridos, incluyendo a toda la caballería saboyana, resultando herido el conde de Merci, y prisioneros mil hombres. Por su parte, los españoles sufrieron mil cincuenta bajas.
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14 May 2007 11:44
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Traducción al español por Huan Manwë para phpbb-es.com